The Project Gutenberg EBook of El anacron'opete; Viaje a China; Metempsicosis, by Enrique Gaspar y Rimbau This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org/license Title: El anacron'opete; Viaje a China; Metempsicosis Author: Enrique Gaspar y Rimbau Illustrator: Francisco G'omez Soler Release Date: June 13, 2020 [EBook #62359] Language: Spanish *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL ANACRON'OPETE; VIAJE A *** Produced by Ram'on Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (Text produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries. Illustrations from Biblioteca Digital Hisp'anica/Biblioteca Nacional de Espa~na.) __________________________________________________________________ Nota de transcripci'on 'Indice El Anacron'opete; Viaje a China; Metempsicosis __________________________________________________________________ __________________________________________________________________ El Anacron'opete __________________________________________________________________ __________________________________________________________________ ES PROPIEDAD __________________________________________________________________ Enrique Gaspar __________________________________________________________________ EL ANACRON'OPETE __________________________________________________________________ VIAJE A CHINA - METEMPSICOSIS __________________________________________________________________ ILUSTRACI'ON DE F. G'omez Soler Vi~neta ornamental BARCELONA BIBLIOTECA <> Daniel Cortezo y C.a Calle de Pallars (Sal'on de S. Juan) 1887 __________________________________________________________________ Logotipo editorial Establecimiento tipogr'afico-editorial de Daniel Cortezo y C.a __________________________________________________________________ Silueta del Anacr'opete volando __________________________________________________________________ El Anacron'opete Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO PRIMERO En el que se prueba que ADELANTE no es la divisa del progreso P Par'is, foco de la animaci'on, centro del movimiento, n'ucleo del bullicio, presentaba aquel d'ia un aspecto ins'olito. No era el ordenado desfile de nacionales y extranjeros dirigi'endose a la exposici'on del Campo de Marte ya para satisfacer la profana curiosidad, ya para estudiar t'ecnicamente los progresos de la ciencia y de la industria. Mucho menos reflejaban aquellas fisonom'ias la alegre satisfacci'on con que los habitantes de la antigua Lutecia corren anualmente a ver disputar el gran premio en el concurso h'ipico destrozando palabras inglesas y luciendo trajes y trenes, capaz cada uno de satisfacer el precio del handicap y de saldar todos juntos la deuda flotante de alg'un Estado. Verdad es que aunque 'epoca de certamen universal, pues desfilaba el a~no de 1878, no lo era de carreras, pues no iban transcurridos m'as que diez d'ias del mes de julio. Adem'as no hab'ia vaiv'en; es decir que no acontec'ia lo que en aquellos casos, que la gente que se divierte se cruza en opuesta direcci'on con la que trabaja o huelga. Todos segu'ian el mismo rumbo llevando impresa en la mirada la huella del asombro. Las tiendas estaban cerradas, los trenes de los cuatro puntos cardinales vomitaban viajeros que asaltando 'omnibus y fiacres no ten'ian m'as que un grito: <> Los vaporcitos del Sena, el ferrocarril de cintura, el tram-way americano, cuantos medios de locomoci'on en fin existen en la Babilonia moderna, multiplicaban su actividad hacia aquel punto atractivo del general deseo. Aunque el calor era sofocante como de can'icula, dos r'ios humanos se desbordaban por las aceras de las calles, pues, exceptuando los veh'iculos de propiedad, Par'is con sus catorce mil carruajes de alquiler, no pod'ia transportar arriba de doscientas ochenta mil personas, concediendo a cada uno diez carreras con dos plazas; y como la poblaci'on se elevaba a dos millones, en virtud del espect'aculo del d'ia a que todos quer'ian asistir, resultaba que un mill'on y setecientos veinte mil individuos ten'ian que ir a pie. El Campo de Marte y el Trocadero, teatro de aquella representaci'on 'unica, hab'ian sido invadidos desde el amanecer por la impaciente multitud que, no contando con billete para la conferencia que en el sal'on de festejos del palacio deb'ia celebrarse a las diez de la ma~nana, se contentaba con presenciar la segunda parte, mediante el valor de la entrada, en el 'area de la Exposici'on. Los que ya no tuvieron acceso a ella, asaltaron los puentes y las avenidas. Los m'as perezosos o menos afortunados se vieron reducidos a diseminarse por las alturas de Montmartre, los campanarios de las iglesias, las colinas del Bosque y las prominencias de los Parques. Tejados, obeliscos, columnas, arcos conmemorativos, observatorios, pozos artesianos, c'upulas, pararrayos, cuanto ofrec'ia una elevaci'on hab'ia sido adquirido a la puja; y los almacenes quedaron exhaustos de paraguas, sombrillas, sombreros de paja, abanicos y bebidas refrigerantes para combatir al sol. ?Qu'e ocurr'ia en Par'is? Hay que ser justos. Ese pueblo que as'i se admira a s'i propio colocando sus median'ias sobre pedestales para que el mundo los tome por genios, como se divierte consigo mismo caricatur'andose en sus infinitos ratos de ocio, se conmov'ia esta vez con sobrada raz'on. La ciencia acababa de dar un paso que iba a cambiar radicalmente la manera de ser de la humanidad. Un nombre, hasta entonces oscuro y espa~nol por a~nadidura, ven'ia a borrar con los fulgores de su brillantez el recuerdo de las primeras eminencias del mundo sabio. Y en efecto. ?Qu'e hab'ia hecho Fulton? Aplicar a la locomoci'on mar'itima los experimentos de Watt o de Papin a fin de que los buques caminasen con mayor rapidez venciendo m'as f'acilmente la resistencia de las olas con su fuerza impulsiva; pero salir en lunes de un puerto para llegar en martes a otro en que antes, a la vela y viento en popa, no hubiera sido posible fondear hasta el s'abado, no puede decirse que fuera ganar tiempo sino perder menos a lo sumo. Stephenson, inventando la locomotora, le hac'ia devorar espacio sobre dos nervios de metal; pero recorrer mayor distancia en menos minutos era siempre ir en busca del ma~nana por la senda del hoy. Lo mismo digo de Morse: transmitir el pensamiento por un alambre merced a un agente el'ectrico, no destruye el que, aunque el fluido sea capaz de dar cuatro veces la vuelta al orbe terr'aqueo en un segundo, la idea tarde en volver a su punto de partida en cada revoluci'on sobre la l'inea equinoccial la duocent'esimo-cuadrag'esima parte de un minuto. Es decir que el resultado es fatalmente posterior en la noci'on del tiempo. Adem'as, el no poderse prescindir de los conductores hace gr'afica la definici'on que del tel'egrafo el'ectrico daba en esta forma un individuo: <> Las hip'otesis del famoso Julio Verne tenidas por maravillosas, eran verdaderos juguetes de ni~no ante la magnitud del invento real del modesto zaragozano vecino de la Corte de las Espa~nas. Bajar al centro de la tierra es cuesti'on de abrir un orificio por donde verificar el descenso; imitar a los habitantes de Ergasteria que muchos siglos antes de la era cristiana, ya penetraron en los abismos del Laurium para desenterrar el plomo argent'ifero. El trayecto era m'as corto; pero la carretera la misma. Navegar en los aires por la ingeniosa teor'ia del soplete, no ofrece otra ventaja que reducir la direcci'on a la voluntad del aereonauta suprimiendo la maroma con que en la batalla de Fleurus hac'ia transportar Jourdan los Montgolfier para descubrir la posici'on del enemigo. Ir al polo esperando el deshielo es obra de pura paciencia; copia servil aunque sabia de esas personas que, para hacer compras en un almac'en, aguardan a que la tienda est'e en liquidaci'on. Por lo que al Nautilus respecta, mucho antes que Verne ya hab'ia hecho una prueba felic'isima con el Ict'ineo nuestro compatriota Monturiol. Para relatarnos lo que existe en el fondo de los mares basta reunir un congreso de buzos. Y sobre todo (perd'on si me repito) que arrancar en lunes del terreno de aluvi'on para llegar en martes al eoceno, en mi'ercoles al permeano y concluir la semana en el mar de fuego; trasladarse en veinte horas desde Francia al Senegal por la v'ia a'erea; o alcanzar por la submarina el fin de un viaje m'as tarde o m'as temprano, pero siempre despu'es, encierra una idea de posterioridad que hace mon'otona la misi'on de la ciencia, corriendo invariablemente tras el ma~nana como si el ayer le fuese conocido. El mundo es la casa de la humanidad, cuyos habitantes al irse multiplicando, van a~nadiendo pisos a la f'abrica con el fin de estar con m'as holgura; pero sin cuidarse de estudiar los cimientos del edificio, para cerciorarse de que podr'a resistir el peso abrumador que le echan encima. Cuando tan desfigurado vemos media hora despu'es el hecho de que hemos sido testigos treinta minutos antes ?podemos confiar ciegamente en los relatos que la historia nos hace de los tiempos primitivos sobre los que fundamos nuestra conducta por venir? Si por una serie de deducciones Boucher de Perthes crey'o probar la existencia del hombre f'osil, ?no es posible que el f'emur que 'el tom'o por humano perteneciera en la escala zool'ogica a alg'un cong'enere de la montura del escudero de don Quijote? El pasado nos es absolutamente desconocido. Las ciencias retrospectivas al estudiarlo, proceden casi por inducci'on, y mientras no tengamos conciencia del ayer, es in'util que divaguemos sobre el ma~nana. Antes que ir a la negaci'on por las hip'otesis del futuro, aprendamos a creer en Dios tocando de cerca los maravillosos or'igenes de su colosal obra de arquitectura. Tales eran los principios filos'oficos del doctor en ciencias exactas, f'isicas y naturales don Sindulfo Garc'ia, y su aplicaci'on el espect'aculo a que aquel pueblo, 'avido de emociones, concurr'ia en masa con la ansiedad y la duda que necesariamente deb'ia despertar en 'el lo que, a pesar de llamarse Par'is el cerebro del mundo, no cab'ia en su cabeza. -Pero, diga usted, se~nor capit'an -preguntaba a uno de h'usares de Pav'ia un caballero que con diecinueve individuos m'as se dirig'ia en 'omnibus al sitio de la experiencia-. Usted como espa~nol debe estar enterado del mecanismo del Anacron'opete. -Dispense usted -respondi'o el interpelado-: Yo s'e batirme contra los enemigos de mi patria; ser comedido con los hombres, galante con las se~noras; conozco la disciplina, la t'actica y la estrategia; pero en punto a navegar por el aire solo he aprendido a ser manteado en el colegio cuando no ten'ia la petaca bastante repleta para abastecer a mis condisc'ipulos. -Con todo -insist'ia el pregunt'on-. A m'i se me figura que en calidad de compatriota del sabio inventor del aparato, debe usted poseer nociones m'as exactas de 'el que un extranjero. -Me honro con el t'itulo de espa~nol y soy adem'as sobrino del se~nor Garc'ia; pero no tengo m'as luces sobre el asunto que cualquier otro. La noticia del parentesco del capit'an con el coloso cient'ifico, redobl'o la curiosidad de los viajeros, que empezaron a querer encontrar en 'el huellas de su t'io, como en las desiertas llanuras de Marat'on o entre los vi~nedos de los campos catal'aunicos buscamos las pisadas de Milc'iades o el casco del corcel de Atila. Las mujeres preguntaban si don Sindulfo era casado; los hombres si ten'ia alguna condecoraci'on, y todos si era pariente de Frascuelo. -Pero, en resumidas cuentas, ?qu'e se propone? -dec'ia uno. -Lo que estamos hartos de hacer los franceses -exclamaba un patriota exaltado-. Viajar por los aires. -S'i; mas con direcci'on fija y con una velocidad vertiginosa -arg"u'ia prudentemente un guardia nacional reparando que el h'usar echaba mano del sable sin m'as intenci'on que la de coloc'arselo a su gusto. -No niego -objetaba un cuarto- que es maravilla y grande surcar a medida del deseo las corrientes atmosf'ericas; pero esto m'as tarde o m'as temprano hubiera acabado por hacerse. Lo que no concibe la inteligencia humana, es que con ese veh'iculo pueda el hombre retrogradar en el tiempo saliendo hoy de Par'is despu'es de comer en V'efour para llegar ayer al monasterio de Yuste y tomar chocolate con el emperador Carlos V. -Eso es imposible -gritaron todos. -Para nosotros los ignorantes -prosigui'o el que hac'ia uso de la palabra-. No as'i para la ciencia que ha sancionado la invenci'on en el congreso 'ultimo. De todos modos, pronto saldremos de dudas. El se~nor Garc'ia parte hoy en su Anacron'opete para el caos, de donde se propone regresar dentro de un mes trayendo las pruebas de su expedici'on fabulosa. -Apuesto a que el inventor es un bonapartista que quiere poner de nuevo sobre el trono de Francia al traidor de Sed'an -vociferaba el patriota. -O traernos el Terror con Robespierre -dec'ia apretando los pu~nos un partidario de la causa legitimista. -Poco a poco -argumentaba un sensato-. Si el Anacron'opete conduce a deshacer lo hecho, a m'i me parece que debemos felicitarnos porque eso nos permite reparar nuestras faltas. -Tiene usted raz'on -clamaba empotrado en un testero del coche un marido cansado de su mujer-. En cuanto se abra la l'inea al p'ublico, tomo yo un billete para la v'ispera de mi boda. Celebrando estaban a'un todos la ocurrencia, cuando el 'omnibus (no sin gran riesgo de aplastar a la api~nada muchedumbre) se par'o en la cabeza del puente; y, ape'andose, cada cual trat'o de abrirse paso como pudo para dirigirse a su destino. Parece ficci'on lo que acabamos de o'ir, y sin embargo nada hay m'as positivo. El doctor don Sindulfo Garc'ia se aprestaba a hacer el experimento pr'actico de la resoluci'on del m'as arduo problema que hasta hoy registran los anales cient'ificos: viajar hacia atr'as en el tiempo. ?Qu'e an'alisis hab'ia hecho de 'el? ?A qu'e clase de cuerpos pertenec'ia, lo que hasta hoy era una idea abstracta, que as'i pod'ia someterse a la descomposici'on? ?De qu'e agentes se val'ia para ello? ?Qu'e colosal sistema era ese con que amenazaba llegar al descubrimiento de la verdad retrogradando, en un siglo que busca sus ideales en el ma~nana y que acepta el <> como f'ormula del progreso? El cap'itulo siguiente nos lo dir'a. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO II Una conferencia al alcance de todos C Compon'iase el espect'aculo de dos partes. En la primera el sabio espa~nol se desped'ia de sus colegas, de las autoridades y del p'ublico de Par'is con una conferencia dada en el palacio del Trocadero, en la que, supliendo el tecnicismo con demostraciones vulgares, se propon'ia hacer comprensible a los menos versados en ciencias, los principios fundamentales de su invenci'on. Formaba la segunda la elevaci'on del monstruoso aparato desde el Campo de Marte hasta la zona atmosf'erica en que deb'ia realizarse el viaje. Para ser testigo presencial de la 'ultima, bastaba haber satisfecho la cuota de entrada en el recinto de la exposici'on, trepar a las eminencias o diseminarse por las llanuras en espacio abierto; y es lo que, como hemos visto, hicieron las masas desde que empez'o a alborear, poniendo a prueba la prudencia y los pu~nos de la gendarmer'ia que al fin logr'o evitar una irrupci'on en el palacio de la Industria. Pocos, relativamente, eran los escogidos entre los muchos que alegaban derecho a o'ir la palabra del doctor. El sal'on de fiestas, aunque espacioso, no bastaba a contener tanta gente. Ninguno de los espectadores segu'ia el tratamiento del anti-fat, y sin embargo dir'iase que todos hab'ian enflaquecido, pues en cada asiento cab'ia por lo menos persona y media. Las entradas estaban obstruidas y los pasillos cuajados de esa multitud que aguarda paciente la ocasi'on de avanzar un paso, sabiendo que no ha de llegar nunca a la meta. Los presidentes de la rep'ublica, de los cuerpos colegisladores y del gabinete; el cuerpo diplom'atico, las comisiones de los institutos y academias, de las corporaciones sabias y del ej'ercito alternaban, luciendo sus uniformes sembrados de placas y cintas, con el modesto sacerdote sin m'as cruz que la del G'olgota destacada sobre el fondo negro o morado de su t'unica talar. Algunos fracs, aunque pocos, pues en Francia raro es el que no tiene uniforme, asomaban como con verg"uenza su condici'on civil entre oc'eanos de seda, cascadas de blondas, montes de brillantes y nubes de cabellos, negras unas como de tempestad, rubias otras como estratos heridos por el sol poniente y casi ninguna del color que anuncia la nieve en el invierno de la vida: que mujer y vieja va siendo ya cosa incompatible en la patria de Violet y de Pinaud. Por fin son'o la hora: una ondulaci'on de curiosidad vibr'o en el recinto y la puerta, abierta de par en par por dos ujieres, dio paso a la comisi'on cient'ifica, a la derecha de cuyo presidente caminaba el h'eroe con la modestia propia del talento impresa en el semblante. Todo en 'el era vulgar. Su nombre m'as que de sabio parec'ia de barba de sainete. Su apellido no estaba ligado por ninguna part'icula a esas hojas patron'imicas que, como Paredes, o C'ordoba, prestan frondosidad a los 'arboles geneal'ogicos e impiden la falta de respeto con que un v'astago ilustre de los Garc'ia, la Malibr'an, es nombrada en el mundo del arte cual pudiera serlo la Bernaola en el de los criminales c'elebres. Llevaba sus cincuenta a~nos, no con el soberbio orgullo del tit'an aportando la piedra para escalar el cielo, sino con la resignaci'on del mozo de cordel que transporta un ba'ul. Peque~nito, con sus guedejas lisas y en correcta formaci'on, el traje muy cepilladito y como colgado de su armaz'on de huesos, ten'ia una de esas caras que parecen hechas bajo la influencia del nombre del que las ha de ostentar. En suma, era digno de llamarse D. Sindulfo Garc'ia y merecedor del apodo de Pichichi que su criada le hab'ia puesto por sambenito. Tal era la envoltura que la sabidur'ia eligiera para asombrar al mundo probando una vez m'as que bajo una mala capa se esconde un buen bebedor. La comisi'on tom'o asiento debajo del 'organo monumental; el presidente agit'o una campanilla de plata, la sesi'on qued'o abierta, y el inventor del Anacron'opete pas'o a ocupar la tribuna a trav'es de una tempestad de aplausos que apag'o, no su voz harto d'ebil e insonora, sino el movimiento de sus labios que hizo comprender a la multitud que hab'ia pronunciado el sacramental <> comienzo de todo discurso. Restablecido el silencio, el h'eroe se expres'o de esta manera: -Ser'e breve porque cuantas m'as horas consuma m'as alargo la distancia que me separa del ayer a donde me dirijo. Ser'e vulgar, porque, sancionadas mis teor'ias por el mundo sabio, solo me resta hacerme comprender de todos. Ello no obstante contestar'e a cuantas objeciones se me hagan. Mi prop'osito nadie lo ignora, es retroceder en el tiempo, no para detener el continuo movimiento de avance de la vida, sino para deshacer su obra y acercarnos m'as a Dios encamin'andonos a los or'igenes del planeta que habitamos. Pero para explicar c'omo se deshace el tiempo, es preciso que antes sepamos de qu'e se compone este. Procedamos con orden. Dios hizo el cielo y la tierra: aquel oscuro; esta en la forma ca'otica. Despu'es dijo:-<>-y la luz qued'o hecha. Tenemos pues al Sol flotando en la b'oveda celeste y al orbe suspendido en el espacio por la atracci'on solar. Cualquiera sabe, desde que Galileo demostr'o el principio de la rotaci'on de la esfera, que el mundo se mueve; pero lo que no ha dicho la ciencia todav'ia, es por qu'e la tierra al girar verifica su movimiento de occidente a oriente en vez de hacerlo a la inversa; y esto es lo que yo voy a exponer como base de mi sistema anacronop'etico. El auditorio dej'o escapar un murmullo de satisfacci'on, y el sabio continu'o de este modo su conferencia: -La Tierra en un principio estaba sumida en el caos; era una inmensa bola de fuego que, como todo cuerpo incandescente, exhalaba esos vapores que conocemos con el nombre de irradiaci'on. Fija en su eje, pues como obra acabada de crear no hab'ia empezado a'un las revoluciones que el Hacedor le impuso, su calor era infinitamente m'as intenso por Oriente en virtud de la influencia del sol que constantemente la estaba ba~nando por aquella parte. Los que hayan visto fundirse en una marmita sustancias bituminosas habr'an observado la enorme cantidad de vapor que se desprende de ellas. Fig'urese por lo tanto el que despedir'ia la fusi'on de un esferoide cuyo volumen es de mil setenta y nueve millones de miri'ametros c'ubicos. El m'as lego concibe que semejantes evaporaciones no pod'ian tener lugar sin que cada desprendimiento fuese acompa~nado de un estampido y de una convulsi'on. Ahora bien, si al dispararse un ca~nonazo, la repercusi'on hace que el ca~n'on retroceda, cada descarga de la irradiaci'on deb'ia llevar consigo dislocaciones en la esfera terr'aquea. Y como las descargas se repet'ian con m'as frecuencia e intensidad por la parte Oriente del planeta en raz'on del mayor cal'orico que el sol le suministraba, los repetidos retrocesos originados hacia aquel lado por las constantes sacudidas dieron por resultado la rotaci'on del esferoide sobre su eje, en la direcci'on de Poniente a Levante, sabiamente prevista por la Providencia para la peri'odica sucesi'on de los d'ias y las noches, y tan duradera como a su omnipotente arbitrio plazca que sea el fuego central que le sirve de motor. Un prolongado hurra acogi'o esta teor'ia tan nueva como atrevida e inesperada. El doctor sin humedecerse la boca-lo que no dej'o de llamar la atenci'on de los oyentes, acostumbrados a ver a sus oradores hacer siempre uso del agua en la peroraci'on,-reanud'o as'i el hilo de la suya. -Todo fen'omeno obedece a una causa; y sin embargo han transcurrido dos siglos y medio desde que el inventor del term'ometro y del comp'as de proporci'on, el sabio de Pisa que por el is'ocrono movimiento del p'endulo ense~n'o a medir las pulsaciones de la arteria y a contar los segundos, Galileo en fin, nos dijo que la Tierra se mov'ia, hasta hoy que nos ha sido revelada la raz'on de un hecho tan sencillo. Pero ?basta esto? De ning'un modo. Si todo fen'omeno obedece a una causa, preciso es tambi'en que tenga un fin, que produzca un resultado, que llene un objeto. <> grita un hombre; y en seguida la ciencia pregunta: <> <> responde la observaci'on; pero acto continuo la filosof'ia da el alto, cruza el arma y exclama a su vez: <> Vamos a contestar a la filosof'ia. La Tierra se mueve para hacer tiempo. Nuestro planeta que, como hemos visto, no era m'as que una masa incandescente, lleg'o a solidificar su corteza, vio surgir de su superficie monta~nas colosales, llen'o de mares sus senos, visti'o su aridez con una flora sorprendente y pobl'ose de una fauna riqu'isima. ?C'omo se oper'o este milagro? Muy sencillamente; por la acci'on del tiempo: por una sucesi'on de d'ias o de 'epocas cuyo trabajo presid'ia la sabidur'ia y la voluntad del Hacedor Supremo, el cual permite que la revoluci'on contin'ue para perfectibilidad del hombre y admiraci'on de su omnipotencia. Las transformaciones del globo son pues la obra del tiempo. Pero ?qui'en es este art'ifice? ?D'onde est'an sus materiales? ?Cu'al es su laboratorio? El art'ifice es la irradiaci'on; sus materiales est'an en la zona gaseosa; su laboratorio es el espacio: EL TIEMPO ES LA ATM'OSFERA. Todas las maravillas que la naturaleza, la ciencia, el arte y la industria presentan hoy a nuestra admiraci'on y que crey'endolas la expresi'on genuina del progreso nos llenan de orgullo, proceden 'integras de esa regi'on en que el hombre no ha sabido encontrar hasta ahora m'as que aire, lluvia, rel'ampagos, rayos, truenos y media docena m'as de accidentes meteorol'ogicos. Refrenad vuestra impaciencia: voy a probar lo expuesto con una demostraci'on pr'actica. A m'i me gusta que la convicci'on llegue al 'animo por el sentido de la vista. Una oleada que amenazaba ser una explosi'on se produjo en el auditorio. El presidente agit'o su campanilla, y el disertante, que se hab'ia vuelto de espaldas un momento, volvi'o a reaparecer de frente teniendo en la mano un sombrero de copa cuyo cilindro envolv'ia una de esas enormes gasas con que el hombre va diciendo que est'a de luto a los que no se lo preguntan, por lo poco que les importa. La gasa, dispuesta previamente para el caso, daba cinco o seis vueltas al sombrero y no estaba adherida a este m'as que por su cabo interior. Don Sindulfo empez'o a desenvolverla entre las carcajadas de la muchedumbre, que en aquella, como en todas las circunstancias de la vida, aprovech'o la que se le presentaba de abandonarse a su condici'on fr'ivola y bullanguera. El sabio, como si nada oyese, continu'o su tarea; dej'o flotar el cresp'on cosido por un borde a la copa y, exhibiendo la sedosa felpa del sombrero, dijo, se~nalando el cilindro libre de toda envoltura: -He aqu'i la Tierra en su estado incandescente tal y como a Dios le plugo arrojarla en el espacio infinito. Como veis, est'a fija, inm'ovil; pero de pronto, la irradiaci'on representada por esta gasa produce un desprendimiento; este por la repercusi'on origina una dislocaci'on en el globo y la esfera principia a girar sobre su eje dando lugar al tiempo que no es otra cosa que el movimiento incesante. Y as'i diciendo, mientras con la mano derecha tend'ia la gasa simulando una columna de humo que se elevase, con la izquierda imprim'ia una imperceptible rotaci'on al sombrero. -Mirad el tiempo -prosegu'ia se~nalando el cresp'on-. ?Quer'eis saber c'omo por una sucesi'on no interrumpida de segundos se convierte en minerales, en plantas y en seres org'anicos? ?C'omo del alga llega al jard'in de aclimataci'on, del caol'in al aderezo de diamantes, de la caverna a la arquitectura, del trilobito con sus tres l'obulos, a la frente del hombre y al c'alculo infinitesimal? Seguidle conmigo a su laboratorio atmosf'erico. La estupefacci'on estaba pintada en todos los semblantes. El doctor dej'o escapar una sonrisa de triunfo, heraldo de su convicci'on, y remond'andose el pecho continu'o as'i: Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO III Teor'ia del tiempo: c'omo se forma: c'omo se descompone C Cualquiera que haya visto hervir en un hornillo una cazuela de sopas, habr'a tenido que fijarse necesariamente en el fen'omeno de transformaci'on que se verifica en el vaho al escaparse por la campana de la chimenea. Lo primero que hace es enfriarse y convertirse en gotas de agua que paralizan la ebullici'on si caen en el fondo del recipiente; o bien se trueca en holl'in si la condensaci'on tiene lugar a tal distancia del fuego que le permite solidificarse. Es decir que si la cazuela continuara hirviendo durante una serie no interrumpida de a~nos, concluir'ia por formarse en la superficie de las sopas una pel'icula o corteza producto de los desprendimientos de los vapores, ni m'as ni menos que la que se forma en el fog'on y que acabar'ia por petrificarse a fuerza de tiempo. Pues apliquemos este principio a nuestro caso. El sombrero es la tierra; la gasa el vaho. Este sube y se condensa; pero aquella gira y lo envuelve del mismo modo que la faja se l'ia en la cintura del chulo o el turbante en la cabeza del musulm'an. Y aqu'i tienen ustedes c'omo por esta rotaci'on la primera capa del cresp'on oculta ya la seda del sombrero como la primera pel'icula s'olida del globo ocult'o la masa 'ignea del planeta. La gasa aparece llena de pliegues y hendiduras. ?Qu'e representan? Los montes y las llanuras obra del tiempo. ?En d'onde se ha producido este tiempo? En la atm'osfera. ?Es decir que el Himalaya y la monta~na del Pr'incipe P'io; el valle de Josafat y el de Andorra nos han ca'ido de las nubes? Indudablemente. ?C'omo? As'i: los espantosos huracanes que entonces reinaban, barr'ian hacia un punto dado las sustancias en fusi'on de la superficie de la Tierra que, aglomeradas y acumuladas, formaban puntos prominentes, del mismo modo que cuando soplamos en un plato de s'emola, la sopa se llena de montoncitos. Por otra parte las continuas descargas el'ectricas abr'ian zanjas en la corteza del esferoide o la deprim'ian produciendo cauces por los que corr'ia la masa incandescente que son los filones de hoy. Vinieron por 'ultimo las lluvias torrenciales que, enfri'andolo y solidific'andolo todo, dieron lugar a la formaci'on del terreno primitivo o sea de la primera capa consistente (contando de abajo arriba) de esta corteza de ochenta kil'ometros que nos sirve de pedestal. <> ?Qu'e es el tiempo? preguntar'e yo contestando. El tiempo es el movimiento; en la inacci'on no hay ni antes ni despu'es. ?Qui'en ha impreso el suyo en la Tierra? La irradiaci'on, el desprendimiento de cal'orico, el vaho en fin por las repercusiones de sus descargas. ?De qu'e agentes se compon'ia este vaho? De todos los que hoy constituyen nuestro planeta; y la prueba es que si la Tierra no se hubiese movido, los gases, perdi'endose en el espacio, nos hubieran dejado sin globo llev'andose con la evaporaci'on todas sus substancias. Luego la atm'osfera, recibiendo incesantemente las respiraciones del planeta, y devolvi'endoselas transformadas, es el laboratorio donde se operan las metamorfosis c'osmicas, donde el movimiento se realiza y donde por consiguiente el tiempo se produce. !C'omo! ?Vosotros no veis en la lluvia m'as que la gota de agua, la chispa en el rayo, la r'afaga en el hurac'an? Levantad el esp'iritu y adorad al Creador que os env'ia en esos fluidos el ma~nana incesante, como hace cerca de siete mil a~nos os mand'o el hoy en que viv'is y sus maravillas que admir'ais. Las nubes arrojaron la columna de Santa Sof'ia en Constantinopla y el obelisco de Sixto V en la ciudad Eterna tray'endonos en sus gotas el p'orfido rojo de Egipto con sus cristalizaciones blancas. De su laboratorio bajaron las agujas de Luxor y la columna de Pompeyo. El bermell'on con que el hijo de David y Betsab'e mand'o pintar el templo de Jehov'a, ?qui'en lo produjo sino el cinabrio llovido sobre Almad'en en la Mancha? La cal y el carbono desprendidos de las entra~nas del nimbo, os regalaron las casas que habit'ais procur'andoos las calc'areas y las calizas, de que extra'eis el mortero y con que tall'ais la m'ensula. En el mismo chaparr'on en que ven'ia envuelta la marga para ladrillos, llegaba el caol'in que con el feldespato se vitrificaba para procuraros tazas en que tomar los alimentos y porcelanas con que adornar vuestros salones. ?D'onde estar'ian los ferrocarriles que atraviesan el Mont-C'enis y el San Gotardo y los vapores que, como el Vega, se abren ya camino por el estrecho de Behring, sin la acci'on atmosf'erica que descomponiendo la vegetaci'on del per'iodo carbon'ifero elabor'o la hulla? ?Negar'eis que en cada gota exist'ia el germen de una locomotora o de una goleta y en cada temporal el de un tren o de una escuadra? Pero no llov'ian solo medios de locomoci'on; del llanto de la zona gaseosa se desprend'ian chimeneas, alumbrados p'ublicos y caricias femeniles: porque extra'ido el hidr'ogeno de la hulla, aquel levantaba f'abricas de gas, mientras sus residuos metamorfoseados en coque congregaban a la familia al amor de la lumbre o serv'ian para firmar las paces entre marido y mujer cuando, carbono cristalizado, se presentaban en la forma de diamante. La br'ujula y el tel'egrafo el'ectrico tuvieron por inspirador al rayo. ?Qu'e ser'ia de la humanidad sin el mercurio que as'i le se~nala las variaciones de la temperatura como le sirve para la extracci'on del oro y de la plata? Pero a'un hay m'as. En los elementos constitutivos de los fen'omenos atmosf'ericos, Dios permite que vengan a la tierra en embri'on las conchas, las tortugas, las aves, los reptiles y los mam'iferos de la 'epoca secundaria; y que, purificado el aire por la absorci'on que del 'acido carb'onico ha hecho la vegetaci'on carbon'ifera, sople ya tan respirable en el per'iodo terciario para la familia org'anica, que el infusorio, ca'ido en la tierra con la gota de lluvia, se desarrolle, se cruce y se agigante convirti'endose en mastodonte, hipop'otamo, rinoceronte, caballo, toro, b'ufalo, ciervo, dromedario, tigre y le'on. Por fin, el terreno cuaternario nos presenta el mamut, el auroch, el urus, el gamo, el ciervo y el megaterio; hasta que la Providencia para coronar su obra, toma una porci'on de aquella arcilla elaborada al efecto durante seis d'ias o 'epocas, y, modelando con ella una figura, le comunica su Divino soplo, la llama hombre y le proclama por su inteligencia rey de la creaci'on. Se~nores, las envolturas conc'entricas de la gasa simbolizan las 'epocas geol'ogicas de la naturaleza. Estas 'epocas deben considerarse como las matem'aticas del mundo. ?No son producto de evoluciones atmosf'ericas? S'i. ?No contamos por ellas la edad del globo? S'i. Pues si cada pel'icula es una serie de siglos, cada gota, cada chispa, cada r'afaga debe ser una porci'on de segundo; luego las horas se ciernen en el espacio: afirmemos pues que el tiempo es la atm'osfera. El entusiasmo, reprimido en el auditorio por efecto de la admiraci'on, estall'o en la primera pausa propicia, y una tempestad de aplausos y aclamaciones retumb'o en el recinto haci'endose extensiva hasta los corredores donde la gente aplaud'ia por esp'iritu de imitaci'on. Uno de los concurrentes, levant'andose del asiento con gran extra~neza del p'ublico que cre'ia que abandonaba el local, se encar'o con el sabio y le dijo: -?Se me permite exponer una duda? -Todas cuantas se originen -respondi'o don Sindulfo. -Si el orador considera al tiempo como una faja densa, ?no es de presumir que dada la depresi'on de todo cuerpo esf'erico por sus polos, los de la tierra queden sin envoltura como la imperial del sombrero y el aro o c'irculo de la cabeza han quedado sin gasa en la demostraci'on? -Es indudable; y eso no hace sino confirmar mi tesis. Probado que la atm'osfera es el tiempo y que el tiempo lo forman los acontecimientos, si nadie ha ido todav'ia a los polos, en los polos no ha sucedido nada; y no haciendo falta el cresp'on o envoltura all'i donde no hay vitalidad, esta econom'ia de atm'osfera ha sido la sisa del sastre naturaleza. Una sonora carcajada acogi'o la humor'istica refutaci'on del sabio, quien sin inmutarse prosigui'o el curso de su conferencia. -Nada m'as simple, se~nores, que descomponer un cuerpo cuando los elementos que lo componen nos son conocidos. Si yo s'e que este signo de luto de mi sombrero lo forman capas conc'entricas de gasa liadas alrededor del cilindro, con irlas desenvolviendo en sentido contrario al que ellas emplean en su revoluci'on envolvente, es indudable que llegar'e a dejar a descubierto la copa; lo cual aplicado al cosmos significa que a fuerza de desliar zonas geol'ogicas se ha de tropezar con el caos. Ahora bien: ?C'omo tiene lugar esta descomposici'on? Para explicarlo satisfactoriamente es preciso que me ocupe un poco de mi aparato. El Anacron'opete, que es una especie de arca de No'e, debe su nombre a tres voces griegas: An'a que significa hacia atr'as, cronos el tiempo y petes el que vuela, justificando de este modo su misi'on de volar hacia atr'as en el tiempo; porque en efecto, merced a 'el puede uno desayunarse a las siete en Par'is, en el siglo XIX; almorzar a las doce en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes Saavedra -si tiene con qu'e aquel d'ia- y, haciendo noche en el camino, desembarcar con Col'on al amanecer en las playas de la virgen Am'erica. Su motor es la electricidad, fluido a que la ciencia no hab'ia podido hacer viajar a'un sin conductores por m'as que estuviese cerca de conseguirlo, y que yo he logrado someter dominando su velocidad. Es decir que lo mismo puedo dar en un segundo, como locomoci'on media, dos vueltas al mundo con mi aparato, que hacerlo andar a paso de carreta, subirlo, bajarlo o pararlo en seco. Dado el agente impulsor, todo lo dem'as son procedimientos mec'anicos cuya relaci'on ning'un inter'es despertar'ia, especialmente en un p'ublico que sabe de memoria las obras de Julio Verne; obras de entretenimiento que si bien no he de comparar con el solemne car'acter cient'ifico de mis teor'ias, encierran no obstante hip'otesis basadas en estudios f'isicos y naturales que me eximen de explicaciones enojosas sobre el regulador, los compensadores, term'ometros, bar'ometros, cron'ometros, anteojos de gran potencia, recipientes de potasa, aparato Reiset y Regnaut para producir el ox'igeno respirable y tantos otros detalles rudimentarios. El'evome, pues, al centro de la atm'osfera, que es el cuerpo que se trata de descomponer y al que seguir'e llamando tiempo. Como el tiempo para envolverse en la tierra camina en direcci'on contraria a la rotaci'on del planeta, el Anacron'opete para desenvolverlo tiene que andar en sentido inverso al suyo e igual al del esferoide o sea de occidente a oriente. El globo emplea veinticuatro horas en cada revoluci'on sobre su eje; mi aparato navega con una velocidad ciento setenta y cinco mil doscientas veces mayor; de lo cual resulta que en el tiempo que la Tierra tarda en producir un d'ia en el porvenir, yo puedo desandar cuatrocientos ochenta a~nos en el pasado. Ahora bien; lo primero que salta a la vista es que, cualquiera que sea la velocidad de la locomoci'on y la altura a que esta se verifique, el Anacron'opete no ha de hacer m'as que describir una 'orbita alrededor de la tierra como la que alrededor de los planetas describen los sat'elites; y as'i suceder'ia en efecto si la atm'osfera permaneciera inalterable; pero como la descompongo, en cada vuelta deshago su obra de un d'ia y all'i donde me paro all'i est'a el ayer. Veamos c'omo se verifica este fen'omeno. D'icese vulgarmente que para conservar las sardinas de Nantes y los pimientos de Calahorra hay que extraer el aire de las latas. Error. Lo que se extrae es la atm'osfera y por consiguiente el tiempo; porque el aire no es m'as que un compuesto de nitr'ogeno y ox'igeno, mientras que la atm'osfera, adem'as de constar de ochenta partes del primero y veinte del segundo, lleva en s'i una porci'on de vapor de agua y una peque~na dosis de 'acido carb'onico, elementos todos que no se separan nunca al llenar un vac'io. Pero apart'emonos de la ciencia y vengamos al razonamiento vulgar. Figur'emonos que el mundo es una lata de pimientos morrones de la que no hemos extra'ido la atm'osfera. ?Qu'e sucede una vez tapada sin esta precauci'on? Que el tiempo empieza a ejercer su influencia y a verificar su obra. En primer lugar se adhieren a las paredes del bote unas mol'eculas que, aglomeradas y solidificadas concluir'ian a fuerza de a~nos por petrificarse y en cuyas substancias encontrar'iamos los g'ermenes minerales de las rocas primitivas. Despu'es observamos que el jugo se cubre de una especie de verd'in que no es otra cosa que la vegetaci'on rudimentaria. Y por 'ultimo los infusorios del vapor de agua vivificados, reproducidos y desarrollados agusanan la conserva enriqueci'endola con las m'ultiples variantes del reino animal. ?Puede a'un dudarse que la atm'osfera es el tiempo? Pues volvamos la oraci'on por pasiva. Supongamos que hemos extra'ido el aire y que abrimos la lata cien a~nos despu'es de haberla tapado. ?Qu'e vemos? Los pimientos en perfecto estado de conservaci'on sin que el tiempo haya pasado por ellos; luego si la acci'on atmosf'erica debi'o destruirlos o metamorfosearlos y la falta de esta acci'on los ha mantenido en su completa integridad, es indudable que lo que nos comemos cien a~nos despu'es, es la vida vegetal de una centuria antes y que por consiguiente retrogradamos un siglo. M'as claro. No hemos extra'ido el aire de la lata y la abrimos en el momento en que la descomposici'on empieza; si tomamos una cuchara y con ella empezamos a quitar las capas de moho que envuelven los pimientos, su rojizo color, a'un no alterado, concluir'a por descubrirse a trav'es de las injurias de la atm'osfera. Pues esta es la teor'ia del tiempo. Muy joven el mundo todav'ia para que el fuego central haya desaparecido, se halla no obstante cubierto de esas pel'iculas de moho que el Anacron'opete va a desenvolver con el auxilio de cuatro grandes cucharas o aparatos neum'aticos fijos en sus extremos angulares; con los que, no solo descompongo las miserables veinte leguas de gases que circundan el esferoide en capas conc'entricas, sino que al desalojarlas logro navegar en el vac'io impidiendo que mi veh'iculo se inflame con la frotaci'on atmosf'erica. Porque, volviendo a los s'imiles: la atm'osfera no es m'as que una aglomeraci'on de 'atomos imperceptibles, del mismo modo que una playa no es otra cosa que la reuni'on de millones de granos de arena. O si la queremos m'as perceptible, la atm'osfera es una vast'isima plaza p'ublica llena de gente en un d'ia de revoluci'on. Si un hombre temerario e inerme se empe~nara en llevar corriendo un parte de un extremo a otro contra la oposici'on de la atm'osfera popular, suceder'ia que empell'on de aqu'i, tir'on de all'a, resistencia de todas partes, perecer'ia sin remedio entre las ondas de aquel revuelto pi'elago, como el Anacron'opete acabar'ia por desaparecer abrasado en su carrera en raz'on de la frotaci'on y el movimiento. Pero ?qu'e hace un gobernador prudente representado en esta circunstancia por la ciencia? Le da un caballo al encargado de llevar el parte (la electricidad aplicada al Anacron'opete), le rodea de un piquete de caballer'ia (los cuatro aparatos neum'aticos), y les ordena que, lanza en ristre, desemboquen por una de las calles adyacentes. El fen'omeno que se opera es de todos conocido. Los 'atomos se dispersan delante de los lanceros; las mol'eculas que quedan atr'as tratan de llenar el hueco originado por el desalojamiento o sea la dispersi'on; pero, como la caballer'ia camina con m'as velocidad que los amotinados de la retaguardia y los de delante huyen fuera del alcance de las picas, los grupos desaparecen, y el parte, libre de toda fuerza de resistencia llega a feliz t'ermino sin obst'aculo alguno galopando por el vac'io que le van abriendo las lanzas del escuadr'on. El auditorio delirante iba a prorrumpir en una entusiasta exclamaci'on; pero se detuvo al ver que el interruptor volv'ia a ponerse de pie, y encar'andose con el disertante exclamaba: -No sin temor voy a exponer una duda. -Escucho -dijo el sabio. -Si por ese procedimiento, que no admite refutaci'on, camina uno hacia atr'as en el tiempo: ?no suceder'a que a medida que el anacron'obata pierda a~nos, se vaya volviendo m'as joven? -Indudablemente. Aqu'i la sensaci'on del bello sexo se tradujo en un grito de alegr'ia. -?De modo que el viajero acabar'a por no existir a fuerza de irse achicando? -Eso es lo que acontecer'ia si la ciencia no lo hubiera previsto todo. -?Y c'omo neutraliza su se~nor'ia esos efectos? -Muy sencillamente: haci'endome inalterable merced a unas corrientes de un fluido de mi invenci'on. ?No camino yo hacia el pasado? Pues as'i como pueden guardarse sardinas frescas para el porvenir, me garantizo del ayer que constituye mi ma~nana. Es el procedimiento de las conservas alimenticias aplicado a la vida animal con el efecto invertido. Y esto sentado, perm'itaseme poner punto final a mi conferencia, pues avanzan las horas y me urge tener esta noche una entrevista con Felipe II para enterarme de si el pastelero de Madrigal fue o no positivamente el rey portugu'es cuya desaparici'on dejar'a de ser en breve uno de los misterios de la historia. Un diluvio de hurras se desencaden'o en la sala. Los hombres lanzaban al aire sus tricornios y sus sombreros; las se~noras cubr'ian de flores la tribuna del orador, y el 'organo, ejecutando una marcha compuesta para aquella solemnidad, lograba a duras penas dejarse o'ir entre las fren'eticas vociferaciones del desbordamiento p'ublico. Por fin, nuestro ilustre compatriota, rodeado del congreso cient'ifico y seguido de la multitud consigui'o llegar a la puerta; y, dando all'i un viva al atr'as como nuevo grito de la civilizaci'on, atraves'o la balaustrada, descendi'o la colina del Trocadero y se encamin'o al Anacron'opete que majestuoso descansaba su inmensa mole en la explanada del palacio del campo de Marte. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO IV En el que se tratan asuntos de familia L Los grandes efectos no son siempre el resultado de grandes causas. Ah'i tenemos si no las guerras del Peloponeso a las que la historia atribuye una raz'on eminentemente pol'itica y que sin embargo debieron su origen al rapto que de tres doncellas educandas de Aspasia hicieron unos habitantes de Megara, j'ovenes de buen humor, sin contar que la cosa no hab'ia de ser del agrado de Pericles -de quien dicen malas lenguas si ten'ia o no ten'ia que ver con la profesora-. Y par'eceme a m'i que s'i que le gustaba al hombre porque, cuando acusada de impiedad 'el se encarg'o de su defensa, no supo hacer m'as que cubrirse el rostro con el manto y llorar como un chiquillo en el Pnix; lo que por cierto le vali'o la absoluci'on a la buena disc'ipula de Anax'agoras. Pues bien, erudici'on a un lado, tampoco el invento de don Sindulfo era debido, como lo parec'ia, a su amor por la ciencia; sino a un inter'es dom'estico, mejor dir'e, a una mira puramente personal. Cuatro palabras sobre su vida. Muy joven a'un nuestro h'eroe se encontr'o solo en el mundo, doctor en ciencias y due~no de una inmensa fortuna cuyos rendimientos invert'ia, anualmente y casi 'integros, en aparatos de las mejores f'abricas extranjeras con que enriquecer su gabinete de f'isica y mineralog'ia. Tan pr'odigo para sus estudios como avaro para todo lo dem'as, lleg'o a los cuarenta a~nos sin conocer ni los rudimentos del amor. Todas sus afecciones se concretaban en su amistad por Benjam'in, otro sabiote dos lustros menor que 'el, pero casi tan ajeno como don Sindulfo a todas las cosas de la tierra; verdad es que el tiempo le faltaba para cuanto no fuese aprender s'anscrito, hebreo, chino y un par de docenas m'as de lenguas dif'iciles, para las que ten'ia una aptitud sin igual. Aunque no habitaban la misma casa, puede decirse que viv'ian juntos, pues Benjam'in no abandonaba la de Garc'ia en la que diariamente pod'ia contar con su plato de cocido a las dos y su guisado a las ocho, en virtud de lo cual Benjam'in, que era pobre, resolv'ia el problema de ahorrar sin tener, y don Sindulfo encontraba un est'omago agradecido que soportase sus impertinencias. Los peri'odicos de Zaragoza, como todos los de la Pen'insula, amanecieron una ma~nana anunciando la venta del museo de un c'elebre arque'ologo de Madrid fallecido pocas semanas antes; y como Benjam'in, a quien no se le coc'ia el pan en el cuerpo cuando de cosas antiguas se trataba, manifestase deseos de adquirir algunas baratijas, su amigo le procur'o la ocasi'on decidiendo trasladarse ambos a la corte de las Espa~nas, y poniendo a disposici'on del anticuario su bolsillo y sus conocimientos. Dicho y hecho: llegaron a Madrid, tomaron un cuarto com'un en las Peninsulares y el d'ia de la venta se trasladaron al gabinete del coleccionador. Benjam'in lo hubiera comprado todo a haber tenido dinero; pero se contuvo ante su pobreza y aun fue preciso que don Sindulfo le aguijoneara para hacerse con algunos ejemplares. La verdad es que se necesitaba ser un santo para no quit'arselo de la boca, por ser due~no de aquel c'umulo de maravillas. All'i en un estuche de cuero y en estado f'osil se encontraba el ojo que An'ibal perdi'o en el sitio de Sagunto: a su lado se ergu'ia la punta del cuerno del buey Apis: un poco m'as all'a reposaba una carabina llena de moho que, por haberse encontrado cargada con ca~namones, se supon'ia que fuese la de Ambrosio que hasta entonces se hab'ia tenido por legendaria. Pero como los precios no estaban al alcance de todas las fortunas, Benjam'in tuvo que reducir sus aspiraciones y concretarse a la adquisici'on de una medalla relativamente importante. El tiempo hab'ia corro'ido parte de la inscripci'on; pero lo que de ella pod'ia a'un leerse que era esto: SERV C POMP PR JO HONOR no dejaba duda acerca del origen que el cat'alogo le atribu'ia suponi'endola tributo conmemorativo de Servio Cayo, prefecto de Pompeya, en honor de J'upiter. Ya iban a abandonar el museo cuando llam'o la atenci'on del absorto aficionado el 'infimo precio en que estaba tasada una momia de car'acter particular. Y en efecto, ni el sarc'ofago ten'ia la forma egipcia, ni el procedimiento por que aquel cad'aver hab'ia sido embalsamado era el que, seg'un Herodoto, se practicaba en Tebas y Memfis abriendo el pecho con una aguzada piedra de Etiop'ia para sacar el ventr'iculo y rellenar el vientre con mirra, casia y vino de palmera. Tampoco se hab'ia obtenido la momificaci'on con la resina llamada Katran por los 'arabes, extra'ida a fuego vivo de un arbusto muy abundante en las orillas del mar Rojo, la Siria y la Arabia feliz, como lo consigna el coronel Bagnole. Su acartonamiento parec'ia obra natural; pues, sobre no tener huella de incisi'on alguna, ni estaba envuelta en las tradicionales bandas, ni, falta de depresiones, pod'ia decirse que hubiera sido fajada nunca. El cat'alogo dec'ia modestamente: <> y esta ausencia de abolengo o de historia es lo que la hac'ia despreciable para los que de ordinario solo se pagan de genealog'ias ap'ocrifas las m'as veces. Benjam'in, con su esp'iritu observador, puso sus cinco sentidos en el estudio de los menores detalles; y fij'andose en una ajorca o argolla de metal adaptada en el tobillo derecho y sobre la que campeaba una inscripci'on china -que el vulgo hab'ia tomado por un adorno-, no pudo reprimir un grito de sorpresa. -?Qu'e es eso? -le pregunt'o don Sindulfo. -Acabo de hacer un descubrimiento prodigioso. -?Cu'al? -Oiga usted lo que dice esta inscripci'on: <> -!Hien-ti! -exclam'o don Sindulfo part'icipe ya del entusiasmo de su amigo-. ?El 'ultimo v'astago de la dinast'ia de los Han? Destronado en el siglo tercero de la era cristiana por Tsao-pi, fundador de la dinast'ia de los Ouei. -Es decir... Ilustraci'on Don Sindulfo -Es decir que ese pueblo, cuna de la civilizaci'on del resto del mundo, pose'ia, si no el secreto de la inmortalidad, por lo menos el de la longevidad fabulosa de los tiempos patriarcales. Don Sindulfo, sin esperar nuevas explicaciones, sac'o su cartera y extendi'o una orden de pago contra su banquero, encargando el transporte a las Peninsulares de los objetos adquiridos, entre los que figuraba otro hallazgo hecho a 'ultima hora y consistente en un hueso petrificado, que tuvieron que pagar a peso de oro, pues se trataba nada menos, seg'un el inventario, de una canilla de hombre f'osil descubierta en las inmediaciones de Chartres, en unos terrenos de la 'epoca terciaria. Los dos inseparables no pensaban m'as que en los preparativos de regreso a Zaragoza para entregarse de lleno a sus investigaciones cient'ificas. Pero un garbanzo interpuesto en su camino cambi'o de fase la majestuosa monoton'ia de su existencia. Al ir por la tarde a liquidar y despedirse del banquero, fornido zamorano viudo y enriquecido durante la primera guerra civil con la empresa de suministros para el ej'ercito leal, hubo aquello de: -?Y qu'e tal los tratan a ustedes en la fonda? -Mal; comida francesa con la que nunca sabe uno lo que se mete en el est'omago. Nos vamos de Madrid sin probar un cocido a la usanza de Castilla. Y lo de: -Pues hoy satisfar'an ustedes su capricho; porque precisamente acabo de recibir unos garbanzos de Fuentesa'uco que ni de manteca ser'ian m'as tiernos. -Que eso ser'ia mucha incomodidad. -Que no. -Que s'i. -Que toma. -Que daca. El resultado es que se quedaron a comer con el banquero, el cual banquero ten'ia una hija; la cual hija era muda; pero, aunque no le faltaba m'as que la palabra para hablar, a ella no se le quedaba nada por decir, que con pies y manos todo lo daba a entender. Yo no s'e cu'al de estos aparatos locutorios es el que ella puso m'as en juego durante la comida; lo cierto es que a los postres, don Sindulfo que ocupaba su derecha, estaba a pesar de sus cuarenta a~nos enamorado ya de la chica como un cadete. Por supuesto que todo se lo merec'ia la hija de su padre, pues no hab'ia l'inea en su cuerpo que no alcanzase el m'aximo de curva, ni facci'on que no incitase a cualquiera a ser Espartero no solo para perseguirlas como en Bilbao sino para abrazarlas como en Vergara. El viaje se suspendi'o; las visitas se repitieron; la necesidad de no tener los aparatos f'isicos encomendados a manos mercenarias para su conservaci'on sirvi'o a don Sindulfo de tema con Benjam'in sobre la conveniencia del matrimonio: el asentimiento de este alent'o al sabio, la demanda fue hecha en debida forma; y el banquero, que siempre ten'ia garbanzos del Sa'uco que probar cada vez que se le pon'ia a tiro un hombre en estado de merecer, dijo que s'i con la alegr'ia del enfermo a quien se le resuelve un tumor. La muchacha no hay que consignar si recibi'o bien la noticia, pues sabido es que trat'andose de matrimonio hasta las mudas se alegran. Estipul'ose la dote que fue ping"ue, dispusi'eronse los regalos de boda, y como entre las condiciones figuraba la de residir en Madrid, los sabios se volvieron a Zaragoza para empaquetar convenientemente el laboratorio. Un mes despu'es, marido, mujer y amigo, se instalaban en la calle de los Tres Peces de la coronada villa. Mamerta, que as'i se llamaba la se~nora de Garc'ia, sali'o de un natural excelente; porque el que gustase m'as de estar con Benjam'in que con su marido, nada ten'ia de particular, si se considera que aquel en su calidad de pol'iglota la ense~naba a hablar por se~nas en varias lenguas diferentes, mientras que don Sindulfo aun en la suya propia no consegu'ia hacerse entender; y las mujeres se pirran por que les den conversaci'on. Tambi'en se le iban los ojos detr'as de los uniformes; pero don Sindulfo, comprendiendo que este es achaque de muchachas, se pon'ia de cuando en cuando el de nacional de caballer'ia que us'o en el bienio, y la dejaba tan contenta. El 'unico defecto que ten'ia era el de no pod'ersela contrariar. Al instante le daba un ataque de nervios que se traduc'ia en una serie de cachetes descargados sobre el occipucio de su marido, en gracia de cuya conservaci'on el hombre tuvo por prudente dejarle hacer su voluntad en adelante para no excitar, dec'ia, su sistema nervioso. Otra particularidad suya digna de notarse es que en cuanto ve'ia una aguja enhebrada, se desmayaba; lo que, a pesar de sus buenos prop'ositos, la imped'ia ocuparse de los quehaceres dom'esticos. Pas'abase pues el d'ia poni'endose mo~nos en el tocador, haciendo se~nas con Benjam'in o ta~nendo a la guitarra una cosa que nadie le hab'ia ense~nado ni nadie pod'ia entender; pero que ella reproduc'ia siempre invariablemente con el mismo ritmo, id'enticas modulaciones y an'alogos efectos: romper el t'impano de los que la o'ian. Y as'i se deslizaron seis meses llenos de paz y de ventura para aquella trinidad; tras de los cuales vino el verano y con este los ba~nos de mar, que el banquero tomaba en Biarritz para enflaquecer, sin lograrlo nunca, acompa~nado de su hija a quien se los propinaban para adquirir carnes, sin conseguirlo tampoco. Visto pues que Mamerta, a pesar del matrimonio, no engordaba, se decidi'o que aquel a~no ir'ia con su padre, como de costumbre, a ponerse en remojo en la playa favorita de la emperatriz. Llegaron y se zambulleron; pero, con tan mala suerte, que el banquero mientras hac'ia una habilidad tuvo un vahido y se ahog'o. Su hija pidi'o auxilio por se~nas; el bote de salvamento acudi'o como un rehilete; la muchacha no anduvo bastante lista en evitarlo y, d'andole en la nuca con la proa, en vez de uno fueron dos los cad'averes que sac'o a la orilla. Con lo que, como el padre hab'ia sido la primera v'ictima y Mamerta ten'ia hecho testamento en favor de su esposo, don Sindulfo se encontr'o posesor de una fortuna considerable que unida a sus bienes le permit'ia emular la fama de Creso. <> dice el refr'an; y nunca proverbio tuvo m'as exacta aplicaci'on, pues desde entonces empezaron las tribulaciones de nuestro sabio, si bien pueden darse todas por bien sufridas en gracia de los beneficios que reportaron a la ciencia. Muri'o tambi'en por aquel entonces una hermana de don Sindulfo, tan rica como 'el, viuda de luengos a~nos y madre de un tierno pimpollo de quince primaveras que respond'ia al nombre de Clara. Al dejar esta tierra, en la de Pinto, donde resid'ia, nombr'o tutor de la ni~na a su hermano, despu'es de dejarle su manda correspondiente, sin otra condici'on que la de no separar en vida a la hu'erfana de una mozuela, cuatro a~nos mayor que Clara, con quien esta se hab'ia criado y a quien, no obstante la condici'on humilde de Juanita -pues no pasaba de ser una criada suya- quer'ia entra~nablemente. La viudez que lloraba nuestro sabio, sus aficiones que le incitaban a la soledad, las circunstancias que le atra'ian al retiro le indujeron a cambiar de residencia, y los dos inseparables con sus retortas y crisoles, sus pluvi'ometros y br'ujulas, sus pedruscos y sus f'osiles, fueron a sepultarse en Pinto entre la inocente sencillez de Clara y las inocentes ocurrencias de Juanita que, hija de la tierra -sin dejar de serlo de su padre y de su madre, difuntos-, largaba una fresca al lucero del alba en ese tono mayor que usa la gente de Madrid abandonada a su natural instinto. Los sabios no le entraron a la maritornes por el ojo derecho y ya principi'o por regalarle a cada uno su mote. A don Sindulfo le llamaba el t'io Pichichi y al profesor de lenguas el locutorio. Pero !oh fragilidad de las cosas humanas! Aquel hombre que llegara hasta los cuarenta a~nos sin experimentar la atracci'on de las hijas de Eva, no necesit'o m'as que seis meses de consorcio para no saber ya resistir a la influencia de su im'an. Desconociendo que su caso con la muda hab'ia sido una chanca matrimonial cedida al primer postor, lleg'o a figurarse que su cara era moneda de buena ley para adquirir a tan bajo precio art'iculos no averiados, y siempre se la estaba poniendo delante a su sobrina que, inocente y cari~nosa, la contemplaba sin ver en ella m'as que una cara de t'io. Estimulado por lo que nuestro h'eroe juzgaba el triunfo de sus atractivos y secundado por las sugestiones de Benjam'in, siempre dispuesto a lisonjear las debilidades de su protector, un d'ia al cabo de algunos meses don Sindulfo se decidi'o a declarar a su pupila su atrevido pensamiento, lo que le vali'o una negativa rotunda, si bien regada con amargo llanto de Clara que no se resolv'ia a explicar el motivo de su oposici'on. -!Hombre de Dios! venga ust'e ac'a -le dijo Juanita saliendo al encuentro de su amo al enterarse de lo ocurrido-. H'agame ust'e el favor de mirarse las arrugas delante de ese espejo: ?Cree ust'e que a mi se~norita le ha de gustar casarse con un fuelle? -!Deslenguada! -grit'o don Sindulfo ciego de c'olera-. No des lugar a que te ponga en el arroyo. -?A m'i? Ni ust'e ni nadie. Estoy aqu'i por la voluntad de la testaora y me defiende la curia. Yo soy una criada ante escribano. -Pero ?en qu'e se funda para desahuciarme? -pregunt'o el tutor en tono humilde, probando si por la dulzura sacaba mejor partido. -Pues miste; finalmente, que a la se~norita y a m'i no nos da por la cencia sino por la melicia. -?C'omo? -Que ella quiere retemucho a su primo don Luis el capit'an de h'usares, y yo a su asistente Pendencia; que dentro de tres d'ias llegar'an de guarnici'on a Madrid, y que si nos viene usted con retru'ecanos ver'a usted el escabeche de sabio que resulta. Aquella revelaci'on, confirmada por su sobrina, fue el golpe de gracia para don Sindulfo, cuya pasi'on alcanz'o el per'iodo 'algido aguijoneada por los celos. El capit'an, m'as enamorado que nunca de su prima, lleg'o efectivamente a la corte una semana despu'es, y dos horas m'as tarde se personaba en Pinto; pero la puerta de la casa le fue herm'eticamente cerrada por don Sindulfo con la intimaci'on de no volver a poner all'i los pies so pena de desheredarle. El primer impulso de Luis fue pedir amparo a la justicia contra la arbitrariedad del despiadado tutor; pero ni Clara ten'ia la edad legal para que el juez supliese el disenso paterno, ni aun teni'endola hubiera ella contrariado la 'ultima voluntad de su madre por la que le oblig'o a no tomar marido que no fuese de la aprobaci'on de don Sindulfo. Preciso fue por lo tanto sufrir y esperar. Cuando se quiere y se es querido, todo se soporta con resignaci'on. Pero desde aquel punto la casa fue un infierno, pues las cartas iban y ven'ian por conducto del asistente y de la maritornes, y al sabio todo se le volv'ia vigilar sin fruto y enflaquecer sin resultado. -!Oh! -exclamaba el infeliz en su desesperaci'on-. ?Por qu'e se habr'an liberalizado tanto las leyes? Dichosos tiempos aquellos en que un tutor ten'ia derecho de imponerse a su pupila. ?Qui'en pudiera transportarse a aquella 'epoca, mal llamada de oscurantismo, en que el respeto y la obediencia a los superiores constitu'ian la base de la sociedad? !Si yo pudiese retrogradar en los siglos! -!Ojal'a Dios! -contestaba Benjam'in haci'endole el d'uo-. De ese modo podr'iamos caer sobre China en el imperio de Hien-ti y aclarar ese enigma iniciado por la momia, para cuya interpretaci'on he le'ido in'utilmente cuantos histori'ografos han escrito sobre los sectarios de Confucio y Mencio. Esta idea predominante en ambos lleg'o a tomar en ellos las proporciones de una monoman'ia. El pol'iglota so~naba en chino y su colega se pasaba la existencia extrayendo aire de los recipientes con la m'aquina neum'atica, para su an'alisis y descomposici'on. Pero todo fue in'util hasta que la Providencia -que quiso en este caso, como en la mayor parte de los descubrimientos, disfrazarse de casualidad- vino inesperadamente en su ayuda. Cierta tarde en que el nuevo don Bartolo, impulsado por sus celos penetr'o de puntillas en la cocina con el fin de sorprender a las palomas, que huyendo del gavil'an se refugiaban casi siempre en el fog'on, hall'o a Juanita deletreando una carta de Pendencia, que ella se guard'o precipitadamente donde sab'ia que don Sindulfo no se la hab'ia de coger. -?Qu'e est'as haciendo? -le pregunt'o. -Instruy'endome -le dijo ella sin inmutarse. -M'as valdr'ia que te entretuvieses en limpiar la chimenea que tiene un palmo de holl'in y un regimiento de telara~nas. -Y la creaci'on entera encontrar'a usted ah'i. Eso es la obra del tiempo. Si puede que desde que usted ha nacido no le hayan pasado un escob'on. Don Sindulfo, que ten'ia un cuchillo a mano, lo blandi'o con 'animo sin duda de cometer un homicidio; pero deteni'endose oportunamente se puso a rascar con 'el la campana del hogar como para paliar su arrebato. -Pues entretente -a~nadi'o- en quitar las capas de basura y ver'as c'omo consigues sacar a luz los hornillos. -!Ay! No me haga ust'e re'ir. Pues si eso fuera posible ya se hubiera usted puesto como nuevo rasc'andose con un cuchillo las capas de a~nos que le sobran. Don Sindulfo se las iba a echar de mat'on; pero una idea s'ubita cruz'o por su mente y se qued'o en un pie como las grullas y en la actitud de Ca'in al o'ir al Se~nor preguntarle: <> Aquel ser vulgar sin la menor noci'on cient'ifica acababa de iniciarle en la soluci'on del problema que persegu'ia con tanto empe~no. Desde aquel instante puso manos a la obra. La f'isica, las matem'aticas, la geolog'ia, la din'amica, la mec'anica, el c'alculo sublime, la meteorolog'ia, todo el saber humano en fin, espoleado por su amor y azotado por sus celos, le abri'o sus m'as rec'onditos enigmas, y reduciendo a una f'ormula su maravillosa invenci'on, sent'o el axioma de que retrogradar en los siglos no era otra cosa que deshollinar el tiempo. Algunos a~nos, todo su capital y gran parte del de su sobrina, se invirtieron en la construcci'on del Anacron'opete. Entre tanto los novios esperaban pacientemente y aventuraban, aunque en vano, alguna tentativa de transacci'on. Don Sindulfo ejerc'ia cada vez mayor vigilancia, ocultaba a todos, excepto a Benjam'in, el trabajo que le absorb'ia y daba rienda suelta a su pasi'on con la ilusoria esperanza de la victoria. La terminaci'on del aparato, coincidiendo con la apertura de la Exposici'on Universal de 1878, permiti'o por fin que un d'ia se cargasen varios vagones con todas sus piezas desmontadas; y, encajonados en un coche de primera el inventor, su amigo, la sobrina y el sinapismo de la criada, emprendieron todos s'ubitamente el camino de Par'is, donde el enamorado tutor se propon'ia, libre de las persecuciones del h'usar, realizar su sue~no; lo que no consigui'o nunca, como ver'a el lector que con paciencia quiera seguir el curso de este incre'ible relato. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO V Cupido y Marte M Mientras se montaba el armatoste en el 'area que le hab'ian destinado en el palacio de la exposici'on, don Sindulfo se estableci'o con su familia en el hotel de la Concordia sito en el boulevard Malesherbes. In'util es decir que las horas que el sabio se pasaba en el Campo de Marte dirigiendo los trabajos, Clara y Juanita quedaban encerradas bajo llave en sus habitaciones; pues, celoso como un turco, nuestro compatriota tem'ia a cada momento una evasi'on o un rapto. Cuando sacaba a las muchachas a paseo, siempre lo hac'ia en coche, y no asist'ian al teatro sino en palco con celos'ias. Todas estas precauciones, la distancia que los separaba de Madrid, la idea de dejar pronto la edad presente y los ineludibles deberes militares de su sobrino que le imped'ian abandonar su puesto, infundieron cierta tranquilidad relativa en el 'animo de don Sindulfo. As'i pas'o cerca de un mes viendo disminuir sus temores, cuando una tarde al regresar solo de una sesi'on del Congreso cient'ifico y remontar el lado izquierdo de la Magdalena, sinti'o como si le tirasen de la levita por detr'as. Volvi'o la cabeza y casi la perdi'o al encontrarse de manos a boca con Pendencia, el asistente de su sobrino. -?Me da vu de la candel? -le dijo este disponi'endose a encender su chicote en el medianito del aturdido zaragozano y traduciendo en lengua de Racine su patrio estilo cordob'es. -!Un cuerno le dar'e a usted yo! ?Qu'e hace usted en Par'is? -Puez he ven'io penzionao por el Gobierno con quince camaradaz m'az a las orillaz del Ciena para que aprendan los franceses a jacer zordaoz a nueztra jechura y cemejanza. Y en efecto, el ministerio de la Guerra enviaba al certamen un individuo de cada arma de que se compone el ej'ercito espa~nol, para dar una muestra as'i de los uniformes como de su envidiable apostura y bizarr'ia. -?Y mi sobrino es tambi'en de la tanda? -pregunt'o el sabio presintiendo su desventura. -!Ci ez 'el quien noz manda! Le ezcogieron a pulzo. -!C'omo! -El meniztro le dijo: <> -!Insolente! Comprendo la trama; pero sus inicuos proyectos quedar'an frustrados. !Ay de 'el si se atreve a declararme la guerra! Puede usted ir a dec'irselo de mi parte. Y como en aquel momento llegasen a la fonda, don Sindulfo se separ'o bruscamente de Pendencia, que con un: <> corri'o en busca de su amo, en quien mis lectores habr'an ya reconocido al capit'an de h'usares que al principio de esta historia se ape'o del 'omnibus en la cabecera del puente. Ilustraci'on -?Qui'en ha venido? ?Hab'eis visto a alguien por el balc'on? -fue la primera pregunta formulada por el atribulado t'io al entrar en las habitaciones de su sobrina. -?Y a qui'en quiere usted que veamos si nos pone usted candados hasta en las vidrieras? -replic'o Juanita con su respingo habitual. Don Sindulfo no juzg'o conveniente dar m'as explicaciones y se dirigi'o a su cuarto contiguo al de las reclusas; pero al volverse de espaldas dej'o ver unos papeles que, pendientes de un hilo y enganchados a la levita por un alfiler, le hab'ia prendido Pendencia durante su trayecto por el boulevard; y de los que Juana se apoder'o graciosamente mientras su amo abr'ia la puerta, pues tanto la fregatriz como su se~norita estaban seguras de que Cupido hab'ia de aprovechar la primera ocasi'on que se le presentase de comunicar con ellas. Apenas se quedaron solas empez'o la lectura de las cartas. La de Luis encerraba mil protestas de amor para su prima, d'andole la seguridad de que en breve se ver'ia libre del yugo de su implacable t'io. La de Pendencia era tan lac'onica como digna de conocerse. Dec'ia as'i: <> Juanita, acostumbrada al estilo epistolar de su soldado comprendi'o que aquello quer'ia decir: <> Al d'ia siguiente Luis ocupaba ya un cuarto en el hotel de la Concordia. Por fortuna don Sindulfo, que marchaba el primero, pudo verle al entrar en el comedor, y retrocediendo antes de que los dem'as le apercibiesen, volvi'o a subir las escaleras con todos y dio orden de que en adelante les dieran de comer a 'el y a los suyos en gabinete aparte. Redobl'aronse las precauciones: cada vez que el tutor se ausentaba, Benjam'in qued'abase de centinela; pero, vano empe~no; Luis sobornaba al criado de turno y las cartas iban y ven'ian liadas en las servilletas, que era un llover. ?Descubr'iase el ajo? ?Suprim'ianse los camareros sirvi'endose a s'i propios? ?Prohib'iase a Juanita que se acercase a la mesa para cambiar un plato y que saliese de su prisi'on para nada? Las misivas no por eso dejaban de llegar, ya pegadas con cola en el asiento de los jarros de agua para el tocador, ya en el hueco de un pastelillo que, con una se~nal convenida de antemano, eleg'ia Clara entre los dem'as de la fuente, ya por 'ultimo dentro de una nuez de que era portador un perro de la fonda al que Pendencia hab'ia ense~nado a escabullirse entre las piernas de don Sindulfo, cada vez que este abr'ia la puerta para recibir por s'i mismo los manjares. Realmente aquello no era vivir; los cien ojos de Argos no bastaban para atender a tantas y tan frecuentes asechanzas. As'i es que en cuanto el Anacron'opete estuvo en disposici'on de habitarse, don Sindulfo estableci'o en 'el su domicilio obteniendo, bajo pretexto de su custodia, una guardia permanente de dos gendarmes que imped'ian la aproximaci'on al aparato de todo el que no fuese acompa~nado por el inventor. Pero si la incorruptibilidad de los guardianes no cedi'o ni ante las s'uplicas ni ante las d'adivas de Luis, la travesura de su asistente se multiplic'o con los obst'aculos. Tan pronto mientras los viajeros visitaban los Inv'alidos, donde ya hab'ia hecho 'el conocimientos, se presentaba con una pierna de palo y unas barbas de chivo sirviendo de cicerone, como envuelto en los andrajos de mendigo, les ped'ia una limosna en medio de los bulevares, lo que -la mendicidad estando prohibida- le costaba pasar unas cuantas horas en la prevenci'on. Casi siempre conclu'ia por ser descubierto; as'i es que don Sindulfo decidi'o que en lo sucesivo no saldr'ian m'as que a misa y en carruaje. Pendencia se disfraz'o de cochero; pero se vendi'o, porque al darle en franc'es las se~nas de la Magdalena, 'el, que no era fuerte en idiomas, los llev'o al cementerio del P`ere Lachaise. Agotados por fin todos los recursos, un d'ia se confabul'o con el suizo de la iglesia a que asist'ian sus compatriotas y, ocupando su puesto a la vanguardia del postulante que durante la ceremonia recoge las limosnas de los fieles, se aprest'o a entregar una carta a Clarita; pero la falta de costumbre de circular por entre las filas de los reclinatorios, cargado con la alabarda y el palo de tambor mayor, le hizo enredarse en el espad'in en momento tan inoportuno que, cayendo sobre el sabio mientras la peluca se posaba en el devocionario de un caballero y el tricornio en la cabeza de una devota, descubri'ose el pastel y don Sindulfo abandon'o con su gente el templo regresando al Anacron'opete que en adelante qued'o convertido para todos sus moradores en prisi'on celular. Los d'ias que siguieron a esta cat'astrofe fueron de desesperaci'on para el enamorado Luis que ve'ia desaparecer sus esperanzas, y para el asistente y sus quince compa~neros que sent'ian aproximarse la hora de la expedici'on al pasado sin recoger el fruto de sus maquinaciones. El 'unico consuelo del capit'an era colocarse con los muchachos en la galer'ia del arco central del palacio de la exposici'on y contemplar desde all'i el Anacron'opete que a un centenar de metros se ergu'ia con la sombr'ia majestad de un inmenso sepulcro. Una tarde, que como de costumbre se hallaban ocupados en esta contemplativa tarea proponiendo qui'en enviar una misiva encerrada en un proyectil hueco, qui'en valerse de la bal'istica para lanzar un hilo telef'onico, empezaron las nubes a arrojar agua que no parec'ia sino que se desprend'ian sobre la tierra las cataratas del cielo. -Buena va a ponerce la dizpocici'on ci hay alguna gotera -dijo el asistente prestando o'ido al diluvio que con fragor se despe~naba por los canalones. -No hay miedo -le arguy'o su amo-. Tal vez los desag"ues son los trabajos m'as portentosos de esta f'abrica. ?No has visto los planos expuestos en la secci'on de Par'is? Las alcantarillas son m'as altas que esta b'oveda. -!C'omo! -exclam'o Pendencia abriendo desmesuradamente los ojos-. ?Aqu'i hay zumieroz? -!Qu'e duda cabe! Mira, el principal circula casi tangente al aparato. -!Digo! Turgente y todo, ?y ce ezt'a uzt'e con la lengua pegada al paladar? -No te entiendo. -Ci uzt'e no ha nacido para la guerra. Como genioz militarez Napole'on y yo. -?Te explicar'as? -Puez ez muy cencillo. Ci don Cindulfo tiene para zu defenza ezcarpaz y contraezcarpaz, nozotros para el ataque le abrimos minaz y contraminaz. Cabayeroz... al alba~nal. Un entusiasta viva acogi'o la idea del cordob'es. Indudablemente la alcantarilla era la 'ultima trinchera del amor. Reconocidos los planos vi'ose con placer que bastaba abrir una galer'ia transversal de pocos metros para encontrarse debajo del centro matem'atico del Anacron'opete. Sobornar al encargado de la limpieza en aquella secci'on, fue obra tanto m'as f'acil y hacedera, cuanto que el individuo en cuesti'on era rayano de Espa~na por el lado de Canfranc y gustaba de las peluconas de Carlos IV, que Luis no le escase'o para lograr su objeto. El tiempo apremiaba, pero contra diecisiete espa~noles, de los cuales la mitad se compon'ia de aragoneses y catalanes, no hay obst'aculos, sobre todo trat'andose de militares siempre a las 'ordenes del general No importa. Los picos y azadones fueron abriendo paso; los puntales formando t'unel y por 'ultimo, el d'ia fijado para el inveros'imil viaje, mientras don Sindulfo daba su conferencia en el Trocadero acompa~nado de su inseparable Benjam'in, los diecis'eis hijos de Marte saludaban la llegada de su capit'an con el 'ultimo golpe de piqueta que los colocaba bajo la plaza enemiga. Al salir del foso se encontraron en una estancia rectangular de la altura de un hombre buen mozo. Era el podio u obra muerta del aparato para precaverle de las humedades en las paradas. El plan de los invasores era romper a hachazos el suelo del Anacron'opete; pero con gran sorpresa suya, se lo encontraron abierto, pues el veh'iculo ten'ia en el fondo para la limpieza de la cala una compuerta que funcionaba el'ectricamente con el mecanismo de una guillotina horizontal y que, sin duda con el objeto de dar mayor ventilaci'on al piso bajo no se hab'ian cuidado de cerrar, muy ajenos de que por all'i pudiera tener efecto un ataque subterr'aneo. -!Arriba! -fue el grito un'anime; y transponiendo escaleras, cruzando corredores, invadiendo salas, llegaron a donde estaban las cautivas, que no pudieron reprimir un grito de terror al ver delante de s'i a tantos hombres con armas que a prevenci'on para cualquier evento llevaban consigo. El acto del reconocimiento no hay para qu'e pintarlo. Si'entanlo los que sepan amar. -Huyamos, mi bien -fue la primera frase que Luis acosado por el tiempo y las circunstancias acert'o a decir a su prima. -!Oh! Nunca -le respondi'o ella-. Cualquiera que sea mi suerte, la soportar'e resignada antes que faltar al juramento que hice a mi madre moribunda. Te amar'e siempre; pero huir contigo no lo esperes de m'i. Los ruegos, las exhortaciones, las l'agrimas eran in'utiles ante la irrevocable resoluci'on de aquella hija sumisa y obediente. Perdida parec'ia ya toda esperanza cuando las aclamaciones de la multitud penetrando en el recinto indujeron a Clara a inquirir el origen de tama~na confusi'on. Cuando Luis le explic'o que obedec'ia al entusiasmo popular por el invento de su t'io, las pobres prisioneras que ignoraban en absoluto los prop'ositos del tutor, prorrumpieron indignadas en invectivas contra aquel monstruo que con su silencio las obligaba a una peregrinaci'on tan llena de peligros. -!Eso es imposible! -balbuceaba la hu'erfana. -!El demonio del sabio! -dec'ia la maritornes-. !Pues ni que fu'eramos cangrejos para andar hacia atr'as! -!Digo! Y t'u que erez tan echada para adelante. -!Huyamos! -repet'ia Luis apercibi'endose de que la griter'ia era cada vez m'as cercana-. Huyamos, no para esconder nuestro amor, sino para pedir a la justicia el amparo que la ley te debe. Esta juiciosa observaci'on produjo su efecto. Los minutos eran preciosos; el tirano se aproximaba; un espantoso porvenir pod'ia ser el resultado de aquella perplejidad. -Sea pues -exclam'o la pupila resueltamente. Y todos se encaminaron a la mina. Pero al querer penetrar por la abertura la encontraron obstruida. Un desprendimiento del terreno les hab'ia cortado la retirada. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO VI El veh'iculo considerado como escuela de moral Q Qu'e hacer en circunstancias tan adversas? Los pusil'animes propon'ian permanecer en el espacio hueco del podio y esperar a que el Anacron'opete al elevarse les permitiera salir; pero sobre correr el riesgo de ser descubiertos si se notaba la falta de las cautivas, expon'ianse -aun salvando esta eventualidad- a ser pulverizados por una desviaci'on del veh'iculo en el momento del arranque. Los m'as resueltos optaban por romper la puerta y conquistar la salida con las armas. Este plan se desech'o por violento e infecundo, prevaleciendo al fin la idea sugerida por los prudentes, de ocultarse y aguardar la ocasi'on propicia de emprender la fuga. La cala estaba por fortuna harto provista de materiales de construcci'on, destinados a las reparaciones, y de vituallas de toda especie para que no abundasen los escondrijos. Fu'eronse pues metiendo los unos tras la piper'ia de los caldos, los otros en los intersticios de los balotes de gram'ineas; y as'i se formaban parapetos con los sacos de harina y los cajones de conservas, como se atrincheraban en los montones de legumbres o hac'ian reducto del sarc'ofago de la momia. Clara recomend'o a todos la mayor prudencia exhort'andoles a no moverse hasta que ella o Juanita viniesen en su busca, lo que, en nombre de sus compa~neros, le fue prometido solemnemente por Pendencia, excitando una carcajada un'anime al asomar la cara embadurnada de blanco por efecto de sus frotaciones contra unos costales de candeal. Mientras esta escena ten'ia lugar en el Anacron'opete, fuera ocurr'ian incidentes dignos de ser narrados. Concluida la conferencia, don Sindulfo, como hemos visto, empez'o su marcha triunfal desde el Trocadero al Campo de Marte entre los v'itores de la multitud fren'etica y dos filas de guardia nacional que la villa de Par'is hab'ia puesto a su disposici'on para conservarle el paso expedito. Una vez dentro del 'area de la exposici'on, el maire invit'o al sabio a reposarse breves momentos en una elegante tienda de campa~na levantada ad hoc cerca del Anacron'opete, en el centro de la cual ve'iase una mesa capaz de satisfacer la intemperancia de L'uculo y de emular la esplendidez de los festines de Cleopatra. Era el lunch de despedida ofrecido por la municipalidad de Par'is al insigne inventor, pues parece imposici'on de la naturaleza, respetada por la costumbre, que en todo regocijo p'ublico el est'omago haya de meter la primera cucharada. Sent'aronse anfitriones, convidados y par'asitos (planta que brota espont'aneamente en todos los comedores) y, con el reposo del cuerpo, dio principio el trabajo de las mand'ibulas. Durante los encurtidos, los torsos formaban con la mesa un 'angulo recto. A medida que el lastre iba estibando el aparato digestivo, el 'angulo se convert'ia en agudo. Al sonar la hora del champagne los lados m'oviles trataron de reconquistar el equilibrio; pero la perpendicular al mantel no pudo restablecerse y, dando por tope a los omoplatos el respaldo de los sillones, el 'angulo obtuso domin'o en toda la l'inea. Entonces empezaron los brindis, peores unos que otros, si bien todos malos, pues no hay nada que limite tanto la inteligencia como el elogio. As'i es que, haciendo gracia de ellos al asendereado lector, me limito a extractar lo 'unico que en aquel c'umulo de peroraciones hubo de bueno, que fue precisamente lo que no tuvieron de alabanza. El bibliotecario de la Sorbona, levant'andose del asiento y sacando a luz un primoroso ejemplar de la Iliada, publicado recientemente a expensas de la sociedad bibli'ofila, rog'o a don Sindulfo que al pasar por la olimpiada en que floreci'o el padre de la epopeya, obtuviese de Homero que le firmase su obra magna corrigiendo los yerros tipogr'aficos que encontrase y consignando bajo el testimonio de su facs'imil si fue en Qu'io o en Esmirna donde vio la luz primera. -Propongo que se substituya esa 'ultima frase por esta otra: <> -interpuso un acad'emico de la historia-. Porque -prosigui'o- suponiendo que la l'ogica fuese en aquellos tiempos fabulosos una ciencia tan exigente como lo es en nuestros d'ias, nos exponemos a seguir ignorando cu'al fue la patria del cantor de Troya, si al preguntarle d'onde vio la luz primera, 'el lo toma pedem literae y nos contesta que en ninguna parte por ser ciego de nacimiento. Aprobada la enmienda, tocole el turno al presidente de la junta de agricultura, quien en correcta frase -pues era un poeta el encargado de velar por los intereses agr'icolas del pa'is- encareci'o a don Sindulfo casi en verso, la necesidad de combatir los efectos del oidium y de la philoxera en las vides: para lo cual cre'ia el medio m'as seguro hacerse con unos sarmientos de la vi~na de No'e a fin de reproducirlos en Francia. Esta proposici'on levant'o una tempestad de aplausos, pues nadie ignora que el vino es una de las principales riquezas del suelo transpirenaico, cuya producci'on aunque fabulosa, por poco que la cosecha flojee ya no alcanza a cubrir las necesidades del consumo. Muchas m'as fueron las ideas que, dirigidas todas al mejoramiento de la condici'on humana, se desarrollaron en la sobremesa, e infinitos los encargos particulares y de 'indole risible que se hicieron al doctor. Ya era un empresario de teatros quien le abr'ia un cr'edito incondicional con el fin de que ajustase a Moli`ere para dar doce representaciones antes de que se cerrara la exposici'on. Ya un tip'ografo quien se compromet'ia a trasladarse a la Grecia del siglo de Pericles, con el objeto de imprimir las conferencias de S'ocrates y publicar un peri'odico pol'itico. Don Sindulfo dio las gracias a todos y a cada cual; objet'o que aquel su primer viaje no ten'ia otro car'acter que el de exploraci'on, y, ofreciendo desempe~nar cuantas pudiera de las diferentes comisiones que se le confiaban, dio por concluido el acto. No hab'ia llegado a'un a la puerta cuando el prefecto de polic'ia, ape'andose de su carruaje, penetr'o en el pabell'on y se dirigi'o al sabio. -?Puede el se~nor Garc'ia acordarme una conferencia de breves minutos? -le dijo. -Hici'eralo con placer si no fuese ya la hora reglamentaria y temiese abusar de la impaciencia p'ublica. -Me trae aqu'i una misi'on oficial. Vengo en nombre del gabinete. Ante esta observaci'on no hab'ia medio de insistir. Los comensales se retiraron prudentemente a un extremo de la tienda, mientras en el opuesto los dos interlocutores sosten'ian el siguiente di'alogo: -El gobierno me delega para pedirle a usted un se~nalado servicio. -Me honra tal confianza. Escucho a usted. -A nadie se le oculta que la Francia, desgraciadamente, atraviesa un per'iodo de relajaci'on moral que amenaza destruir los ya minados cimientos de la familia, fundamento de todas las sociedades. -Aunque con dolor, me es fuerza asentir a tan acertado parecer. -El gobierno, m'as interesado que nadie en la redenci'on de su patria, ha penetrado con 'animo resuelto en el fondo de esta cuesti'on pavorosa; y cree poder afirmar que el quebrantamiento de los v'inculos sociales proviene de ese escandaloso mercado sensual con que no ya emulamos, sino trasponemos el hist'orico y poco plausible renombre de S'ibaris y Capua. -Evidentemente; mas no alcanzo cu'al pueda ser la parte que me incumba en esa misi'on redentora. -A eso voy. Regenerar a la mujer es crear buenas madres de que carecemos. -No, en absoluto. -Es usted muy amable. Gracias por la m'ia. Tener madres es garantizar la educaci'on de los hijos. De los buenos hijos germinan los esposos modelos y los 'integros ciudadanos. Luego hay que purificar la familia para salvar la patria. -Estamos de acuerdo. -Ahora bien; de esas desgraciadas mujeres, que, para verg"uenza de propios y extra~nos, arrastran sus vicios por nuestras populosas ciudades pregonando con hist'ericas carcajadas su mercanc'ia, pocas, contadas, son las que consiguen un resultado beneficioso que consolide su existencia en la vejez. Los hospitales, los teatros, las porter'ias suelen constituir su 'ultima trinchera; y muchas hay que al perder la menguada lozan'ia de los primeros a~nos volver'ian con arrepentimiento a la senda de la virtud, a no imped'irselo el estado en que los excesos y la depravaci'on las han sumido y que las hacen ineptas para los puros goces de la familia. El gabinete, pues, en consejo extraordinario, me encarga ser int'erprete de sus sentimientos cerca de usted y me comisiona para dirigirle a usted una proposici'on. El prefecto acerc'o m'as a'un su silla a la de don Sindulfo y prosigui'o de esta manera: -?Hemos entendido mal o es cierto que con el maravilloso veh'iculo de su invenci'on puede el navegante rejuvenecerse a medida que retrograde en el tiempo? -As'i es, con tal de que previamente no se haya sometido a la inalterabilidad de las corrientes del fluido que lleva mi nombre; pues de otro modo ver'ia pasar los siglos sin experimentar alteraci'on alguna. -?En qu'e tiempo puede usted recorrer un espacio de veinte a~nos? -En una hora. -?Y llegado a ese t'ermino, le es a usted dable perpetuar la edad de la persona en el punto porque entonces atraviese? -Sin ning'un obst'aculo. -Pues bien. El plan del gobierno es rogar a usted que acepte en la expedici'on una docena de se~noras que frisen en los cuarenta (edad en que la vejez no las ha hecho a'un desistir de las ilusiones; pero harto avanzada en mujeres de su condici'on para abrigar esperanzas de medro), y ofrecerles que en sesenta minutos van a reconquistar sus veinte abriles. De este modo, es indudable que, aleccionadas por la experiencia, y arrepentidas por el fracaso, al encontrarse due~nas de sus hechizos por segunda vez, sigan la senda de la morigeraci'on y abandonen la del vicio. -Plausible es la intenci'on. ?Pero no teme usted, se~nor prefecto, que si lo que entra con el capillo no sale sino con la mortaja, las buenas se~noras al verse en el pleno ejercicio de sus facultades quieran volver a tentar fortuna? -No lo espero. De todos modos este no es m'as que un ensayo de que desistiremos si no salimos airosos, o que en caso contrario repetiremos en grande escala. ?Qu'e responde usted al ministerio? -La misi'on me honra sobremanera para rechazarla; pero debo advertir a usted que yo viajo con mi sobrina y... -No tema usted el menor desafuero. Se portar'an dignamente. Ya las hemos exhortado y el miedo al castigo las contendr'a. -Lo celebrar'ia aunque lo dudo. -Se lo aseguro a usted; la amenaza es temible. -?Cu'al se les ha impuesto? -No quitarles ni un a~no de encima si se exceden en algo. -Tiene usted raz'on; me tranquilizo. -?Estamos de acuerdo? -Completamente. -El gobierno sabr'a recompensar a usted favor tan se~nalado. -Me basta conseguir por premio que Francia sea digna en el orden moral de la supremac'ia que por tantos otros conceptos se ha conquistado en el mundo. Terminada la entrevista, el cortejo con don Sindulfo a la cabeza sali'o del pabell'on, a cuya puerta esperaban en sus carruajes las alegres expedicionarias que, ape'andose, se agregaron al grupo oficial, tomando todos juntos la direcci'on del Anacron'opete. Llegados al pie del coloso cruz'ose un 'ultimo adi'os. El sabio, Benjam'in y las viajeras penetraron en el veh'iculo y este, herm'eticamente cerrado, atrajo desde aquel momento las miradas de todos los circunstantes. No habr'ia transcurrido un cuarto de hora, cuando un murmullo de dos millones de almas ondul'o en el espacio. El Anacron'opete se elevaba con la majestad de un montgolfier. Nadie aplaud'ia porque no hab'ia mano que no estuviese provista de alg'un aparato 'optico; pero el entusiasmo se traduc'ia en ese silencio m'as penetrante que el ruido mismo. Llegado a la zona en que deb'ia tener lugar el viaje, el monstruo, reducido al tama~no de un astro, se par'o como si se orientara. De repente estall'o un grito en la multitud. Aquel punto, ba~nado por un sol canicular, hab'ia desaparecido en el firmamento con la brusca rapidez con que la estrella err'atica pasa a nuestros ojos de la luz a las tinieblas. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ C CAP'ITULO VII !Marchen! Constaba el Anacron'opete, como hemos dicho, de un podio o basamento sobre el que descansaba el suelo de la bodega, y en el espesor de cuyo muro ve'ianse empotrados los escalones que daban acceso al port'on, 'unica entrada del veh'iculo. La forma de este era rectangular. En sus 'angulos ergu'ianse cuatro formidables tubos correspondientes a los aparatos de desalojamiento que, con sus bocas retorcidas en direcci'on de los puntos cardinales, parec'ian otros tantos enormes trabucos arqueados en figura de 7. En el piso principal, y corriendo por sus cuatro lados, circulaba una elegante galer'ia cuya puerta, como todas las dem'as aberturas del locom'ovil, quedaba herm'eticamente cerrada en viaje. Un inmenso disco de cristal, rasante por cada viento a la pared, serv'ia a los viajeros para desde el interior y con el auxilio de potentes instrumentos 'opticos, contemplar el paisaje y rectificar la orientaci'on durante la marcha. Dos frontones coronaban los testeros ostentando en sus t'impanos el nombre del coloso y sosteniendo en sus caballetes la cubierta en plano inclinado, as'i dispuesta para las paradas; pues en movimiento -navegando por el vac'io- ni hab'ia que cuidarse de los desag"ues ni precaverse contra las afecciones atmosf'ericas. Exteriormente, era pues el Anacron'opete una especie de arca de No'e sin quilla; toda vez que sus funciones no se relacionaban con el l'iquido elemento y que, para flotar en caso necesario, bast'abale la tripa que, a modo de los antiguos nav'ios, arrancaba del suelo de la cala y se contra'ia debajo del balc'on sirvi'endole de soporte. Examin'emosle ahora por dentro. La planta baja la ocupaba toda la bodega a excepci'on del peque~no espacio -destinado a vest'ibulo y a la escala espiral- que constitu'ia la entrada de honor para las dependencias superiores, de las que se descend'ia a la cala por otra escalera de caracol levantada en uno de los 'angulos. En el opuesto ve'iase el aparato del fluido Garc'ia, con cuyas corrientes hac'ianse inalterables los cuerpos; precauci'on tomada ya de antemano con cuantos materiales de construcci'on y provisiones de boca hab'ia a bordo. Enfrente de aquel, funcionaba el mecanismo Reiset y Regnaut para producir el ox'igeno respirable. Tanto este aparato como el de la inalterabilidad estaban prudentemente reproducidos diversas veces en el Anacron'opete, aunque sus efectos pod'ian hacerse sentir en cualquiera parte con el auxilio de conductores. Tambi'en las pilas el'ectricas ten'ian los suyos diseminados por el veh'iculo, para llevar las corrientes a donde se necesitara un movimiento, porque all'i toda actividad era mec'anica. As'i por ejemplo; la compuerta que, en forma de guillotina horizontal, dio acceso como hemos visto a los hijos de Marte, correspond'ia con otra de id'entica estructura tallada en el suelo del piso alto. ?Quer'iase cargar el Anacron'opete? Pues no hab'ia m'as que elevarle convenientemente, colocar debajo las mercanc'ias, aplicarles un conductor y ellas solas sub'ian por las aberturas hasta dar con los aisladores que paralizaban su ascensi'on en el punto deseado. La limpieza ten'ia lugar por el mismo procedimiento. Unas escobas mec'anicas barr'ian los espacios libres y conduc'ian los residuos sobre la trampa del piso principal. Abierta esta ca'ian las escorias sobre la cala y, repetida all'i la operaci'on, un bostezo de la guillotina las arrojaba fuera; de modo que bastaba empezar en lunes el barrido para en un segundo encontrarse con el s'abado hecho. En la planta alta resid'ia el poderoso agente de la locomoci'on: la electricidad. Nada tan interesante como el relato de su mecanismo; pero como esto nos llevar'ia muy lejos y el lector, aceptado el principio, ha de hacerme gracia de las explicaciones t'ecnicas, lim'itome a decirle que del centro de aquella zona lanzaban las pilas sus torrentes de fluido a todas las articulaciones encargadas de producir el movimiento y a los tubos neum'aticos repulsores de la atm'osfera. Un elegante registro marcaba la velocidad y una sencilla aguja la regulaba. En la misma pieza estaban el observatorio y el laboratorio con sus lentes, retortas, mapas, compases, bibliotecas, aer'ometros y utensilios cronogr'aficos. En las cruj'ias laterales y con el sistema de los camarotes, alternaban por el ala derecha, el gabinete de se~noras con el cuarto de ba~no y la despensa con la cocina; en la que sobre una plancha coloc'abase un pollo vivo que una descarga el'ectrica desplumaba, mientras un chispazo lo convert'ia en comestible, siete mil doscientas veces m'as pronto que cualquier asador com'un. El lavadero, situado en la extremidad posterior del eje, era un prodigio. Entraba la ropa sucia por un lado y sal'ia por el otro, lavada, planchada, seca y zurcida. El ala izquierda se la hab'ia reservado 'integra el sexo fuerte, y nada ten'ia de notable a no ser el departamento de los relojes; en que uno marcaba la hora real en la existencia efectiva y otro la relativa al momento hist'orico del viaje con expresi'on del siglo, a~no, mes y d'ia seg'un el c'omputo Gregoriano. Cuando despu'es del entusiasta y 'ultimo adi'os de las corporaciones, los sabios penetraron en su baluarte, el primer cuidado de don Sindulfo fue alojar bajo llave en el cuarto de las colecciones, a las at'onitas agregadas, con intimaci'on de no moverse de all'i hasta que 'el fuera en su busca; pues por m'as confianza que le mereciesen sus protestas, 'el cre'ia, y con raz'on, que las rejas no perjudicaban a los votos. En seguida y de una sola conmoci'on el'ectrica dej'o herm'eticamente cerrado el Anacron'opete; hecho esto propin'o a Benjam'in unas descargas del fluido de la inalterabilidad, recibiendo 'el otras tantas de mano de su amigo. -Ya no puede el tiempo ejercer su influencia sobre nosotros -exclam'o con aire de triunfo una vez terminada la operaci'on. -?No cree usted sin embargo -objet'o su inseparable- que nada perd'iamos con esperar para fijarnos a que el Anacron'opete llevase algunos minutos de marcha? -Comprendo la intenci'on de usted, y nadie m'as interesado que yo en perder algunos a~nos para ver si rejuveneci'endome cesaban los rigores de mi sobrina; pero si a usted o a m'i, 'unicos que conocemos este mecanismo, nos sobreviniera un accidente cualquiera ?cu'al ser'ia nuestra suerte disparados sin rumbo en el espacio y qu'e responsabilidad no pesar'ia sobre nosotros dejando insoluble el m'as gigantesco de los problemas cient'ificos? La observaci'on era tan justa, que el pol'iglota no tuvo nada que objetar. Verdad es que todo hubiera sido in'util, pues, una vez fijados, solo la acci'on regular del tiempo hubiera tenido poder para destruir la producida por el fluido. Dirigi'eronse por lo tanto al gabinete de se~noras, donde Clara y Juanita se hab'ian refugiado como los chicos que se esconden cuando creen haber hecho alg'un mal; y conduci'endolas capciosamente al laboratorio, mientras Benjam'in consegu'ia con ma~na que las muchachas se pusiesen en contacto con los conductores, don Sindulfo las volv'ia inalterables con un par de descargas que las hizo retorcerse como culebras. -Oiga ust'e -dijo la de Pinto encar'andose con su amo as'i que pudo enderezarse y articular palabra-, si es que ust'e quiere no seguir comiendo m'as que s'emola, repita usted esa operaci'on y ver'a usted salirle muelas... de la boca. ?Para qu'e ha dado usted esas vueltas al organillo que nos ha dejado como si tuvi'esemos alferec'ia? -Menos gritos -le arguy'o su amo-. Aqu'i est'ais bajo mi f'erula. Empez'o mi dominio y no hay para qu'e pedirme explicaciones de mi conducta. Vuestra misi'on es obedecer y callar. -En cuanto a eso, poco a poco -interpuso Clara. -!C'omo! ?Te me insubordinas? -No se~nor; pero protesto de que haya usted abusado de nuestra ignorancia, para obligarnos por sorpresa a emprender un viaje sin precedente en el mundo. -?Y qui'en te ha dicho?... -?Qui'en ha de ser, hombre de Dios, sino la mism'isima milicia espa~nola que se est'a burlando de ust'e, a pesar de saber m'as matem'aticas que Motezuma? -?Qu'e oigo? ?Ha encontrado Luis medio de hacerte llegar alguna carta? -pregunt'o el sabio aturdido y sin sospechar que, no obstante su tiran'ia, hubiera podido ser el capit'an esquela viviente. -!Digo, digo, una carta!... Toda una baraja completa para hacerle a usted tute. -Procura no ser insolente, porque de lo contrario en llegando a la Roma de los C'esares, te vendo como esclava al primer patricio que encuentre en la calle. -?Y qu'e van a hacerme a m'i los patricios? !Pues qu'e! ?Yo no vengo de liberales? Mi padre fue furriel de voluntarios. -Oiga usted nuestros ruegos. -Nunca. -Si le digo a usted que el tal don Pichichi es el Calomarde de los t'ios. -Se concluyeron las intrigas -vociferaba don Sindulfo l'ivido de coraje-. Se acabaron los amorcillos de colegiala: y ya que a buenas no has querido aceptar mi mano, yo te sabr'e conducir a pa'ises y edades en que la voluntad del tutor siendo ley para su pupila, mal que te pese tendr'as que llamarte mi esposa. -Eso jam'as. Primero la muerte; antes la tortura. Y pues agotada la persuasi'on recurre usted a la violencia, yo le probar'e que tengo valor para afrontarlo todo. Y dirigiendo una mirada de connivencia a Juanita, a~nadi'o: -En marcha cuando usted guste. -S'i, se~nor. Arre; que en el primer cambio de tiro ya nos apearemos para quejarnos a la autoridad. El sabio no se hizo repetir la orden; junt'o los polos y el Anacron'opete comenz'o su marcha ascensional, no sin cierta emoci'on de parte de las reclusas que ve'ian desaparecer por instantes los contornos de la ciudad bajo sus plantas. En el cuarto de las agregadas, la impresi'on fue m'as viva por estar esperando con m'as impaciencia los resultados del viaje. En la cala, el silencio era absoluto. Solo Pendencia se permiti'o decirle en voz baja a su jefe, al apercibirse de la oscilaci'on: -Mi capit'an: el botacilla. De repente el coloso tom'o rumbo y empez'o a desalojar atm'osfera sin que nadie se apercibiera de que viajaban con una velocidad de dos vueltas al mundo por segundo; pues la locomoci'on, verific'andose en el vac'io, falta de capas con que rozar no produc'ia movimiento alguno sensible. -Ya andamos -exclam'o don Sindulfo con el orgullo paternal que le inspiraba su invenci'on. -Adelante -prorrumpi'o resueltamente su sobrina. -!Loor al genio! -balbuce'o Benjam'in abrazando a su protector. -!Jes'us! -dec'ia Juana-. Si esto es m'as soso que un cocido sin sal. Ni se ve un campanario, ni una lechuga, ni n'a que le pueda alegrar a una el coraz'on. Prefiero el ordinario de mi pueblo. Vamos, don Sindulfo, s'ooo... En llegando a los Inv'alidos pare usted. La pobrecilla no calculaba que hab'ia empezado su frase en Par'is el diez de julio de mil ochocientos setenta y ocho y que la estaba acabando en treinta y uno de diciembre del a~no anterior sobre la cordillera de los Andes. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO VIII Efectos retroactivos L Las suertes estaban echadas y no hab'ia medio de retroceder, o mejor dicho, de avanzar, si queremos ser l'ogicos con la situaci'on. Clara y Juanita se retiraron al gabinete, confiadas en la vecindad de sus defensores y dispuestas a exhibirlos en el primer alto que hicieran; pues en marcha les parec'ia aventurado sacarlos de su escondite, temerosas de que don Sindulfo, por vengarse, los condenara a todos a movimiento continuo. El sabio por su parte no se saciaba de saborear su triunfo con Benjam'in; y verdaderamente no le faltaba raz'on para ello, pues jam'as experimento alguno hab'ia tenido 'exito tan satisfactorio. -!Eureka! -exclam'o en un arranque de entusiasmo aquel segundo Arqu'imedes que, sin el auxilio de una palanca, remov'ia el mundo hasta en sus cimientos. -?A qu'e altura estamos? -pregunt'o el pol'iglota. -Hace veinti'un minutos que salimos de Par'is -le contest'o su amigo consultando el cron'ometro-; por consiguiente hemos desandado siete a~nos y nos hallamos en diez de julio de mil ochocientos setenta y uno. -?Estudiemos la situaci'on? -Sea. -Rumbo a oriente -dijo Benjam'in clavando los ojos en su comp'as. -Fijo -asinti'o el sabio mirando el suyo. -Latitud 50^0 N. -Exacto. -No hay m'as que inclinar los catalejos un grado al Sur y dirigir nuestras observaciones sobre el punto de partida. Y asestando los anteojos al disco meridional, cuyas puertas se abrieron de una descarga, ambos profesores se pusieron a sondear el espacio. Por supuesto que previamente apagaron las luces el'ectricas que constitu'ian el alumbrado constante de aquella herm'etica clausura donde siempre era de noche; pues como el vac'io solo se hac'ia alrededor del Anacron'opete, las capas atmosf'ericas inmediatas a 'el conduc'ian los rayos del sol; y de no haber tenido cerrado el veh'iculo, nadie hubiera podido resistir las vertiginosas intermitencias de luz y sombra ocasionadas por la violenta transici'on del d'ia a la noche en una velocidad de cuarenta y ocho horas por segundo. Pocos llevaban de observaci'on los anacron'obatas sin apercibir en su carrera m'as que el vapor iluminado con que como aliento fosforescente, les anunciaban su presencia las ciudades en el per'iodo nocturno, o las grandes siluetas de las mismas ba~nadas por el sol y recortadas sobre el fondo oscuro del terreno durante el d'ia, cuando de repente los dos observadores lanzaron un grito tan r'apido como fugaz hab'ia sido la sensaci'on que experimentaran. En medio de las tinieblas y sobre el meridiano de Par'is, el reflejo de una inmensa hoguera acababa de herir su retina. -!La Commune! -exclamaron ambos. Y en efecto, aquel resplandor era el petr'oleo de los pozos norteamericanos oponiendo en vano su devastadora influencia al sentimiento de civilizaci'on de la vieja pero noble Europa. Los sabios no se movieron de su observatorio hasta dar con otro hecho ostensible que ratificara sus deducciones cronol'ogicas; pocos segundos les bastaron para transponer la primavera y cruzar aquel riguroso invierno teatro de la m'as espantosa de las luchas internacionales, y digno campo de la locura humana. La tierra era una inmensa s'abana de nieve, como si el fr'io del terror sembrado en las campi~nas hubiera germinado en cosechas de hielo. El astro rey no se reflejaba sino en mort'iferas superficies de acero y bronce, y las par'abolas de los proyectiles parec'ian arcos de fuego levantados en las sombras para impedir que se desplomase la b'oveda sideral. Globos aerost'aticos confiando a una corriente atmosf'erica la salvaci'on de la patria, palomas mensajeras volviendo al arca sin el ramo de olivo, Par'is capitulando, Metz cediendo, Sed'an dejando hu'erfana una corona... ?A qu'e m'as efem'erides? El c'omputo era exacto. Estaban en el a~no de los castigos. Cerradas las compuertas y vuelta a iluminar la estancia: -Maestro; una duda -exclam'o Benjam'in. -?Cu'al? -Puesto que nosotros nos dirigimos al ayer y vamos a llegar al pasado con la experiencia de la historia, ?no nos ser'ia dable cambiar la condici'on humana evitando los cataclismos que tama~nas dislocaciones han producido en la sociedad? -Aclare usted su pensamiento. -Supongamos que caemos sobre el Guadalete en las postrimer'ias del imperio godo. -?Y bien? -?No cree usted que dando un curso de moral a la Cava y a don Rodrigo, o haciendo ver al conde don Juli'an por medio de la lectura de Cant'u, Mariana y Lafuente, las consecuencias de su traici'on, lograr'iamos torcer el rumbo de los acontecimientos e impedir que hubiera tenido lugar la dominaci'on 'arabe en Espa~na? -De ning'un modo. Nosotros podemos asistir como testigos presenciales a los hechos consumados en los siglos precedentes; pero nunca destruir su existencia. M'as claro; nosotros desenvolvemos el tiempo, pero no lo sabemos anular. Si el hoy es una consecuencia del ayer y nosotros somos ejemplares vivos del presente, no podemos, sin suprimirnos, aniquilar una causa de que somos efectos reales. Un s'imil le patentizar'a a usted mi teor'ia. Fig'urese usted que usted y yo somos una tortilla hecha con huevos puestos en el siglo VIII. ?No existiendo los 'arabes, que son las gallinas, existir'iamos nosotros? Benjam'in recapacit'o un momento, despu'es de lo cual repuso: -?Y por qu'e no? Aun admitiendo la hip'otesis de que ambos seamos descendientes del moro Muza, el evitar que este y los suyos penetren en Espa~na no impide nuestra existencia. Yo no destruyo las gallinas; lo que hago es obligarlas a que sigan poniendo en 'Africa. Luego la tortilla puede subsistir sin otra diferencia que tener el Atlas por hornillo en lugar del Guadalete. Ilustraci'on Don Sindulfo se mordi'o los labios no encontrando refutaci'on al argumento de su amigo que 'el calific'o de parad'ojico, y cort'o la conversaci'on abriendo el pupitre y disponiendo a anotar en su diario las observaciones de la derrota. Benjam'in a su vez dirigi'ose al armario en que encerraba los m'as preciados ejemplares de su museo arqueol'ogico y se entretuvo en comprobar las clasificaciones. Dej'emosles entregados a tan sabia tarea y veamos lo que en el 'interin ocurr'ia en el cuarto de las colecciones, donde esperaban impacientes su transformaci'on las doce hijas de Eva en que el gobierno franc'es fundaba la regeneraci'on moral de su pa'is. A aquellos de mis lectores que hayan visitado la Francia, y lo ser'an todos probablemente, no hay para qu'e hacerles la descripci'on de los trajes de las viajeras. Teniendo el lujo por cebo y el arte de agradar por oficio, f'acilmente se colige que las tales se~noras hab'ian puesto a contribuci'on para adornarse todo el ingenio de la industria sedera de Lyon, agotado los maravillosos recursos que posee la fabricaci'on de encajes en Cluny y Valenciennes y engarzado en el oro de California los diamantes del Brasil, las esmeraldas de Colombia y las perlas del golfo de Bengala. -Y bien, Nin'i; ?qu'e tal va eso? -pregunt'o a una esbelta rubia otra que acusaba haber sido incitante morena en sus mocedades y que respond'ia al nombre de Nan'a, pues todas ten'ian el suyo art'istico. -Por ahora no puede decirse nada; pero si la prefectura me vuelve a mis quince a~nos, le juro no casarme sino con un hombre que vote siempre por el gobierno. Hay que ser agradecida. -Cualquier d'ia me uncen a m'i -repuso desde su rinc'on una nerviosilla que con una carta se estaba entreteniendo en doblar pajaritas de papel. -?Pues cu'ales son tus prop'ositos, Emma? -Hacer que me desembarquen en la corte de Luis XV y pedir que me presenten a S. M. -Lo que es yo -dijo otra que se llamaba Sabina- primero me dejo robar por los romanos que volver a Par'is a vestirme de percal y dormir sobre un felpudo. -Pero hemos dado nuestra palabra -insisti'o Nin'i. -Pensad que la regeneraci'on de la Francia depende de nosotras. -Para la que se f'ie de promesas oficiales -arguy'o Emma-. En cuanto nos viesen j'ovenes y bonitas, los mismos que hoy nos toman por instrumentos de rehabilitaci'on ser'ian los primeros en querer venir a turbar nuestra paz dom'estica. !Ah! !Los hombres! !Los hombres!... Y como siguiese jugueteando con la pajarita, observ'o que se le pulverizaba sin que sus dedos la triturasen. -Aqu'i ten'eis la prueba -a~nadi'o explicando a su modo el fen'omeno y dando cima a su pensamiento-. Escriben sus protestas de amor sobre papel podrido para que duren poco. -Eso es el fuego de la pasi'on que calcina el papel -objet'o la optimista Nin'i. -O la humedad del recinto que lo deshace -adujo una nueva interlocutora-. No brilla el Anacron'opete por su limpieza: desde que hemos entrado en 'el, no hago otra cosa m'as que quitarme velloncitos de lana y borrillas de toda especie que sin duda caen del techo. -Es verdad. Lo mismo he notado yo -dijo Sabina-. No te muevas, aguarda. -?Qu'e es? -Una mariposa que tienes en el lazo del sombrero. !Una polilla! -!Ay! !y yo un gusano! -grit'o otra corriendo en busca de una mano ben'efica que la libertara de 'el. Emma quiso volar en su auxilio; pero se detuvo al ver sus dedos impregnados de una sustancia viscosa que hab'ia sustituido a la pajarilla. Instintivamente produjo con el brazo un sacudimiento nervioso; pero al quererse mirar de nuevo la mano, la pasta hab'ia desaparecido y en su lugar pend'ian de sus falanges pedacitos de trapo y filamentos de todos tama~nos y matices. Un grito de asombro reson'o en el cuarto y la algarada se hizo general cuando Sabina, que consultaba con la mirada a Nin'i, vio que de la boca de esta, abierta por la sorpresa, sal'ia un diente postizo disparado por el empuje de otro verdadero que tomaba su lugar. Simult'aneamente el rubio a~nadido de Nan'a, perdido el color y falto del cord'on que le sujetara, ca'ia en el suelo mientras su cabeza se cubr'ia de sedosas hebras capaces de causar envidia a la Margarita del Fausto. -Mirad a Emma -vociferaba una-. Ya no tiene pata de gallo. -Y Coralia ha perdido su verruga -exclamaba otra. -!Qu'e tersura la de mi cutis! -!Qu'e morbidez la de mis hombros! -!No m'as canas! -!Ya somos j'ovenes! -!Viva! Y todas consultaban los espejos de sus estuches o se miraban en cualquiera superficie bru~nida, distribuy'endose besos y abrazos en el v'ertigo de su admiraci'on. La causa de tan maravillosos efectos se explica muy f'acilmente. El tiempo empujado hacia atr'as verificaba su obra de destrucci'on; las viajeras no hab'ian sido sometidas a la inalterabilidad; pero sus trajes tampoco. As'i es que cada minuto que transcurr'ia dejaba lo mismo en su organizaci'on f'isica que en su tocado la huella del retroceso; pues todo en ellas caminaba hacia su origen; y del mismo modo el papel pasaba de la consistencia del billete a la trituraci'on del bat'an y a la primera forma de gui~napo, que el raso se metamorfoseaba en mariposa para degenerar en larva y reducirse a semilla. Nada m'as encantador que aquellas turgentes formas mal cubiertas por racimos de capullos de seda entretejidos con vellones de fin'isima lana y contrastando el dorado color de sus tenues filamentos con el n'acar de las ostras a medio abrir que serv'ian de lecho a las perlas embrionarias. !Qu'e art'istica agrupaci'on la de aquellos minerales incrustados en fragmentos de rocas, rodeados de copos de algod'on en rama, ce~nidos por verdes aristas de c'a~namo y cruzados por residuos de cintas que, de confecci'on anterior a aquel momento hist'orico, conservaban su integridad como un anacronismo de la moda en la armon'ia de descomposici'on de la naturaleza! La estupefacci'on era un'anime; el entusiasmo indescriptible; pero el tiempo no se deten'ia en su carrera y el fen'omeno empez'o a tomar proporciones alarmantes. Los productos transformados en primeras materias dejaron en breve de adornar los contornos de aquellas humanas esculturas. Traspuesto el per'iodo en que cada porci'on de materia hab'ia sido arrancada de su asiento, las fracciones comenzaron a desertar en busca de sus matrices. El vell'on desaparec'ia para adherirse a la oveja; la ostra atra'ida por el banco corr'ia a sepultarse en las costas de Malabar; el algod'on hu'ia a hundir sus ra'ices en las llanuras norteamericanas y la cabritilla de los borcegu'ies despojada del curtido, volaba a revestir el esqueleto de la inocente res de los Alpes, mientras por los huecos que dejaba la deserci'on asomaban trazos dignos de inspirar el desnudo a los cl'asicos escoplos de Miguel 'Angel, Prax'iteles y Fidias. Las viajeras al contemplar su desnudez se taparon el rostro con las manos, que el pudor es algo inherente a la hermosa mitad de la especie humana, y prorrumpieron en tan desaforados gritos, que don Sindulfo y Benjam'in, dejando aquel sus apuntes y este sus clasificaciones, corrieron en averiguaci'on del alboroto. -No se puede entrar -dec'ian unas al apercibirse de que los sabios trataban de abrir la puerta. -Ya tenemos bastante -exclamaban otras. -!Ay! Mi cors'e... -gritaba una tercera. Clara y Juanita, a quienes los sabios al verlas llegar despavoridas pusieron al corriente de la situaci'on, penetraron en la estancia; y asustadas ante tan ins'olito espect'aculo volvieron a salir pidiendo auxilio a la ciencia. -!Hombre de Dios! Que se van a constipar esas se~noras -vociferaba la maritornes. En esto Benjam'in que ya hab'ia comprendido la situaci'on, lleg'o con unos transmisores del fluido de la inalterabilidad; y pas'andolos por la puerta entornada, aconsej'o a las excursionistas que se agarrasen a ellos. Hici'eronlo as'i ellas, y con cuatro vueltas al aparato y otras tantas docenas de quejidos de las v'ictimas, quedaron estas fijadas y remediado el mal. -Prestadles unos vestidos vuestros -dijo don Sindulfo a su pupila y a Juana, en tanto que 'el y Benjam'in desternill'andose de risa tornaban a reanudar su tarea en el laboratorio, comentando el incidente. Pero apenas el pol'iglota se hab'ia dejado caer en su asiento, cuando con los cabellos de punta y lanzando un grito desgarrador volvi'o a levantarse como si un sacudimiento galv'anico le hubiese arrancado de la silla. -?Qu'e ocurre? -le pregunt'o el sabio acudiendo en su socorro. -!Mire usted... mire usted!... -balbuceaba el infeliz, se~nal'andole la c'elebre medalla conmemorativa comprada en la almoneda del arque'ologo madrile~no y atribuida seg'un el cat'alogo a Servio Cayo, prefecto de Pompeya, en honor de J'upiter. Don Sindulfo tom'o el disco que reluciente como una chapa de aguador brillaba sobre la mesa. El objeto en cuesti'on no hab'ia sido fijado a'un, esperando para hacerlo el instante cronol'ogico que pudiese acusarles su autenticidad; pero este hab'ia ya llegado y, destruida la acci'on del tiempo, los caracteres campeaban sobre el bru~nido fondo con una elocuencia aterradora. SERV... C. POMP... PR... JO... HONOR era el anuncio sobre lat'on de una empresa de coches de muerto fundada en Par'is por la 'epoca que ellos atravesaban y que restituida a su integridad dec'ia as'i: SERVICE DE POMPES FUN`EBRES RUE D'ANJOU SAINT HONOR'E. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO IX Reducci'on gradual del ej'ercito hasta su supresi'on definitiva R Reparadas las aver'ias causadas por la retrogradaci'on en el indumento, las viajeras corrieron al laboratorio en busca de don Sindulfo y empezaron a darle m'ultiples pruebas de su gratitud. Los dos sabios no hab'ian vuelto a'un del estupor que les produjera la metamorfosis del disco; y en verdad que no les faltaba motivo para renegar de la ciencia que en tal ocasi'on los hab'ia tratado como madrastra. Ello no obstante hicieron de tripas coraz'on, disimularon su enojo y, cerrando los armarios, consagraron su atenci'on preferente a la contemplaci'on de aquellos tan variados ejemplares de la m'as hermosa mitad del g'enero humano. La colecci'on era completa: creer'iase uno transportado al para'iso de Mahoma o al foyer de la danse en la grande 'opera de Par'is. Aunque la conducta de las agregadas a bordo era irreprochable, don Sindulfo, temeroso de alguna imprudencia, quiso evitar a Clara su contacto y la exhort'o a que con Juanita se retirara al gabinete. -Como que nos vamos a quedar encerradas all'i dentro -dijo la de Pinto- ahora que hemos encontrado que la casa est'a habitada por presonas. -No importa -repuso el tutor tragando bilis-. No os conoc'eis, no habl'ais el mismo idioma. -Mi se~norita entiende el franc'es, y estas se~noras conocen todas las lenguas. Ya nos han dicho que viajan por gusto y eso que andan a repelo. Y efectivamente: en los pocos minutos que hab'ian tenido disponibles para conferenciar, no solo Juanita las hab'ia impuesto en la situaci'on, sino que se hab'ia conquistado el concurso de las expedicionarias para obligar con ardides a don Sindulfo a hacer un alto que les permitiera sacar de su escondite a la fuerza armada y emprender juntos la fuga; pues hay que advertir que, al verse rejuvenecidas las doce hijas de Eva, ya no ten'ian m'as que una aspiraci'on: ser libres. Comprendiendo el tutor que la lucha era desigual y tranquilizado con la falsa idea de que, restituidas a la edad del candor relativo, las parisienses solo abrigar'ian sentimientos puros e inocentes, puso en olvido aquello de <> y las dej'o a todas juntas, si bien bajo la custodia de su inspecci'on inquisitorial. -En este momento entramos en el a~no 1860 -exclam'o Benjam'in consultando el derrotero. -!Ay! El d'ia en que perd'i a mi novio en Constantina -interpuso Nin'i poniendo en juego la sensibilidad para mover el coraz'on de don Sindulfo y auxiliar los planes de Clara. -Y el mismo en que yo abandon'e el hogar materno en Bona, por los excesivos rigores de mi padrastro -adujo Sabina moj'andose los ojos con saliva para fingir que lloraba. El sabio tom'o oportunamente la palabra, pues de tardar unos segundos m'as, todas aquellas j'ovenes hubiesen resultado oriundas de la Argelia. -Poco a poco -objet'o don Sindulfo-. Se est'an ustedes enterneciendo prematuramente. Recapaciten ustedes que andamos hacia atr'as; y que por lo tanto el a~no principia para nosotros en 31 de diciembre, o lo que es lo mismo, que entramos en 'el cuando en la vida real se sale. De modo que a'un les quedan a ustedes tres minutos para consagrarse a su doloroso aniversario. -Tanto mejor -prorrumpi'o Nin'i en un arranque de alegr'ia-. As'i podr'e verle vivo. P'idame usted lo que quiera; pero restit'uyame usted a sus brazos y empezar'a una era de ventura para m'i que solo he tocado humillaciones. -Por piedad -vociferaba Sabina-. Ya que se ha encargado usted de nuestra rehabilitaci'on, que se la debamos completa. -Lo que solicitan es imposible. Yo las restituir'e a ustedes a Francia al regreso de nuestro viaje; pero el tiempo es oro y no puedo permitirme un alto. De hacer uno en 'Africa lo verificar'ia sobre Tetu'an para asistir a la memorable jornada que tan alto puso el honor de las armas espa~nolas. -!C'omo! -arguy'o Juanita tomando parte en la trama-. ?Vamos a pasar por el Riff, donde muri'o de un balazo, antes de nacer yo, mi t'io el trompeta de cazadores, y ser'a usted tan cruel que no le deje dar un abrazo a su sobrina predilecta? -?Pues no acabas de decir que no le conociste? -Eso no importa. Tenemos en casa su retrato al garrotipo. -Creo -balbuce'o Clara, empleando todos sus medios de seducci'on- que mi t'io considera lo bastante el nombre castellano para no dejar de rendir este justo tributo de admiraci'on al hero'ismo de nuestros compatriotas; y es harto amable para no acceder al ruego de su pupila. -Sea, pues t'u lo quieres -respondi'o el tutor vencido-. Asistiremos a aquella epopeya; pero sin bajar. -?A vista de p'ajaro? -pregunt'o Juanita tratando de insistir; pero un gesto de su ama la hizo comprender que puesto en el camino de las concesiones, don Sindulfo no tardar'ia en rendirse. El sabio torci'o el rumbo hacia el 35^0 de latitud N.; y, al marcar el cron'ometro el crep'usculo vespertino del 4 de febrero de 1860, redujo la marcha a paso de carreta y dej'o que el Anacron'opete se deslizara sobre Tetu'an, fuera del alcance de los proyectiles; pero bastante cerca del teatro de la lucha para poder apreciar los menores detalles de aquella memorable batalla. Todos los corazones nacidos de la vertiente meridional de los Pirineos a la punta de Tarifa, palpitaban con violencia. Abierto el disco, cada cual asest'o su instrumento 'optico al campo de operaciones y un grito de entusiasmo reson'o en la estancia. -All'i se divisan los combatientes -exclam'o Nan'a, arregl'andose el tocado por si levantaba los ojos alguno de los oficiales de Estado Mayor, mientras Juanita at'onita balbuceaba: -!Jes'us! Si parece un titirimundi. -!Pero, es extra~no!... -adujo Clara, fij'andose en el fen'omeno que se desarrollaba a sus ojos-. Yo no me explico sus movimientos. -Es verdad -prorrumpieron todos parando mientes en caso tan original. -?Qu'e es ello? -pregunt'o el sabio. -Mire usted. Lo hacen todo a la inversa. -!Ah! s'i -repuso el sabio d'andose cuenta de lo que para 'el carec'ia de importancia, pues ya lo ten'ia previsto-. Eso consiste en que, como nosotros vamos viajando hacia atr'as en el tiempo, empezamos a ver la batalla por el fin. -!Ya! -interpuso Juanita-. !Cosas de usted, que lo principia todo por la cola!... Y efectivamente, los viajeros observaban la batalla de Tetu'an con el orden cronol'ogico invertido; como el h'eroe de Lumen de Flammari'on ve'ia la de Waterloo, al remontarse en esp'iritu a la estrella Capella, teniendo que pasar antes por los rayos luminosos de la Tierra que alumbraban en el espacio hechos posteriores. -Observen ustedes -prosegu'ia don Sindulfo- c'omo lo primero que se advierte es que los cad'averes se incorporan. -Es verdad -asent'ia Benjam'in-. Y luego disparan sus fusiles. -Y despu'es cargan. -?Cargan? Porque ser'an sabios -arg"u'ia la maritornes, no desperdiciando ocasi'on de zaherir a su v'ictima. -?Qu'e es eso? ?Huyen? -No. Es que retroceden, porque caminamos hacia el momento en que est'an ocupando las posiciones que ten'ian antes de avanzar. Es decir, que ahora llegamos propiamente al principio de la batalla. De modo que par'andonos podr'iamos asistir a ella por su orden. -Pues, s'ooo -dijo la lugare~na excitando la hilaridad en todos, a cuyas reiteradas s'uplicas el sabio no tuvo valor de resistir, aguijoneado a su vez por el orgullo patrio. El Anacron'opete qued'o suspendido en la atm'osfera merced a un ligero movimiento en el graduador. Escritos estos renglones veinti'un a~nos despu'es de aquel memorable acontecimiento, par'eceme que su relato, aunque hecho a vuela pluma, no ha de carecer de atractivo para la generaci'on que nos est'a acabando de reemplazar. Copio aqu'i, pues, la narraci'on del diario de don Sindulfo, en la que sin duda se ha inspirado el pintor Castellani para reproducir con el pincel aquella jornada, y que tambi'en ha servido a la prensa de la corte para describir el panorama que se exhibe en Madrid frente a la casa de la Moneda. Dice as'i: <>El general O'Donnell dispone que sus fuerzas ejecuten un movimiento envolvente sobre el campamento de Muley-Ahmed, con objeto de atacarlo por dos puntos distintos con las tropas de los generales Prim y Ros de Olano, entre las que se sit'ua la artiller'ia protegida por los ingenieros. R'ompese el fuego de ca~n'on por cuarenta piezas que avanzan gradualmente hasta colocarse a cuatrocientos metros de las trincheras marroqu'ies. >>En primer t'ermino se destaca el general en jefe a caballo con su estado mayor, dando 'ordenes al comandante Ruiz Dana y teniendo a su lado al coronel Jovellar y al jefe del Estado mayor, general Garc'ia. Detr'as las bater'ias espa~nolas ca~nonean los reductos. En el fondo a lo lejos el mar y la escuadra. >>A la derecha el general Ros de Olano, dando instrucciones a su hijo y dirigiendo el movimiento de la primera divisi'on del tercer cuerpo, mandada por el general Tur'on, consigue que sus soldados penetren por distintos puntos en las trincheras. El regimiento de Albuera con su coronel Alaminos; Ciudad-Rodrigo con el teniente coronel Cos-Gay'on, y el brigadier Cervino al frente de los batallones de Zamora y Asturias, invaden a la vez el campamento a pesar de la tenaz resistencia de los enemigos; uno de los cuales en las ansias de la muerte, encuentra fuerzas suficientes en su fanatismo para arrastrarse hasta un ca~n'on abandonado, y dispararlo causando horroroso estrago en las primeras filas de nuestras tropas. >>Por la izquierda el general Prim ataca las trincheras seguido del coronel Gaminde; penetra por una tronera rodeado de catalanes, soldados de Alba de Tormes, Princesa, C'ordoba y Le'on; forma confuso tropel con los enemigos y sostiene cuerpo a cuerpo una lucha encarnizada. A su lado veo caer moribundos al comandante Sugra~nes y al teniente Mox'o, tremolando el primero en sus manos la bandera de los intr'epidos tercios catalanes. Don Enrique O'Donnell apoya en'ergicamente el ataque de su jefe el general Prim, y se dirige luego al campamento de Muley-Abbas en la torre de Geleli, que los moros abandonan precipitadamente. >>Muley-Ahmed intenta en vano con en'ergico valor detener la fuga de sus soldados, que huyen despavoridos ante las aguerridas huestes de Prim y abandonan la Casa Blanca. Llenos de terror, desoyen el mandato de su jefe, le arrastran en su huida y dejan en poder de nuestras tropas, como trofeo de tan se~nalado triunfo, el campamento con ochocientas tiendas, ocho ca~nones, armas, municiones, camellos, caballos y bagajes. >>En el fondo, hacia Tetu'an, el sult'an de Marruecos contempla consternado la derrota de su ej'ercito numeroso. >>Durante la marcha de nuestros soldados, los enemigos amenazan atacar la retaguardia; pero el general O'Donnell, sin detenerse, destaca hacia Tetu'an dos batallones del tercer cuerpo a las 'ordenes del general Makenna, quien adelantando r'apidamente a lo largo del r'io Mart'in protegido por la brigada de coraceros del general Alcal'a Galiano, rechaza al enemigo sobre la plaza despu'es de breve lucha y paraliza sus esfuerzos. >>Formidables fuerzas enemigas, bajando a la vez de la torre de Geleli, amagan atacar nuestra derecha con sus infantes y tres mil jinetes; pero el general en jefe, atento a todas las peripecias del combate, hace adelantar la brigada de lanceros del conde de Balmaseda. Las tropas cargan vigorosamente sobre el enemigo y le ponen en precipitada fuga protegidas en su movimiento por el cuerpo de reserva del general R'ios, situado en el reducto de la Estrella. >>La jornada ha sido completa. Tetu'an no tardar'a en abrir sus puertas al vencedor, y el emperador de Marruecos debe ya empezar a arrepentirse de haber excitado el justo enojo de la naci'on espa~nola.>> El entusiasmo a bordo no reconoc'ia l'imites. Todos suplicaban a don Sindulfo que les permitiese bajar para dar un abrazo a aquellos h'eroes, inclusa Juanita que pretextaba haber reconocido los pulmones de su familia en un paso de ataque tocado por su t'io con la trompeta. El sabio que, adem'as de estar pose'ido de la admiraci'on general, ten'ia un car'acter vengativo impropio de sus luces intelectuales, vio en aquella circunstancia una ocasi'on de desembarazarse del torcedor de su fregatriz, y accedi'o a la demanda decidido a volver a emprender la marcha en cuanto Juanita traspusiese los umbrales del Anacron'opete en busca del supuesto pariente. Eligi'ose pues para el descenso un bosquecillo que les garantizase de una bala perdida, y con gran contentamiento de todos y una sencill'isima manipulaci'on, el veh'iculo toc'o tierra. Pero !ay! que no comete el hombre acci'on mala sin recibir tarde o temprano por ella el condigno castigo. Saboreando estaba cada cual la realizaci'on de sus prop'ositos, cuando Benjam'in, que, asomado al disco contemplaba el horizonte, dio un grito y retrocedi'o involuntariamente. -?Qu'e es eso? -le pregunt'o su inseparable, corriendo a su lado. -!Friolera! -contest'o el pol'iglota perdiendo el color-. Que sin duda hemos ca'ido en una emboscada tendida por los marroqu'ies a nuestras tropas. Un sudor fr'io circul'o por la frente de todos los viajeros. -!Huyamos! -fue la opini'on general. -Mire usted los kabilas que se dirigen hacia aqu'i. -No hay m'as remedio que apelar a la fuga -adujo el sabio corriendo al regulador y poniendo en movimiento la m'aquina, mientras Benjam'in cerraba los discos y restablec'ia el alumbrado el'ectrico, exclamando: -Pronto, que nos alcanzan. A'un no hab'ia acabado de pronunciar la frase cuando: -!Un moro! -articul'o con voz ahogada una de las viajeras. -!Dos! -prorrumpi'o Juanita parapet'andose detr'as de su amo. -!Veinte! -profirieron todos pose'idos de un terror p'anico cobij'andose en un rinc'on del laboratorio en compacto grupo. Eran en efecto dos docenas de fugitivos del campamento de Muley-Ahmed que, buscando su salvaci'on en el bosque, presenciaron el descenso del veh'iculo y tom'andolo por arma de guerra hab'ian resuelto atacarlo; pero, no encontr'andole entrada franca, se valieron de sus cuerpos salientes y, escal'andolos con la entereza que da el fanatismo, lograron introducirse por los tubos de desalojamiento antes de que el coloso emprendiese la marcha. Ilustraci'on Pasado el primer momento de estupor, en que nadie osaba levantar los ojos ante aquellos morazos de seis pies de altura provistos de gum'ias y espingardas y llevando escrito en el rostro el vengativo ce~no del enemigo derrotado, Nan'a se resolvi'o a preguntar a don Sindulfo: -Diga usted. ?Nos har'an algo? -A nosotros rebanarnos el pescuezo; y a ustedes llev'arselas al harem en calidad de odaliscas. -?Con los eunucos? !Qu'e horror! -articularon las aludidas por lo bajo. -Pues lo que es al harem -interpuso Juana encar'andose con su se~nor- creo que tambi'en podr'ia usted venir. -!Insolente! -Para hacernos compa~n'ia y ense~narnos ciencias en los ratos de ocio. El tutor no se hab'ia equivocado acerca del prop'osito de los invasores, seg'un la traducci'on que Benjam'in le hizo de las 'ordenes dictadas por el jefe de la fuerza. Los expedicionarios estaban irremisiblemente perdidos. Una idea luminosa brot'o sin embargo en el cerebro del atribulado don Sindulfo. -Si logramos ganar tiempo -dijo al pol'iglota- nos hemos salvado. -?De qu'e modo? -Dando al veh'iculo la velocidad m'axima y consiguiendo que estos kabilas, que no est'an sometidos a la inalterabilidad, se vayan empeque~neciendo hasta que concluyan por desaparecer una vez traspuesto el instante de su natalicio. -!Sublime idea! Y forzando el graduador, la m'aquina se puso a funcionar con una rapidez vertiginosa. -!A ellos! -grit'o el capit'an; y los moros se aprestaron a consumar su obra; pero los ayes y las lamentaciones del sexo d'ebil eran tan repetidos y penetrantes, que, no logrando restablecer el silencio, les pusieron a todos a guisa de mordaza un lienzo atado en la boca y, oprimiendo sus brazos con fuertes ligaduras, los arrastraron tras s'i para conducir los esclavos al asilo del disperso campamento. Cerca de un cuarto de hora anduvieron buscando los riffe~nos in'utilmente la salida, con gran satisfacci'on de los cautivos que, si bien no pod'ian pedir socorro ni fugarse maniatados como estaban, ve'ian en cambio que sus opresores se rejuvenec'ian r'apidamente y acariciaban la esperanza de hallarse en breve libres de su yugo. Pero los caracteres meridionales son impetuosos y no tienen la paciencia por virtud. Agotada la de los hijos del desierto al sospechar que estaban siendo los prisioneros de sus rehenes, se conformaron con salir por donde entraran; mas, convencidos de la imposibilidad de hacerlo con su presa, adoptaron la extrema resoluci'on de exterminar a los viajeros. Encontr'abanse a la saz'on en la cala y las mujeres se desesperaban al pensar que cuando una sola voz les bastar'ia para llamar en su auxilio a sus salvadores, ten'ian que sucumbir al mutismo. Colocados los reos en un 'angulo de la bodega, los moros ocuparon el centro y apercibieron sus espingardas. Ya no les quedaba duda a aquellos infelices acerca de la triste suerte que les deparaba el destino. Api~nados y confundidos revolv'ianse los desgraciados en la desesperaci'on de la impotencia y ya los ca~nones estaban apuntados hacia su pecho, cuando el tiempo, ejerciendo su poderoso influjo, convirti'o de repente la cuerda que sujetaba al tutor en fin'isimos filamentos de c'a~namo que le dejaron libre el ejercicio de sus m'usculos. Apercibirse de tan providencial beneficio y emplearlo en poner en contacto los conductores que junto a 'el descend'ian por las paredes de la cala, fue operaci'on tan r'apida como el pensamiento. Acto continuo las compuertas se abrieron y los hijos de Agar desaparecieron para siempre en el espacio insondable. La alegr'ia que sucedi'o a aquellos minutos de angustia no hay quien la describa. Restituidos a la libertad abraz'abanse todos sin distinci'on de sexos ni condiciones; y hasta la misma Juanita no pudo prescindir de decir a su amo, en un arranque de gratitud: -Si no fuera usted tan feo, me casaba con usted. Saboreando estaba el sabio su triunfo muy convencido de haber conquistado con 'el un lugar preferente en el coraz'on de su pupila, cuando esta temiendo ver surgir nuevos contratiempos, -Ya es ocasi'on de revel'arselo todo -exclam'o, pidiendo consejo a Juanita. -?Qu'e duda cabe? -respondi'o la resuelta asesora. Y a~nadiendo: -!A m'i, valientes! -incit'o a salir de su guarida a los soldados espa~noles, ri'endose con descaro del asombro del buen t'io que intuitivamente comprendi'o la asechanza de que le hab'ian hecho objeto. -!C'omo! ?Est'an aqu'i? -prorrumpi'o l'ivido de coraje. -!Perd'on! -repet'ia Clara. -Ni para ti ni para ellos -prosegu'ia el celoso tutor dando golpes en cuantos objetos ten'ia a tiro. -Pues, ea -arguy'o Juanita-. Guerra a muerte; y el sabio que sea hombre, que salga. Don Luis, Pendencia, melitares: !Mueran las matem'aticas! Un ay de espanto reemplaz'o a tan en'ergico ap'ostrofe. Los diecisiete hijos de Marte aparecieron en la cala trepando por los sacos de harina y los barriles de provisiones; pero, como no hab'ian sido sometidos a la inalterabilidad y el mayor de ellos no contaba veinticinco primaveras, los cuatro lustros desandados en el tiempo desde la salida de Par'is los hab'ian reducido a la condici'on de tiernos parvulillos. -!Esto es espantoso! -murmuraban las francesas que se las hab'ian prometido muy felices de la galanter'ia espa~nola. -!Yo desfallezco! -articulaba la pupila no dando cr'edito a la realidad, mientras Juanita hecha un basilisco exclamaba ense~n'andole los pu~nos a su amo: -Si es ust'e el sabio m'as animal que conozco. El tutor se ba~naba en agua de rosas al contemplar la venganza que le serv'ia el azar. Entre tanto el veh'iculo caminaba y los infantes se achicaban hasta el extremo de no poderse tener ya en pie. -Pero, hombre de Dios, ?no ve usted que se nos deshacen como la sal en el agua? -arg"u'ia la maritornes echando espuma por la boca. -Mejor -contestaba aquel segundo Otelo-. As'i acabaremos de una vez. Y los angelitos yac'ian tendidos en el suelo agitando brazos y piernas en la inacci'on de los primeros meses y llorando a pulm'on lleno. Compadecidas de su situaci'on, cada hija de Eva tom'o en brazos al suyo y se puso a pasearlo por la cala vi'endolos mermarse progresivamente, en tanto que el implacable t'io se frotaba las manos con satisfacci'on y sonre'ia con sat'anico gesto. -!Luis m'io! -repet'ia Clara anegada en llanto y tributando sus caricias a aquel residuo de su capit'an de h'usares. -?Ya no tienes una gracia para tu Juanita? -preguntaba a su microsc'opico Pendencia la de Pinto. Y el brib'on del asistente, como si a'un quisiera darle una prueba de su travesura, le mordi'o el vestido por la parte en que a los ni~nos de su edad se les sirven los alimentos. De pronto aquellas mujeres se quedaron p'alidas con los brazos cruzados sobre el pecho; ya no abarcaban objeto alguno: el ej'ercito se les hab'ia disuelto entre las manos. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO X En que tiene lugar un incidente que parece insignificante y es, sin embargo, de mucha importancia L La p'erdida de un ser querido es una de las m'as terribles pruebas a que puede exponerse la sensibilidad humana: y aun as'i la aflicci'on pasa por distintas gradaciones seg'un las circunstancias que han acompa~nado al hecho. -Al menos ha muerto en su cama y rodeado de los suyos -le dicen al atribulado pariente los encargados de consolarle. -Y ha tenido usted la satisfacci'on de que Dios se lo conserve hasta una edad avanzada -a~naden otros. Y efectivamente, todas estas reflexiones son un lenitivo al dolor que, resultado de una m'aquina pensante y contante, paga la situaci'on en su justo precio reserv'andose para las grandes cat'astrofes el m'aximum de intensidad. Ahora bien: imag'inense los lectores cu'al ser'ia la disposici'on de 'animo de los viajeros ante aquel quinto acto de una tragedia para cuyo desenlace no hab'ia Deus ex machina posible. Porque un novio es algo m'as que un pariente a los ojos del objeto de su cari~no; y adem'as de la amargura de separarse para siempre del suyo, las enamoradas doncellas sufr'ian el vejamen de ver que, siendo el amor un numen que engrandece cuanto toca, a ellas al rev'es, se les achicaba todo entre las manos. Clara perdi'o el sentido ante la inmensidad de su infortunio y tuvo que ser conducida al gabinete en brazos de las expedicionarias. Juana, m'as entera aunque no menos herida, se desahogaba dando gritos contra el opresor y llamando a la guardia en su socorro. Pero la situaci'on m'as grave era sin duda la de don Sindulfo. Por malo que tuviese el genio, por mezquina que fuera su condici'on, por miras estrechas que lo alentasen, distaba mucho de ser un malvado: y la muerte de los veinticuatro moros, aunque llevada a cabo en leg'itima defensa propia, eran dos docenas de pu~nales que ten'ia hundidos en el coraz'on. Agr'eguese a esto la aparici'on de los hijos de Marte, en la que ve'ia no solo una desobediencia a sus mandatos sino la inutilidad de haber agotado su ciencia y sus recursos para desembarazarse de un rival, y se comprender'a f'acilmente que su raz'on trastornada le indujese a permitir que el tiempo devorase a aquellos infelices, sin prestarles el menor auxilio. Primer paso suyo en la senda del crimen por la que hemos de verle avanzar presa de los celos, la desesperaci'on y la locura. No adelantemos empero el discurso. Los mahometanos, aunque hombres, eran enemigos de Dios y hab'ian atentado contra su vida; por consiguiente, bien muertos estaban. ?Pero aquellos diecisiete infantes, a quienes hab'ia servido de implacable Herodes, qu'e da~no le hab'ian hecho? ?Merec'ia tan horroroso castigo una travesura de la juventud? ?No era su sobrino una de las v'ictimas? ?No hubiera sido m'as humano, pues no estaban sometidos a la acci'on del fluido, hacer rumbo hacia el presente y, una vez reconquistadas sus naturales proporciones, desembarcarlos en los alrededores de su edad? Todas estas y otras muchas observaciones se hac'ia don Sindulfo, pero la imagen de su pasi'on desatendida, y su amor propio sublevado conclu'ian por vencer, y resultado de tan acerba lucha fue que delirante cayese en los brazos de su amigo bajo los efectos de una continua convulsi'on. ?Pues no estaba garantizado por la inalterabilidad? me objetar'a alguien. Ciertamente, pero la acci'on del fluido, penetrando por la membrana epid'ermica, atravesando el dermis e infiltr'andose por los tejidos musculares, solo alcanza a la superficie de los huesos, que petrifica como las dem'as v'ias por donde circula. As'i pues el ejemplar influido por sus corrientes, ni pierde la tersura del cutis, o sea la juventud, ni sufre de erupciones cut'aneas, ni est'a expuesto a las inflamaciones producidas por la acci'on atmosf'erica: pero experimenta hambre, sed y sue~no y no se exime de padecimientos viscerales, productos las m'as veces del sistema moral al que la ciencia no ha llegado a dar todav'ia la osificaci'on que a un tegumento. Carg'o pues Benjam'in con aquel cuerpo inanimado y lo condujo a su dormitorio para ver de provocar la reacci'on meti'endolo en la cama; pero, al pasar por el laboratorio, record'o la velocidad vertiginosa que hab'ian impreso al aparato en el momento de la invasi'on marroqu'i, y temeroso de alguna cat'astrofe por imprudencia, dio un golpe a la aguja del graduador, reduciendo el Anacron'opete, a su entender, a la locomoci'on media. !Qu'e peque~nos incidentes son origen de los m'as grandes acontecimientos! Don Sindulfo, acurrucado en el lecho, daba diente con diente de continuo y alguna que otra sacudida por intervalos a Benjam'in. -Juanita -dijo este saliendo al encuentro de la de aparejo redondo-. Calienta un poco de agua para hacer una infusi'on a tu amo que se siente mal. -?Qui'en? ?Yo? Pues como no sea para escaldarle vivo, que se aguarde a que encienda fuego. -!Vamos! Deja a un lado el enojo y recapacita que si 'el se muere nadie podr'a llevarnos a puerto de salvaci'on. -?Pues usted no entiende la maquinaria? -Muy poco. Adem'as, la caridad te aconseja ser compasiva. Prepara la lumbre mientras yo saco el t'e y el az'ucar de la despensa. Sea el miedo a permanecer indefinidamente en el espacio o la compasi'on inherente a su sexo, Juanita no replic'o e hizo rumbo a la cocina. -Ya sabes. Con un par de chispazos el'ectricos alumbras una hoguera en un decir Jes'us. -A m'i d'ejeme usted de tel'egrafos, que yo me las compondr'e a la moda antigua. Y, as'i diciendo, lleg'o al hornillo, coloc'o en 'el unos carbones y tomando unos f'osforos frot'o uno tras otro sobre la lija, sin conseguir encender ninguno; pero lo m'as notable del caso era que ni dejaba huella la cerilla en el raspador ni la cabeza del de Cascante se gastaba. -Es claro. Las babas de don Sindulfo que lo reblandecen todo -murmur'o, y ech'ose en busca de otra caja y de algunas virutas y trapos con qu'e facilitar la combusti'on. No encontrando nada a prop'osito, dio al pasar por el cuarto de las agregadas con unos fragmentos de telas y pieles que, aunque acusaban una rica procedencia, eran retales al fin y muy del caso en circunstancias tan apremiantes. Dispuso los residuos en el fog'on y, haciendo una nueva e in'util tentativa con los f'osforos: -A ver si usted tiene m'as gracia -dijo a Benjam'in que acud'ia cargado con un pil'on de az'ucar y un bote de t'e Hul'on. -Esto es m'as breve -arguy'o el pol'iglota comunicando la chispa el'ectrica al hornillo a merced de la cual los trapos se encendieron pero no los carbones; siendo de notar, por m'as que ninguno de ambos observase el fen'omeno, que las suplentes virutas iban tomando extra~nas formas parecidas a lazos, mangas de vestido, tacones de bota y objetos de mercer'ia. -Parte un poco de az'ucar -orden'o Benjam'in a Juanita en tanto que 'el, puestas las hojas en la tetera, derramaba encima el agua hirviendo. -!El demonio que pueda con esta pir'amide de Egipto! Si es m'as dura que la cabeza de un sabio -repet'ia Juanita dando golpes en el pil'on con un martillo sin conseguir levantar una arista. -D'ejate; aqu'i hay az'ucar molido -exclam'o el interpelado poniendo una cucharada en la taza de otro paquete que para el uso ordinario hab'ia en el vasar y sirviendo en ella el licor ben'efico. -Pero aguarde usted... !si eso no est'a a'un! Todav'ia no ha tomado color. Un sudor fr'io circul'o por la frente de Benjam'in, en quien la resistencia del pil'on, la incombustibilidad de los carbones y la inalterabilidad del agua vinieron a darle la llave del enigma. Presa de una agitaci'on nerviosa se puso a disolver el az'ucar en la infusi'on; y al llevarse una cucharada a los labios: -!Horror! -dijo palideciendo. -?Qu'e ocurre? -pregunt'o la doncella mir'andole de hito en hito temerosa de que tambi'en empezara 'el a reducirse como los otros. -?Qu'e ha de ser? Que hemos vuelto inalterables para su conservaci'on los art'iculos de consumo, y ahora nos encontramos con que son resistentes a toda influencia f'isica. -?Es decir?... -Que ni el az'ucar endulza, ni el carb'on se enciende, ni el pil'on se parte, ni habr'a qui'en le pueda hincar el diente a una patata. -?De modo que nos vamos a morir de hambre? -balbuce'o Juanita con los ojos desencajados. -No; pero tendremos que apearnos a cada comida y tomar los alimentos propios de la 'epoca y de la localidad; pues de fijarlos ya ves lo que sucede; y de abandonarlos a la acci'on retr'ograda del tiempo, en tres minutos el pan se nos convertir'ia en espigas y el vino en cepas. -?Y d'onde tomaremos hoy la pitanza? -repuso la lugare~na a quien la idea de un alto sonre'ia por lo que encerraba de salvador para las reclusas. -En los infiernos -sali'o murmurando Benjam'in con la taza del agua caliente en la mano; la que propinada a su amigo le produjo las consecuencias de un em'etico sumi'endole despu'es en una dulce y agradable somnolencia. Entretanto Juanita volaba a dar parte de lo ocurrido a sus compa~neras de infortunio, quienes rodeando el lecho de la pupila, presenciaban una escena no menos digna de admiraci'on que la precedente. Es pues el caso que mientras prodigaban sus consuelos a la pobre hu'erfana, Nin'i, que no sin profunda aflicci'on hab'ia visto desaparecer de sus l'obulos, antes de ser fijada, las dos hermosas perlas que llevaba por pendientes, dio un grito de alegr'ia al llevarse las manos hacia los desheredados cart'ilagos y encontrarse con la restituci'on de sus preciadas joyas. -Mirad, esto es milagroso... -En efecto -exclamaron todas. Y al tender en torno suyo una mirada de asombro, este creci'o de punto al observar que todos los objetos arrebatados por la acci'on retr'ograda del tiempo les eran devueltos sin saber c'omo. Ya un gir'on del vestido de Nan'a, cubri'endose de larvas, tomaba la forma de capullos para metamorfosearse en tupido raso de Lyon; ya una tira de becerro, curti'endose repentinamente y model'andose al pie de Sabina se llenaba de pespuntes y lazos hasta elevarse a la categor'ia de un borcegu'i Carlos IX. -!Mi chal! -gritaba una... -!Mis encajes! -dec'ian otras. Y todas se libraban al m'as expansivo arranque de entusiasmo, cuando la m'as razonadora de ellas: -Poco a poco -les arguy'o-. Moderad vuestro j'ubilo. Cierto es que reconquistamos nuestro ajuar; pero ?qui'en os asegura que la devoluci'on no ser'a completa? -!C'omo! -?No tem'eis que por este fen'omeno, cuya explicaci'on ignoramos, cada perla que creemos ganada nos devuelva la arruga que juzgamos perdida? La observaci'on era tan atinada y el temor de perder los encantos tan profundo, que un grito un'anime sali'o de todos los labios en demanda de socorro; y las viajeras, dejando a Clara en el gabinete al cuidado de Juanita, ech'aronse en busca de los sabios encontrando felizmente en el laboratorio a Benjam'in que consigui'o a duras penas imponer silencio a aquella rebelde turba. -?Qu'e significa esto? -pregunt'o la m'as osada-. ?Trat'ais de volvernos a envejecer? -Que se nos admita a libre pl'atica -argumentaba otra-. Ya hemos pasado la cuarentena. -!No m'as lazareto! -vociferaban a coro. Benjam'in, que no acertaba a darse raz'on de lo que ve'ia, estudiaba el caso con los ojos fijos en el suelo; y maquinalmente al notar un objeto que reluc'ia, lo recogi'o y dio con un ochavo moruno. -Alguna moneda que se le ha ca'ido a un kabila -dijo Nin'i llam'andole la atenci'on hacia lo m'as urgente-, no haga usted caso de eso. -Pero si esta moneda -repuso el pol'iglota- procede de un marroqu'i, ?c'omo, no estando sometida a la inalterabilidad, subsiste todav'ia? Deber'ia haberse descompuesto toda vez que viajamos hacia atr'as. -Acaso sea m'as antigua que el a~no en que nos hallamos. -No. Su fecha es del 1237; y como el c'omputo 'arabe principia en 622, 'epoca de la H'egira, este ochavo corresponde al 1859 de nuestra era o sea al a~no anterior en que fu'imos atacados por los riffe~nos y que debimos trasponer tres minutos despu'es de la invasi'on. -?Entonces?... -interrogaron las at'onitas viajeras con la mirada. Y como Benjam'in dirigiese la suya hacia el cuarto de los relojes: -!Maldici'on! -dijo al consultar el cron'ometro del tiempo relativo. E inmediatamente hizo parar en seco el Anacron'opete. -?Qu'e es ello? -Que al querer moderar hace poco la locomoci'on, he rebasado sin duda la l'inea de la aguja y camin'abamos hacia adelante. Hemos deshecho lo andado. Estamos sobre Versalles a 9 de julio o sea en la v'ispera del d'ia que salimos de Par'is. La alegr'ia que se pint'o en el rostro de las viajeras al convencerse de que, sin detrimento de su juventud, eran restituidas al teatro de sus operaciones, no hay quien la describa. Todas suplicaron a Benjam'in que las desembarcase; y aunque este tem'ia las iras de don Sindulfo, pudo m'as en 'el la idea del rid'iculo de que iba a cubrirse cuando su colega advirtiese su ineptitud. As'i es que confiado en el seguro del secreto, toda vez que ni Clara ni Juanita eran testigos de su derrota; y en la persuasi'on de cohonestar con una medida de buen gobierno el abandono de las agregadas, determin'ose a darles gusto, lo que le vali'o una abundante y envidiable cosecha de abrazos y besos. El veh'iculo descendi'o majestuoso en el parque contiguo al Trianon; las viajeras lo abandonaron sigilosamente, y Benjam'in, dando la velocidad m'axima se ech'o por el espacio a desquitarse de lo perdido diciendo: -Ahora a China en busca del secreto de la inmortalidad. Al d'ia siguiente los peri'odicos de Par'is tra'ian dos noticias: una que fue comentada por todos los desocupados de los bulevares; otra que solo conmovi'o al mundo sabio. Dec'ia la primera, que hab'ian sido reducidas a prisi'on doce j'ovenes que, vali'endose de las circunstancias, quer'ian explotar la credulidad p'ublica haci'endose pasar por las expedicionarias del Anacron'opete; siendo as'i que en ninguna de ellas se encontraban trazos que acusasen ser las agraciadas por la Prefectura, donde constaba su filiaci'on y se les hab'ia entregado pasaportes de que las impostoras no ven'ian provistas a su regreso. La segunda era m'as lac'onica aunque m'as trascendental para la ciencia, en cuyos anales sigue constando como art'iculo de fe: se reduc'ia a dar cuenta de que a las nueve y cuarenta y cinco minutos de la ma~nana el observatorio astron'omico hab'ia presenciado la ca'ida de un enorme aereolito en las inmediaciones de Versalles. !As'i se escribe la historia! Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ E CAP'ITULO XI Un poco de erudici'on fastidiosa aunque necesaria El d'ia 14 del noveno mes del a~no 604 (antes de J. C.) en la aldea de Li, estado feudal de Tsou, hoy provincia de Hou-nan, nac'ia con los cabellos blancos despu'es de ochenta y un a~nos de gestaci'on (al decir de sus sectarios) el gran metaf'isico de la China, apellidado por esta circunstancia Lao-tseu o sea el viejo ni~no. Hasta su aparici'on, la filosof'ia m'as remota del Celeste Imperio estaba reducida al Y-King, enciclopedia puesta en orden por Fo-hi, en quien los historiadores creen reconocer a No'e despu'es que sali'o del Arca e hizo su viaje a la provincia de Xen-si cerca del monte Ararat en la parte opuesta de la Bactriana. Su fundamento es ense~nar el origen de las cosas y las transformaciones sufridas en el curso de las edades. Dios es considerado en ella como la piedra angular sobre que todo descansa. Es a un tiempo mismo Ly y Tao (raz'on y ley) y como tal se revela a la inteligencia humana. Lao-tseu, guiado por una sabidur'ia apacible, ense~n'o a despreciar las pasiones, a elevarse sobre todos los intereses, grandezas y glorias terrenales, recomendando hacer abnegaci'on de s'i propio en beneficio de los dem'as y humillarse para ser enaltecido: lenguaje que recuerda la humildad y la caridad de la doctrina del Salvador. Todo el tesoro de su inteligencia lo encerr'o en su obra titulada Tao-te-King. King significa que el libro es cl'asico: Tao y Te son las palabras porque empiezan las dos partes de que consta su tratado y que, como sucede con el Pentat'euco, le han servido para darle el nombre. Ambos t'itulos reunidos quieren decir Libro de la raz'on suprema y de la virtud. He aqu'i un fragmento que confirma que, ante el espect'aculo de las desgracias de su patria, en vez de aspirar a una reforma, como Confucio lo hizo m'as tarde, Lao-tseu se aisl'o, exhortando al hombre a buscar el bien supremo en la soledad asc'etica y haci'endolo consistir en la calma absoluta: <> Esta moral, que podemos llamar pasiva, fue exagerada por sus pros'elitos que se apellidaron Tao-sse o sean doctores celestes. Y en efecto, mientras Lao-tseu no asentaba el bien p'ublico y el privado sino en el ejercicio de la virtud y en la identificaci'on con la raz'on suprema para dominar los sentidos y alcanzar la impasibilidad, sus sectarios abusaron de esta inacci'on para abandonarse a un r'igido ascetismo; y, proclamando que la sabidur'ia engendra los des'ordenes, recomendaron al pueblo la ignorancia m'as absoluta, reserv'andose no obstante las artes cabal'isticas y adivinatorias a fin de embaucar con ellas a las masas cuando, a la aparici'on del budismo en China, los Tao-sse se confundieron con los bonzos. Las dos sectas de los Yang y los Me no son sino ramas del mismo tronco: sus diferencias son tan insignificantes que no merecen ser rese~nadas sino comprendidas en el principio fundamental de la religi'on de los Tao-sse, cuya consecuencia fue elevar a dogma la ociosidad entre las clases ignorantes. El a~no 551 antes de la era vulgar, hacia el solsticio de invierno del a~no vig'esimo segundo del reinado de Ling-uan, naci'o en la aldea de Tseu, reino feudal de Lu (hoy provincia de Chan-tung), el gran Kun-fu-tseu o Confucio como le llamamos en Europa. Tan distante este fil'osofo de la ciega credulidad como de las m'agicas ficciones de los Tao-sse, jam'as se ocup'o ni de la naturaleza humana, ni del principio divino, ni de la metaf'isica en fin. Su car'acter no es el de un innovador; lim'itase tan solo a restablecer las bases de la moral pr'actica de las sociedades primitivas. <> Tal es en resumen la moral de Confucio, cuyo car'acter distintivo es hacer derivar todos los deberes de los de la familia, y reducir las virtudes a una sola: la piedad filial. Su dogma es la obediencia del inferior al superior. En cuanto a metaf'isica, he aqu'i lo que al padre Pedranzini dec'ia un mandar'in sectario de Confucio: <> Esta moral fue la que domin'o en las clases ilustradas cuyos sectarios, hostiles a los preceptos oscurantistas de los Tao-sse, tomaron el nombre de letrados y su comuni'on el de academia. Entre los disc'ipulos de Confucio el m'as notable es Meng-tseu o Mencio, muerto en 314 (a. de J. C.). Afligido de ver triunfantes las dos sectas de Tao-sse, o sean la de Yang que predicaba el ego'ismo como el principal regulador de las acciones humanas, y la de Me que sosten'ia que el afecto deb'ia extenderse a todos por igual sin distinci'on de parentesco, propag'o una filantrop'ia generosa basada en la moral de Confucio cuyo resumen es este: <> Su libro reunido a los tres de apotegmas de Confucio, es a'un hoy de texto entre los que aspiran a los cargos p'ublicos. Vemos, pues, dos grandes grupos disput'andose el dominio de las conciencias: la metaf'isica de Lao-tse, relajada por los m'agicos procedimientos de los Tao-sse, sus sectarios, due~na de las masas ignorantes y perezosas: la moral de Confucio, observada por los letrados, alumbrando las inteligencias privilegiadas y siendo, por decirlo as'i, la religi'on del estado, patrocinada y seguida por los emperadores, indiferentes m'as que tolerantes de todas las dem'as pr'acticas y creencias. Hubo sin embargo una 'epoca en que los cabal'isticos amenazaron invadirlo todo. Fue en el siglo II (antes de J. C.) cuando los Tao-sse, separ'andose de la pura doctrina de Lao-tse, empezaron a librarse a extra~nas especulaciones y pretendieron haber descubierto el secreto de la inmortalidad contenido en un misterioso brebaje. En vano fue que los sectarios de Confucio quisieran desenmascararlos; protegidos por el emperador Wu-ti hubieran sin duda alguna triunfado de los letrados, si uno de estos, tomando la copa que sus rivales destinaban al monarca, no la hubiese apurado de un sorbo desafiando el enojo del augusto personaje que, en su ceguedad, le conden'o a morir en su presencia. -Si la eficacia de este licor es verdadera -le dijo el confucista- la orden que acab'ais de dar es in'util: si por el contrario es falsa, con mi muerte destruir'eis vuestro error. El enga~no descubierto, Wu-ti volvi'o su cr'edito a los letrados, y los Tao-sse continuaron ejerciendo su influencia tan solo entre los ignorantes y amigos de la ociosidad. Estos siguiendo la religi'on de los esp'iritus, como ya se ha visto; aquellos predicando el escepticismo y la indiferencia y consignando que la muerte no tiene m'as objeto que hacer pasar el alma a otro cuerpo o descomponerla en aire, sin que quede nada del hombre a no ser la sangre en sus hijos y el nombre en su patria. Ello no obstante, como en sus libros consignase Confucio que 'el no trataba sino de restablecer la doctrina primitiva y que no era m'as que el precursor de un ilustre personaje que vendr'ia de Occidente, el rey Ming-ti envi'o en el siglo primero de nuestra era una flota hacia aquella parte, en busca del gran reformador. Las naves fueron bastante lejos; pero no atrevi'endose a ir m'as all'a, abordaron una isla en que encontraron una estatua de Buda que, trasladada a China en el a~no 65 de Jesucristo, fue desde entonces adorada bajo el nombre de Fo y sigue compartiendo el culto con los pros'elitos de Lao-tse y los letrados. Algunos cristianos, huyendo por esta 'epoca de las persecuciones de Ner'on, llegaron hasta el Celeste Imperio; pero cohibidos por la escasez del n'umero y por las condiciones del pa'is, quedaron oscurecidos hasta que en 635 de nuestra era, bajo el reinado de Tai-tsung, fue recibido en Chang-ngan el sacerdote nestoriano O-lo-pen del Ta-tsin, es decir del imperio romano. El emperador envi'o a su encuentro los principales dignatarios que le condujeron al palacio; hizo traducir sus santos libros y, persuadido de que encerraban una doctrina verdadera y saludable, decret'o que fuese erigido un templo a la nueva religi'on y que veinti'un sacerdotes se consagrasen a su servicio. El hecho est'a consignado en un monumento levantado en Si ngan fu, en el cual la doctrina cristiana se encuentra expuesta sucintamente, y se dice que los misioneros llamados por O-lo-pen llegaron en 636 a la corte de Tai-tsung; que este public'o un edicto en favor del cristianismo; que Kao-tsung hizo construir iglesias en todas las ciudades; que Vu-heu persigui'o a sus sectarios y que Kuo-ts'e iba siempre seguido de un sacerdote cristiano en las batallas. Las revueltas pol'iticas, que a principios del siglo tercero de nuestra era (en que va a tener lugar este relato) agitaban la China, no pod'ian por menos de transmitir su influencia a los antagonismos religiosos que entre s'i despertaban los tres principios de Lao-tse, Confucio y Fo o Buda. El emperador Ho-ti fue el primero que en el a~no 120, era cristiana como todo lo que a seguir va, concedi'o honores y dignidades a los eunucos de palacio, en detrimento del ascendiente que los letrados hab'ian tenido hasta entonces en la corte. Unos y otros continuaron disput'andose el poder hasta el a~no 187 en que los eunucos hicieron sospechosa a los ojos del monarca la academia, present'andole la uni'on de los hombres instruidos como un peligro contra su tiran'ia. El emperador Chung-ti desterr'o a los doctores y libr'o a los tribunales a los m'as ilustres proclam'andose 'el a su vez amigo de la ciencia por haber hecho grabar sobre cuarenta y seis l'apidas de m'armol y en tres clases de caracteres los cinco libros cl'asicos del I-King. Aunque los Tao-sse hac'ian aparentemente causa com'un con los eunucos, no tardaron, aprovechando las circunstancias, en utilizarlas en su provecho. La peste, habiendo desolado el imperio durante once a~nos, un Tao-sse llamado Chang-kio hall'o contra ella un remedio seguro en cierta agua preparada con unas palabras misteriosas. Este charlat'an obtuvo f'acilmente cr'edito entre las masas. Seguido por una turba de emp'iricos, los disciplin'o, y en breve encontr'ose a la cabeza de un partido numeroso. Su doctrina era que el cielo azul, o sea la dinast'ia de los Han dominante a la saz'on en la persona del emperador Hien-ti, tocaba a su t'ermino para dejar paso al cielo amarillo. Descubiertos sus prop'ositos y viendo su p'erdida segura, se ech'o al campo en abierta rebeli'on. Cincuenta mil hombres secundaron su grito, y tomando un gorro amarillo por insignia, se aprestaron a devastar el pa'is. Sus expediciones fueron favorecidas por el levantamiento de muchos ambiciosos que aspiraban a repartirse la China en diversos estados; pero la prudencia y el valor del general Tsao-tsao, jefe del partido de los letrados a quienes el monarca llam'o en su auxilio, sofocaron la insurrecci'on y los vencidos se acogieron a su bandera. Hien-ti le nombr'o su primer ministro; pero enorgullecido por su triunfo, pronto se vio a Tsao-tsao ce~nirse el sombrerete de doce colgantes, adornado con cincuenta y tres piedras preciosas -atributo distintivo de la majestad- y hacerse llevar en el coche de eje de oro con tiro de seis caballos. No hubiera tardado mucho en apoderarse del sello imperial si la muerte no le hubiera atajado el camino. Su obra no obstante fue consumada por su hijo Tsao-pi, primer calado o ministro de Hien-ti a quien arrebat'o la corona en el a~no 220 dando fin a la dinast'ia de los Han para dar comienzo a la de los Ouei. Pero, no adelantemos los sucesos toda vez que vamos a hacer asistir a los lectores a este acontecimiento memorable; y dejemos consignado para su mayor inteligencia que el Anacron'opete lleg'o a Ho-nan, corte entonces del imperio chino, en el a~no 220, bajo el reinado de Huen-ti y en saz'on en que la revuelta dominada, muerto Tsao-tsao y elevado a la dignidad de Calado su hijo Tsao-pi, el poder hab'ia sido reconquistado por los letrados, quienes persegu'ian sin piedad as'i a los sectarios de Fo, por lo que ten'ia de nuevo la religi'on b'udica importada del Indost'an, como a los Tao-sse por la groser'ia de sus emp'iricos recursos. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XII Cuarenta y ocho horas en el Celeste Imperio M Miente como un bellaco el refr'an, cuando asegura que no hay mal que dure cien a~nos; pues sus diecis'eis centurias bien contadas se pas'o don Sindulfo en el lecho del dolor, desde que arroj'o a los hijos de Mahoma en el espacio y a los de Marte en la nada, hasta que el Anacron'opete se pos'o en los alrededores de Ho-nan, capital a la saz'on del imperio chino. En los tres d'ias y medio que dur'o el viaje, Benjam'in, aprovech'andose del sopor del sabio y del sue~no de las muchachas, hizo sus correspondientes altos y sali'o sigilosamente del veh'iculo para proveerse de las indispensables municiones de boca; pues ya hemos visto que las que a bordo llevaban eran in'utiles. El primer fest'in se lo debi'o a la piadosa munificencia de la reina Isabel la Cat'olica; y por cierto que estuvo a punto de costarle la vida porque llegado al campamento de Santa-Fe, donde el ej'ercito castellano se desesperaba ante la tenaz resistencia de los moros de Granada, fue tomado por esp'ia de Boabdil, a lo que contribu'ia no poco el extra~no disfraz que para aquella 'epoca constitu'ian su americana y sus pantalones con boca de trabuco. Afortunadamente el pol'iglota no perdi'o la serenidad; y acord'andose de lo beneficiosos que pod'ian serle los conocimientos adquiridos en la c'atedra de historia, pidi'o ser conducido a presencia de la reina a fin de hacerle revelaciones importantes. Acompa~nada estaba do~na Isabel de su esposo don Fernando, del cardenal Xim'enez y de sus primeros capitanes; y todos, menos la augusta se~nora, sosten'ian el parecer de levantar un sitio en que se enterraban la paciencia de los sitiadores y los fondos del erario, cuando Benjam'in haciendo irrupci'on en la tienda: -?Qu'e es levantar el sitio? -exclam'o con alientos de profeta. E inclin'andose al o'ido de la reina a~nadi'o en voz baja: -Hoy 2 de enero de 1492, d'ia de viernes, como aquel en que el Redentor de los hombres derram'o en el Calvario su preciosa sangre, y a las tres, hora precisa en que el Verbo encarnado exhal'o su postrer suspiro, el pend'on de Santiago y el estandarte real ondear'an en la torre de la Alhambra. Do~na Isabel palideci'o; los cortesanos que la rodeaban, recelando alg'un desafuero, echaron mano a sus espadas; y no lo hubiera pasado muy bien el maestro de lenguas si los a~nafiles moros mezcl'andose con la trompeter'ia cristiana no hubieran tra'ido con sus ecos una pausa salvadora. -?Qu'e ocurre? -pregunt'o el rey al ver aparecer en la tienda al conde de Cifuentes llevando en el semblante impresa la alegr'ia. -Ocurre, se~nor -dijo el noble caballero- que Boabdil acaba de rendirse; y que para que los vencedores puedan entrar en Granada con entera seguridad, el vencido env'ia en rehenes al campo de Castilla a sus hijos con seiscientos hombres de armas al mando de dos de sus m'as esclarecidos jefes. Un grito de asombro se escap'o de todos los pechos. -?Qui'en eres t'u? -pregunt'o la reina casi prostern'andose at'onita ante el que en su fe bendita tomaba por aparici'on celeste. -Un pobre mortal -respondi'o Benjam'in- que os pide por toda recompensa que le dej'eis seguir libremente su camino suministr'andole un bocado de pan con que aplacar su hambre. Tan limitada exigencia acab'o de ratificar el juicio que do~na Isabel formara del profeta; y sin atreverse a insistir en premiarle con d'adivas humanas, ella por sus propias manos le aderez'o unas alforjas henchidas de rico jam'on de las Alpujarras y rebosando de pan del mejor candeal de Castilla, am'en de una cantimplora de vino de Arag'on del que, para el servicio de la mesa de don Fernando, custodiaban en el repuesto los despenseros de campa~na. Ya se dispon'ia Benjam'in a abandonar la tienda, cuando la soberana llam'andole aparte y con las manos cruzadas en adem'an de s'uplica: -?Qu'e puedo hacer -le dijo- para felicidad de mis vasallos y esclarecimiento de mi trono? -Dad o'idos, se~nora -le contest'o el pol'iglota- a un genov'es que vendr'a a ofreceros un mundo. -?A Col'on? -pregunt'o la reina admirada-. Ya le he visto; !pero si aseguran que es un loco!... Adem'as, mi tesoro est'a exhausto. -Vended vuestras joyas si es preciso. 'El centuplicar'a su valor creando vicios para la humanidad. Y as'i diciendo entreg'o a la reina una breva de Caba~nas a la que la pobre se~nora daba vueltas entre sus dedos sin explicarse su virtud. -?Y qu'e es esto? -se resolvi'o a inquirir al cabo. -!Humo! -exclam'o Benjam'in, y desapareci'o. Y en efecto, dos a~nos despu'es, corriendo en busca de otro rumbo para las Indias orientales, volv'ia Col'on de Am'erica con un nuevo mundo para Espa~na y una infinidad de estancos para las viudas de militares pobres. Ilustraci'on -?A Col'on? -pregunt'o la reina admirada El segundo descenso que en busca de vitualla hizo Benjam'in a la tierra, veinte horas m'as tarde o sea en las postrimer'ias del siglo XI, no ofreci'o nada de notable. No as'i el que despu'es de un per'iodo equivalente verific'o en el a~no 696 a la ciudad de R'avena al declinar la tarde de un domingo. Esta villa, como saben todos, era a la saz'on la residencia de los exarcas que dirig'ian los destinos de la parte de Italia sometida al poder de Bizancio. Gobernada por las instituciones municipales del Bajo-Imperio, estaba distribuida en escuelas para las milicias urbanas; pero una b'arbara costumbre ten'ia all'i lugar. Los d'ias de fiesta, j'ovenes y viejos, ni~nos y mujeres, cualquiera que fuese su condici'on, sal'ian de la ciudad y, divididos en bandos, se libraban a unas pedreas de que resultaban siempre heridos y muertos. Gozoso volv'ia Benjam'in de un convento en que, gracias a los harapos de mendigo que se hab'ia colgado, recibiera abundantes provisiones; y dirigi'endose iba hacia su veh'iculo, cuando una desaforada griter'ia y una multitud de gente que avanzaba en precipitada fuga le dieron a comprender, compulsando fechas y seg'un lo que en Agnelli hab'ia le'ido, que atravesaba aquel hist'orico momento en que los de la puerta Tiguriana, vencedores de los de la poterna de Sommovico, los persiguieron hasta dar cuenta de la mitad del opuesto campo. -Esto no reza conmigo -dijo para su capote el viajero, y se ech'o a correr a campo traviesa; pero los guijarros llov'ian con tal profusi'on que a fin de acelerar su marcha no titube'o en apoderarse de un burro lombardo que pac'ia en una pradera y cuyos lomos oprimiendo sac'o al escape. Desgraciadamente una piedra salida de una honda tiguriana hiri'o con tan mala suerte a su cabalgadura que, d'andole de lleno en un corvej'on, le reban'o la pata por entero sin que al reponerse de la ca'ida pudiera el jinete dar con el miembro mutilado que deseaba conservar como recuerdo de aquel drama cuyo fin, seg'un diremos de paso, fue el siguiente: Vencidos los de la poterna simularon una reconciliaci'on; e invitando a un fest'in a los de la escuela Tiguriana, los degollaron a todos arrojando sus cad'averes en las cloacas. Los traidores fueron ahorcados, sus muebles consumidos por el fuego; y, allanadas sus viviendas, el 'area en que se alzaban fue conocida en adelante con el nombre del barrio de los asesinos. Restituido milagrosamente Benjam'in al Anacron'opete, comparti'o su pitanza con Clara y con Juanita que desde la desaparici'on del ej'ercito no sal'ian de su cuarto en el que la aflicci'on las ten'ia relegadas; propin'o algunas yerbas saludables que hab'ia cogido para don Sindulfo y emprendi'o su marcha hacia el celeste imperio. Pero al abrir su armario para hacer unas apuntaciones en el diario de bordo ?qu'e creer'an mis lectores que encontr'o dentro? Pues nada menos que la pata del burro hirsuta y sanguinolenta ocupando en el casilicio el lugar del famoso hueso que el desgraciado comprara en Madrid a peso de oro tom'andolo por una canilla de hombre f'osil descubierta en las inmediaciones de Chartres. Por fin son'o el a~no 220 en el cuadrante del tiempo relativo y, haciendo alto el coloso en los arrabales de Ho-nan, la esperanza de hacerse due~no del secreto de la inmortalidad borr'o el desenga~no antropol'ogico de que jam'as hizo menci'on Benjam'in a sus compa~neros de viaje. Repuesto ya don Sindulfo de su acceso, aunque con la raz'on no muy conforme, como se ver'a por el curso de los acontecimientos, y entregadas las muchachas a esa obediencia pasiva que es la indiferencia del dolor, dispusi'eronse todos a penetrar en la corte de Hien-ti, no sin que previamente cohonestara el pol'iglota la desaparici'on de las francesas con una insurrecci'on a bordo que le hab'ia puesto en el caso de desembarcarlas seg'un sus deseos. Nadie le hizo observaci'on alguna sobre el particular. Clara y Juanita sent'ian el coraz'on muy lacerado para ocuparse de otra cosa que de su desgracia, y el sabio por su parte, silencioso como un marmolillo, solo ten'ia puesta su imaginaci'on en su proyecto, que era desembarcar en una 'epoca de oscurantismo y de autocracia donde la arbitrariedad de las leyes le permitiera obligar a su pupila a llamarse su esposa. La ciudad estaba desierta. La primera emperatriz hab'ia fallecido la noche antes, y el luto nacional, seg'un el edicto del emperador, prohib'ia a todo hijo del celeste Imperio salir de sus viviendas ni abrir puertas ni ventanas en el transcurso de cuarenta y ocho horas. Llegados los viajeros a los muros de Ho-nan e interrogados por el jefe de la guardia acerca de sus designios, Benjam'in, que era el int'erprete de la expedici'on, le expuso sus deseos de ser recibidos en audiencia por el emperador Hien-ti. El traje de los excursionistas, los rasgos fison'omicos de la raza europea, la vigilancia que se le ten'ia prescrita y la sospecha de que los anacron'obatas pudieran ser sectarios de los Tao-sse, tan perseguidos a la saz'on por el partido de los letrados due~nos del poder, hicieron parar mientes al oficial, y creyendo servir con ello la causa de su monarca, dispuso que, escoltados por su gente y con los ojos vendados, fueran conducidos a la presencia del emperador. Obtenida la venia del monarca, los viajeros, no sin gran susto aunque tranquilizados por la erudici'on de Benjam'in que se esforzaba en persuadirles de que en la conducta del jefe de guardia no hab'ia malevolencia sino cumplimiento del ritual observado en la corte china, se encontraron delante de Hien-ti. Era este soberano un hombre corrompido, de condici'on viciosa, en quien la sed de placeres no bastaba a saciar el insultante lujo de que se rodeaba a costa de sus abyectos vasallos. El palacio o yamen que habitaba y del que tom'o copia el pr'incipe Tchao para construir el suyo en Y'e un siglo m'as tarde, era de una suntuosidad indescriptible. En sus muros no se ve'ia sino m'armol y en sus techos resbalaban los rayos del sol sobre la tersa superficie de los barnices y las lacas. Las campanillas que colgaban de los cornisamentos eran de oro; de plata las columnas que sosten'ian el entablamento, y toda suerte de piedras preciosas esmaltaban los cortinajes que cubr'ian las puertas. Las m'as hermosas mujeres, as'i de la clase mandarina como de la plebe, lo habitaban con m'as de diez mil personas que entre astr'ologos y artistas formaban el s'equito del emperador. Mil doncellas montadas en corceles ricamente enjaezados le serv'ian de guardia y le acompa~naban en sus excursiones, cuando no se hac'ia llevar en un ligero carruaje tirado por corderos adiestrados que se paraban all'i donde una de las cinco mil actrices destinadas a la voluptuosidad de Hien-ti, ofrec'ia a los rumiantes pastos frescos para detener su carrera y lograr la insigne honra de que el monarca se reposase en sus brazos. Apenas los viajeros se presentaron en la estancia en que los aguardaba Hien-ti, este no pudo reprimir un movimiento de sorpresa, arrancado por la hermosura de Clara. Domin'andose no obstante por el decoro que le impon'ia su condici'on de viudo, content'ose con cruzar una mirada de inteligencia con su primer ministro Tsao-pi; quien a su vez, y tal vez por adulaci'on hacia su amo, hizo un gesto significativo contemplando a Juanita como quien dice: <> Nos llevar'ia tan lejos la descripci'on del ceremonial empleado en la entrevista y el extra~no estilo usado por los interlocutores que, para dar una idea de ambos, haremos un resumen de lo que el historiador Cant'u y otros sin'ologos cuentan sobre el particular; advirtiendo de paso que estos usos siguen practic'andose hoy en China casi en absoluto, pues sabido es que el estacionamiento constituye la base de su car'acter. <> <> <>Si el visitado le recibe, la silla o litera entra a trav'es de los patios hasta la sala de recepci'on. Llegado a ella el ceremonial marca uno por uno los saludos que deben hacerse, las conversiones a derecha y a izquierda, las cabezadas, la s'uplica de pasar el primero y el no aceptarlo, la reverencia que el amo de la casa tributa al sitial destinado al hu'esped que este no ocupa sin que aquel le limpie antes el polvo con sus vestidos. Si'entanse por fin con la cabeza cubierta, pues lo contrario ser'ia irreverente, y empieza la conversaci'on cuidando mucho de llamarse viejos, refinamiento exquisito de amabilidad y buena educaci'on. En seguida se sirve el t'e para el cual hay tambi'en su manera de ofrecerlo, de aceptarlo, de llev'arselo a la boca y de devolv'erselo al criado. Al despedirse, media hora bien contada se pierde en palabrer'ia vana de la que tienen a provisi'on un buen repuesto. Si uno dice una galanter'ia, fei-sin responde el otro, es decir: Prodiga usted su coraz'on. El menor servicio le vale a uno un Sie-putsin. (Mi gratitud no puede tener fin.) Favor pedido va siempre acompa~nado del indispensable te-tsui (!Qu'e gran pecado tomarme tama~na libertad!) La alabanza no se recibe sin protestar Ki can. (?C'omo poder creerlo?) Y el postre de toda comida es esta frase del anfitri'on: Yeu-mau, tai-man. (Mal te hemos recibido, mal te hemos tratado.)>> <> Enterados de estas minuciosidades, demos cuenta en nuestro estilo usual de la interesante entrevista que los cuatro viajeros tuvieron con el emperador Hien-ti y con su primer calado, en el palacio de la corte de Ho-nan. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XIII La Europa del siglo XIX ante la China del siglo III E El espect'aculo de tantas maravillas acumuladas no pudo menos de sacar de su estupor a Clara y a Juanita; especialmente a la 'ultima que, si bien no logr'o reconquistar su buen humor, empez'o a hacer uso de la palabra. -Oiga usted -pregunt'o dirigi'endose a su amo-. ?Pues no dicen que los chinos llevan coleta? ?C'omo es que estos son rabones? -Porque los celestiales -le contest'o don Sindulfo- conservaron su integridad capilar hasta el siglo XVII en que, vencidos por los t'artaros manchures, estos les obligaron a dejarse crecer en la cabeza un como rabo de perro en se~nal de esclavitud. -Me lo estudiar'e -dijo gravemente la de Pinto, sent'andose a una indicaci'on del calado. Terminado el ritual de las salutaciones, el emperador interrog'o a los viajeros acerca de su origen y del objeto que los conduc'ia a su presencia; a lo que Benjam'in respondi'o que eran habitantes de la regi'on occidental; que viv'ian en una 'epoca mil seiscientos a~nos posterior a la suya, y que, poseedores del secreto de retrogradar en los siglos, acud'ian a Ho-nan para inquirir el principio de la inmortalidad predicado por los Tao-sse y poder, perfeccion'andolo, abrir al hombre las puertas del porvenir como ya le ten'ian abiertas las del pasado. Hien-ti cruz'o con su valido una mirada de inteligencia. Para ellos era indudable que los excursionistas pertenec'ian a la secta derrotada de los embaucadores que con tan inveros'imiles relatos trataban sin duda de alucinar a la corte y al pueblo, para renovar las luchas de los gorros amarillos. Su sentencia de muerte estaba t'acitamente dictada desde aquel instante, si bien el arrobamiento con que contemplaba las facciones de ambas doncellas parec'ia presagiar en su favor una conmutaci'on de la pena capital. -?Y qu'e pruebas pod'eis aducir que nos den testimonio de vuestra veracidad? -adujo el monarca a fin de conocer los subterfugios de que los impostores pensaban servirse para cohonestar sus afirmaciones. -Se~nor -repuso Benjam'in-. Tarea f'acil ha de sernos la de convencer a V. M. con solo presentarle alguna peque~na muestra de los progresos operados por la civilizaci'on en los diecis'eis siglos que nos separan, y de que tan buen uso puede hacer el imperio, ya apropi'andose los realizados en otras naciones, o ya anteponi'endose en su descubrimiento a los que, en centurias muy posteriores a la que atravesamos, llev'o a cabo la China. -En efecto -dijo Hien-ti con una sonrisa de incredulidad-. Si la cosa es como aseguras, bien merece tomarse en cuenta. Haznos admirar esas maravillas de la civilizaci'on. Benjam'in no se hizo repetir la orden; y, echando mano a un saquito de noche que a prevenci'on llevaba provisto de multitud de zarandajas, empez'o a vaciarlo con el orgullo de un hijo del siglo XIX que, engre'ido con las conquistas de su 'epoca, cree poder burlarse impunemente de sus antecesores, a quienes, despu'es de todo, debe la base de unos conocimientos que 'el no ha hecho las m'as veces sino perfeccionar. -Aqu'i ten'eis -dijo exhibi'endolo con paternal solicitud- un vaso de bronce, imitaci'on del 'anfora griega. Sustancia fusible desconocida en vuestro imperio, cuyas aplicaciones os ser'a grato saber. -Poco a poco -replic'o el emperador cort'andole el discurso y llevando a Benjam'in a una puerta, ante cuyas antas se ergu'ian dos colosales jarrones del mismo metal. -!C'omo! -pregunt'o el pol'iglota aturdido-. ?No solo ten'eis idea de la fusi'on sino que sab'eis aplicarla a trabajos art'isticos monumentales? Hien-ti no pudo reprimir una carcajada; y poniendo el dedo sobre unos caracteres chinos que por los adornos corr'ian: -Lee aqu'i -a~nadi'o. El atribulado viajero dio un paso atr'as, producido por el asombro, al ver sobre el cuello del vaso esta m'axima: A fin de mejorar tu condici'on purif'icate cada d'ia; lema perteneciente a todos los enseres del uso del emperador Chang fundador de la segunda dinast'ia, y de cuya autenticidad no dejaba duda el sello de su reinado que campeaba en el centro. -Se~nores -grit'o Benjam'in dirigi'endose a los suyos-. Estos jarrones han sido fundidos en el a~no 1766 antes de la era cristiana. -De modo -interpuso el tutor- que seg'un nuestra cuenta, tienen de existencia casi treinta y seis siglos y medio. Mordi'endose los labios por despecho arqueol'ogico estaba a'un Benjam'in, cuando descubriendo, a trav'es de la pedrer'ia que lo ocultaba, el fondo del cortinaje: -?Qu'e es esto? ?Tambi'en os es familiar el arte de tejer la seda? -Tu ignorancia me asusta -le contest'o el calado-. ?No sabes que ese descubrimiento tuvo lugar en el a~no sesenta y uno del reinado de Hoang-ti, 'epoca en que dan principio para los letrados los tiempos hist'oricos de la China y el ciclo de sesenta a~nos divididos estos en 365 d'ias y 6 horas, base de nuestro c'omputo? -Y apuesto -dijo Juanita al o'ir la traducci'on- que ese don Juan Tic era ya viejo en tiempo de Jesucristo. -Como que floreci'o 2698 a~nos antes -replic'o don Sindulfo. -Lo que yo dec'ia; contempor'aneo de usted. -Pase por el bronce y vaya en gracia la seda -insisti'o Benjam'in, que no se acomodaba a ser vencido en el certamen-. Pero a fe que esto no sabr'a V. M. para lo que sirve. Y desdoblando un papel present'o al emperador una br'ujula. Hien-ti se sonri'o con el ministro; y, conduciendo al pol'iglota a una ventana que sobre el r'io ca'ia, -?Ves esos barcos? -le pregunt'o. -!Con casco de hierro! -exclam'o el interpelado at'onito, pudiendo distinguir las planchas del forro a trav'es de la luz crepuscular. -S'i; hace ya seiscientos a~nos que no nos servimos de los buques de madera; y m'as de doce siglos que hacemos uso en ellos de ese aparato que t'u nos presentas como una maravilla y cuya invenci'on sabe el cielo a qui'en pertenece. Absortos estaban los dos sabios sin acertar a darse la explicaci'on de lo que ve'ian, cuando un confuso tropel de gente que, gritando para abrirse camino, preced'ia a unos carromatos de extra~na forma, les sac'o de su atolondramiento. -?Qu'e ocurre? -inquiri'o don Sindulfo. -Nada importante -repuso Tsao-pi-. Alg'un incendio. Eso son las bombas que van a sofocarlo. -!Las bombas! -prorrumpieron todos. -Que le echen a usted un roci'on -dijo la de Pinto a su amo- a ver si le calman a usted esos ardores de la juventud. -Pero esa invenci'on -a~nadi'o Benjam'in oponi'endose a'un a la evidencia- como la de los pozos artesianos, la porcelana, los puentes colgantes, los naipes y el papel moneda, no datan en China, seg'un nuestros histori'ografos, sino de los siglos octavo al trece, y estamos a principios del tercero. Pues si bien es cierto que el sabio sin'ologo Estanislao Julien comunic'o en 1847 a la academia de ciencias de Par'is la fecha de ciertos descubrimientos de los chinos, las 'epocas que cita parecen tan fabulosas que el orgullo europeo se resiste a aceptarlas. -?Y qu'e dice de nosotros ese buen se~nor? -Supone que en el siglo X de nuestra era ya pose'iais el grabado y la litograf'ia. El emperador por toda respuesta le ense~n'o su retrato y el de su difunta, que, hechos por ambos procedimientos, pend'ian de los muros con siete siglos de antelaci'on a la hip'otesis de Julien. -?Y qu'e m'as refiere? -a~nadi'o Hien-ti. El pol'iglota, bajando la voz, repuso: -Que en el siglo XI erais due~nos de la maravillosa invenci'on de Gutenberg. Y as'i diciendo le alarg'o un peri'odico al monarca, explic'andole al propio tiempo la misi'on que ven'ia a llenar la prensa peri'odica. -!Ah! S'i. Mi predecesor trat'o de permitir la publicaci'on de una gaceta con el fin de que todos sus vasallos pudieran convertirse en censores de los abusos del poder; pero en vez de utilizarla ellos como instrumento de censura, la convirtieron en palenque de diatribas e insultos, y fue preciso derogar la autorizaci'on y limitar el permiso de imprimir a la publicaci'on de nuestros libros sagrados. E hizo ver a los viajeros un ejemplar de los apotegmas de Confucio que, ricamente encuadernado, yac'ia sobre un velador. Los dos sabios se abalanzaron a 'el con hidrofobia bibli'omana; pero las sombras de la noche eran ya tan espesas que no lo hubieran podido examinar si Tsao-pi, dando la orden de encender las luces, no hubiera mandado entrar a unos esclavos que con unas esponjas, empapadas en cierta substancia inflamable, llenaron de claridad el recinto con solo aplicar la llama a unos mecheros salientes en el muro. -!Gas! -fue el grito un'anime. -S'i, gas -dijo tranquilamente el emperador. -?Pero de d'onde lo extraen? -Del seno de la tierra; de las materias fecales, cuyas emanaciones conducimos a donde queremos merced a unos tubos subterr'aneos. -Eso tambi'en lo dice Julien; pero se lo atribuye al siglo VIII. No os admire, se~nor, nuestra extra~neza; pues aunque ten'iamos vagos indicios de vuestros adelantos, son estos tales y tan en abierta contradicci'on con la decadencia y el atraso de la China del siglo XIX, que no nos atrev'iamos a dar cr'edito a la civilizaci'on del pasado por el estacionamiento y hasta retroceso del presente. -Todas las naciones que alcanzan un gran desenvolvimiento, suelen ver desaparecer su grandeza, que utilizan otros estados nacientes -arguy'o Hien-ti, no creyendo prudente, en raz'on de los planes que abrigaba, decir a los viajeros que eran unos impostores vulgares que quer'ian hacer pasar por prodigios de supuestas edades futuras las nociones m'as rudimentarias de la ciencia practicada a la saz'on. Ilustraci'on -?De modo que habr'a que tomar por art'iculo de fe el aserto de Julien que, con la tinta y el papel de trapo, coloca la p'olvora entre los descubrimientos del siglo segundo, anterior a Jesucristo? -?La p'olvora? -S'i. Esa composici'on de setenta y cinco partes de sal de nitro con quince y media de carb'on y nueve y media de azufre, atribuida en la Edad media al monje alem'an Schwartz, y que el sin'ologo en cuesti'on cree que fue introducida en Europa, de la China, donde el nitrato de potasa lo da ya preparado la naturaleza. -Como no te refieras a los ca~nones, no s'e qu'e quieres decir. A ver si es esto. Y tomando el emperador de una panoplia una flecha embadurnada de un polvo negro (que no era otra cosa sino p'olvora), a cuyo extremo inferior hab'ia un cohete amarrado, prendi'o fuego a la corta mecha que de este pend'ia, apoy'o el rehilete en la cuerda del arco y dispar'andolo por la ventana se incendi'o en el espacio como una lengua de fuego, acrecentando su marcha con la nueva fuerza impulsiva que le prestaba la explosi'on del petardo en la atm'osfera. El monje alem'an qued'o relegado desde aquel momento a la categor'ia de los seres fabulosos. -No dudo -prosigui'o Hien-ti- que todos estos procedimientos se perfeccionar'an con la marcha de los siglos; pero ya veis que esencialmente no pod'eis ense~narnos nada nuevo; y la prueba es que ven'is a nuestros dominios en busca del secreto de la inmortalidad que se tiene por dogma entre los sectarios de los esp'iritus del celeste imperio. Pues bien; no quiero que vuestro viaje sea infructuoso. Yo os descubrir'e ese arcano con una condici'on. -?Cu'al? -Ayer he perdido a la emperatriz mi compa~nera; las leyes me autorizan a tomar nueva esposa transcurridas que sean las cuarenta y ocho horas del luto nacional. Ma~nana vence el plazo. Concededme que comparta el trono con esta linda joven. Y acompa~nando la acci'on a la frase puso entre las suyas la mano de Clara que, asustada, la retir'o, pidiendo que la explicaran tan brusca acometida. La traducci'on que Benjam'in les hizo de la exigencia del monarca sublev'o a la pupila y exasper'o a don Sindulfo, que en vano hab'ia puesto en las autoritarias leyes del imperio la esperanza de ser el esposo de su sobrina. -D'igale usted que no se ha hecho la miel para la boca del asno -argumentaba la maritornes. Y todos, menos el pol'iglota, se dispon'ian a protestar tumultuosamente, cuando la idea de poder perder la vida si se obstinaban en rehusar, sugiri'o a don Sindulfo un plan conciliador. -Finjamos ceder -dijo por lo bajo a los suyos-, y una vez restituidos al Anacron'opete, a donde pediremos que se nos conduzca para disponer los trajes de ceremonia, nos ponemos en movimiento y que nos echen galgos. Las muchachas asintieron a la proposici'on; pero Benjam'in se resist'ia porque la fuga le privaba del secreto de la inmortalidad tan codiciado. Sin embargo, no tard'o en avenirse aparentemente, pues abrigaba el proyecto que m'as tarde se ver'a. Ilustraci'on Entre tanto el emperador organizaba con su ministro la manera de desembarazarse de los embaucadores, en cuanto la autoridad del jefe de la familia (tan ineludible en China para el matrimonio) le concediese el honor a que aspiraba. El ritual chino prescribe que la novia quede en su casa hasta que la comitiva nupcial vaya en su busca para transportarla a la del marido. Determin'ose, pues, que los viajeros volviesen a su morada de donde al d'ia siguiente por la noche ir'ia a sacarla el cortejo imperial. Despidi'eronse todos de Hien-ti y de su ministro; y, acompa~nados de una guardia de honor, para custodiar exteriormente el Anacron'opete, y de multitud de esclavos cargados de provisiones y presentes, se encaminaron los anacron'obatas al veh'iculo cuya puerta abri'o Benjam'in entrando en 'el el primero. En cuanto los servidores se hubieron retirado y los centinelas esparcido por los alrededores del coloso, a distancia respetuosa, don Sindulfo tocando el regulador y soltando una carcajada: -No dir'an que no los enga~namos como a chinos -exclam'o. Pero de pronto qued'ose p'alido; el enga~nado era 'el. El aparato el'ectrico no funcionaba. Estaban reducidos a prisi'on. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XIV Un hu'esped inesperado T Triste, como la misma noche triste de Hern'an Cort'es en la v'ispera de la batalla de Otumba, fue la pasada a bordo del Anacron'opete por los expedicionarios. Clara, la m'as digna de compasi'on sin duda, no hac'ia sino llorar y preguntarse, en su situaci'on desesperada, qu'e delito hab'ia cometido para ser directa o indirectamente la v'ictima expiatoria de todos los caprichos del destino inexorable. El tutor protestaba de su buena fe en las circunstancias presentes, puesto que su plan al acceder hab'ia sido burlar los designios del emperador emprendiendo la fuga; pero sus buenos prop'ositos, que no encerraban m'as que una mira ego'ista, se estrellaban contra una fuerza mayor que los reduc'ia a la inmovilidad contra todas las previsiones de sus c'alculos cient'ificos. -Una soluci'on de continuidad no es la causa de la paralizaci'on, puesto que las corrientes circulan sin impedimento; dec'ia el sabio fund'andose en las observaciones que 'el y su amigo hab'ian hecho repetidas veces en el veh'iculo y sin sospechar que Benjam'in pudiera hacerle traici'on. -Me juego la cabeza de usted -arg"u'ia Juana a su se~nor- a que si llamamos a un herrero chino nos dice en seguida en qu'e consiste la atascadura del carro. !Vaya! Que han quedado ustedes lucidos delante de su majestad. Alumbre usted su inteligencia, hombre, ya que, seg'un le ha probado a usted el emperador, lleva usted una f'abrica de gas en su persona. Don Sindulfo miraba a su amigo en demanda de consejo; pero Benjam'in permanec'ia mudo como todo el que tiene sobre su conciencia alg'un delito de que no se arrepiente y cuya responsabilidad procura eludir con el silencio. Y en efecto, la culpa de aquella situaci'on era exclusivamente del pol'iglota. Verdad es que 'el ignoraba los proyectos de Hien-ti sobre la parte masculina de la tripulaci'on y confiaba en que un subterfugio cualquiera restituir'ia a Clara al Anacron'opete a fin de escapar apenas terminase la ceremonia, pero la ciencia es tan ego'ista que todo lo juzga anima vili cuando se trata de un experimento; y la idea de perder el secreto de la inmortalidad, si abandonaban la China del siglo III, pod'ia m'as en 'el que las contingencias a que, si se quedaban, expon'ia a sus compa~neros de infortunio. As'i es que entrando el primero en el Anacron'opete, como hemos visto, coloc'o capciosamente una j'icara de porcelana entre los conductores del fluido y el volante, con cuyo aislador perdida la corriente el'ectrica, el aparato dejaba de funcionar. Cada vez que don Sindulfo, sin sospechar la asechanza de su correligionario, verificaba con 'el un reconocimiento, Benjam'in, afectando oficiosidad, se adelantaba y escabull'ia el pocillo con un h'abil escamoteo, volvi'endolo a ingerir en cuanto el sabio, convencido de que no hab'ia ning'un obst'aculo, pasaba adelante para poner en actividad el mecanismo. Agotados todos los recursos t'ecnicos se pens'o seriamente en desertar; pero ni era posible realizarlo con 'exito, toda vez que la guardia afecta a su servicio ten'ia la orden de no abandonar un instante a los viajeros sospechosos, ni aun suponiendo posible la evasi'on mejoraban su precaria suerte; pues advirtiendo su ausencia, poco hab'ian de tardar en dar alcance a los fugitivos. Adem'as exist'ia otra raz'on poderosa para oponerse; y era que no pod'ian abandonar el Anacron'opete sin correr el riesgo de permanecer indefinidamente a m'as de mil seiscientos a~nos de distancia de su edad; cosa que hubiera sonre'ido a don Sindulfo si las circunstancias locales le hubieran permitido realizar su desideratum de imponer a la pupila su conyugal yugo. Tom'ose pues la resoluci'on de esperar a que la Providencia les enviara con la luz del nuevo d'ia alg'un rayo de esperanza, y rendidos por la fatiga se recostaron en sus lechos. La noche fue larga como de dolor: cada cuarto de hora el grito de los centinelas cortaba la monoton'ia del silencio interrumpido adem'as a intervalos por unos golpes secos como los que da el martillo sobre el clavo. El ruido parec'ia subir de la cala y, temiendo alguna invasi'on de los celestiales, don Sindulfo y Benjam'in bajaron a la bodega; pero aunque permanecieron all'i m'as de quince minutos, no volvieron a o'ir los martillazos que no obstante se reprodujeron apenas restituidos a sus habitaciones. -Es por este otro lado sin duda -exclam'o Benjam'in. -S'i -interpuso el sabio-. Alg'un arco de triunfo que nos preparan. Y absortos en sus pensamientos qued'aronse ambos aguardando la aurora que no tard'o en venirlos a saludar con una sonrisa que parec'ia feliz augurio de esperanza. Pero el d'ia, sin detenerse en su carrera, segu'ia su curso no solo desprovisto de todo medio de salvaci'on, sino devorando en cada minuto una ilusi'on de los viajeros. Al anochecer espiraba el plazo de las cuarenta y ocho horas prescrito por la ley para el luto nacional, y acto continuo la nueva emperatriz deb'ia dirigirse al yamen a compartir el trono con el soberano. Desde muy temprano fue visitado el Anacron'opete por la servidumbre de Hien-ti, que, con op'iparos manjares, ricos presentes y trajes de boda, a la usanza china, para todos los expedicionarios, estaba presidida por King-seng, maestro de ceremonias de la corte y joven simp'atico, de gallarda apostura, a quien todos otorgaron una preferencia espont'anea, no s'e si por el sello de tristeza que llevaba en el semblante o por las atenciones que guardaba a los cautivos. Por fin al declinar la tarde llegaron las esclavas y los eunucos encargados de vestir y aderezar el tocado, as'i de la contrayente como de su s'equito, lo que quer'ia decir que la hora hab'ia sonado de abandonar toda esperanza. La desesperaci'on, 'ultimo baluarte del impotente, se apoder'o de los expedicionarios. Clara y Juanita abrazadas en un rinc'on se resist'ian heroicamente a entregar sus cuerpos a aquel para ellas f'unebre atav'io. Don Sindulfo con los ojos extraviados incitaba a su amigo a que protestase de aquella violencia en el idioma de Confucio, como 'el lo hac'ia en el m'as en'ergico aragon'es. Benjam'in, sin arrepentirse de lo hecho, empezaba a experimentar cierta compasi'on por sus correligionarios; y todo era lamentos, confusi'on y desorden cuando el maestro de ceremonias, mandando salir del laboratorio a la servidumbre y tomando aparte a los viajeros: -Desgraciados -les dijo- no tem'ais; yo os salvar'e. J'uzguese de la sorpresa y de la alegr'ia de los cuatro ante las palabras de King-seng, cuya traducci'on les iba haciendo Benjam'in. Clara le estrechaba las manos, don Sindulfo le daba gracias en lat'in por si las humanidades hab'ian llegado hasta el celeste Imperio, y Juanita le larg'o un abrazo a la usanza de Pinto que casi lo derriba. -Silencio, imprudentes -prosigui'o el 'angel tutelar de los desahuciados-. Evitad que nos oigan. El emperador os ha tomado por Tao-sse venidos a Ho-nan para renovar las luchas de los gorros amarillos y se propone exterminaros apenas verificada la ceremonia nupcial. Esta boda no la lleva a cabo m'as que para saciar un grosero apetito, toda vez que una ley reciente le proh'ibe aumentar el n'umero de sus concubinas. -!Qu'e horror! -balbucearon los reos. -S'i; pero aqu'i estoy yo que lo s'e todo. -?C'omo? -inquirieron los circunstantes estrechando el grupo. -Hace como diez lunas que lleg'o de Occidente un hombre fugitivo. Oculto en Ho-nan encontr'o medio de ponerse en contacto con la emperatriz Sun-ch'e, la esposa m'artir del opresor. Lo que le dijo lo ignoro; pero la augusta se~nora, que me honraba con sus confidencias, me dio a comprender que aquel hombre era el que en sus apotegmas dice Confucio que traer'ia de Occidente la revelaci'on de su doctrina y que, en efecto, le hab'ia ofrecido la inmortalidad. -!La inmortalidad! -repitieron todos escuchando con inter'es creciente un relato que justificaba la monoman'ia de Benjam'in. -S'i -prosigui'o King-seng-; para ella y para los suyos. La emperatriz me encarg'o de crear pros'elitos y orden'o al misterioso personaje que hiciese venir de sus apartadas regiones algunas familias que alimentaran y propagasen sus luces. Vosotros sois sin duda los primeros en acudir al llamamiento y yo os brindo con mi protecci'on. La oferta ten'ia demasiada importancia para que nadie se atreviera a destruir la suposici'on del maestro de ceremonias; as'i es que viendo en ello su salvaci'on, se convinieron en seguirle la corriente, y sobre todo el pol'iglota que tocaba la meta de sus aspiraciones. -?Y ese occidental d'onde encontrarle? -pregunt'o Benjam'in. -La desgracia os persigue -adujo King-seng-. Ha muerto. -!Muerto! -exclamaron todos fingiendo una profunda aflicci'on. -Pero vosotros proseguir'eis su obra. Hace dos d'ias el emperador, que ya miraba a su esposa con malos ojos por creerla sectaria de los Tao-sse, sorprendi'o al extranjero en conferencia con la emperatriz; y al o'ir que la brindaba con la inmortalidad, acab'o por convencerse de que ambos pertenec'ian a la secta de los embaucadores. Tsao-pi, su primer ministro y jefe del partido de los letrados, pidi'o venganza; y, mientras el occidental era aserrado en la plaza de las ejecuciones, anunci'abase al pueblo, para el que es un arcano cuanto en palacio ocurre, que Sun-ch'e hab'ia sucumbido repentinamente; pero la infeliz hab'ia sido enterrada viva en las mazmorras del yamen por orden de su despiadado esposo. -!Qu'e inhumanidad! -arguyeron los oyentes a excepci'on de Benjam'in que parec'ia absorto en profundas reflexiones. -La indignaci'on ha dado un grito en el pecho de todos los parciales de la emperatriz, que a'un es posible que exista, porque ese g'enero de muerte es lento. Pero animada o cad'aver la sacaremos de su tumba, para lo cual, mis secuaces reunidos, har'an que estalle la rebeli'on mientras se celebre el banquete nupcial. Vosotros desechad todo temor; yo me encargo de protegeros con mis tropas; pero disponeos al ceremonial secundando as'i mis planes, pues la menor sospecha puede perdernos. Confiad en la gente que he tra'ido para vuestro servicio. Me obedecen con absoluta abnegaci'on. Andad, que la hora avanza. La idea de una lucha con resultados desconocidos no era en verdad halag"ue~na para gentes pac'ificas, ajenas a los intereses del imperio; pero su situaci'on particular se presentaba tan erizada de peligros insuperables, que no titubearon en decidirse por el t'ermino del dilema que les ofrec'ia alguna probabilidad de 'exito. Llamada la servidumbre dej'aronse ataviar con todo el esplendor debido a su rango, y aun sazonada estuvo la tarea con algunos chistes, pues no hay que olvidar que eran espa~noles los que corr'ian tama~nas contingencias. Concluido el tocado, un ruido infernal de tamboriles, c'imbalos y el obligado gong o campana china, adem'as de multitud de linternas de caprichosa estructura que por los abiertos discos divisaron, les anunci'o que la comitiva imperial llegaba a las puertas del Anacron'opete, donde se detuvo, pues el ritual prescribe que no se invada el domicilio de la virgen. -Adelante -exclam'o King-seng tomando de la mano a Clara para conducirla a la litera en nombre del emperador. -!Adelante! -gritaron todos pose'idos del entusiasmo que infunde la esperanza. Y atravesando estaban la bodega para ganar el port'on, cuando unos golpes secos y repetidos obligaron al s'equito a pararse en medio de la estancia. -?Qu'e es ello? -pregunt'o el maestro. -?No hab'eis o'ido? -repuso Benjam'in. -S'i. Parece que alguien llama. Y como todos prestasen atenci'on, los golpes se reprodujeron con mayor insistencia. -?No advert'is? -hizo notar Clara-. Resuenan por este lado. -En la caja -a~nadi'o Juanita consultando con los ojos al anticuario. -!C'omo! ?En la de la momia? -balbuce'o don Sindulfo tan asombrado como sus compa~neros. En esto, Benjam'in que hab'ia permanecido en la actitud de la meditaci'on: Ilustraci'on -S'i; eso es -articul'o, d'andose un golpe en la frente. -?El qu'e? -prorrumpieron todos en coro. -Que retrogradando hemos llegado al per'iodo en que la emperatriz a'un viv'ia, si bien enterrada, y mi momia no es sino la desgraciada consorte del emperador Hien-ti. Y dirigi'endose estaba ya al sarc'ofago, cuando un nuevo golpe m'as formidable que los otros hizo saltar los goznes de la caja, y una hermosa mujer en toda la lozan'ia de la juventud sali'o de aquel lecho de muerte. -!Sun-ch'e! -gritaron todos los chinos reconoci'endola y prostern'andose ante la maravillosa aparici'on. -!La emperatriz! -repitieron los at'onitos expedicionarios. Juanita no dec'ia nada; pero en conciencia empezaba a sospechar que los sabios no eran tan est'upidos como ella se figuraba. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XV La resurrecci'on de los muertos antes del Juicio final V Venganza! -fue la primera frase que articul'o la emperatriz al verse rodeada de los suyos. -!Venganza! -repitieron sus parciales aclamando a Sun-ch'e. -Dejad -prosigui'o la egregia dama- que bese las rodillas de la criatura que ha velado por mi existencia. Y sus ojos arrasados de l'agrimas se posaron con gratitud en King-seng. -No es m'ia desgraciadamente la honra de haber salvado vuestros preciosos d'ias -replic'o el maestro de ceremonias que, no explic'andose de otro modo la presencia de la emperatriz en el Anacron'opete, supuso desde luego que sus tripulantes, m'as felices que 'el, hab'ian logrado con astucia sacar de las mazmorras a la v'ictima inocente de Hien-ti. Los viajeros, aunque sab'ian que la momia encerrada en un sarc'ofago de alcanfor de 'epoca harto remota para poder resistir victoriosamente la acci'on retr'ograda del tiempo, deb'ia su resurrecci'on a la circunstancia de no estar sometida a la inalterabilidad, dejaron al mandar'in en su creencia, tanto por lo que ten'ia de racional, cuanto por lo que favorec'ia sus planes. -!C'omo! ?Son estos? -adujo la emperatriz al enterarse de la situaci'on y besando con transportes de gozo a Clara y a Juanita; con gran contentamiento de la 'ultima que por primera vez se ve'ia objeto de las caricias de una soberana. -S'i; estos son los que han roto vuestras cadenas. Desgraciadamente llegaron tarde para librar de la muerte al occidental su hermano, que como no ignor'ais os precedi'o en el suplicio. -!Pobre m'artir! -articul'o Sun-ch'e tributando un triste recuerdo al que fue su mejor amigo. Pero de pronto, levantando sus hermosas pupilas negras y fij'andolas en don Sindulfo y en Benjam'in que, con fruici'on arqueol'ogica, saboreaban aquel triunfo de la ciencia, -Es extra~no -repuso-. Yo os he visto antes de ahora. Vuestras facciones despiertan en m'i un recuerdo vago y confuso que no acierto a precisar. -!Ca! No lo crea Us'ia -interrumpi'o Juana-. Si estos moscones no se separan de nuestro lado. Son dos granos malignos que nos han salido a la se~norita y a m'i. El pol'iglota, buscando la l'ogica de tama~no fen'omeno, supuso, y as'i se lo comunic'o a su amigo, que la momia al volver a la vida los hab'ia visto en la bodega a trav'es de alg'un resquicio de la caja; pero que, expuesta a s'incopes frecuentes antes de entrar en la plenitud de la existencia, hab'ia perdido la noci'on del tiempo en sus alternativas de insensibilidad, atribuyendo as'i a 'epocas remotas sucesos recientes. Error craso, como se probar'a en el curso de esta inveros'imil historia. -?Pero qu'e significa esta m'usica? ?Qu'e anuncian estos aprestos de fiesta? -pregunt'o Sun-ch'e al o'ir unos golpes de gong con los que se daba a entender a la comitiva que la hora avanzaba y que la paciencia del emperador tocaba a su t'ermino. Entonces King-seng narr'o lo ocurrido y puso al corriente a su soberana de c'omo Hien-ti, pretextando al pueblo su muerte por accidente natural, se dispon'ia a celebrar segundas nupcias con la extranjera a cuyos parientes hab'ia ofrecido, en cambio del consentimiento, el secreto de la inmortalidad. -Miente el infame -exclam'o con voz de trueno la emperatriz-. Lo que medita es vuestro exterminio; pero no lo conseguir'a. Y por un instintivo movimiento se abraz'o a don Sindulfo como para defenderle de toda asechanza. -No hay m'as; la ha flechado -dijo Juana a su se~norita-. A ver si as'i la deja a usted de mortificar ese sinapismo. -No lo conseguir'a -replic'o el maestro de ceremonias-; porque presintiendo que a'un no hab'iais exhalado el postrer suspiro, vuestros parciales solo aguardan a que d'e principio la ceremonia para provocar la rebeli'on. -Pues bien, marchemos; yo os guiar'e al combate. -Poco a poco -objet'o Benjam'in, a quien el b'elico entusiasmo de la augusta se~nora cercenaba las probabilidades de 'exito si, vencidos en la refriega, no pod'ia hacerse due~no del talism'an que tanto ambicionaba-. La prudencia dicta meditar bien el caso antes de abandonarse a una aventura peligrosa. -S'i -adujo King-seng-. Vuestra egregia persona no debe exponerse. Todo est'a ya previsto para caer oportunamente sobre el tirano cuando menos lo presuma. No por anticipar el triunfo lo convirtamos en derrota. -Esperemos a que nos libre el arcano de la inmortalidad. -?La inmortalidad? -inquiri'o con cierto orgullo la emperatriz-. ?Y qu'e sabe 'el de ella? Os ha mentido. Yo sola poseo las pruebas que me dio el occidental y que he sabido sustraer a las requisas de Hien-ti ocult'andolas en lo m'as rec'ondito del palacio. -Con doble motivo deb'eis proceder con cautela si vuestro objeto es recuperarlas; pues no imagino que quer'ais dejar ignorada tan preciosa conquista. -!Oh! No. Dec'is bien. Es preciso aclarar ese enigma cuya soluci'on parece hallarse en Occidente. -!C'omo! -interrogaron todos. -No es este el momento de las explicaciones -continu'o Sun-ch'e-. La noche avanza y el tirano debe estar impaciente. Seguid a la comitiva; fingid doblegaros a los proyectos del emperador. Yo os precedo a palacio para hacerme con las pruebas; y en cuanto la ceremonia comience en el patio del Drag'on, me presento a mis secuaces; tras breve lucha os apoder'ais de Hien-ti y, libertando al pueblo de un opresor, yo os indicar'e qui'en debe compartir conmigo el trono de Fo-hi. Y as'i hablando, lanz'o una mirada a don Sindulfo que hel'o a este la sangre en las venas, y le vali'o el que su criada le dijese al o'ido: -La suerte no es para el que la busca sino para el que la encuentra. !Viva don Pichichi primero! !Valiente rey de bastos va usted a hacer! Todos iban a prorrumpir en una aclamaci'on; pero Sun-ch'e imponi'endoles silencio, visti'ose, para no ser reconocida, las t'unicas de una esclava; y seguida de dos eunucos de su confianza absoluta, sali'o del Anacron'opete. King-seng llevando de la mano a Clara la condujo al palanqu'in; y cerrado este con llave, la m'usica hiri'o el espacio y el cortejo nupcial tom'o lentamente, entre la api~nada multitud, el camino del yamen. Catorce patios hab'ia que atravesar para dirigirse a las habitaciones imperiales, siendo el llamado de honor el inmediato al cuerpo del edificio. En el centro se hallaba el drag'on sagrado, monstruo fundido en bronce con las fauces abiertas rasantes al suelo y la cola enroscada perdida en las alturas. Limitaban el 'area innumerables kioskos que serv'ian de tribuna en las grandes solemnidades para los mandarines y dignatarios de alto rango y que formaban, por decirlo as'i, escolta al templete imperial al que solo el monarca, su familia y su primer ministro pod'ian tener acceso. Todas estas f'abricas, como el yamen que abierto a cuatro vientos se ergu'ia en el fondo sobre una suntuosa escalinata de m'armol con adornos de jade sangu'ineo, estaban profusamente iluminadas con miles de linternas de m'ultiples formas y dimensiones: ya un tulip'an y una rosa robaban sus colores a la naturaleza, ya un enorme globo a trav'es de sus paredes hechas de arroz con toda la transparencia del cristal, luc'ia figuras de movimiento. Junto a un pez de luz que agitaba sus natatorias y coleaba, ve'ianse dos gallos que libraban entre s'i descomunal combate. Ora eran dos medias sand'ias las que luciendo su rojiza pulpa pend'ian de un arquitrabe, ora una langosta la que contrayendo y dilatando sus articulaciones coronaba el v'ertice de un front'on. Gomas odorantes se consum'ian en centenares de pebeteros; escudos de flores simulando mariposas e insectos alados embalsamaban el ambiente. La entrada estaba custodiada por los dioses porteros: dos gigantescas figuras de siniestra faz, de musculatura tit'anica y de una riqueza indumentaria solo comparable con su candor art'istico. La guardia de doncellas rodeaba el templete del emperador; las dem'as fuerzas militares con sus arcos terciados y sus partesanas en reposo ocupaban el segundo t'ermino. La baja servidumbre del palacio invad'ia el grader'io. -?Est'as seguro de lo que dices? -murmur'o por lo bajo el monarca a Tsao-pi para evitar el ser o'ido por sus tres concubinas oficiales que detr'as de 'el tomaban asiento. Ilustraci'on -!Sun-ch'e! -exclam'o toda la corte -No tardar'eis en convenceros ante la evidencia. La rebeli'on debe estallar esta misma noche en el yamen; pero ser'a sofocada, yo os lo juro. Los rebeldes me son conocidos y mis precauciones est'an tomadas. -?De modo que esos impostores eran realmente sectarios de los gorros amarillos? -Y parciales de la emperatriz. Aqu'i llegaban en su di'alogo cuando la comitiva nupcial empez'o a trasponer con solemne paso el patio de honor, y a la voz de alerta cada cual se aprest'o a llenar su cometido. Linternas y banderolas compon'ian el fondo de esta procesi'on terminada por el palanqu'in de la desposada, a cuya puerta caminaba de vig'ia el maestro de ceremonias delegado por el augusto consorte para la presentaci'on. Don Sindulfo, Benjam'in y Juana hac'ian uso de su derecho de rodear la litera como miembros de la familia. Los cortesanos y la servidumbre ven'ian detr'as. Fuerzas de caballer'ia cerraban la marcha. Depuesta la preciosa carga en mitad del patio, previas las rituales genuflexiones, King-seng entreg'o la llave del palanqu'in al monarca que, saliendo al encuentro de su futura, la condujo al templete. Acto continuo el jefe de los letrados ley'o los preceptos de Confucio sobre los deberes que contrae la mujer para con el marido; y a felicitar a Hien-ti comenzaba en nombre de la academia cuando una melanc'olica canci'on de ritmo particular hizo volver la cabeza a los circunstantes que, at'onitos, vieron aparecer a la emperatriz por entre las abiertas fauces del drag'on sagrado. -!Sun-ch'e! -exclam'o toda la corte presa de sentimientos distintos. -!Traici'on! -grit'o Hien-ti ante la resurrecci'on de su v'ictima. Pero la extra~neza de los celestiales al recuperar a su soberana era juego de ni~nos ante la que experiment'o Juanita al sentirse cogida de los brazos como con tenazas por don Sindulfo y Benjam'in que, con los ojos fuera de las 'orbitas y el pelo de punta balbuceaban entre sacudidas nerviosas: -!Mamerta!... -!Mi mujer!... Juanita crey'o que estaban locos; pero no; era en efecto que los sabios hab'ian reconocido en las modulaciones de aquella cantinela el c'elebre e ininteligible estribillo con que, en vida, les destrozaba el t'impano constantemente la hija del banquero, la muda de los garbanzos, la esposa del inventor ahogada con su padre, como recordar'an mis lectores, al tomar un ba~no en las playas de Biarritz. En vano buscaban en los rasgos fison'omicos de la emperatriz trazos que acusasen alguna afinidad con la difunta. Empezando por que hablaba, todo en ella era diametralmente opuesto; mas no obstante, aquella rara melod'ia ?era posible que fuese calcada con tan asombrosa exactitud de pausas e inflexiones por otro ser humano nacido a m'as de tres mil leguas de distancia y a diecis'eis siglos de separaci'on del primitivo ejemplar? Los dos amigos no tuvieron tiempo de rectificar ni de ratificar sus impresiones, porque la impaciencia de los rebeldes desbordada por el entusiasmo, les hizo prorrumpir en un viva a Sun-ch'e; y antes de que los secuaces del emperador pudieran apercibirse al combate, volvieron contra ellos sus armas. Por desgracia para los generosos libertadores, la previsi'on de Tsao-pi hab'ia hecho frotar las cuerdas con una sustancia corrosiva; de modo que al tender los arcos aquellas se rompieron; y las flechas en vez de salir disparadas por la tensi'on cayeron a sus pies dej'andolos inermes. -!A ellos! -grit'o el calado a los suyos; y sin respetar jerarqu'ias ni condiciones, la emperatriz, los anacron'obatas y los insurrectos fueron ce~nidos por estrechas ligaduras y sus gritos ahogados por mordazas de cuero. -?Ten'eis m'as c'omplices? -pregunt'o el emperador a Clara, que con desesperados esfuerzos protestaba de su inocencia. -Advierte -a~nadi'o Hien-ti- que mis bodas no han sido m'as que un pretexto para descubrir vuestros planes. Solo la delaci'on puede salvarte la vida. Responde. Ilustraci'on Clara hizo un gesto negativo. -?Y bien? ?Vuestras 'ordenes? -dijo Tsao-pi al tirano. -Cumple con tu deber -repuso este tras breve pausa-. Y para que mi pueblo vea que nada me hace retroceder ante la salud del estado, comienza el sacrificio por la emperatriz rebelde y por los encubiertos partidarios de los gorros amarillos. Y mientras obligaban a los reos a arrodillarse delante del drag'on, un pelot'on de arqueros destac'andose de las fuerzas se aprest'o espont'aneamente a consumar la hecatombe. Apuntaron en efecto; pero al dar el emperador la voz de tirar, volvieron contra este sus armas y el feroz Hien-ti cay'o sin vida en el suelo atravesado por las flechas y ba~nado en sangre. Sus soldados, pose'idos de la superstici'on de que cuando el jefe muere, sus legiones no alcanzan jam'as la victoria, emprendieron despavoridos la fuga sin que los esfuerzos de Tsao-pi los pudieran detener, y perseguidos por los defensores de Sun-ch'e que libertados de sus trabas por los arqueros corrieron a coronar su obra. Entretanto las inocentes v'ictimas restituidas a la existencia, se abrazaban entre s'i, lloraban de emoci'on; y por se~nas, pues la voz no sal'ia del pecho, daban gracias a sus salvadores. -?A qui'en debemos la vida? -pudo por fin articular Clara. -!Viva Espa~na! -gritaron diecisiete voces. Y los arqueros despoj'andose de sus vestiduras dejaron ver a los hijos de Marte en toda la plenitud de su desarrollo. -!Ellos! -exclamaron sus compatriotas ante aquel espect'aculo m'as fenomenal que los anteriores. -!T'u! !Y de tama~no natural! -repet'ia Juanita sin cansarse de mirar a su Pendencia y midi'endole la caja del cuerpo con los brazos. -!Pues qu'e! ?Crees t'u que a m'i ze me encoge el coraz'on ante el peligro? Clara estuvo a punto de desmayarse de alegr'ia; pero como las mujeres tienen el talento de la oportunidad, no perdi'o el sentido m'as que lo estrictamente necesario para tener que apoyarse en el hombro de Luis. Benjam'in discurr'ia sobre las causas del fen'omeno, y don Sindulfo echaba espumarajos por la boca vociferando: -?C'omo est'ais aqu'i? -!Toma! ?Puz no viajamos juntoz? -Yo os lo explicar'e -repuso la emperatriz-. Al dirigirme a palacio los vi rondando la poterna; conoc'i por sus trajes que eran de los vuestros; y ellos, comprendiendo por mis se~nas mis intenciones, se acomodaron a ejecutar mis planes que eran velar por vosotros. -Pero no es eso -gritaba el tutor cada vez m'as exaltado-. ?En qu'e consiste que despu'es de evaporarse en el camino reaparecen en China en toda su integridad? -No es este el momento de las explicaciones -adujo Benjam'in, temiendo alguna nueva complicaci'on-. ?Tra'eis las pruebas de la inmortalidad? -S'i -repuso Sun-ch'e. -Pues lo que urge es ponernos en salvo. -!Al Anacron'opete! -propusieron todos. -!Si no funciona! -?Qui'en sabe? All'a veremos -objet'o Benjam'in, seguro de lo que anticipaba-; lo principal es parapetarnos en sitio seguro. Y la emperatriz, cobij'andose en don Sindulfo: -Partamos -a~nadi'o-, que ya libres del monstruo, la que fue due~na de un imperio podr'a abandonarse a la irresistible atracci'on que por ti siente y tendr'a orgullo en llamarse tu esclava. No le faltaba al sabio m'as que aquella declaraci'on a quemarropa para acabar de perder el juicio; y hubiera cometido alguna inconveniencia en el estado en que se hallaba su raz'on, si el chocar de las armas no hubiera acusado la proximidad del enemigo y la precisi'on de huir. Colocaron pues a las damas entre las filas del sexo fuerte, y unos abandonados a su leg'itimo gozo y alguno a su desesperaci'on, tomaron todos el camino del Anacron'opete al que llegaron sin contratiempo. Para terminar los anales de la contienda civil entre los Tao-sse y los letrados, diremos, que vueltas de su estupor las huestes de Hien-ti, concluyeron por vencer a los parciales de Sun-ch'e desanimados ante la desaparici'on de su soberana y sin un jefe que los condujera al combate. Tsao-pi, viendo hu'erfano el trono, subi'o sus gradas, se ci~n'o el sombrerete y fund'o la s'eptima dinast'ia de los emperadores, conocida en la historia con el nombre de los Ouei. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XVI En que todo se explica complic'andose todo L La situaci'on a bordo hab'ia cambiado completamente. Las muchachas bailaban en un pie ante un aumento de tripulaci'on tan inesperado como de su gusto, y la misma emperatriz no ocultaba a nadie el contento que le produc'ia su viudez. Los m'ilites arrullados por Cupido perd'ian la memoria de sus pasadas desventuras; y Benjam'in, pr'oximo a tocar su desideratum, bendec'ia las circunstancias que le colocaban en el caso de dar cima a su obra sin entorpecimiento alguno, puesto que de hecho 'el se hallaba convertido en jefe de la expedici'on. Y efectivamente; desde el punto en que entraron en el Anacron'opete, don Sindulfo, que no hab'ia desplegado sus labios por el camino, se dej'o caer en una silla v'ictima de un abatimiento alarmante. Tan pronto su mirada se clavaba en el suelo en la actitud del hombre que medita, como sus ojos desencajados erraban de uno a otro de sus compa~neros, brillando con el siniestro resplandor de la amenaza. Cien ideas confusas se disputaban el paso por las inyectadas venas de su frente, en cuyas pulsaciones, alternativamente regulares y febriles, pod'ia leerse ya el planteamiento de un teorema en demanda de una explicaci'on cient'ifica para tantos fen'omenos incomprensibles, ya los arrebatos de la ira caminando ciega de los celos a la venganza. -Me parece que a don Pichichi se le ha aflojado alg'un tornillo del Capitolio; -dijo Pendencia observando como los dem'as el estado del tutor. -Y a usted tambi'en se le desmorona el cimborio -adujo Juanita encar'andose con Benjam'in-. Fig'urense ustedes que hace poco, cuando los chinos quer'ian mecharnos, estos dos se~nores han cre'ido reconocer a la difunta de don Sindulfo que requiescat. ?Habr'ase visto desprop'osito mayor? -En cuanto a eso, hablaremos m'as tarde -contest'o el pol'iglota un s'i es no es picado. No por desconocer las causas hemos de negar los efectos de las cosas. -?C'omo? -En este viaje inveros'imil lo l'ogico es tal vez lo absurdo. Demos tiempo al tiempo. En aquel momento oyeron un penetrante grito y vieron a Sun-ch'e que, asida por el brazo, hac'ia esfuerzos para desprenderse de las f'erreas y convulsas manos de don Sindulfo. La infeliz, llevada de su instintivo amor hacia el sabio, hab'ia querido prodigarle una caricia, y el pobre loco la hab'ia recibido como algunos cuerdos reciben a la mujer propia, por la sola raz'on de serlo. Pero la v'ictima, cediendo a una convulsi'on nerviosa, agitaba los remos que le quedaban libres, con tan mala suerte para el presunto marido, que a m'as de algunos puntapi'es en las espinillas se llev'o desde la boca a la nuca una colecci'on de redobles a pu~no cerrado, en que las narices, como punto m'as saliente, no fueron las menos favorecidas. -!Es ella! !Es ella! -exclam'o don Sindulfo solt'andola por fin, y corriendo despavorido al lado de su familia-. !Es Mamerta! ?Recuerda usted que tampoco pod'iamos contrariarla sin que sufri'esemos las consecuencias de sus crispaciones, con lo que consegu'ia hacer siempre su voluntad? -Calma, amigo m'io, calma -repet'ia Benjam'in no menos absorto que el tutor ante la analog'ia de la soberana con la hija del banquero zamorano. Mientras no nos expliquemos racional o cient'ificamente c'omo una mujer espa~nola y del estado llano, ahogada en el siglo XIX, puede ser una emperatriz china del siglo tercero, estamos en el caso de suponerlo todo pura coincidencia. -Pero, hombre de Dios -arguy'o Juana-: si eso es achaque de cada hija de vecino; la gram'atica parda del sexo. Y yo misma, si no hubiera usted sido mi se~nor, del primer ataque que me tomo cuando nos sac'o usted de Par'is, le deshago a usted el dep'osito de la sabidur'ia. -!Y los cazcoz zon para ello! -repuso Pendencia haciendo notar los pu~nos que Juanita crispaba. -?No tendr'ia la difunta alguna especialidad m'as marcada a cuyo cotejo someter a la emperatriz por v'ia de prueba? -pregunt'o el capit'an de h'usares participando de la extra~neza general. -Pi'enselo usted bien -insisti'o Clara. Don Sindulfo recogi'o un momento sus ideas, y despu'es de reiterados esfuerzos: -S'i -exclam'o d'andose un golpe en la frente y sacando del reverso de la solapa una aguja que enhebrada ten'ia siempre a prevenci'on para ensartar papeletas del cat'alogo. Y antes de que los circunstantes pudieran inquirir su prop'osito, dirigi'ose a donde Sun-ch'e se hallaba descansando del accidente. -C'osame usted esto -dijo arranc'andose bruscamente un bot'on de la levita, y present'andoselo a la emperatriz, a quien miraba de hito en hito para no perder detalle del experimento. La buena se~nora que, no entendiendo nada de lo que ocurr'ia en torno suyo, comenzaba a aburrirse, ech'o mano al bot'on consider'andolo un objeto de curiosidad; pero al ver el arma de costura dio un penetrante grito, y doblando la cabeza sobre el pecho qued'o desmayada en la silla; circunstancia que, como dijimos al comienzo de este relato, era peculiar de la organizaci'on de la muda y que Benjam'in, l'ivido de estupor, refiri'o a los at'onitos viajeros. -No hay duda, no -gritaba don Sindulfo retorci'endose como una culebra-; el mismo horror a las agujas enhebradas que no la permiti'o zurcirme nunca un par de calcetines. -Se conoce que la banquera era catedr'atica en holgazaner'ia -arguy'o en voz baja la dom'estica; mientras el atribulado don Sindulfo, pronunciando frases incoherentes, golpeando cuanto en el camino encontraba, y echando espuma por la boca y fuego por los ojos, se dirigi'o fren'etico a su gabinete en busca de una soluci'on para aquel problema. Todos se precipitaron tras 'el; pero la puerta, cerrada con estr'epito, les cort'o el paso. Entonces se resolvieron a prestar alg'un auxilio a la emperatriz; precauci'on que fue in'util, porque la augusta dama, como si se lo hubiesen soplado al o'ido, en cuanto la aguja desapareci'o, se qued'o m'as buena que antes. -Supongo -dijo Luis al pol'iglota- que en el estado en que est'a mi t'io no le confiar'a usted el rumbo de la expedici'on. -!Dios me libre! Podr'ia hacernos v'ictimas de su enojo -adujo Clara. -Con ece arriero eztamoz ceguroz de volcar. -Descuiden ustedes -objet'o Benjam'in-. Me interesa demasiado el asunto para confiar la derrota a un demente. -!C'omo! ?Ha perdido el juicio? -preguntaron los dem'as. -Mucho me lo temo. Con todo, no desespero de salvarle. Conf'ien ustedes en m'i. E invitando a Sun-ch'e a acercarse al aparato de la inalterabilidad, en tanto que los viajeros hac'ian comentarios sobre la situaci'on, la descarg'o unas corrientes que debieron contrariarla tambi'en a juzgar por las sacudidas nerviosas que llovieron sobre el occipucio del anticuario. Acto continuo separ'o el aislador que entorpec'ia la acci'on del volante; y elevando el veh'iculo a la zona atmosf'erica en que deb'ia tener efecto la locomoci'on, hizo parar en seco el Anacron'opete exclamando: -Ahora sepamos a d'onde nos dirigimos. -!A Par'is! -fue el grito un'anime. -Juzto; a Pariz para encerrar al zabio en un manucordio y hacer que a nozotroz noz eche el cura el garabato nuncial. -Antes -objet'o Benjam'in- veamos si el principal objeto de nuestra expedici'on se ha logrado satisfactoriamente. -?Cu'al? -La posesi'on del secreto de la inmortalidad que nos ha ofrecido la emperatriz. Instada esta a explicarse, sac'o un pergamino en el que hab'ia trazado por una mano experta el plano de una ciudad. -?Qu'e es esto? -pregunt'o el ansioso arque'ologo temiendo un desenga~no. -Alg'un pellejo de zambomba de la adoraci'on de los pastores en el Portal de Bel'en -dijo Juanita. -Pero, !la f'ormula!... -volvi'o a insistir impaciente Benjam'in apremiando a Sun-ch'e. -El occidental no tuvo ocasi'on de iniciarme en ese misterio, sorprendido como fue por mi tirano esposo; pero al encarecerme la eficacia de su principio, me manifest'o que las pruebas de la inmortalidad hab'ian sido enterradas por uno de sus antecesores en Pompeya, debajo de la estatua de un emperador, marcada en el pergamino con un c'irculo rojo. -S'i, aqu'i est'a -interpuso Benjam'in se~nalando en el papiro una mancha circular bajo la que en correcto lat'in se le'ia: <> -Parece ser -prosigui'o la emperatriz- que el conocimiento de esta circunstancia pas'o tradicionalmente por varias generaciones sin que nadie se atreviera a evidenciarlo; hasta que el intr'epido m'artir cuya muerte sentimos, se resolvi'o a sacarlo a luz; pero acusado de profanaci'on por hab'ersele sorprendido en el instante en que se dispon'ia a zapar la estatua, consigui'o a duras penas evadirse de la prisi'on y llegar a mis dominios donde tuve la fortuna de conocerle. Una expedici'on secreta a su patria estaba ya decidida para hacerse con el misterioso talism'an, cuando el fin que todos sab'eis ha venido a destruir nuestros proyectos. -A'un vive quien los secundar'a -dijo Benjam'in con los ojos centelleantes de entusiasmo. Y dirigi'endose a los suyos-: A Pompeya -a~nadi'o. Algunas protestas levant'o aquel grito; pero la felicidad es tan complaciente y era tan natural el deseo de los viajeros de hacer una excursi'on por el pasado, libres ya de los riesgos que hasta entonces hab'ian corrido, que aplacados los murmullos, Benjam'in orient'o el veh'iculo y poni'endolo en movimiento, hizo rumbo hacia la hija tan feliz como mimada del risue~no golfo de Ne'apolis. Las siete horas que hab'ian de tardar en recorrer los ciento cuarenta y un a~nos que separaban a los anacron'obatas del principio del tercer siglo al 'ultimo tercio del primero, no eran intervalo para que se aburriesen unas personas que tanto ten'ian que contarse y tantas curiosidades que admirar. Capitaneados pues por Juanita, los ne'ofitos pusi'eronse a girar una visita de inspecci'on al Anacron'opete en tanto que Benjam'in, normalizada relativamente la situaci'on, buscaba la causa de aquellos efectos fenomenales. Lo primero que trat'o de explicarse es la aparici'on de los m'ilites evaporados. Retrograd'o por consiguiente en sus pensamientos, y a fuerza de hombre l'ogico, se dijo que si la consecuencia era an'omala, el origen ten'ia que ser necesariamente irregular. Ahora bien: ?qu'e circunstancia extraordinaria hab'ia ocurrido durante la navegaci'on? Al momento le vino a las mientes el impulso retroactivo que 'el mismo imprimi'o al Anacron'opete poco despu'es de la cat'astrofe de los riffe~nos, cuando creyendo caminar hacia el pasado estuvo haciendo rumbo al presente hasta llegar a Versalles en la v'ispera del d'ia de partida. La luz estaba hecha y las tinieblas disipadas: la deducci'on no ten'ia vuelta de hoja. Y en efecto, si mis lectores recuerdan el incidente del ochavo moruno (que, perdido por un kabila, se aniquil'o en cuanto traspuso el instante en que fue acu~nado, pero que volvi'o a cobrar forma apenas el Anacron'opete, marchando hacia el presente, rebas'o el minuto de la acu~naci'on), comprender'an que el fen'omeno de la resurrecci'on de los hijos de Marte obedec'ia a la misma causa. Evaporados al retrogradar, hab'ian perdido su forma humana, obra del tiempo; pero su esp'iritu inmortal no hab'ia abandonado el Anacron'opete, como el grano de trigo oculto en la gleba no deja de existir en el terru~no aunque invisible hasta la germinaci'on. As'i es que, cuando en su marcha hacia el hoy, son'o en el veh'iculo la hora del nacimiento de los soldados, la envoltura de carne acudi'o al llamamiento cronol'ogico; y el germen, rompiendo la tierra, dej'o ver el tallo para ser robusta ca~na y volver a tomar las proporciones de su espiga. El c'omo se sustrajeron a una segunda disoluci'on cuando, apercibido de la falta, Benjam'in reconquist'o el verdadero rumbo, tiene una explicaci'on muy sencilla. Los soldados, que alternativamente se hab'ian visto reducirse y desarrollarse, al recobrar sus proporciones quisieron no volverlas a perder y escalaron el laboratorio decididos a implorar el amparo de la ciencia; pero al llegar al pasillo, oyeron las explicaciones que sobre la inalterabilidad estaba dando Benjam'in a las parisienses; y como el capit'an de h'usares ten'ia sus rudimentos de f'isica, propin'ose con sus compa~neros unas corrientes del fluido y opin'o muy sabiamente que permaneciendo ocultos servir'ian mejor la causa de las reclusas doncellas que exponi'endose, si se exhib'ian, a ignotas contingencias provocadas por los celos del tutor. Y as'i es c'omo ocultos en sus gazaperas llegaron a China oportunamente para evitar una cat'astrofe. Apunt'o Benjam'in estas observaciones en su memorandum particular; pero abst'uvose muy mucho de divulgarlas, prefiriendo dejar a todos en la persuasi'on de lo maravilloso a confesarse reo de ineptitud. El segundo problema era m'as dif'icil de resolver. ?C'omo a trav'es de diecis'eis siglos una emperatriz china se presentaba a sus ojos con tan se~naladas diferencias f'isicas, pero con analog'ias de organizaci'on tan evidentes con aquella Mamerta ahogada en las playas de Biarritz? Ensimismado estaba el pol'iglota en tan metaf'isicos conceptos y ya el trayecto casi tocaba a su fin sin que hubiese podido coordinar dos ideas afines, cuando unos gritos desaforados que part'ian del gabinete de don Sindulfo le sacaron de su abstracci'on. -!El loco! !El loco! -exclamaron los excursionistas, que al o'ir las voces acudieron precipitadamente en busca de Benjam'in. -S'i. ?Qu'e podr'a ser? -Alg'un calambre en la mollera -dijo el andaluz. E instintivamente todos se dirigieron al cuarto; pero apenas iniciado el movimiento, la puerta se abri'o; y don Sindulfo con el traje en desorden, las manos crispadas y la p'urpura de la ira en el semblante, hizo irrupci'on en el laboratorio vociferando: -!Maldici'on! -Ya d'i con la clave del enigma. Ya comprendo c'omo Sun-ch'e puede ser mi difunta Mamerta. -?C'omo? -!Por la metempsicosis!... Los profanos no entend'ian ni una palabra; pero el pol'iglota se qued'o pensativo luchando entre la fe y la duda. -Diga uzt'e; ?y ezo ce come con cuchara o con tenedor? -!La metempsicosis! -prosigui'o el sabio sin atender a observaciones-. La transmigraci'on de las almas, por la cual el esp'iritu de los que mueren pasa al cuerpo de otro animal racional o inmundo seg'un sus merecimientos en vida. -!Ay! -arguy'o Juanita-. Pues lo que es ustedes dos, por lo chinches que han sido con nosotros, van a parar al Rastro. -?Es decir -interrog'o el sobrino, a quien el asunto empezaba a interesar- que la emperatriz por una serie de transmigraciones lleg'o en su 'ultima evoluci'on a ser la esposa de usted? -Justamente. Y al retrogradar en el tiempo se nos presenta bajo la envoltura real que ten'ia en esta 'epoca, como en el alto que hicimos en 'Africa pudimos -a haber tropezado con ella- hallarla convertida en vegetal o en ac'emila entre los bagajes. -Perm'itame usted -objet'o Benjam'in-. Nosotros somos cristianos y nuestro dogma rechaza esas teor'ias. -?Y qu'e importa? -replicaba el demente exalt'andose por grados. -Nosotros somos cat'olicos; pero ella es china, sectaria de Buda; luego bien puede transmigrar seg'un prescribe su religi'on. Porque ?qui'en le dice a usted que la Providencia no impone sus castigos con arreglo a las creencias que profesa cada uno? Todos, menos Sun-ch'e, que estaba como en el limbo sin saber lo que pasaba, comprendieron que el pobre doctor ten'ia el juicio extraviado. Solo Benjam'in, a fuer de hombre de ciencia, entusiasmado con el descubrimiento de aquella especie de metaf'isica experimental, concluy'o por dar al loco la raz'on; que era como perder la suya. -Es indudable. !Eureka! -grit'o como Arqu'imedes abrazando a su amigo. -Pero si aquella no hablaba -insisti'o Juanita- y esta echa cada discurso como un diputado. -Ezo no; porque ci zu marido no entiende lo que dice, para 'el ez lo mismo que ci fuese muda. -Adem'as -dijo Luis sonriendo- que si entonces perdi'o el uso de la palabra, tal vez fue un castigo del dios Buda por el abuso que de ella hizo acaso en una existencia anterior. -De modo -argument'o Clara aprovechando aquella ocasi'on de romper sus cadenas- que ya cesar'a usted de perseguirme; porque ligado como est'a usted a esta se~nora por los v'inculos del matrimonio, ?no pretender'a usted casarse conmigo cuando nuestra religi'on proscribe la bigamia? El doctor, al sentirse hostigado en lo que precisamente constitu'ia su preocupaci'on desde que sorprendido hubo la afinidad de la emperatriz con Mamerta, estall'o al ser arg"uido de aquel modo por Clara, y de la monoman'ia pac'ifica pas'o al v'ertigo furioso. -?Desistir yo de un cari~no al que he consagrado todas las fuerzas de mi vida, mi actividad, mi inteligencia? -dec'ia apretando los pu~nos y haciendo rodar los ojos en sus 'orbitas-. !Oh, nunca! -!Que muerde! -interrumpi'o Pendencia separ'andose por precauci'on, como los dem'as, del delirante sabio que persigui'endolos a~nad'ia: -No. Si el destino me es adverso, luchar'e contra el destino; pero ser'as mi mujer aunque para ello tenga que ir hasta el crimen. -Es in'util -repuso la atrevida maritornes-. Si aunque nos deg"uelle usted, aqu'i los muertos resucitan. -Pues bien, pereceremos todos. Es preciso acabar con esta situaci'on. -?C'omo? -En la cala hay diez barriles de p'olvora; les aplicar'e una mecha, y ni rastro quedar'a del Anacron'opete. -No cea uzt'e b'arbaro. -Tranquil'icense ustedes -exclam'o Benjam'in recordando el incidente que en diversas ocasiones le oblig'o a descender a tierra en busca de vitualla en su trayecto de 'Africa a China-. Las provisiones, sometidas a la inalterabilidad, resultan ineficaces para su uso, seg'un pr'acticamente he observado. -!Ignorante! -interrumpi'o el loco recobrando por un momento su lucidez. -?Qu'e? -Arrojando nuevo fluido sobre los cuerpos para que las corrientes anteriores se pongan en contacto con las nuevas y formen una sola, no hay m'as que dar vueltas a la inversa al disco del aparato transmisor para recogerlas todas y, neutralizadas, devolver a las provisiones sus propiedades espec'ificas. -Bueno es saberlo; pero estamos perdidos. -Hay que inundar la Zanta B'arbara. -Corramos. -No, no tem'ais -interpuso el tutor pasando, para detenerlos, de la amenaza a la s'uplica-. Una voladura acabar'ia con todos, y yo no quiero que ella muera. Respetar'e sus d'ias. Pero vosotros -a~nadi'o dirigi'endose a los militares y a la emperatriz, y volviendo a la exaltaci'on con m'as fuerza que nunca- preparaos a sufrir mi venganza. Sois el obst'aculo de mi dicha y os exterminar'e a fin de realizar mis designios, aunque para llegar con Clara al altar tenga que cruzar r'ios de sangre. !Ah! !Ya s'e c'omo!... Y as'i diciendo traspuso la puerta y se dirigi'o fren'etico a la cala. Sus compa~neros, recelando no sin raz'on alg'un inminente peligro, corrieron tras 'el con intenci'on de detenerle. Luis, capitaneando a los suyos, fue el primero en llegar a la bodega; pero el doctor, que acariciando su plan se hab'ia ocultado capciosamente, apenas vio a los hijos de Marte y a su sobrino en medio de la estancia, hizo girar el port'on de la limpieza, y los diecisiete h'eroes desaparecieron en el espacio entre los gritos de las enamoradas doncellas y de Benjam'in, que al ir en su seguimiento solo alcanzaron a ser testigos de tan horrorosa cat'astrofe. -!Salv'emonos! -fue la voz general, sin que nadie pensara en desmayarse ante la gravedad de las circunstancias. Y todos se abalanzaron a la escalera; pero Benjam'in, apercibi'endose de que don Sindulfo trataba de cortarles el paso subiendo por otra escala espiral que hab'ia en el fondo, aconsej'o a las tres cadav'ericas mujeres que le esperasen all'i; y trepando como un gamo por los salientes de la maquinaria, se introdujo por la claraboya del techo en el laboratorio, par'o en seco el Anacron'opete, interpuso previsoramente el aislador, descendi'o por el mismo conducto y, abriendo la puerta, abandon'o con sus compa~neras de infortunio aquel lugar de muerte antes de que el loco se apercibiera de su fuga. La suerte les favorec'ia en medio de tantas contrariedades. Hab'ian arribado a Pompeya. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XVII Panem et circenses P Pocos meses hac'ia que, sucediendo a su progenitor, imperaba Tito en Roma. Este pr'incipe generoso, que llamaba d'ia perdido a aquel en que no hab'ia dispensado alg'un bien, empezaba a borrar con su clemencia el sangriento recuerdo de Ner'on y la s'ordida avaricia de Vespasiano su padre. El triunfador de Jerusal'en, las delicias del g'enero humano como le apellidaban, hab'ia proscrito las persecuciones contra los sectarios del Nazareno, iniciadas por Tiberio y sobrepujadas por el hijo de Agripina. Ello no obstante, los suplicios no cesaron completamente. Las provincias, gobernadas por prefectos arbitrarios revestidos de una autoridad suprema y escudados en una irresponsabilidad absoluta, se libraban a cruentos espect'aculos, ora para satisfacer los naturales instintos de la plebe, ya para secundar los ocultos planes de los pretores. En este caso se hallaba Pompeya. Residencia de est'io de las familias patricias de la Campania y del Lacio, sus habitantes m'as que de luchas pol'iticas se ocupaban del embellecimiento de su ciudad con el fin de atraer a la poblaci'on flotante que tan buenos rendimientos les daba. Y tal era su fanatismo para la conservaci'on del ornato p'ublico que, cuando a la ca'ida de Ner'on la Italia entera destruy'o las estatuas de este monstruo, ellos respetaron, sin deificarlas, todas las que erigidas en sus calles encerraban alguna notoriedad art'istica. Pero as'i que el caliginoso aliento del verano empujaba hacia aquella vertiente del Vesubio a los levantiscos ciudadanos de Ne'apolis y Salerno, las pasiones se encend'ian y Pompeya era durante cuatro meses 'emula en discordias civiles de Roma su metr'opoli. Ten'ian los pompeyanos a la saz'on por Praefectus urbis un senador vendido a la causa de Domiciano, aquel segundo Cal'igula que dos a~nos despu'es deb'ia precipitar la muerte de su hermano Tito, coloc'andole en la fila de los dioses mientras le denigraba entre los simples mortales. Fingiendo pues someterse a los designios del emperador, el prefecto no desperdiciaba coyuntura de atizar el fuego de la indisciplina para favorecer, bajo mano, los ambiciosos planes del Ca'in su protector. Hab'ian dado comienzo las vindemiales, ferias de las vendimias que desde el tres de septiembre al tres de octubre se celebraban en toda la Italia agr'icola. La 'epoca de los grandes juegos se aproximaba y con ella el descontento p'ublico; no solo porque su terminaci'on era la se~nal de desfile para los veraneantes impelidos mal de su grado a consagrarse a sus tareas ordinarias, sino porque desde el advenimiento de Tito las circenses no eran ya las l'ugubres hecatombes en que el pueblo romano beb'ia su b'elica inspiraci'on. Reducidos a la carrera, al salto, al disco y al pugilato, echaban de menos los gladiadores, los bestiarios, los secutores y los dimaqueres con su polvo, sus rugidos, su sangre y sus cad'averes. Pero a las ya expuestas un'iase a'un otra circunstancia. Habiendo consumido un incendio en Roma el Capitolio, el Pante'on, la Biblioteca de Augusto y el Teatro de Pompeyo, am'en de otros monumentos menos importantes, Tito prometi'o que todo ser'ia reedificado a sus expensas; y, rehusando los donativos que le ofrec'ian as'i las ciudades del imperio como los pr'incipes sus aliados, vendi'o hasta los muebles de su palacio para cumplir su palabra. El entusiasmo p'ublico desbord'o en todas partes organiz'andose festejos con que solemnizar la largueza del emperador. Pero los secuaces de Domiciano, vali'endose de ocasi'on tan propicia para tomar en rid'iculo la clemencia del soberano, indujeron a la plebe a reclamar con tal insistencia la restituci'on de su espect'aculo predilecto, que Tito debi'o ceder ante el clamor general y, al inaugurar su c'elebre anfiteatro, otorg'o gladiadores, naumaquias o combates navales y hasta cinco mil fieras. Los pompeyanos no fueron los que contribuyeron en menor parte a esta dolorosa reconquista instigados por el Praefectus urbis. Era el anochecer del d'ia 7 de septiembre del a~no 79 de Jesucristo. El ceryx encargado de la conservaci'on del orden, recorr'ia presuroso todos los puestos recomendando a sus vigiles que atendieran a la seguridad p'ublica, sin oponerse no obstante al torrente popular que, desbordando de las termas, de la Bas'ilica, de los templos de J'upiter y H'ercules, de las tiendas de la avenida de la Abundancia y de los tugurios de la calle de la Fortuna, se dirig'ia en tropel a la morada del Pretor, llevando teas encendidas y gritando como en la Roma ces'area: -!Panem et circenses!... El prefecto, queriendo cubrir con cierto velo de legalidad su propia obra, present'ose en la puerta de palacio, rodeado de la guardia pretoriana; y, precedido de seis lictores que vestidos con el sagum descansaban los fasces sobre el hombro izquierdo mientras con la virga en la opuesta mano separaban los grupos: -Al foro, dijo -y tom'o el camino de las asambleas generales seguido de la multitud que tras 'el continuaba vociferando: -!Panem et circenses!... En aquel santuario de la opini'on p'ublica, una representaci'on verbal le fue elevada en nombre de todos los ciudadanos de Pompeya. -?Sab'eis -arguy'o- que las leyes lo proh'iben? -Entiende t'u -repuso el tribuno que llevaba la voz- que si se enerva el pueblo en la molicie, el d'ia de la lucha no tendr'a fuerzas para abrir las puertas del templo de Jano. -!No m'as quadriga!... -No m'as disco. -!Luchadores!... -fue el grito un'anime. Y como la exasperaci'on amenazara convertirse en mot'in, el prefecto les concedi'o los andabates que, peleando con una venda en los ojos o cubiertos con una armadura, ofrec'ian menos riesgo. -No: !gladiadores! -repiti'o la turba. Y el demandado fingiendo doblegarse a las circunstancias, asinti'o a los clamores de la plebe; pero como la debilidad de parte de la fuerza es la se~nal del abuso en el oprimido: -!Bestiarios! -prorrumpieron unos pocos; lo que no tard'o en hacerse el eco general. Y de concesi'on en concesi'on, los pompeyanos consiguieron que les restituyesen no solo los laquearios (que por un lazo escurridizo tirado con destreza procuraban detener y cazar a los adversarios) y los retiarios que, con una mano armada de un tridente y llevando en la otra una red, envolv'ian con ella a su antagonista para darle muerte una vez vencido, sino el repugnante espect'aculo de las bestias feroces, desgarrando entre los aplausos de la abyecta muchedumbre las carnes de los prisioneros de guerra, o abriendo con sus dientes el camino de la gloria a los m'artires sublimes de la religi'on cristiana. La impaciencia popular se~nal'o el d'ia siguiente para renovar el derramamiento de sangre en el anfiteatro. La premura de la exigencia no permitiendo que se restablecieran los abolidos gladiadores fiscales, que eran los que el Fisco suministraba a sus expensas, ni los postulatitii, o sea los que por m'as h'abiles el pueblo reclama preferentemente, hubo de recurrirse a los privados, sostenidos por empresas particulares que los alquilaban mediante una retribuci'on pecuniaria. En cuanto a los bestiarios, a falta de prisioneros de guerra y de delincuentes condenados a este g'enero de lucha, se determin'o substituirlos con esclavos o con gente ya acusada de impiedad, ya sospechosa de seguir la doctrina del que llamaban impostor de Galilea. Restituido el prefecto en triunfo al pretorio y agotados los v'itores al emperador, la ebria muchedumbre se retir'o a sus hogares a esperar el ma~nana, quedando sumida Pompeya en esa calma precursora de toda tempestad horrible. Este fue el instante en que los fugitivos del Anacron'opete, desliz'andose como sombras sobre el empedrado de lava de sus rectas y elegantes avenidas, penetraron en la ciudad. Benjam'in, que en medio de las mayores contrariedades persegu'ia su fin cient'ifico con la terquedad de un sabio aragon'es, se hab'ia provisto en su fuga de un zapapico y caminaba consultando al resplandor de la luna creciente el plano del teatro de sus operaciones. Sun-ch'e, que adem'as de haber asistido a la tr'agica desaparici'on de los militares hab'ia sido impuesta por el pol'iglota en la locura del doctor, se apoyaba en el brazo izquierdo de su int'erprete rendida de cansancio y entregada a tristes pensamientos. Pendida del derecho arrastr'abase mejor que andaba la m'as digna de compasi'on de todos: la desventurada pupila que por breves horas hab'ia tocado el s'eptimo cielo de sus ilusiones para ser precipitada desde m'as alto en los 'ultimos abismos de la desesperaci'on. Juana era la 'unica que, no obstante la gravedad de las circunstancias, no se abandonaba al desaliento. -Ver'a usted -dec'ia- c'omo a lo mejor nos los vemos aparecer por ah'i vestidos como jud'ios del monumento. -No, esta vez los hemos perdido para siempre. -!Qui'a! Si ellos son como el ave F'elix que seg'un cuentan renace despu'es de hecha cecina. -Por fin llegamos -exclam'o Benjam'in deteni'endose en un quadrivium o desembocadura de cuatro avenidas, en cuyo centro se alzaba la estatua de Ner'on dando frente a la puerta de Herculano situada en la extremidad de la calle Domiciana. Invitados los viajeros por el impaciente sabio a tomar alg'un reposo mientras 'el se libraba a sus excavaciones, Clara y Sun-ch'e se recostaron en los poyos de una fuente que junto a ellas corr'ia con manso murmullo; y, entregadas a sus reflexiones, qued'aronse pronto, si no dormidas, aletargadas. Juanita, en la esperanza de ver aparecer a Pendencia en la forma de centuri'on o de draconarius, se qued'o haciendo compa~n'ia al arque'ologo ameniz'andole la tarea con sus aceradas pullas. La situaci'on del tesoro estaba tan perfectamente se~nalada en el plano, que a la media hora escasa de remover la tierra, el zapapico tropez'o en un cuerpo resistente. Benjam'in, con el coraz'on hecho un molino de viento, desenterr'o una peque~na caja de metal que, sin inscripci'on alguna, revelaba servir solo de estuche a alg'un objeto precioso. Abierta por fin en medio de la mayor ansiedad, sac'o a luz el pol'iglota unos manojos de cordelillos en los que de distancia en distancia hab'ia nudos que a primera vista dejaban comprender por sus combinaciones que no hab'ian sido hechos al azar. El sabio dio un grito de asombro. Ilustraci'on -!Cordeles! -dijo Juanita-. ?Hombre, y no le dan a usted ganas de ahorcarse? -Silencio, profana. -Siquiera prop'inese usted con ellos una docena de disciplinazos. -?Sabes t'u lo que es esto? -A que salimos ahora con que es alguna libra de fideos del tiempo de Salom'on... -Esta es la primera escritura que usaron los hombres sobre la tierra, legada a la humanidad por Fo hi, como le llaman los chinos, o seg'un nosotros por No'e a su salida del arca. Este es el prototipo de la palabra escrita revelado al mundo sabio en la academia de inscripciones por el pale'ografo Shuckford. Y con verdadera hidrofobia cient'ifica Benjam'in se dispuso a interpretar el enigma. Desgraciadamente una densa nube le eclips'o el tenue rayo de la luna pr'oxima ya a desaparecer en el horizonte occidental; y no bast'andole el simple tacto, tuvo que diferir su empresa. -Pero diga usted: ?qu'e tintero empleaban esos potrotipos? Pues qu'e: ?siempre no se ha escrito del mismo modo? -Ni por so~naci'on. Que sepamos, hasta ahora son tres las maneras conocidas de trazar la escritura: Por l'inea perpendicular, por orbicular o redonda y por horizontal; y aun as'i estas tres grandes ramas se subdividen en muchas variantes. -!Jes'us! Y yo que no s'e poner una carta m'as que con falsilla, porque, si no, me tuerzo. Benjam'in, a quien la nube se empe~naba en velar el astro de la noche, tanto para distraer su inacci'on, como cediendo a sus naturales aficiones, tom'o as'i la palabra creyendo asistir a un curso de paleograf'ia: En la Mitolog'ia de Carrasco se lee que los indios de la isla Trapobana, seg'un Diodoro de Sicilia, escriben por l'ineas perpendiculares rectas. Du-Halde consigna que los chinos y japoneses, aunque usan la escritura perpendicular, la trazan como los hebreos de derecha a izquierda; as'i es que sus libros comienzan por donde los nuestros tienen su fin. Los septentrionales o Escitas grababan en las rocas sus letras llamadas Runas o R'unicas en renglones curvos, reuniendo las l'ineas de alto abajo y vice-versa; pero oblicuamente o en espiral. Los t'artaros, seg'un Nienhoff, cuyas consonantes son parecidas a las de los et'iopes porque las enlazan con sus vocales, escriben en l'inea perpendicular de derecha a izquierda; y los mogoles, de alto abajo en opini'on de Treveux. Los habitantes de las Islas Filipinas y de Malaca, refiere Gir'o del Mundo que comienzan, por el contrario, de abajo hacia arriba y de izquierda a derecha. Y los mejicanos, seg'un Acosta, lo verifican por l'inea perpendicular ocupando de alto abajo toda la p'agina. Conocieron tambi'en el uso de unas cuerdecitas te~nidas de diversos colores anudadas y entrelazadas de varios modos seg'un la importancia del suceso que deb'ia referirse; esta costumbre era com'un en todos los salvajes de la Am'erica septentrional. Las grandes poblaciones del Per'u, dice Baltasar Bonifacio, usaron como las de la Am'erica del Norte las mencionadas cuerdecitas, que conservaban en archivos (establecidos y custodiados por personas instruidas) para consulta de todos los sucesos dignos de ser transmitidos a la posteridad. -Aguarde usted -interrumpi'o Juanita-. ?Va a ser muy larga la procesi'on? -Si te molesta la dejaremos. -Nada de eso; a m'i no me incomoda, porque lo que no entiendo, por un o'ido me entra y por otro me sale; pero si usted me lo permite me sentar'e. Con que quedamos en los salvajes de la Habana serpentrional. Benjam'in la mir'o con l'astima y prosigui'o as'i: -Entrando en el segundo sistema, aseguran Pausanias y Bimard de la Bastie, que los griegos conocieron la escritura orbicular como se desprende de la inscripci'on del disco de 'Ifito que se reputa posterior en 300 a~nos al sitio de Troya. Tambi'en se sirvieron de ella, seg'un Maffei, los etruscos o antiguos toscanos. Los m'as remotos pueblos septentrionales enlazaron la escritura de alto abajo y vice-versa; pero tambi'en en l'ineas oblicuas o en espiral. Y no ofreciendo dificultad el que estos caracteres sean los verdaderos runos, resultan leg'itimas las inscripciones que cita el mismo Pausanias por tener sus l'ineas mucha semejanza y aun identidad con las de los pueblos del Norte. Las inscripciones griegas del monumento erigido en Olimpia por los cips'elidas, eran dif'iciles de leerse a causa de sus multiplicadas curvas. -Lo mismo me pasaba a m'i con las cartas de Pendencia; y eso que ven'ian en papel rayado; pero cada rengl'on parec'ia un via-crucis: aquello s'i que a estar en lat'in, lo cree usted escritura articular. -Tomemos la horizontal -continu'o el sabio. Y Juanita, creyendo que se trataba de una orden que empezaba a lisonjearla, se tendi'o cuan larga era en el arroyo, como lo pudiera hacer en el m'as mullido lecho. -No me duermo, no se~nor -adujo al comprender por el movimiento de extra~neza de Benjam'in que se hab'ia equivocado-. Siga usted, que si me aburro ya le dir'e a usted que se pare. Benjam'in busc'o la luna; pero como ella no se dejase ver, reanud'o su discurso con desaliento. -Pues bien: la escritura por l'inea horizontal abraza varias especies. La bustrofedona de la primera edad, de derecha a izquierda; la del segundo hasta el cuarto per'iodo, de izquierda a derecha; y la aratoria que re'une las precedentes yendo y volviendo por l'ineas paralelas y frente por frente del punto de partida. -!Vaya un traj'in! ?Sabe usted que una plana de esas parecer'a un ejercicio de bomberos? -Los orientales siempre han escrito de derecha a izquierda como los etruscos; menos los armenios y los habitantes del Indost'an que lo hacen de izquierda a derecha. En los griegos se ha observado que, bien sea por los m'etodos de Pelasgo, de C'ecrope o de Cadmo, participa aunque a lo oriental de las dos especies; porque cuando escriben muchas l'ineas vuelven de derecha a izquierda. Esta direcci'on es la que empleaban los hunos. -?Y los otros? -Hablo de los hunos, hoy zikulos de la parte de la Transilvania. -!Ah! s'i. Adelante, no los conozco. -Los et'iopes o abisinios, los siameses y los tibetanos escriben de izquierda a derecha, y estos 'ultimos casi horizontalmente. Dos inscripciones notables presenta la escritura bustrofedona de la primera edad, admitida tambi'en entre los galos y los francos; la una se hall'o en las ruinas del templo de Apolo Amyclaeus en Amycles, villa de la Laconia, hacia el a~no 1400 antes de J. C.; la segunda, que refiere Muratori, consta en el m'armol de Nointel o Baudelot descubierto en 1672 en una iglesia de Atenas, cuyo m'armol fija la 'epoca por los a~nos 457 antes de la era cristiana. Las pieles de los cuadr'upedos preparadas de diversas maneras, las de los pescados, los intestinos de las serpientes y de otros animales, las telas de lienzo y de seda, las hojas, la corteza y la madera de los 'arboles, la borra de las plantas y su coraz'on, el hueso, el marfil, las piedras comunes y preciosas, los metales, el vidrio, la cera, el ladrillo, la greda y el yeso, han sido las materias sobre las que en todos tiempos y en el d'ia se escriben los caracteres. -Pues en cuesti'on de caracteres, aunque el m'io no es de los peores, como don Sindulfo no nos devuelva los militares, a'un ha de ver usted a las criadas escribir con las u~nas sobre pellejo de sabio. -Los m'armoles, los bronces y las planchas o l'aminas de metal han sido de uso com'un entre los griegos y romanos: el de las pieles data del tiempo de Job. En planchas de madera y tablitas de bamb'u escribieron los chinos, dice Du-Halde, antes de la invenci'on del papel. Las pir'amides, los obeliscos y las columnas de las observaciones astron'omicas de los babilonios, que refiere Flavio Josefo, fueron de m'armoles, piedras y ladrillo. Las leyes de Sol'on estaban escritas en madera; las de los romanos en bronce, de las que tres mil se perdieron en el incendio del Capitolio. Los pueblos septentrionales grababan sus inscripciones r'unicas en las piedras y en las rocas. La escritura en plomo sube al tiempo del Diluvio. La hecha en marfil se ha conservado en las tablas llamadas d'ipticas o de dos hojas, porque las pol'ipticas son las que exceden de este n'umero. Se escrib'ia tambi'en, seg'un Plinio, en las hojas de palmera y de ciertas malvas; as'i es que en algunas comarcas de las Indias orientales, afirma Alfonso Costadan, escriben en las hojas del Macareguo, hojas que tienen seis pies de largo por uno de ancho. Lo propio hacen, dice Michael Boim, los habitantes del fuerte de Mieu, junto a Bengala y Peg'u, sirvi'endose del Areca, especie de palmera, y de la corteza del 'arbol llamado Avo. Los del reino de Siam y Camboya y los insulares de Filipinas (aunque estos 'ultimos siguen el m'etodo de los espa~noles) se valen de las hojas de pl'atano, de palmera o de la parte lisa de las ca~nas en las que trazan sus caracteres con un punz'on o cuchillo. Los siracusanos lo hac'ian en hojas de olivo y los atenienses en conchas. En Atenas, cuenta Suidas, que se consignaban los nombres de los valientes que hab'ian sucumbido en defensa de la patria, sobre el velo de Minerva. -Pues buena la pondr'ian la mantilla a la pobre se~nora. !Vamos! ser'ia de casco y lo escribir'ian por el rev'es. -Los indios, seg'un Filostrato, hac'ian su escritura en los Syndones, que as'i llamaban a sus telas o vestidos. -!Ay! Pues yo siempre los he visto en cueros; es decir, en las estampas. -Los jud'ios ten'ian una particular habilidad en unir los diferentes trozos del pergamino, haci'endolo en t'erminos de no poderse distinguir se~nal alguna. Con este motivo, a~nade Flavio Josefo que Tolomeo Filadelfo se llen'o de admiraci'on cuando los setenta ancianos, enviados por el gran sacerdote, desdoblaron en su presencia los rollos de la ley toda escrita con caracteres de oro. No obstante, el grabado en seco, sin auxilio de la tinta ni de otro color, parece haber sido el primer procedimiento: los monta~neses de Kuei-cheu en China, as'i lo ejecutan sobre unas tablitas de madera muy tierna. Los parthos hac'ian en sus vestidos las letras con aguja, no usando del papyrus que podr'ian haber hallado en abundancia en Babilonia. -Ya que me vuelve usted loca con tanto nombre extranjero, expl'iqueme usted siquiera alguno de esos terminachos que como guijarros de punta me est'an levantando chichones en la cabeza. -El papyrus es una especie de ca~na parecida a la typha propia de los parajes bajos y h'umedos. Sus ra'ices le~nosas tienen por lo regular diez pies de longitud: su tallo triangular no excede de dos codos en tanto que no se eleva sobre la superficie de las aguas; pero en su totalidad alcanza hasta cuatro o cinco. Despu'es de varios procedimientos llegaba a ser papel, no excediendo nunca de la marca que se le ten'ia asignada, que era dos pies de longitud. Los instrumentos empleados para escribir han sido con corta diferencia los mismos que usamos en el d'ia, a saber: la regla, el comp'as, el plomo, las tijeras, el cortaplumas, la piedra para afilar, la esponja, el estilo o punz'on, la pluma o ca~na, el tintero o escriban'ia, el atril y las ampolletas o botellitas de vidrio, conteniendo una el l'iquido para volver m'as suelta la tinta espesada, y otra el bermell'on o rojo para escribir los principios de los cap'itulos. El estilo, stylus graphium, y el buril, caelum celtes, sirvieron para la escritura en seco o sin tinta; de consiguiente se empleaban en los m'armoles, metales y en las tablas preparadas con cera y yeso, y eran de varios tama~nos y formas. La ca~na, arundo; el junco, juncus y el calamus us'aronse en la escritura que se hac'ia con tinta; pero antes de conocerse la aplicaci'on de las plumas. El Egipto, Gnido y el lago Amais en Asia, seg'un Plinio, daban profusi'on de estos juncos o c'alamos que los griegos se hac'ian llevar de Persia y que, cogidos en el mes de marzo en Aurac, dejaban endurecer por espacio de seis meses entre el fiemo o esti'ercol, tomando de este modo un hermoso barniz jaspeado de negro y amarillo oscuro. En aquel instante son'o un ronquido; pero Benjam'in embriagado en su peroraci'on, no se detuvo hasta terminar su relato. -El uso de las plumas de 'ansares, cisnes, pavos y grullas -continu'o disparado- no data al parecer sino del siglo quinto. Los siameses se val'ian del l'apiz. Los chinos emplean actualmente, como en la antig"uedad, el pincel de pelo de conejo por mejor y m'as suave. La tinta de los tiempos remotos no ten'ia de com'un con la nuestra sino el color y la goma que entraba en su composici'on: Se llamaba atramentum scriptorium o librarium, para distinguirla del atramentum sutorium o calchantum. El negro lo hac'ian con el humo de la resina, de pez, de t'artaro, marfil quemado y carbones triturados; cuyos ingredientes en fusi'on se somet'ian a la acci'on solar. Los pueblos orientales empleaban la gibia y el alumbre que los africanos substitu'ian a veces con la adormidera o el jugo del calamar. Refiere Allatius haber visto la tinta de pelo de cabra quemado que, aunque un poco roja, ten'ia las propiedades de no perder su color, ser lustrosa y adherirse muy bien al pergamino; de modo que era muy dif'icil borrarla. La tinta china, conocida 1120 a~nos antes de J. C., se extrae de varias materias y especialmente de los pinos o del aceite quemado. Entre los indios la decocci'on de las ramas de un 'arbol llamado aradranto les suministra este licor tan... Aqu'i llegaba Benjam'in en su afluente desbordamiento, cuando un -<>, de Juanita que so~naba, le hizo comprender que su erudici'on era in'util y dio por terminada la conferencia. En esto un hombre, que con una linterna encendida en la mano doblaba la esquina, desemboc'o en el quadrivium. Ilustraci'on -!El loco! -grit'o Benjam'in reconociendo a don Sindulfo, que en efecto ven'ia en busca de los fugitivos; a cuya voz despert'aronse los tres durmientes como si hubiesen sentido un sacudimiento galv'anico. -!Favor! -exclamaron las infelices, abraz'andose en defensa mutua. Pero Benjam'in, para quien aquella luz era como el rel'ampago para el caminante perdido en las tinieblas, antes de que su amigo les apercibiese, corri'o a su encuentro vociferando como el sabio de Siracusa cuando al dar con la teor'ia del peso espec'ifico dicen que sali'o desnudo del ba~no repitiendo: !Eureka! -?De qu'e se trata? ?Ha vuelto a la vida mi rival? -pregunt'o el demente persiguiendo su man'ia. -No. He hallado el secreto de la inmortalidad. Leamos, al'umbreme usted. Y consultando los cordelillos, su pecho se dilat'o al ver que la disposici'on de los nudos correspond'ia a la escritura armenia en la que cre'ia poder alardear sus conocimientos. -Y bien: ?Qu'e dice? Benjam'in con no poca dificultad ley'o lo que sigue: -<> !Maldici'on! -?Qu'e es ello? -Que no puedo interpretar el sentido de los dem'as caracteres. No importa -continu'o en su delirio-. Volaremos a la regi'on del Patriarca y daremos soluci'on a este enigma indescifrable. -Si usted en cuesti'on de lenguas no conoce m'as que la estofada -se permiti'o arg"uir la intemperante Juanita; a cuya voz el loco fijando mientes en el grupo de las tres gracias, crisp'o los pu~nos, y dirigi'endose a Sun-ch'e: -T'u tambi'en me estorbas -dijo- pero pronto no ser'as m'as que un cad'aver. E iba a abalanzarse sobre ella, cuando por dicha suya el sabio tropez'o en uno de los poyos y cay'o al suelo de bruces. Benjam'in acudi'o en su auxilio mientras la trinidad femenina se replegaba con espanto hacia la fuente. -Esto no se hace entre cristianos -grit'o la de Pinto con toda la fuerza que le prestaba la indignaci'on. -!Cristianos han dicho! -murmur'o por lo bajo a su gente el ceryx, que atra'ido por la linterna de don Sindulfo, acechaba a los viajeros y que, por la relaci'on de la palabra espa~nola con la latina dedujo una verdad funesta para los anacron'obatas. -?Qu'e? -se preguntaron todos al verse rodeados de los vigiles. -Apoderaos de ellos. El terror fue general. -Yo soy inocente -aduc'ia Clara. -Respetad a la emperatriz -ordenaba Sun-ch'e en chino. -!Prenda usted a ese, se~nor guindilla! -balbuceaba la maritornes se~nalando al tutor. Ilustraci'on Pero como los gritos fuesen en aumento, les aplicaron unas mordazas y maniatados los condujeron a la presencia del prefecto que en desenfrenada org'ia saboreaba en el pretorio el mot'in tan favorable a la causa de Domiciano. -!Piedad! -articularon todos, libertados de sus ligaduras y cayendo a los pies del ebrio senador. -No le excit'eis con vuestros ayes -observ'o el pol'iglota-. Reparad que no entiende m'as que el lat'in. -Pues bien: In nomine Domini nostri Jesu-Cristi -dijo Juanita muerta de miedo y recordando la salutaci'on con que el cura de su lugar daba los buenos d'ias a sus feligreses. -?Qui'en pronuncia aqu'i el nombre del impostor de Galilea? -rugi'o el prefecto pudiendo apenas mantenerse en equilibrio. -Estos cristianos que acaban de profanar la estatua de Ner'on. -?Cu'al es el jefe? -Este, el m'as viejo -contest'o Juanita impuesta por la traducci'on de Benjam'in. -Subidlo al cr'ater y arrojadlo en las entra~nas del Vesubio. Una explosi'on de l'agrimas y lamentos sucedi'o a tan b'arbara orden; pero antes de que las excursionistas pudieran dirigir una palabra de consuelo a don Sindulfo, este hab'ia desaparecido entre un grupo de vigiles encargados de la ejecuci'on del decreto. -Los dem'as -prosigui'o el togado beodo- apr'estense a servir de bestiarios en los circenses de ma~nana. -!Horror! Nos destinan al circo -tradujo el arque'ologo, cubri'endose el rostro con las manos, mientras Clara perd'ia el sentido y Sun-ch'e interrogaba con ojos extraviados sin obtener contestaci'on. -?Al circo? Pues no se apuren ustedes -objet'o Juana- que si es en el de Price yo tengo all'i un primo aposentador. -No: se nos condena a ser devorados por las bestias feroces. Amordazados de nuevo, nadie pudo proferir una queja. Los vigiles sacaron del pretorio a los reos, y el Praefectus urbis, tambale'andose, volvi'o a la sala del fest'in gritando a sus comensales con feroz alegr'ia: -El pueblo tendr'a bestiarios: la paz de Pompeya queda por ahora asegurada. Y en efecto; unas horas despu'es, al resplandor del sol naciente, el pobre tutor con los pies ensangrentados por la penosa ascensi'on del Vesubio rodaba a los profundos abismos del volc'an, al mismo tiempo que sus compa~neros de viaje penetraban en las mazmorras del anfiteatro para servir de pasto a las fieras y de diversi'on a la m'as soez de las plebes. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XVIII <> N No me detengo a describir el anfiteatro porque, exceptuando los ciegos de nacimiento, todos en Espa~na han visto una plaza de toros, con la que aquel guarda una completa analog'ia. Baste saber que los veinte mil espectadores, de que era capaz el de Pompeya, invadieron desde muy temprano aquel d'ia los asientos que los locarios les designaban en los cunei o secciones previamente dispuestas por los designatores o maestros de ceremonias, seg'un el rango y circunstancias de cada uno. El podium, que era como si dij'eramos la meseta del toril con gradines y extendi'endose por todo el c'irculo de la plaza, estaba destinado a los funcionarios de alta jerarqu'ia. En 'el campeaba el cubiculum o palco del prefecto, a imitaci'on del suggestum o trono del emperador en Roma, cubierto con un dosel a manera de pabell'on; distintivo que, aunque menos suntuoso, ostentaban asimismo las localidades accidentalmente ocupadas por una vestal, un senador o alg'un enviado de las naciones extranjeras. A continuaci'on del podium ven'ian las filas de gradas para los caballeros; y tras de ellas la popularia, el tendido, el sol por decirlo as'i; aunque la comparaci'on no es fiel, pues maldito si los rayos del rubicundo Febo molestaban al p'ublico. Y no es porque nubes lo empa~nasen, que esplendente brillaba en mitad del firmamento, y con alientos tales que, no por ser el octavo d'ia del mes de septiembre, pudieron prescindir de refrescar el ambiente, como lo verificaban en can'icula, merced a un licor odor'ifero compuesto de agua, vino y azafr'an, conducido por unos tubos hasta el espacio cubierto, consagrado a las mujeres en la parte superior del edificio, para desde all'i hacerlo caer en lluvia cernida sobre el concurso. Tampoco obedec'ia el eclipse al capricho de ninguna empresa niveladora de clases en beneficio de sus intereses, como la de Casiano, que en Madrid y en el a~no de gracia de 1874, se permiti'o fijar este anuncio c'elebre la v'ispera de una corrida extraordinaria: De orden de la autoridad ma~nana no hay sol. Consist'ia sencillamente en que por encima de las cabezas de los circunstantes corr'ian unos toldos de lona que en los grandes circenses romanos sol'ian ser de seda y p'urpura bordados de oro. Bajo el podio, en derredor de la arena, estaban las caveae, b'ovedas o casetas poco elevadas, con sus posticae o compuertas cerradas por los ferreis clathris -grifos de hierro- en las que se met'ia a los gladiadores y las fieras destinados al combate. En frente se hallaba situada la puerta libitinensis, por donde se sacaba a los bestiarios muertos para ser conducidos al spoliarium, en el que se les despojaba completamente de lo que sobre s'i ten'ian. Los ecos de los clarines anunciaron la aproximaci'on de los gladiadores; y en efecto, no tardaron en presentarse en la arena todos juntos para saludar al auditorio; siendo recibidos por este con un batir de palmas que no parec'ia sino que Frascuelo y Lagartijo hab'ian cambiado de traje y que el p'ublico de los barrios altos y bajos de Madrid estaba veraneando en Pompeya. Porque hay que tener presente que aplaudir y silbar ha sido en todas 'epocas el modo m'as admitido por el pueblo de expresar su satisfacci'on o su desagrado; y cuando esta 'ultima manifestaci'on ten'ia lugar en un teatro, el actor que de ella era objeto, estaba en el deber de quitarse la m'ascara como para acusar recibo de la silba. Despejado el redondel despu'es del paseo, un nuevo punto de clar'in ech'o al anillo a los essedarios; luchadores que combat'ian sobre carros, a ejemplo de los galos y bretones. Vinieron en seguida los hoplomacos, armados de pies a cabeza y antagonistas de los provocadores. Ni unos ni otros consiguieron hacerse sangre, quedando todo reducido, con gran descontentamiento de la muchedumbre, a unos cuantos chichones sin consecuencia. Tras estos exhibi'eronse los mirmillones o gallos, que usando de lanza y escudo a la manera de los originarios de la Galia, re~n'ian con los retiarios; los cuales al perseguirlos con la red y el tridente les gritaban: <>. Es decir: <>. Con lo que alud'ian a un pez de metal que en la cimera de sus cascos ostentaban los opuestos combatientes. O el gallo hab'ia perdido los espolones o el pescador lo era m'as de ca~na que de red, ello es lo positivo que en una de las intentonas tuvieron la mala suerte de tropezar, cayendo cada cual por su lado, y sobre los dos una rechifla que ni cuando el concejal presidente deja pasar un toro de varas. Por fin son'o la hora de los meridianos, gladiadores que peleaban a la de medio d'ia, y cuyo espect'aculo era, para hablar t'ecnicamente, el bicho de la tarde, el quinto escogido a pulso: una circunstancia excepcional ven'ia a hacerlos m'as interesantes; ambos luchadores eran rudiarii; o lo que es igual, que habiendo servido tres a~nos consecutivos, ten'ian ganado el rudis, grueso bast'on con nudos, s'imbolo de retiro o licenciamiento en los circenses, donde ya no deb'ian volver a presentarse sino, como en la ocasi'on aquella, por un acto de su voluntad omn'imoda. Aplaudidos y otorgada la venia por el gobernador o prefecto presidente, empu~naron las arma lusoria; espadas de madera recibidas en premio en varios ejercicios; y con ellas empezaron a ejercitarse cruz'andolas en continuos choques: especie de proemio, como cuando los picadores prueban las puyas sobre la valla, al que daban el nombre de praeludere, ventilare. Pero era necesario andar muy listos en esta operaci'on; porque, en cuanto el clar'in sonaba, depon'ian los juguetes; y, echando mano de los verdaderos trastos de matar, propin'abanse cada linternazo que era una bendici'on de Dios. As'i lo hicieron; y como los dos eran mataores de fama, cost'o gran trabajo al m'as afortunado -pues no s'e si era el m'as fuerte- derribar de un volapi'e a su antagonista que cay'o a plomo revolc'andose en la arena. A la vista de la sangre, el pueblo lanz'o un rugido de entusiasmo. El vencedor consult'o con la mirada al auditorio que, teniendo derecho de vida o muerte sobre el vencido, pod'ia otorgarle gracia presentando la palma de la mano con el pulgar encogido; pero la sed de matanza era tal, que los jueces, tendiendo por el contrario el p'olice y cerrando el pu~no, prorrumpieron un'animemente en voces de: recipere ferrum; lo que equival'ia a exigir que se le diera el cachete. Solo faltaba la ratificaci'on del prefecto al clamor popular; pero el presidente, sea por l'astima o por capricho autoritario de oposici'on, agit'o un lienzo blanco en se~nal de conceder el missio o perd'on por aquella vez en nombre del monarca augusto. Clemencia est'eril entonces porque el herido acababa de ascender a cad'aver. Retirado su cuerpo de la arena con unos garfios de que tiraban cuatro esclavos, dos ediles salieron a ofrecer al victorioso atleta la palma de plata otorgada a su valor. Los espectadores no creyendo justa la recompensa, pusi'eronse a gritar: -!Lemnisci! !Lemnisci! Y el prefecto, a fin de no herir susceptibilidades, accedi'o a la demanda disponiendo entregar al gladiador, en sustituci'on de la palma, las guirnaldas de flores sujetas por cintas de lana, s'imbolo de los lemniscati; con lo que el agraciado quedaba manumitido de la esclavitud, entrando desde aquel instante en la categor'ia de los libertos. Un murmullo de satisfacci'on que con el arrellanarse en los asientos es en toda asamblea precursor del espect'aculo preferente, indic'o el turno de los bestiarios. Clara y Sun-ch'e, agobiadas bajo el peso de tan espantosa situaci'on, eran casi conducidas en vilo por unos soldados, pues su abatimiento las imped'ia caminar. Benjam'in, sacando fuerzas de flaqueza, procuraba mostrarse hombre y fil'osofo, avanzando serenamente. Juanita era la que con una resoluci'on impropia de las circunstancias, entr'o en la arena emulando en desenvoltura a los chicos que se echan al redondel a correr novillos embolados. Habiendo escapado ya a tan varios como inminentes peligros, cre'iase impermeable, vali'endonos de su propia expresi'on para traducir la idea de invulnerabilidad. El 'exito que obtuvo su porte no se puede comparar sino a las ovaciones que alcanzan en Madrid las malas comedias. Vest'ian los reos calz'on y t'unica corta y llevaban los brazos y piernas liados con unas tiras de cuero como los primitivos guerreros de la Lombard'ia. Blandiendo con la mano derecha una espada corta, pend'ia de su izquierda un pa~no rojo destinado a excitar a las fieras, de lo que acaso ha tomado origen nuestra suerte de matar en el arte de Pepe-Hillo. Llevados ante el cubiculum del prefecto, les obligaron a entonar por tres veces el morituri te salutant; pero Juanita, amiga siempre de chacota, queriendo patentizar sus conocimientos en el lat'in de su uso, tom'o los trastos con la extremidad del siniestro remo anterior y, simulando descubrirse con el brazo libre: -Dominus vobiscum -le dijo al senador-. Brindo para que usiam reventatur como un perri de una indigestionem de morcillam. Salutem y sarnam. Concluida la peroraci'on y diseminados los luchadores por el anillo, los guardias se retiraron y el prefecto hizo la se~nal de que soltasen las fieras. Juanita, cuadr'andose delante de las caveae, se dispuso a recibir y las puertas giraron sobre sus goznes. Pero en vez de los leones del desierto de Lybia, Luis y Pendencia con sus quince compa~neros de armas desembocaron en el circo apercibiendo los rev'olveres ya habilitados por el sistema de la desinalterabilidad, de que el malogrado don Sindulfo les ense~n'o a hacer uso en su primer rapto de locura. Verlos y arrojarse cada una sobre su cada cual, inclusa Sun-ch'e aunque no ten'ia cuyo, y Benjam'in que simpatizaba con todos, obra fue de un mismo instante. -?No se lo dec'ia yo a usted? -gritaba la de Pinto-. Si son como los esp'arragos, perdonando el modo de se~nalar; que les corta ust'e la cabeza y en seguida les vuelve a salir otra. Pero la ocasi'on no era la m'as propicia para entretenerse con s'imiles. Los espectadores, defraudados en sus esperanzas y comprendiendo por lo que ve'ian, que estaban siendo v'ictimas de un enga~no, prorrumpieron en voces de: -!Traici'on! Y abandonando las gradas, echaron fuera sus aceros y se aprestaron a hacer irrupci'on en la arena, para tomarse venganza por su mano. Luis, que todo lo ten'ia previsto, form'o el cuadro con su fuerza, y, colocando en el centro a las mujeres, antes de que la turba transpusiese el podio, le envi'o una descarga de la que ni un solo tiro qued'o por aprovechar. Sucedi'o una pausa producida por el asombro; mas como el valor de los pompeyanos era incontestable y no hab'ian tenido a'un tiempo de encontrar la explicaci'on del fen'omeno, trataron de insistir con m'as vehemencia, siendo detenidos en su empuje por una segunda hecatombe. Los pusil'animes se detuvieron; los m'as esforzados solo tuvieron un grito: -!Adelante! Y ya empezaban a descolgarse en la arena cuando Luis, mandando hacer fuego graneado sobre ellos, dispuso una especie de caza, cuyos efectos los dej'o consternados. Aquellos peque~nos 'utiles de guerra que a tal distancia enviaban la muerte arrojando proyectiles sin interrupci'on, tomaron a sus ojos un car'acter sobrenatural que no titubearon en atribuir al implacable enojo de sus dioses: el p'anico sobrevino y la dispersi'on se hizo general. !Poder del progreso que permit'ia a un pu~nado de hombres ver correr en su presencia a veinte mil legionarios conquistadores del mundo entero! Ilustraci'on Antes que la turba transpusiese el podio, le envi'o una descarga... El anfiteatro se qued'o vac'io. Entonces comenzaron las expansiones, el deplorar la suerte adversa del tutor para cuyo rescate toda tentativa se juzg'o in'util, pues deb'ia haberse ya cumplido la sentencia; y por 'ultimo las explicaciones y muy particularmente la que con la reaparici'on de los hijos de Marte se relacionaba. Esta no pod'ia ser m'as sencilla. Mis lectores recordar'an sin duda unos martillazos que don Sindulfo y Benjam'in oyeron mientras recorr'ian el Anacron'opete la noche que pernoctaron en China. Pues bien, d'abanlos los m'ilites que, buscando asilo m'as seguro para hacer la traves'ia a'erea que los parapetos de las provisiones, se confeccionaron, con unas lonas embreadas que hab'ia en la cala, un enorme zurr'on o hamaca tendida en el espacio hueco del podio, con la que comunicaban merced a una abertura, provista para mayor disimulo de su correspondiente compuerta, practicada junto a la guillotina de la descarga, y donde el gas respirable entraba por un tubo de goma a trav'es de un simple agujero. -De modo -concluy'o Pendencia- que cuando don Pichichi, que requiezcat, crey'o arrojarnos en el dezpacio, no hizo m'as que abrirnos la puerta prencipal de nuestra propia caza. Dadas gracias a Dios y celebrada la ocurrencia: -Ahora escapemos; la tierra de No'e nos aguarda -dijo Benjam'in sac'andose del pecho los cordeles que hab'ia conservado en medio de tanta tribulaci'on. Embriagados todos en su felicidad le siguieron autom'aticamente; pero al llegar a la puerta la encontraron cerrada; y, por los alaridos que daba el populacho al exterior, dedujeron que forzarla ser'ia imprudencia. Y efectivamente, todo el pueblo acarreando muebles, canastas, maderos y cuantos utensilios pudieran servirles para formar barricadas, levantaban una colosal alrededor del edificio en el que los anacron'obatas iban a ser sitiados por hambre. La situaci'on era grave. Restituidos al redondel, ya se hab'ian puesto a discutir en consejo de familia, cuando un estampido horroroso retumb'o en todos los 'ambitos de la ciudad y una luz c'ardena ilumin'o el espacio. El susto fue de padre y muy se~nor m'io, porque, sin pensar en el anacronismo que comet'ian, los expedicionarios atribuyeron la detonaci'on a la p'olvora de alguna mina con que los ind'igenas quer'ian volar el edificio. -Piensen ustedes en la fecha relativa de hoy -dec'ia Benjam'in-. ?En qu'e d'ia creen ustedes que vivimos? -Lo que es para nosotros siempre es martes -repuso Juanita. Una segunda conmoci'on aument'o la alarma. El arque'ologo se puso p'alido como la muerte y, aspirando el olorcillo de azufre de que estaba impregnada la atm'osfera: -!Maldici'on! -grit'o mes'andose los cabellos. -?Qu'e pasa? -interrogaron los excursionistas. -!S'i... eso es... d'ia 8 de septiembre del a~no setenta y nueve de la era cristiana!... !La erupci'on del Vesubio!... !!!Nos hallamos en el 'ultimo d'ia de Pompeya!!!... A'un no hab'ia concluido la frase, cuando un calambre geol'ogico, una sacudida del suelo volc'anico, sacando al circo de su asiento, derrib'o gran parte de sus muros haciendo rodar por la arena a los interlocutores sin que, felizmente, ninguno de ellos fuera alcanzado por los escombros. La lava ca'ia a torrentes, la ceniza embargaba la respiraci'on. -Salv'emonos -grit'o Benjam'in apenas pudo ponerse en pie; y todos se precipitaron por la abertura, pasando por encima de cad'averes abrasados por la erupci'on y desatendiendo los ayes de los moribundos y la desesperaci'on de los vivos. La inalterabilidad a que estaban sujetos haci'endolos insensibles a la influencia de cualquiera acci'on f'isica, les permiti'o llegar al Anacron'opete sin obst'aculo alguno; pues las sustancias en fusi'on resbalaban sobre sus carnes sin adherirse. Instalados en 'el, Benjam'in elev'o el veh'iculo a la zona de locomoci'on. Un ruido como el de una piedra chocando en un tubo de desalojamiento, produjo un sonido campanudo; pero ya el coloso hab'ia emprendido su vertiginosa marcha y, devorando tiempo, se lanzaba a enriquecer la ciencia con el descubrimiento del pasado, mientras a sus pies dejaba una dolorosa ense~nanza para el porvenir. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XIX Los n'aufragos del aire E El trayecto que ten'ian que recorrer, pues determinaron no detenerse en ning'un punto, era el m'as largo que se hab'ia llevado a efecto en toda la expedici'on. Se encontraban en el a~no 79 de la era cristiana; y el Diluvio Universal corresponde como nadie ignora al 3308 antes de J. C. Aunque la zona en que viajaba el Anacron'opete estuviese muy por encima de la regi'on en que se forman las tempestades y no tuvieran nada que temer por consiguiente del cataclismo provocado por la maldad de los hombres, creyeron no obstante deber dar o'idos a la prudencia y se convino en hacer alto en un per'iodo posterior, hist'oricamente hablando; lo que caminando hacia atr'as equivale a tocar tierra antes de llegar a aquella gran cat'astrofe. Su objeto era avistarse con No'e; y como este repoblador del mundo vivi'o todav'ia 350 a~nos despu'es de salir del arca, no solamente pod'ian evitar las contingencias del Diluvio, sino hacerse m'as pronto due~nos del secreto de la inmortalidad desembarcando en el 2958 (a. de J. C.) en que acaeci'o su muerte; o sea a 3037 a~nos de la destrucci'on de Pompeya a~nadiendo los 79 que les faltaba trasponer del siglo primero. Con todo; como no era cosa de irle a entretener de semejante asunto en las postrimer'ias de su existencia, y teniendo tiempo a mano de que disponer, se votaron un par de lustros m'as para imprevistos, y se fij'o el descenso en el a~no 3050 del d'ia de la fecha; trece antes del fin del patriarca, a los 937 de su edad y con 258 de antelaci'on al desquiciamiento del globo. Contando pues en n'umeros redondos una marcha de cinco siglos diarios, necesitaban siete d'ias (incluyendo las paradas de las comidas en plena atm'osfera) para tragarse las treinta centurias y media en cuesti'on. Pero el humor no faltaba, si bien turbado a intervalos por el recuerdo de don Sindulfo, y hab'ia provisiones para dos meses; de modo que, si nada es m'as largo que una semana de hambre, ellos parafraseando el axioma, present'ian que nada iba a ser m'as corto que otra de felicidad. La expedici'on tuvo principio en las mejores condiciones. Los ocios se mataban ora explicando a Sun-ch'e las maravillas del invento y narr'andole las peripecias del viaje (si bien haciendo caso omiso de su parentesco con el inventor para evitarle las amarguras de la viudez), ora fundando planes sobre el porvenir, todos por supuesto de color de rosa y perfumados con el incienso de la vicar'ia. Poco m'as de la mitad del camino ten'ian ya andado, cuando en la hora meridiana del cuarto d'ia y en saz'on en que el veh'iculo cortaba la m'as limpia y transparente de las atm'osferas, el aparato dej'o repentinamente de funcionar. -?Qu'e ocurre? -se preguntaron todos con extra~neza. -Alg'un cambio de tiro -repuso Juanita. Pero la actitud alarmante de Benjam'in no permiti'o a nadie saborear el chiste. -Tal vez una soluci'on de continuidad... -dijo este meditabundo. -Entonces vamos a despe~narnos sobre la tierra si la corriente no se establece -adujo Luis. -Sin embargo -objet'o el pol'iglota- no nos movemos. -!C'omo! ?Ezto ni zube ni baja? -No. -Puez ac'i ce qued'o Quevedo. Y precedidos de Benjam'in los excursionistas se consagraron al reconocimiento del mecanismo sin hallar desperfecto alguno que les procurara la clave del enigma. La tarde se pas'o en vanas tentativas, y con las sombras de la noche la alarma, exagerando el peligro, alcanz'o proporciones considerables. Pocos fueron los que lograron dormitar; dormir ninguno. Con la luz del alba repiti'eronse las observaciones; y como casi todos alcanzaban los mismos grados de inteligencia en mec'anica, las opiniones pod'ian contarse por los individuos. Al tercer d'ia, los militares como recurso supremo y sin dar cuenta a Benjam'in de lo que consideraban muy luminosa idea, se decidieron a deslastrar el Anacron'opete; y empezaron a arrojar por las compuertas las cajas y costales que m'as a mano se les vinieron, sin reparar en clase ni condici'on. T'ermino estaban poniendo a su tarea, cuando Benjam'in que, atra'ido por los golpes, lleg'o a la cala: -!Desgraciados! ?Qu'e hac'eis? Deteneos -grit'o fuera de s'i. -!Le peza mucho la tripa a la cabalgadura! -Pero nos est'ais dejando sin provisiones de boca; y nuestro caso es horrible: !Hemos naufragado en el aire!... Aquel grito fue la se~nal del p'anico. Toda esperanza estaba en efecto perdida; y por un azar hijo de la impremeditaci'on se ve'ian sin vitualla, pues las existentes apenas alcanzaban para cuarenta y ocho horas. Semejante peligro era indudablemente el m'as grave a que hab'ian estado expuestos. -?Qui'en podr'a venir en nuestro socorro? -preguntaba la pupila con las de sus ojos arrasados en l'agrimas. -Deje usted; que puede que pase alg'un titiritero de esos que suben en globo y nos echar'a una cuerda -aduc'ia Juana optimista hasta competir con el c'elebre Panglos. -?Aereonautas aqu'i? -exclamaba con desaliento el arque'ologo consultando la situaci'on-. ?Ignoras que estamos en el a~no 1645 antes de la era cristiana y encima mismo del desierto de Sin? -Ci a m'i me dan un cable yo me comprometo a dezcolgarme para ezplorar el horizonte -propuso Pendencia. Pero ni hab'ia a bordo soga tan larga, ni, aun siendo posible el descenso, deb'ia exponerse el valiente andaluz a quedar en tierra si al veh'iculo se le ocurr'ia emprender la marcha sin m'as raz'on que la que hab'ia tenido para pararse. Encomend'ose pues la salvaci'on de los n'aufragos a aquella d'ebil pero 'unica probabilidad, y como medida de precauci'on se acortaron las raciones. Seis d'ias despu'es de la detenci'on ya no ten'ian qu'e llevarse a la boca. Al s'eptimo hubo que triturar las sustancias que conten'ian alg'un jugo y elaborar una especie de harina con sus principios le~nosos. Al octavo la fiebre hab'ia ganado las filas. Al noveno no quedaba ning'un recurso; y el aire que por todas las ventanas abiertas penetraba, era insuficiente para la respiraci'on de aquellos infelices asfixiados por la sed y demacrados por el hambre. Al amanecer del d'ecimo, los excursionistas yac'ian tendidos por el laboratorio, cuyo aspecto ten'ia muchos puntos de contacto con un campo de batalla sembrado de cad'averes. -Decid'amonos. ?Qu'e se hace? -pregunt'o Benjam'in dando un rugido con el aliento que le prestaba la desesperaci'on. -Devorarnos a la suerte -grit'o un soldado. A cuya proposici'on asintieron en coro todos los hijos de Marte cerrando los o'idos a las s'uplicas que las mujeres anonadadas les dirig'ian. -Un momento de reflexi'on -adujo Luis pensando en Clara-. Acaso se le ocurra a alguien otro plan menos cruento. -No; a la suerte -vociferaron los m'ilites tomando una actitud amenazadora. -Dicen bien -objet'o Benjam'in-. No hay salvaci'on para nosotros; hace diez d'ias que permanece inm'ovil el aparato. -Zobre todo el dijeztivo. -El hambre nos acosa y el instinto de conservaci'on aconseja una determinaci'on radical. -!Qu'e l'astima que los jud'ios hayan matado a don Sindulfo! -balbuce'o la decidora Juanita-. ?Qui'en le tuviera aqu'i? -?Para qu'e? !Una boca m'as! -No, se~nor; para hacerle pagar el pato. Al o'ir el pato verific'ose un movimiento de reacci'on en los viajeros que les hizo incorporarse; pero convencidos de que eran v'ictimas de una ilusi'on, todos ahogaron un suspiro y volvieron a dejarse caer. -!No m'as treguas! -insistieron los peticionarios. -!Piedad! -murmur'o Clara, estrechando las manos de Luis. -Por 'ultima vez -intercedi'o el enamorado capit'an dirigi'endose a los suyos- yo os exhorto a que hag'ais gracia a las mujeres. -Ci. Puez para hacerlaz re'ir eztamoz ahora. -!No! -Pues bien; yo os doy mi vida por la suya. -Ezo ez diztinto; ze aprueba, porque todoz hemoz de ir cayendo por turno. Ahora te convencer'az de mi amor, Juanita. -?Por qu'e? -Porque mil vecez te he dicho: <> Y ci te toca n'umero bajo yo te probar'e mi cari~no. Perdida ante el hambre toda noci'on de humanidad y de respeto, los soldados puestos de pie exig'ian con tal ah'inco el cumplimiento de su demanda, que hubiera sido temeridad exponerse a que, tomando por s'i mismo la justicia, se convirtiese en ley del capricho lo que pod'ia concretarse a contingencia de la fortuna. -Resignaci'on -dijo Benjam'in-. Manos a la obra. Apuntemos los nombres; venga papel. -?Papel? Nos hemos engullido hasta los billetes de banco. -Pues echemos pajas. -No; que nos podemos comer el juego. -Ya s'e -prosigui'o el pol'iglota-. Aqu'i tengo mi colecci'on de minerales y piedras preciosas; cada cual tome un ejemplar cuya inicial del color corresponda con la de su nombre. As'i, por ejemplo: Luis, l'azuli: Pendencia... perla: Clara, coral. -Usted, Benjam'in, tomar'a el verde -interpuso Juanita. -Verde se escribe con V. -Para prozodias ezt'a el est'omago. Distribuidas aquellas boletas de nueva invenci'on, meti'eronlas en un pa~nuelo y dispusi'eronse a dar comienzo al acto. -!A ver! Una mano inocente. -Como no zea la del almirez... -Usted, Clara. -Yo no quiero ser responsable de la muerte de mi pr'ojimo -dijo la pupila eludiendo la oferta. -T'u, Juana. -No, que estoy segura de sacar la jota. Que escoja la emperatriz, que justo es que le toque a ella la China. Y ya le iban a presentar el bombo a Sun-ch'e, cuando un bulto que se desprend'ia por uno de los ventiladores, hizo volver a todos la cabeza hacia aquel sitio. -!Don Sindulfo! -grit'o el arque'ologo dejando caer las piedras. -!El loco! -exclamaron los circunstantes no atrevi'endose a creer lo que ve'ian. Era realmente el asendereado tutor el que, excitado por la locura, aunque impotente por la inanici'on, se presentaba a sus ojos convertido en un esqueleto parlante. ?C'omo se encontraba all'i? Es muy sencillo. Al arrojarle al Vesubio, su cuerpo en vez de seguir hasta el fondo, se detuvo en una de las rocas salientes del interior del cr'ater. La inalterabilidad a que estaba sometido le permiti'o no solo resistir la ca'ida sin el menor da~no, sino soportar tambi'en la alta temperatura de aquel antro en fusi'on. Al verificarse la erupci'on fue lanzado al espacio con la pe~na que le sustentaba; pero como en aquel instante el Anacron'opete, al salir huyendo de Pompeya, cortase la par'abola que don Sindulfo describ'ia, uno de los tubos de desalojamiento le recibi'o como el buz'on recibe una carta, produciendo aquel extra~no ruido que los viajeros tomaron por el choque de una piedra sobre el veh'iculo. -?De modo, que del boleo que le dio a usted el volc'an, vino usted a colarce por el rezpiradero del ana compepe? -S'i; para satisfacer mi venganza. -?C'omo? -Al o'ir que mi sobrina y Luis se abandonaban a los mayores transportes de felicidad: al ver vivo al rival de quien ya me juzgaba libre, los celos ejercieron sobre m'i su funesto poder y conceb'i la idea de que pereci'esemos todos juntos. -Pero ?por qu'e medio? -interrog'o su colega. -Fijando en el espacio el Anacron'opete, cuyo mecanismo secreto no conoc'eis ninguno, para condenaros a la inmovilidad en la atm'osfera insondable y complacerme en vuestra lenta agon'ia. -!Miserable! -prorrumpieron los soldados-... !Muera! -Ci, muera; que cea ezta la primera rez que ce zacrifique en nuestro holoclauztro. -Matadme en buen hora; no har'e sino precederos. Vuestra suerte no por eso ha de cambiar. -Tiene raz'on -objet'o Benjam'in-, no adelantamos nada. -S'i; se adelanta la comida -arguy'o la de Pinto. -?Luego no hay clemencia? -Ninguna. Muramos. -Corriente, muramoz; pero lo que ez usted inaugura el matadero. -A 'el, camaradaz. Los soldados se precipitaron sobre don Sindulfo a pesar de la resistencia de Sun-ch'e que por gestos les ped'ia el perd'on del hombre por quien experimentaba tan invencible simpat'ia. Ya iban a descargarle el golpe fatal, cuando una lluvia ben'efica que penetraba por la claraboya del techo, suspendi'o la mano de aquellas sedientas criaturas. -!Agua! -articularon todos abriendo la boca para recibir el celestial roc'io. -!Es nieve! -exclam'o Juanita reparando que m'as que gotas aquello parec'ian copos. -!Tampoco ez nieve! -repuso con alegr'ia Pendencia al saborearlo-. Hay dentro az'i como unos ch'icharoz. Benjam'in que hasta entonces permaneciera silencioso, di'ose un golpe en la frente, y embriagado de gozo: -!Nos hemos salvado! -dijo. Y corri'o en busca de una biblia que en el armario estaba, mientras don Sindulfo se mesaba los cabellos de desesperaci'on al presentir su derrota. -Mirad -insisti'o el pol'iglota leyendo en el libro-. <> Donde nos hallamos nosotros. -?Y bien? -preguntaron los circunstantes at'onitos al contemplar que envueltos en la lluvia ca'ian por la claraboya centenares de p'ajaros animando el laboratorio con sus voces y aleteos. -<> -!El man'a! !Bendito sea Dios! Y todos se hincaron de rodillas. -?Y ahora persistir'a usted en su criminal proyecto? -pregunt'o Luis a su t'io. -Y la peregrinaci'on dur'o cuarenta a~nos -interpuso Juanita-. Con que de aqu'i a que se nos acaben las provisiones, tiempo le queda a usted de ver c'omo se arrullan. -En vano es luchar -exclam'o el tutor vencido y humillado-. Llevadme adonde os plazca. -A la tierra de No'e en el Ararat -grit'o Benjam'in. -Sea -balbuce'o el sabio; pero por lo bajo a~nadi'o: <>. Y los excursionistas, despu'es de recoger abundante cantidad de aquel pan del cielo y de reconfortar sus perdidas fuerzas, obligaron a don Sindulfo a dejar desembarazados los movimientos del Anacron'opete, encerr'andole luego por precauci'on en el cuarto de los relojes para no verse expuestos a alg'un nuevo rapto de locura. -Que nadie ce coma laz plumaz de laz codornicez que han de cervir para hacerle un plumero al zabio. -?No se lo dec'ia yo a usted, se~norita? -observ'o Juana-. Nosotros somos como los tentetiesos; aunque nos tiren de cabeza, siempre caemos de pie. Y el Anacron'opete emprendi'o su majestuosa marcha sobre el pueblo escogido por Dios, al que a'un tuvieron ocasi'on de ver atravesando el mar Rojo a pie enjuto mientras sus aguas, uni'endose tras 'el, abr'ian ancha tumba a los ej'ercitos del cuarto Amenophis. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CAP'ITULO XX El mejor, no porque sea el m'as bueno, sino por ser el 'ultimo S Sesteaban tranquilamente los pastores mientras el ganado se esparc'ia por la falda de la monta~na o por las laderas de dos r'ios que, al cruzar sus brazos, parec'ian decirse estrechamente adi'os como si presintieran que en su curso iban a separarse para no volver a reunirse nunca. Los labradores en el valle, congregados en familia, dormitaban bajo sus tiendas, so~nando tal vez al resguardarse de los rayos del sol, en el bot'in que la noche les reservaba en el ataque de la vecina tribu. La mujer, reducida en aquellos tiempos a la condici'on de animal, el menos mimado del hombre, aderezaba las pieles que hab'ian de servir de envoltura al fornido Triptolemo y al infatigable Nemrod, o dispon'ia el tasajo con cuyos restos, disputados a los canes, se la premiaba el ejercicio de la maternidad. Dominando el campamento sobre una no muy elevada colina, alz'abase la tienda del jefe, donde este y los ancianos organizaban el pillaje y resolv'ian las diferencias de la tribu con veredictos que nada ten'ian de com'un con la justicia. El descenso del Anacron'opete en aquel risue~no valle, produjo en la n'omada multitud la extra~neza supersticiosa y cobarde que en la ignorancia infunde siempre lo desconocido. Al despertar sobresaltados por el aviso de los vig'ias, todos apercibieron sus hondas, empu~naron sus cayados y corrieron adonde el consejo estaba reunido para preguntar tumultuosamente si era al ataque o a la defensa a lo que deb'ian disponerse. Aunque la ca'ida del veh'iculo ten'ia algo de sobrenatural a sus ojos, y los trajes de los expedicionarios aumentaban su confusi'on, la exig"uidad del n'umero con relaci'on a la tribu restableci'o la confianza y se determin'o dejarlos avanzar para despojarlos en saz'on oportuna y repartirse las mujeres entre los que m'as se distinguieran por la noche en el rebato del aduar enemigo. En aquel momento una negruzca nube, que poco antes empezara a subir por el horizonte, llen'o el valle de sombras y descarg'o en lluvia torrencial. -!Ah de la tienda! -grit'o Benjam'in al llegar con los suyos a la de los ancianos. -Me parece que tambi'en aqu'i van a recibirnos con tanto gusto como al casero -murmur'o Juanita al ver la actitud de la gente. -?Por qu'e ven'is a turbar el sosiego de nuestro campo? -Somos viajeros errantes y pedimos hospitalidad. -Pagadla. -Ved nuestra extenuaci'on -prosigui'o el pol'iglota-. Reconfortad con alg'un alimento nuestras perdidas fuerzas. Y la verdad es que, hartos de codornices, los excursionistas deseaban adquirir a cualquier precio una cazuela de modestas sopas de ajo. Ilustraci'on -Trocadlo por vuestras vestiduras -repuso el jefe-. Aqu'i no se da nada sino por algo. Convenido el trueque, se transmiti'o la orden de servirles leche, frutas y un par de recentales. Entre tanto la tempestad segu'ia rugiendo y el eco de las descargas el'ectricas repercut'ia en el valle con imponente fragor. -Mirad, mirad esa colecci'on de ancianos venerables -repet'ia Benjam'in dominado por su idea y contemplando con 'extasis la ratificaci'on de sus esperanzas en aquellas cabezas cubiertas de nieve-. Decidme si no son ellos los que poseen el secreto de la inmortalidad. -?Cu'antoz a~noz tiene usted, abuelo? -Quinientos setenta y cinco -repuso el interpelado al enterarse por Benjam'in de la pregunta de Pendencia. -Gemelo de usted -dijo Juanita a don Sindulfo que, absorto y reflexivo, solo dejaba escapar una sonrisa de satisfacci'on cada vez que el rayo iluminaba la tienda con su c'ardena luz. -Puez habr'a usted conocido a Mahoma. -Creo prudente, don Benjam'in -observ'o el capit'an de h'usares-, que mientras disponen los alimentos, aclare usted su enigma a fin de emprender el rumbo hacia nuestras tierras. -S'i... voy a realizar mi sue~no dorado. Temblando de emoci'on y rodeado de sus compa~neros que, despu'es de tantos peligros, esperaban saborear las delicias del triunfo, el pale'ografo sac'o los cordeles encontrados en Pompeya, y ense~n'andoselos avaramente al jefe de la tribu: -A ver -le dijo- si pod'eis descifrarme esta escritura de que solo me ha sido dado interpretar los primeros caracteres. Todos los circunstantes conten'ian la respiraci'on. El cinco veces centenario patriarca repas'o los nudos entre sus dedos y, lanzando una carcajada estrepitosa: -!Mirad! -exclam'o haciendo circular el documento entre los suyos que con irreverentes signos de desprecio hicieron coro a la hilaridad del anciano. -?Pero en suma?... -pregunt'o Benjam'in con desconcierto. -Esto son tonter'ias del so~nador No'e: consejos que ha repartido por todas las tribus para curarnos de lo que 'el llama la corrupci'on de los hombres. -?Qu'e? -interrumpieron los circunstantes presintiendo alg'un desenga~no. -'El sabe que nosotros no nos acomodamos sino con el robo, el pillaje y el esc'andalo, y pretende que Dios, a quien no conocemos, va a castigarnos con sus iras. -No parece que os haya escarmentado el Diluvio -objet'o Benjam'in ante aquella tan paladina como desvergonzada confesi'on. -?El Diluvio? No s'e. Nosotros venimos de luengas tierras. -?Pero no hab'eis experimentado una inundaci'on general? -No en mis d'ias. -Bien hice yo en sostener en el Ateneo que el cataclismo no hab'ia sido universal. En fin; volviendo a nuestro asunto, aqu'i dice: <>... -<> Los expedicionarios no pudieron reprimir un movimiento de indignaci'on contra Benjam'in, al ver reducido a un precepto moral lo que ellos acariciaron como receta emp'irica. Todo se explicaba perfectamente: los cordeles transmitidos a varias generaciones hab'ian sido enterrados bajo la estatua de Ner'on por alg'un cristiano habitante de la Campania deseoso de eludir las persecuciones del siglo primero; y el occidental refugiado en China, descendiente suyo e iniciado en el secreto, se hab'ia introducido en Ho-nan para difundir la doctrina del Salvador anteponi'endose a las gloriosas conquistas de las misiones cat'olicas en el extremo Oriente. -?De modo?... -balbuce'o el pol'iglota ruborizado... -Que nos ha hecho usted pasar las de Ca'in -repuso Juanita- para aprender lo que desde chiquitines sab'iamos ya por el catecismo del Padre Ripalda. -!Ci zon uztedes doz zabioz de cimilor!... Las pullas y las diatribas no hubieran tenido fin sin una detonaci'on espantosa que, pareciendo conmover hasta los cimientos del mundo, produjo un silencio de muerte. La lluvia se despe~n'o de golpe como si cataratas la vomitasen, y todos por instinto trataron de salir de la tienda; pero un vig'ia penetrando en ella con la mirada errante: -!Salvaos! -dijo con terror-. El firmamento se desgaja; los r'ios han roto sus barreras y el valle ha desaparecido bajo las hondas encrespadas de un mar de espuma. !A la monta~na! -!A la monta~na! -grit'o la tribu desapareciendo al par que la tienda: aquella impelida por el p'anico; esta arrebatada por el hurac'an. Las mujeres, perdiendo el sentido, impidieron emprender la fuga a los anacron'obatas, que con espanto ve'ian flotar los cad'averes sobre las aguas, ganar los vivos las alturas, iluminar el espacio sierpes de fuego, y sobre el negro fondo del horizonte subir el nivel de aquella rugiente masa l'iquida hasta lamer la c'uspide del mont'iculo que les serv'ia de base. -!Valiente chaparr'on, caballeroz! ?Ci cer'a el Diluvio? -Imposible -dijo Benjam'in-. Aquella cat'astrofe tuvo lugar en el 3308 antes de Jesucristo y nosotros hemos hecho alto en el 2971 o sea 337 a~nos antes. -?Y mi venganza? -vocifer'o don Sindulfo con la alegr'ia de una sat'anica satisfacci'on. -?C'omo? -Me hab'eis encerrado como una fiera en el cuarto de los relojes y yo los he retrasado para que, dirigidos por un falso c'omputo, se'ais v'ictimas conmigo de esta conflagraci'on universal. Un rugido prolongado sucedi'o a las palabras del implacable loco. La situaci'on era insostenible; las aguas desprend'ian bajo los pies de los viajeros las piedras de la colina, y la oscuridad era tan profunda que a dos pasos no se distingu'ian los objetos. Las fuerzas de Luis ced'ian al peso de su preciosa carga. Ello no obstante trat'o de subir hasta la punta del promontorio; pero una r'afaga le derrib'o y Clara desasida de sus brazos sepult'ose en el abismo. -!Dejarme a m'i que nado como un boquer'on! -dijo Pendencia y se arroj'o al agua; pero al caer, sin lastimarse gracias a la inalterabilidad, en vez de sumergirse en un cuerpo l'iquido dio con el inanimado de Clara tendido sobre una superficie s'olida y dura. Un manojo de rayos ilumin'o el firmamento, y a su resplandor pudo el intr'epido soldado medir la inagotable bondad de la Providencia, envi'andole en un grito agudo todo un himno de alabanza. -!El cangrejo! -exclam'o reconociendo el Anacron'opete y recordando su condici'on retr'ograda. Era en efecto el veh'iculo, que arrastrado por la corriente flotaba sobre las olas junto a aquella colina que de tumba se hab'ia trocado en embarcadero. Don Sindulfo, con los ojos inyectados en sangre, fue el primero en penetrar en 'el ciego de c'olera. El trasbordo se verific'o sin dificultad por la galer'ia que recibiera a Clara y al asistente, y unos segundos m'as tarde los expedicionarios, hendiendo aquella cortina de agua y fuego, segu'ian su curso navegando por la m'as di'afana y apacible de las atm'osferas primitivas. Ocupados en prestar auxilios a las enfermas y preocupados con la duraci'on del s'incope, todos advirtieron que andaba; pero a nadie se le ocurri'o preguntar qui'en hab'ia puesto en actividad al coloso. Luis, ante el temor de que su pobre t'io cometiese por raz'on de su estado alguna nueva imprudencia, le puso cuatro centinelas de vista se~nal'andole otros tantos pies cuadrados de zona de movimiento fuera del alcance del mecanismo. Ilustraci'on En las primeras horas se desconfi'o de salvar a aquellos ex'animes seres harto resistentes hasta entonces a tantas vicisitudes; pero la juventud suele acordarse en medio de sus derrotas del indisputable derecho que la asiste a la vida, y provoca crisis tan r'apidas y absolutas como la que a nuestras simp'aticas viajeras devolvi'o el uso de sus facultades. Abrazado que se hubieron como hac'ian despu'es de haber corrido alg'un gran peligro, por cuya raz'on par'eceme que si no los deseaban tampoco los tem'ian, nadie pens'o sino en la felicidad que al regreso les esperaba. -!Ah! -dec'ia Juanita-. Cuando yo vuelva a o'ir pregonar por Madrid la Correspondencia... -Nada, nada: cada oveja con zu pareja. Uzt'e, capit'an, con la ce~norita; don Pichichi con la emperatriz y yo con la doncella (perdonando el modo de ce~nalar) -con lo que se refer'ia a un cari~noso golpe que le hab'ia dado en la espalda a la de Pinto- noz vamos a la parroquia, noz echa el cura el garabato y a vivir. -A este paso no tardaremos en llegar -adujo Luis. Entonces fue cuando el pol'iglota fij'o mientes en la vertiginosa rapidez que llevaban; pero ignorando si la imprudencia estaba de su parte, se call'o limit'andose a consultar los relojes que con gran asombro suyo encontr'o desmontados y con las manillas fijas en el a~no 3308, 'epoca del Diluvio que hab'ian traspuesto hac'ia seis horas. -?Qu'e es esto? -se pregunt'o alarmado. Y abriendo uno de los discos del laboratorio, trat'o de reconocer la posici'on. Aquello era horrible; las alternativas de luz y sombra se suced'ian como las vibraciones de un timbre el'ectrico en que la transici'on del sonido al silencio no deja espacio perceptible. De vez en cuando el Anacron'opete suspend'ia su marcha; dir'iase que se procuraba alg'un reposo, tras del cual, nuevo Jud'io Errante, emprend'ia su curso como si una voz oculta le gritase: <> Aprovechando estos fen'omenos, para 'el incomprensibles, Benjam'in con la vista clavada en el telescopio asist'ia al desfile de la descomposici'on de la naturaleza. Ora, al cruzar la antigua H'elade, robaba sus secretos a la mitolog'ia apercibi'endose de que los c'iclopes no eran m'as que los primeros explotadores de las minas bajando a las entra~nas de la tierra con una linterna en la frente, convertida por los poetas en un ojo; ya al cortar los confines del Asia y de la Am'erica, sorprend'ia que los siberianos hab'ian sido los pobladores de las regiones descubiertas por Col'on, pues los ve'ia atravesar en caravanas, lo que entonces era un istmo, abierto m'as tarde por las aguas para formar el estrecho de Behring; el Mediterr'aneo no exist'ia; los Alpes eran una llanura; el desierto de Lybia un mar. Tras los hijos de Ca'in, aparec'ia el cad'aver de Abel: despu'es del Para'iso la Creaci'on... Una carcajada sac'o a Benjam'in de su estupor: era don Sindulfo que, recre'andose en el asombro del arque'ologo, gritaba en el paroxismo de la locura: -Hab'eis provocado mi venganza y yo no cejo en la empresa. -?Qu'e? -exclamaron todos presintiendo alguna nueva desventura. -Cre'iais caminar hacia adelante, y ya veis que segu'is retrocediendo. -?Pero aqu'i no se acaban las tribulaciones? -dec'ia Juana. -Ce noz orvid'o trincarlo. -Cambiemos de rumbo. -S'i. -Es in'util -prosigui'o el loco con sus carcajadas convulsivas-. ?No observ'ais que viajamos con una velocidad quintuplicada? No hay quien nos detenga: he destruido el regulador, y el Anacron'opete disparado corre a precipitarse en las masas candentes primitivas. -!Horror!... -La muerte nos espera a todos en el caos. -!El caos! -Mirad. Y en efecto; a trav'es del disco brillaba una tenue luz, principio del orden de la naturaleza y fin de la confusi'on de los elementos; pero, al retrogradar, la masa ca'otica iba espes'andose gradualmente, y el grueso vidrio no alcanzaba a resistir los aluviones de agua, tierra y fuego que, agitados por el aire suspend'ian a intervalos y con violentos choques el empuje del veh'iculo flotante en aquel barro incandescente. La inalterabilidad hab'ia perdido sus propiedades; la asfixia se apoderaba de los viajeros, por el cal'orico desprendido de las paredes; hasta que por fin el cristal fundido, dando paso a un torrente de sustancias 'igneas, !!!se abri'o con el estampido de cien volcanes!!!... Era el p'ublico del teatro de la Porte Saint Martin que, concluida la representaci'on de una comedia de Julio Verne, premiaba la inventiva del autor. Juanita con Pendencia y los agregados militares enviados por nuestro gobierno a la exposici'on de Par'is, ocupaban unos asientos de galer'ia. Clara, casada desde la v'ispera con Luis, compart'ia con este las miradas de los curiosos en un palco de proscenio, acompa~nada de su tutor y de su inseparable amigo el arque'ologo, parte integrante de la existencia de don Sindulfo desde que perdi'o a la muda en las playas de Biarritz, y atra'idos ambos a la Babilonia moderna por el aliciente del universal concurso. Ya se comprende lo dem'as: el tutor se hab'ia dormido y hab'ia so~nado. Cuando por el camino cont'o el sue~no a su familia, todos rieron grandemente; lo que dudo mucho que haya acontecido a mis lectores con este relato. Y no obstante hay que reconocer que mi obra tiene por lo menos un m'erito: el de que un hijo de las Espa~nas se haya atrevido a tratar de deshacer el tiempo, cuando por el contrario es sabido que hacer tiempo constituye la casi exclusiva ocupaci'on de los espa~noles. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Viaje a China __________________________________________________________________ CARTAS AL DIRECTOR DE <> __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 26 de septiembre de 1878. Querido amigo: A las diez en punto de la ma~nana del 11 de agosto, el vapor Tigris, de las Mensajer'ias Mar'itimas, larg'o sus amarras, y como flecha salida del arco, se desprendi'o de Marsella con rumbo al extremo Oriente. Todos tus lectores saben sin duda lo que es un barco; pero pocos habr'an estado a pupilo en uno correo durante treinta y ocho d'ias, y por si alguno llegara a necesitar ese hospedaje, all'a van unos cuantos informes sobre el particular. Los buques tienen su fisonom'ia como las personas; pero como en ellas, el cruzamiento de razas influye en la alteraci'on de las facciones. No s'e si la est'etica naval o la conveniencia indujo, no hace mucho, a los ingleses a suprimir el tajamar en sus steamers, y naturalmente, del comercio de sus astilleros con las naciones mar'itimas, result'o una generaci'on de buques chatos que se pasea por los mares con los quevedos en la frente, puesto que los dos vig'ias de proa ya no encuentran narices sobre qu'e cabalgar. El Tigris, harto viejo para someterse a las exigencias de la moda, conserva a'un su cart'ilago nasal, y hace bien, pues tengo para m'i que en cuestiones de navegaci'on, tan indispensable es el olfato como la vista. La patrona de estos pupilajes, que se llama Agencia general, y que tiene sucursales en las cinco partes del mundo, reside en Marsella, y le indica a uno el cuarto que puede ocupar en tal o cual de las nueve casas que desde la Joliette hasta Shang-hai tiene en aquel momento disponible; y he aqu'i lo que por 52 francos y 50 c'entimos al d'ia puede exigir el hu'esped. Una de las dos camas de que se compone cada camarote y los accesorios correspondientes a un cuarto-tocador con ropa; un camarero; ba~no diario, caliente o fr'io; un peluquero; el derecho de usar como costureras a las camareras destinadas al servicio de se~noras; un m'edico; un boticario; cuarenta fogonistas, africanos, en su mayor parte salidos del golfo de Ad'en, encargados de alimentar los hornos; un primer maquinista y cuatro segundos; dos cocineros con sus marmitones correspondientes; un ma^itre d'h^otel y doce criados para las mesas de primera y segunda; cerca de cuarenta chinos para el servicio secundario, entre los cuales algunos boys (voz inglesa que significa muchacho o criado de distinci'on), consagrados a agitar las pancas de que hablar'e a su tiempo; un capit'an de armas conservador de las de a bordo, y con el deber de cerrar las escotillas de los camarotes cada vez que al mar se le hinchan las narices y amenaza invadir el buque por la menor abertura; despenseros; carniceros; un repostero; sobre cincuenta tripulantes para poner y quitar las cortinas de los balcones, seg'un el viento que sopla; un agente de correos; un comisario, a cuyo cargo corre la administraci'on general, pago de haberes, compra de provisiones y que recibe las quejas de los inquilinos si alguna tienen que formular; no s'e cu'antos timoneros; tres oficiales y un segundo capit'an, salidos del cuerpo de pilotos, cada uno de los cuales hace el servicio de puente durante cuatro horas, lo que en lenguaje t'ecnico se llama el cuarto, y por 'ultimo, un comandante, por lo com'un teniente de nav'io de la marina de guerra, jefe nato de todo el personal, y por decirlo as'i, intendente de la casa. De paso, y como detalle, te dir'e que el carb'on que se gasta diariamente a bordo se eleva a 50 toneladas, que, a 60 francos una como m'inimum, representa una suma de 3.000 por d'ia. Pasemos a la alimentaci'on. A las seis y media de la ma~nana empiezan los desayunos de caf'e solo o con leche, t'e, chocolate, pan con manteca, una copa de vino generoso u otra bagatela por el estilo. A las nueve y media se sirve el almuerzo, compuesto de cuatro hors d'oeuvres, como sardinas de Nantes, salchich'on, agujas u otro pastelillo de carne, huevos, manteca, ostras, langostinos, etc., etc., a los que siguen dos platos fuertes de cocina, tan abundantes como variados, y el indispensable karrick (arroz con salsa muy cargada de pimienta), termin'andose con un surtido postruario y una taza de caf'e. Las libaciones se hacen con vino tinto franc'es, Marsala, Jerez seco, cerveza y co~nac. Tambi'en hay agua. Cuanto sale de este programa se paga a parte. <>, dir'ia el caballero particular, hasta las doce y media, hora en que se sirve el tiffin, palabra con que se designa en Asia el tente en pie, que en Europa llaman los ingleses y sus adeptos lunch, y que consta de caldo, salchich'on, pollo o carnes fiambres, queso, sandwiches, vino, cerveza, refrescos de lim'on y brandy, y otras menudencias. Concluido el tiffin, ya no se yanta nada m'as... hasta las cinco y media, en que la campana vuelve a congregar a los pasajeros en el refectorio para la comida. Afortunadamente esta es ligera: una sopa, un relev'e, cuatro suculentas entradas, dos asados (de ave y de carne), ensalada, karrick, un plato de legumbres, dos entremets o platos dulces, uno de los que muy a menudo es sustituido por un rico helado, queso, frutas frescas y secas, pastas, caf'e, pan, vinos y licores. Y ya no toma uno otra cosa hasta las ocho y media. Entonces, con el pretexto de la taza de t'e, se paladea un bomb'on por aqu'i, se engulle una galleta por all'a, se discute y se prueba experimentalmente que el sandwich es mejor por la noche que por la ma~nana; y con una limonada ahora, un vaso de cerveza poco despu'es y un grog m'as tarde, dan las diez de la noche, y las mand'ibulas se entregan al reposo, para emprender de nuevo su tarea al romper el alba, ni m'as ni menos que un pe'on de alba~nil, sin domingos ni fiestas de guardar. A prop'osito de fiestas, te dir'e que estas no se solemnizan, por no haber a bordo sacerdotes; y que habiendo preguntado la causa de esta omisi'on, se me contest'o, y me convencieron, que de establecer en los vapores un presb'itero cat'olico, hab'ia que dar cabida en ellos, por equidad, a un pastor protestante, a un papa griego, a un derviche musulm'an, a un bonzo chino y a tantos otros encargados de los diferentes cultos con que los hombres interpretan la idea de la Divinidad. Las diversiones y los espect'aculos se dividen en naturales y t'ecnicos. Son naturales el whist y el ajedrez; el piano y canto, prodigados generalmente por los que menos aptitudes deben a la madre naturaleza y al arte auxiliar; el mareo desde la palidez, su primer s'intoma en ambos sexos, hasta la abstinencia del tabaco en el hombre y la descompostura e impudibundez sin conciencia en las se~noras; el rodar sobre cubierta de los pasajeros con sus sillas en d'ias de marejada; los equilibrios y el cojeo de aquellos valientes que se pasean por vanidad, y a quienes al echar el pie les falta el barco; el pajarito que vuela, el pez que salta, el buque que se divisa, el promontorio que sale de las aguas, el panorama del puerto a que se arriba, y el rid'iculo tocado con que el europeo se disfraza por estas latitudes, y que contrasta con el traje negativo de la mayor parte de los ind'igenas asi'aticos. Constituyen los t'ecnicos las maniobras de la mariner'ia, que los pasajeros experimentados explican a los novicios con gravedad c'omica y en detrimento de la exactitud la mayor parte de las veces; las noticias geogr'aficas, hidrogr'aficas y etnogr'aficas con que el viajero se enriquece, gracias a la amabilidad de los oficiales; el lenguaje de las banderas y de las luces; las de Bengala con que se saludan por la noche al cruzarse dos vapores de la misma compa~n'ia, y que, tomadas por un incendio a bordo, hicieron salir de su camarote a cierta se~nora tan despavorida, como ligera de ropa, enhebrada en un enorme salva-vidas de cerca de dos varas de di'ametro; la revista de inspecci'on que el domingo pasa el comandante, seguido de su estado mayor, a todo el personal, vestido de gala y formado en su puesto; el simulacro de fuego a bordo que se hace cada jueves y en el que, al minuto de dar la campana la se~nal de alarma, todo tripulante debe hallarse en su destino, la bomba funcionando, el doctor en la farmacia y las camareras preparando hilas y vendajes; por 'ultimo, el zafarrancho de combate que, una vez en el viaje de ida y otro en el de vuelta, se simula para el horrible caso de abandono del buque, y que se practica tomando cada oficial el mando de un bote cuyas amarras hace picar, y saliendo primero el m'as joven con los ni~nos, despu'es el que le sigue en edad con las mujeres, el tercero con los viejos, y los sucesivos con el resto de la tripulaci'on: todos los oficiales, armados de rev'olveres, tienen la consigna de levantar la tapa de los sesos al que no se someta a la disciplina del caso. !Delisioso! como dir'ia el capit'an de la zarzuela Robinson. Y enterado ya de lo que es el domicilio flotante y de la vida que en 'el has de llevar, pasemos a lo que podr'as ver, si te da la ocurrencia de venir a hacerme una visita; para lo cual principias por gastarte dos mil francos para meterte como un libro en el estante de una biblioteca; y una vez encasillado, si el mareo no te vuelve t'isico, o la diferencia de climas no te mata, ni te asfixia el mar Rojo, ni la nostalgia te impele a suicidarte, ya est'as seguro de que a menos de que la m'aquina estalle, o se declare una manga de agua que sumerja el buque, o que haya un incendio a bordo, o que otro barco aborde el tuyo, o que un error de c'alculo en una noche oscura te haga estrellar contra una roca, o que el mistral te quiera guardar en el Mediterr'aneo antes de que el Monz'on pueda engullirte en el Oc'eano 'Indico o devorarte un tif'on en el mar de la China, ya est'as seguro, repito, de llegar sano y salvo a Hong-Kong y poder exclamar al pisar sus playas: <> Cr'eeme, ll'evate pa~nuelo, porque si no tendr'ias que secarte m'as de una l'agrima con el dorso de la mano. En fin, no pensemos m'as en ello; el comandante sobre el puente, grita con voz de trueno: <>, y las amarras se divorcian de los bitones. Partamos. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 8 de octubre de 1878. Querido amigo: No me exijas que entre en un an'alisis profundo de las cosas que vamos a ver. Recuerdo a'un la sorpresa que me produjo siendo ni~no, y ya empieza a ser larga la fecha, el primer prestidigitador que admir'e en un teatro, y el desenga~no que experiment'e cuando, ya mozo, supe que ten'ian doble fondo las cajas; y desde entonces, siempre que puedo, me limito a la superficie, sin meterme en honduras, convencido de que la ilusi'on es m'as bella que la realidad. Te convido, pues, a una funci'on de fantasmagor'ia sin alardes de erudici'on, en la que, si errores cometo, no ser'an de trascendencia, puesto que no trato de producir ense~nanza. Pasemos el estrecho de Bonifacio, con la C'orcega a un lado y la Cerde~na al otro. ?Ves a la derecha una casita blanca con un toldo de p'ampanos? Es la residencia de Garibaldi en Caprera. El brazo de la unidad italiana est'a all'i para se~nalar enfrente al viajero la cuna de los Bonapartes. Alborea el d'ia 13 y fondeamos en N'apoles. Su extensa y hermosa bah'ia se ba~na de luz; los vendedores de objetos de coral y de lava invaden el Tigris, mientras los m'usicos ambulantes, metidos en lanchas, te saludan con sus cantos populares, llenos de poes'ia y ejecutados con una admirable precisi'on por jovencillas vivarachas de ojos de fuego, para quienes la m'usica es como la palabra: no saben cu'ando la aprendieron. El vapor debe zarpar a las nueve, y no hay tiempo para visitar todo lo notable que encierra este primer punto de escala. Afortunadamente, yo la conozco desde mi regreso de Atenas y voy, aunque muy de prisa, a se~nalarte lo que m'as impresi'on ha de producirte. Fig'urate que desembarcamos a las seis de la tarde. En primer lugar, tomemos un sorbete en casa de Benvenuto; es un tributo que hay que pagar al gran confeccionador de helados que tiene Europa. Por media lira, o sean dos reales, te sirven una como rodaja de queso de bola, de dos dedos de gruesa y en forma de media luna, que te deja recuerdo indeleble del nombre de pezzi con que lo bautizan. De all'i nos vamos al teatro de San Carlos, suntuoso edificio dirigido por un arquitecto espa~nol y academia en que se sanciona, como en la Scala de Mil'an, la fama de los artistas l'iricos. Ya es media noche y el est'omago pide que nos ocupemos de 'el; por consiguiente, en lugar de meternos entre las ahogadas paredes de un restaurant, nos vamos a Santa Luc'ia. All'i, a la orilla del mar, al aire libre, sobre magn'ificas mesas de m'armol, alumbradas por globos de gas, unos criados vestidos de rigurosa etiqueta nos sirven pescado frito, langostinos y ostras frescas, que unas vendedoras muy j'ovenes y bien ataviadas abren y preparan en elegantes casilicios alineados al borde del parapeto del muelle; y todo esto rociado con Salerno y Siracusa, y amenizado con las picarescas canciones de tanta Malibr'an en flor y tanto Paganini degenerado como fecunda en aquella tierra privilegiada la lava del Vesubio. Una carretela nos aguarda. Subamos a ella y sigamos la herradura de la bah'ia. Al cabo de dos horas de marcha, me preguntas admirado si aquella calle de N'apoles no acaba nunca; y tu asombro crece de punto al saber que hace m'as de una y media que hemos dejado la ciudad, y que aquella serie interminable de quintas, caser'ios, villas y hasta palacios, no son otra cosa que pueblecillos, jardines y granjas que se suceden sin interrupci'on ni intervalo desde N'apoles hasta Reggio, extremo occidental de la Italia en el estrecho de Mesina. Nosotros nos paramos en Portici, donde, a defecto de la Muda del maestro Auber, encontramos a un locuaz arriero, que nos prepara las caballer'ias para la ascensi'on al Vesubio. Larga y penosa esta, fuera del inter'es cient'ifico que puede despertar en un ge'ologo, no tiene otro encanto que la satisfacci'on de haber marchado sobre cenizas, la vanidad de haber tocado los bordes de su inmenso cr'ater y o'ido la bronca respiraci'on de sus pulmones; y para el que, como yo, madruga poco, haber asistido a la iluminaci'on del golfo por los primeros rayos del sol naciente. Plata en el mar, verde en la monta~na, rojo en el horizonte, azul en el cielo, tornasoles en la ciudad, perfume en el ambiente, m'usica en el espacio, luz en el aire. T'u, poeta, disp'on en tu fantas'ia y como te dicte el sentimiento, los colores y los ruidos que te libro a granel; pero que son los verdaderos componentes de una alborada en N'apoles. Desde all'i, y por otra vertiente, las ac'emilas nos bajan a Pompeya, sepultada en el primer siglo de la era cristiana y descubierta en tiempo de Carlos III, de la que hoy se conoce ya todo el per'imetro y m'as de tres cuartas partes de la ciudad est'an desenterradas. ?Qu'e podr'e decirte de ella? Su orden arquitect'onico te es bien conocido. Pues bien; imag'inatela toda cortada a la altura del primer piso de sus casas y sin m'as que la planta baja en pie. P'orticos, vest'ibulos, patios con fuentes microsc'opicas y detalles liliputienses, y detr'as el gineceo o habitaciones para las mujeres; columnas estriadas como base de apoyo, mosaicos por adorno y el cave canem inscrito en el suelo cerca de la perrera, como aviso prudente para las pantorrillas del visitante. Parece una ciudad cuyos moradores han salido para asistir a alguna fiesta cercana, y a cada momento crees que van a hacer irrupci'on en sus dominios. En su museo se admiran cosas sorprendentes: trigo y legumbres carbonizadas, pan cocido el d'ia de la erupci'on, aceite metido en tinajas, joyas pertenecientes a los cad'averes, que se han encontrado envueltos en una capa petrificada de lava y azufre, y de los que han sacado vaciados en yeso, conservando la posici'on en que los sorprendi'o la muerte; papiros a los que se da cierta consistencia con una substancia qu'imica, y que colocados bajo una campana de cristal, se los sujeta a un aparato que desenvuelve dos mil'imetros por d'ia, hasta que toda la hoja desarrollada, se la fotograf'ia, y pegada a un cart'on, pasa a enriquecer la biblioteca de manuscritos, m'as notable bajo el punto de vista de la curiosidad que de la historia. !Qu'e impresi'on al visitar aquel teatro donde reson'o la musa de Plauto y de Terencio! !Qu'e movimiento de horror ante aquel circo, donde tantos gladiadores han apagado con su sangre la sed de espect'aculos cruentos del pueblo latino! !Qu'e sobrecogimiento ante aquel foro, que Cicer'on ha sabido llenar con su presencia cuando para reposar de las tareas de Roma, iba a solazarse durante el est'io en la patricia residencia pompeyana! !Qu'e asombro al visitar aquellas termas, germen en un principio de salubridad y de higiene en una raza guerrera; fomentador m'as tarde de la corrupci'on y la molicie en aquellos imitadores de Capua! !Qu'e verg"uenza en aquellos templos del amor, con sus lechos de m'armol, sus estimulantes del deseo art'isticamente pintados en las paredes, y su padr'on de ignominia esculpido en la puerta como testimonio de la divinidad a que se rend'ia culto! Las ruinas de Herculano son m'as importantes en el concepto del arte; pero lo dif'icil del descenso y la premura de nuestro viaje nos impiden ir a verlas. Tomemos el tren, y atravesando vergeles llenos de quintas, con sus colgantes de macarrones puestos a secar en todas las ventanas (y de que el pueblo napolitano hace un inconcebible consumo, comi'endolos la gente baja con las manos y por madejas), volvamos a N'apoles, y a u~na de caballo, echemos una ojeada al museo de Borb'on. Vasto y suntuoso edificio; posee numerosos y notables cuadros; y en escultura se honra con el grupo de Farnesio; pero como no podemos apreciar una por una las bellezas que atesora, vamos a ce~nirnos a una sola, aunque t'ipica especialidad. Me refiero a la venta de copias de aquellos lienzos maestros, ejecutadas, no dir'e por artistas, mas s'i por obreros del arte de Apeles que, a centenares, invaden las espaciosas cruj'ias del palacio y asaltan al curioso con ofertas tentadoras y en competencia sin igual. All'a va un ejemplo para muestra: una copia de una Santa Familia del Sarto, midiendo media vara, tendida en un bastidor con cu~nas, y aunque ligeramente tratada, representando un trabajo de tres sesiones por lo menos, me ha sido adjudicado en la suma de... !una peseta! Y basta, que nos esperan a bordo. Atravesemos a escape la Chioja y Toledo, las dos grandes arterias de la populosa N'apoles, el palacio real y la multitud de teatrillos que, como hongos, salen por todos lados; y mientras el Tigris larga sus amarras, echemos unas monedas de cobre a esos buzos, que desde su lancha nos desean buen viaje. M'iralos c'omo se zambullen, c'omo luchan en el agua, y c'omo, por fin, el m'as h'abil se presenta en la superficie, llevando en la boca los dos cuartos de la presea. Por fin, zarpamos; los m'usicos ambulantes entonan desde sus canoas una marcha, cuyos ecos se van debilitando poco a poco; la bah'ia parece como que se contrae, y la ciudad como que se repliega; ya un solo punto luminoso se ve en el horizonte: el Vesubio; despu'es su aliento... despu'es nada; el mar, tan imponente cuando aleja al viajero; tan juguet'on y bullicioso cuando le vuelve a los suyos. A las nueve de la noche, el Stromboli, como faro de las islas L'iparis, se presenta por estribor, arrojando fuego de su cr'ater. A media noche, el vapor corre entre dos cordones de luces; son Mesina y Reggio; Scila y Caribdis. La Sicilia se borra por fin con la vaga silueta del Etna, y al otro lado la Calabria ulterior se pierde en las olas y se confunde en la bruma. Dos d'ias despu'es llegan hasta nosotros las brisas del archipi'elago griego que, envidiosas de la isla de Cand'ia, que nos sale al paso, trepan por sus 'asperas monta~nas, y nos saludan con la m'as cari~nosa de las sonrisas; y el 17, a las dos de la tarde, el vig'ia de Daimieta anuncia nuestra llegada a Puerto-Said. Estamos en 'Africa. Instintivamente la mirada se vuelve hacia atr'as como buscando algo que se lleva el agua al borrar la estela de nuestro barco. Es que acabamos de dejar una parte del mundo; la nuestra. !Adi'os, Europa! Hay dos itinerarios para llegar hasta el mar Rojo; el que seguimos nosotros y el que se hace desembarcando en Alejandr'ia y tomando el ferrocarril que pasa por el Cairo y va a Suez. Este 'ultimo es m'as largo, no por la duraci'on del viaje, sino porque una vez en la capital del Egipto, ?qui'en se vuelve sin visitar la Esfinge, la pir'amide de Gizeh, las dem'as tumbas de los Faraones y lavarse en la corriente del Nilo? He dicho que el viaje es m'as largo, no por su duraci'on, y debo rectificar este aserto, pues seg'un me han referido, parece ser que la locomoci'on ferrocativa de los fellah, hace de la lent'isima espa~nola algo vertiginoso, como los convoyes de San Francisco de California a Nueva-York, pues entre otras causas hay la muy poderosa de que cuando al maquinista se le cae la petaca, o encuentra a un amigo que sigue a pie la ruta, para el tren, y recoge a una o a otro, sin que nadie le dirija cargos por ello. Nosotros, ya puestos en la boca del canal, seguiremos la recta trazada por el inmortal Lesseps. En Puerto-Said desembarcan los pasajeros para Beirut, Damasco, Esmirna, y toda la costa de Siria y Palestina, y en los que seguimos al extremo Oriente, empieza a verificarse la metamorfosis reglamentaria de trajes, usos y costumbres. Lo primero es despojarnos de todo sombrero a la europea, y calzarnos el h'elmed (con h aspirada); casco para el uso de los ingleses en la India, que le da a uno el aspecto de un cocinero de bomberos, en raz'on de la forma del utensilio y de la blanca funda que lo reviste. A este preservativo de la insolaci'on sigue el aligeramiento de traje, como recurso contra los calores sofocantes que nos aguardan, y que consiste en la sustituci'on de la lanilla por el lino y el empleo de la morisca por la noche. La morisca es un traje de algod'on, compuesto de calzones anchos y blusa de manga perdida, que se viste con exclusi'on de camisa e interioridades equivalentes. A bordo da comienzo el consumo de arroz hervido, rociado con una salsa muy picante, de la que toma el nombre de Kury para los ingleses, Cary para los franceses, y que todos, indistintamente, llam'abamos Karrik en tono de broma, porque, como dicha prenda de vestir, serv'ia de abrigo al est'omago contra el desnivel de cal'orico producido por la transpiraci'on. Las pancas, que son como unas bambalinas de lona pendientes del techo, forradas de algo que sin hacerlas pesadas las vuelva consistentes, y que se adornan con un volante al canto, son puestas en movimiento de vaiv'en por un chino que, desde el extremo del comedor tira de la cuerda que las une todas, y que es como la mano de aquellos abanicos, encargados de refrescar el aire a las horas de comer; o lo que es lo mismo, constantemente. Por 'ultimo, se nos da la orden de dormir sobre cubierta, pues ha habido casos, como el de unas religiosas que por pudor se quedaron en el camarote, y amanecieron asfixiadas por la atm'osfera de fuego que reina por las noches, principalmente en el mar Rojo. Puerto-Said no tiene nada de notable, aunque su porvenir es inmenso; ciudad brotada de la apertura del istmo, no hay nada en ella, fuera del sol, que acuse el car'acter oriental; todo est'a construido a la europea, si bien con arreglo a las exigencias locales; su faro recuerda los de los puertos franceses; su plaza de Lesseps es un peque~no square a la inglesa; las casas, aun las m'as fastuosas, como la agencia de las mensajer'ias y las oficinas del canal, podr'ian pasar por quintas de recreo en los alrededores de Roma, o en la campi~na de Pau; las tiendas, pobres en general, se parecen a las de una provincia de segundo orden de Espa~na. Las calles, tiradas a cordel y a medio construir, son un remedo, en fin, de las modernas poblaciones. En ellas abundan los caf'es cantantes con orquestas alemanas, billares, ruletas y dem'as entretenimientos. Pero lo que a Puerto-Said le falta como sello urbano, lo suple con creces con la diversidad de razas orientales que lo pueblan. Desde el negro del Sud'an que en la barcaza conduce el carb'on para El Tigris, hasta el chipriota que vende fotograf'ias en el bazar, todo difiere de lo nuestro. Ya es el indolente mozo de cordel, que sucio y harapiento, acorta su miseria durmiendo en la arista de sombra que proyecta en la calle el alero de un tejado; ya el habitante de la Arabia p'etrea, que con su t'unica azul y su tabardo gris, ostenta sobre un fondo de luz los viriles y correctos contornos de una fisonom'ia abierta como el desierto; ya el bedu'ino de la fuente de Mois'es, con la bru~nida y negra faz, destac'andose sobre el blanco y recogido turbante, y acariciando la espingarda, compa~nera de su soledad. All'i se codean la bedu'ina de las monta~nas de Altaka, con la cara descubierta y llena de ajorcas y de joyeles, y la mujer fellah, de mirada incitante, que lanza rayos de sus pupilas por encima del velo que le cubre el rostro; el chek de la guardia nocturna, de rugosa frente y acusadas facciones, y el bedu'ino del monte Sina'i, con su turbante en punta y el torso desnudo; la dama turca y la esclava del Sud'an; el derviche y el camellero, el hombre de mar y el de la monta~na; el mercader, en fin, de bazar cubierto, y el hijo de los aduares; pero todo con tal perfume de Mahoma, con un sello tan marcado de Cor'an, que, para que la ilusi'on sea completa, hasta el cielo parece asociarse a nuestra causa, retrasando el plenilunio, y coronando en una luna creciente el inmenso turbante azul, bajo el que asoma la islamita fisonom'ia de Puerto-Said. Volvamos a bordo. Aqu'i ya nadie canta como en N'apoles; pero todos gritan. El batelero no te transporta al Tigris si antes no pagas al chek el precio del pasaje. El buhonero ya no vende baratijas de su confecci'on, sino art'iculos de viaje tra'idos de Europa. El arte se acab'o en Italia, para no volver a verlo. En Egipto la fuerza natural impera, pero con un car'acter retr'ogrado a medida que avancemos. Con los primeros albores del d'ia 18, el vapor se pone en marcha para entrar en el canal, admirable correcci'on hecha por la ciencia sobre el libro de la naturaleza, sublime puerta por la que la civilizaci'on va a invadir los dominios de la barbarie. Entremos. Largamente debatida ha sido la cuesti'on de si en los tiempos antiguos existi'o o no un canal que ligaba el mar Mediterr'aneo al golfo Ar'abigo. Los que lo afirman, aducen como raz'on la presencia de los lagos en el istmo; lagos que, h'abilmente utilizados por Lesseps, han facilitado notablemente su tit'anica empresa. Yo dejo al tiempo y a la ciencia que aclaren este punto, y limit'andome a mi papel de cronista, relato lo que veo. Para no andar buscando mapas, vamos a formarnos uno, que nos d'e una idea aproximada del istmo de Suez. Apoyemos las dos manos de plano sobre una mesa y unamos los pulgares por sus extremos como para formar la cadena magn'etica, con la que dicen que se hacen girar los platos y los sombreros. La mano derecha representa el continente africano, la izquierda es el Asia. El vac'io que resulta entre los pulgares y el pecho significa el Mediterr'aneo que, extendi'endose por la mu~neca derecha (a la que supondremos cortada, para que nos haga el efecto del Estrecho de Gibraltar), toma, desde el lado opuesto de la misma mu~neca hasta el extremo del me~nique izquierdo, el nombre de Oc'eano Atl'antico. El hueco desde los pulgares hasta los nudillos de los 'indices, es el mar Rojo o golfo Ar'abigo; y desde dichos nudillos hasta la extremidad de los dedos, el mar de las Indias. Los pulgares, unidos, son la lengua de tierra que une al Asia con el 'Africa, y que, impidiendo que el Mediterr'aneo y el mar Rojo se junten, toma el nombre de istmo de Suez. Cuando, antiguamente, un buque ten'ia que transportar mercanc'ias a las Indias o a los puertos chinos colonizados por europeos, abordaba el Oc'eano Atl'antico, costeaba la punta de la mano derecha, y navegando despu'es de 'indice a 'indice, estaba seguro de llegar en unos seis meses a su destino, cuando no ten'ia que detenerse un par de ellos, esperando viento favorable sobre la extremidad del anular derecho, conocido con el nombre de Cabo de las Tormentas o de Buena Esperanza. Pero un d'ia el orbe entero se conmovi'o. Era por los a~nos 1820. Un ingl'es llamado Mr. Wagorne hab'ia imaginado el modo de hacer llegar el correo desde Europa a las Indias, ganando m'as de una mitad de tiempo. Time is money, grit'o la Gran Breta~na; y la Mala inglesa qued'o establecida de este modo: un buque de vapor conduc'ia los paquetes desde Gibraltar hasta el nudillo del pulgar derecho, o sea Alejandr'ia; desde all'i, atravesando el dedo, o sea el istmo, el correo era llevado por tierra con graves riesgos y exposiciones, hasta el puerto de Suez, en la bifurcaci'on del pulgar y el 'indice: y una vez en Suez, otro vapor de la compa~n'ia Peninsular y Oriental inglesa lo dirig'ia a su destino por el mar Rojo. Era este un inmenso adelanto, y bien merecido tiene Mr. Wagorne el busto que la Compa~n'ia le ha levantado en el extremo del canal; pero la rapidez de la comunicaci'on postal no hac'ia sino aguijonear la impaciencia del mercader que, si bien recib'ia la remesa con mucha antelaci'on, no por eso las mercanc'ias tardaban menos. En esto apareci'o Mr. de Lesseps, y esgrimiendo unas tijeras de gran temple intelectual y de muchos millones de coste, dio un corte en el istmo, hizo que dos mares, hasta entonces separados por dimes y diretes de una mala lengua de tierra, quedasen amigos hasta el extremo de vivir juntos, y ayudado por el vapor, logr'o que en la quinta parte del tiempo que un buque invert'ia antes en costear el 'Africa, pueda hoy el viajero trasladarse desde el Campo de Marte hasta Pek'in. El canal no es otra cosa que una inmensa zanja abierta en el istmo y que se ensancha de cuando en cuando por la presencia de los lagos Menzaleh, Ballah, Timsah y los Amargos. A derecha e izquierda el desierto con sus ribazos blancos de sal por la evaporaci'on del agua. De distancia en distancia un chalouf o estaci'on de la empresa, donde un poco de tierra vegetal, llevada exprofeso, ha permitido que broten algunas plantas para solaz y entretenimiento del guarda y remembranza de la vegetaci'on en la mente del viajero. Por rara casualidad, un 'arabe con la espingarda al hombro atraviesa aquellos arenales, veloz como el pensamiento y como huyendo de la soledad. En las horas en que el sol cae m'as a plomo, alg'un camellero, con cinco o seis de sus fieles rumiantes, busca saludable refugio cerca de la corriente de las aguas, tendido en la vertiente del talud. Constantemente el espejismo, produciendo extra~nos fen'omenos de 'optica. Ya son mont'iculos de arena que, reflejados en la atm'osfera, semejan islotes saliendo del fondo de un lago: ya es una ciudad con sus c'upulas y minaretes, que la realidad destruye y convierte en la reflexi'on de una bandada de grullas que dispersa el silbido del vapor. En el medio del canal, un verdadero oasis: Ismail'ia con el palacio del virrey, rodeado de palmeras, naranjos y bananeros. Un poco m'as lejos nos sorprende la noche; pero como la navegaci'on est'a aqu'i prohibida fuera de las horas de sol, hacemos alto. Se respira plomo; las buj'ias del piano ostentan una llama fija e inm'ovil sobre cubierta; estamos atracados junto al ribazo y nadie se atreve a desembarcar: hay fieras. Amanece el 19 y nos ponemos en marcha. Tres horas despu'es estamos en Suez. La ciudad, distante como una legua del puerto, se une a este por una faja de tierra echada sobre el agua, sin una piedra, sin un 'arbol, sin el menor pretexto de sombra. Pocos minutos despu'es, el vapor sigue su rumbo y penetra en el mar Rojo. La sacudida de la h'elice repercute en el coraz'on del viajero, y de un solo latido de su frente, retrograda miles de a~nos. Va a pasar de Mahoma a Mois'es, del Cor'an al G'enesis; de la leyenda 'arabe al dogma b'iblico; del m'orbido seno de la desnuda poes'ia, al severo y majestuoso pliegue de la t'unica cristiana. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 14 de marzo de 1879. Mi querido amigo: Estamos atravesando el golfo de Suez; parece que, con solo extender los brazos, vamos a tocar al 'Africa por la derecha y al Asia por la izquierda. A un lado llevamos la tierra de los Faraones, el poema de Jos'e, el Nilo, cuna del gran legislador del pueblo Israelita; al otro el desierto, cuarenta a~nos de peregrinaci'on, Judea, el Jord'an, Jerusal'en. ?Ves por babor aquel peque~no para'iso destac'andose en medio del arenal de la Arabia p'etrea? Es un grupo de palmeras y pl'atanos dando sombra a la fuente de Mois'es, primer alto de los Israelitas despu'es de pasar a pie enjuto el mar Rojo. Por la noche, el pico del monte Sina'i sale a recordarnos los preceptos del Dec'alogo. El mar se ensancha, b'orranse las costas; pero la imaginaci'on le hace adivinar a uno la proximidad de Medina, tumba del Profeta Mahoma, y los vapores que, hacinados de sectarios del Cor'an en caravana, se cruzan con el nuestro, nos se~nalan la situaci'on de la Meca, la ciudad santa del islamismo. Durante tres d'ias el calor nos sofoca. Por fin, llegamos al estrecho de Bab-el-Mandeb, o puerta de los Suspiros, perfumada con el aroma de los cafetales de Moka. Destacado de la costa africana se ve un pe~n'on; es Perrin, la primera porter'ia del estrecho; aquel guardi'an habla ingl'es, y a guisa de llavero ostenta un variado y surtido manojo de ca~nones. Unas horas m'as tarde, al amanecer el d'ia 24, otro ingl'es, con m'as ca~nones que el primero, nos abre, por decirlo as'i, la otra hoja de la puerta, y fondeamos en Ad'en, peque~no rinc'on de la Arabia feliz. Los hijos de Albi'on han impuesto al mundo conocido la sacramental frase de las casas de Madrid: Nadie pase sin hablar con el portero. Inglaterra es el conserje universal. Desde su casa puede pasar revista a todo el que se proponga dirigirse por el mar del Norte a las regiones 'articas. El estrecho de Gibraltar le permite husmear cuanto ocurre en el Oc'eano y el Mediterr'aneo. Queda un boquete abierto entre la Sicilia y T'unez; lo tapa con Malta; y Constantinopla, sobre la que de hecho ejerce el protectorado, cierra la marcha de esta serie de mamelones, que forman la gran muralla mar'itima de la Europa. En el tri'angulo del 'Africa es due~na de los 'angulos: Sierra Leona, el canal de Suez, en la forma de la mitad de sus acciones, y el Cabo. La Am'erica se halla prensada entre la Nueva-Breta~na, o Canad'a, la Jamaica y las posesiones ant'articas y las de la Ocean'ia; y por lo que al Asia respecta, empezando en Chipre, siguiendo por Ad'en (donde se convierte en oro el caf'e de Moka y desde el que se escudri~na todo el movimiento de la costa S. E. del 'Africa, del cabo Guardafui al de Buena Esperanza) y terminando en el estrecho de Bering, todo habla ingl'es y nada escapa a la vigilancia de la Gran-Breta~na. El Indost'an, enclavado entre dos golfos, est'a defendido en el de Om'an por Ad'en y la isla de Ceyl'an, y por esta y Singapore en el de Bengala; am'en del refuerzo de la Australia para tener en jaque a toda la Malasia y la Micronesia en el Oc'eano equinoccial; la Cochinchina no puede moverse entre la Pen'insula de Malaca y Hong-Kong; y por 'ultimo, las concesiones otorgadas en Shang-hai, Tien-tsing y la costa de la China, llevan la influencia del Reino Unido hasta las regiones 'articas en el estrecho de Davis, y puede decirse que la Inglaterra tiene al mundo metido en el bolsillo. Pero hablemos de Ad'en. All'i dejamos a los viajeros que se dirigen a Zanz'ibar, Mozambique, Madagascar, Mauricio y Borb'on. Una serie de rocas peladas, sin m'as vegetaci'on que una lujuriante de artiller'ia de grueso calibre, sirve de asiento a la ciudad. Esta es una de las primeras fortificaciones del mundo; luego la visitaremos; antes fij'emonos en lo que rodea al Tigris. Ya han trepado por la borda multitud de mercaderes y se han cerrado las portillas de los camarotes para evitar el hurto y la rapi~na. Aquello es una invasi'on de hordas salvajes de aspecto aterrador, color de 'ebano, ojos inyectados en sangre, pelo crespo, sonrisa infernal, alaridos de fiera, desnudos la mayor parte, y ofreci'endote sus mercanc'ias, consistentes en pieles de tigre, de leopardo o de mono, maderas toscamente labradas, flechas, crises, armas, dientes de animales; la especulaci'on, en fin, en su forma m'as rudimentaria. Nuestro vapor se ve rodeado por infinidad de barcazas, tripuladas por seres que parecen monstruos salidos del Averno, y que en un ingl'es sui generis, te brindan con llevarte a tierra. Los ni~nos, que de cinco o seis a~nos ya manejan sus embarcaciones, tienen el aspecto de monos; como el simio, rechinan los dientes, y como 'el tienen los pies y las manos aplastadas, y muy largas las falanges. Han nacido para vivir en el agua, y es de ver como, por una peque~na retribuci'on, se precipitan desde la borda del Tigris, atraviesan su quilla de babor a estribor, luchan entre s'i y pescan la moneda, que muchas veces el remolino ha conducido al fondo. Otras, como en el viaje anterior al del Tigris, acontece que un tibur'on se encarga de dirimir la contienda, devorando a alguna de aquellas pobres criaturas. Lo que llama poderosamente la atenci'on, es que la mayor parte de aquellos negros ostenta una cabellera rubia como un hijo de las orillas del T'amesis. Confieso que mi primera intenci'on fue creer que la influencia del dominio ingl'es entraba por algo en aquel mesticismo de la raza; pero luego supe que solo se debe a la moda, que all'i, como en todas partes, hace sentir su presi'on. Parece, en efecto, que este es un signo de distinci'on entre los habitantes del golfo de Ad'en, y que para obtener el resultado que se proponen, se untan la cabeza, despu'es de raspada, con una mezcla de cal y no s'e qu'e otra sustancia; y lo prueba el que muchos de ellos llevaban su hedionda plasta sobre el occipucio, pareciendo como atacados de alguna asquerosa enfermedad cut'anea. Despu'es dejan crecer el pelo, que, crespo y de colores distintos, les abulta la cabeza en tres o cuatro veces el tama~no natural, y excuso decirte si, al ver correr hacia ti a un fen'omeno semejante, no echas mano al rev'olver, como medida de precauci'on. Lo primero que, despu'es de los ca~nones, se ve al tocar tierra, es el barrio comercial, con sus agencias, fondas, factor'ias y la residencia del gobernador. Unos sucios e inc'omodos coches de cuatro asientos le llevan a uno por la ciudad ind'igena, formada de chozas y zaquizam'ies; y despu'es de cruzar el verdadero Ad'en, con sus cuarteles, sus casuchas jalbegadas y sus estrechas calles, sigues subiendo, con el mar siempre a la izquierda y algunos arrabales hediondos a la derecha, hasta llegar a las cisternas, obra tit'anica donde apaga su sed aquel pueblo, asfixiado por los rayos de un sol tropical. En todo el trayecto de dos horas no se encuentra ni el vestigio de una planta; solo al pie de las cisternas han conseguido, llevando tierra vegetal de Europa, plantar una docena de 'arboles, pero una docena literalmente hablando, que han alcanzado el desarrollo de una mata de laurel. En los puestos de la polic'ia, que se suceden de trecho en trecho, se ve por vez primera el gong o campana china, disco de metal que da un sonido como el del c'imbalo, y con el cual se comunican los agentes. Estos dominan a la turba a palos, y te libertan por ese medio de los innumerables chiquillos que te siguen y asedian pidi'endote una limosna, lo que no quita para que, despu'es de despejado el terreno, el policeman tienda tambi'en la mano en demanda de retribuci'on. Asombra la diversidad de razas que all'i pululan. El 'arabe, de correctas facciones; el abisinio, desafiando al sol con su cabeza siempre descubierta, y tapando sus piernas con una s'abana llamada sarrong, que, liada a la cintura, pende hasta los tobillos, mientras que embozado en otra, echada sobre los hombros, encuadra con elegantes pliegues su bronceada fisonom'ia, de puras aunque acentuadas l'ineas, y juguetea con el inseparable junco en forma de cayado, indispensable atributo de su elegante condici'on; el somaul'is, con su gracioso turbante; el afeitado y desnudo habitante de Nubia, cabalgando sobre el paciente asno; el parsi, descendiente de los antiguos persas, sectario de Zoroastro y adorador del fuego, cubierto con un jaique sobre calzones a la europea, y calzada la cabeza con una como mitra en forma id'entica a la boquilla de un clarinete; el indost'anico o malabar, con la chaquetilla de viv'isimos colores y el abultado turbante escarlata, fumando sus ehibuc, incrustado en las jorobas de su camello; hasta el hombre, en fin, que sin otro traje que un pa~nuelo pendiente de la cintura, ignora su patria, su religi'on y su lengua; todo se encuentra all'i en mezcla confusa, como si la especie humana se hubiera dado cita para asombro del viajero, que solo conoce el mundo por las cartas geogr'aficas. Amanece el d'ia 25, y zarpamos con rumbo a Ceyl'an. A las dos de la tarde doblamos el cabo Guardafui, y dejamos el estrecho de Bab-el-Mandeb para cruzar el golfo de Om'an por el mar de las Indias, y aqu'i empieza a danzar el buque impelido por un violento SO., que no es otra cosa que los 'ultimos, pero respetables, aletazos del monz'on. Son los monzones unos vientos que en direcci'on distinta reinan peri'odicamente en estas latitudes. De octubre a marzo soplan de NE., y de mayo a agosto del SO.; pero hasta entablarse o fijarse, hay en los meses intermedios una lucha entre ambos, que produce en el mar de la China los horrorosos huracanes conocidos con el nombre de tiffones que, aunque de menor importancia que los ciclones del Atl'antico, ocasionan cat'astrofes espantosas. Ilustraci'on Pasemos lo mejor que podamos estos ocho d'ias que nos esperan sin ver tierra, y coloc'andonos por entre las Maldivas y las Laquedivas, recalemos sobre el cabo Comorin, crucemos el golfo de Manaar y fondeemos al terminar el 2 de septiembre en la parte meridional de la isla de Ceyl'an, en aquel para'iso, portugu'es primero, luego holand'es y brit'anico 'ultimamente, que lleva el nombre de Punta de Gales. Busco, pero en vano, la manera de describirte esta maravilla; no se me ocurre m'as que compararla a una decoraci'on de 'opera de gran espect'aculo. Voy a ver si puedo dar de ello alguna idea. Estando en rada, miras de frente a la ciudad, y por tu derecha se extiende la costa. ?Te has detenido a observar alguna vez el innumerable tejido de troncos y ramas de que se componen los zarzales y las malezas? Pues fig'urate que toda aquella inextricable red de palitos se convierten en elevados y airosos cocoteros, que se cimbrean al soplo de una ben'efica brisa, y tendr'as la base de esta inconcebible vegetaci'on. Imag'inate que del centro de la ciudad, surgen c'upulas de templos cat'olicos, pingorotes de capillas ojivales o g'oticas, promontorios de pagodas b'udicas, pir'amides de monumentos bramines, minaretes de mezquitas 'arabes, terrazas de opulentas moradas; y todo esto entre bosques de jardiner'ia. Yo no s'e si me explico; pero a ver si me entiendes: recuerdo que en todas partes por donde la vegetaci'on es rica, se ve una masa hermosa, imponente; pero masa en fin, cosa maciza. En Gales no; los troncos est'an tan compactos que se tocan; pero las ramas son tan variadas, tan elegantes, tienen una languidez tan po'etica, que parece como que el art'ifice de aquella naturaleza ha estudiado la combinaci'on de la luz sobre los colores de las plantas, y se ha complacido en recortar aquellas hojas festoneadas, para que un cielo siempre azul caiga a pabellones por las ondulaciones de los 'arboles, y un sol tropical se infiltre por entre los hilos de aquel encaje de verdura. Junto al cocotero de cubierto tronco y arqueado penacho, surgen el bananero, de ancha y deshilachada hoja, y la palma del viajero, abanico abierto de colosales ramas, que lanza al aire sus varillas, adornadas de plumas de esmeralda, con la regularidad de los radios de una circunferencia; y si de los prismas pasamos a los olores, dime el maridaje que resultar'a de la mezcla de aquellas gomas, con los efluvios de unos frutos que, empezando en la odorante pi~na, espiran y se ahogan en los bosques de caneleros. !Aquello es un caos de colores y perfumes! Saltemos pronto a tierra; hay que entrar all'i. ?Pero qu'e es esto? En Gales todo es sorprendente. Las lanchas tampoco son como en los dem'as pa'ises; los botes, las canoas, las fal'uas, todo aquello concluy'o. Aqu'i nos sale al encuentro la piragua, embarcaci'on t'ipica y original, que merece describirse. Fig'urate un caj'on de madera, de la longitud y de la altura de una canoa ordinaria, con dos proas como esta, pero sin tripa, toda vez que sus costados lo forman sencillamente dos planchas, unidas entre s'i por unos travesa~nos en la parte superior, y una especie de peana o contrapeso por abajo. Su anchura no llega a media vara, de tal modo que los tripulantes, al sentarse en ellas, llevan las piernas encajadas, y las caderas fuera de la embarcaci'on. Como supones, ser'ia imposible que este aparato flotase, a no ser por el balanc'in que le agregan por un costado, y que consiste en dos largos remos armados y sujetos a la borda en posici'on de bogar, a cuyos extremos se ata transversalmente, o sea paralelo a la piragua, un cilindro de madera que, descansando sobre el agua, establece el equilibrio, presentando un extenso pol'igono de resistencia que le impide zozobrar. Ya asaltan el Tigris los buhoneros del pa'is. La raza humana, que en N'apoles era morena, tostada en 'Africa y negra en Ad'en, empieza a perder color en la India; el cingal'es es un moreno con fondo amarillo y pelo de azabache. Hombres y mujeres se peinan ech'andose las melenas hacia atr'as, y retorci'endolas para sujetarlas, hechas un bodrio, sobre la nuca; un peine de goma como el que en Europa usan las ni~nas, completa su tocado. El cuerpo le ci~nen con un sarrong de colores, como la s'abana de los abisinios, y una chaquetilla europea en ellos y un gabancito o carac'o en ellas, que tiene poco de airoso. El sexo feo suele usar patillas, lo que acaba de asimilarlos a los gitanos. La venta a bordo ha cambiado tambi'en de fase. A los productos art'isticos de Italia y a los zool'ogicos de la Arabia, han sucedido los fin'isimos encajes de Lahor, los bordados y telas primorosas de Cachemira, los productos persas, que las caravanas indost'anicas transportan de Ispah'an y de Teher'an, y por 'ultimo, las piedras preciosas con que en calidad y cantidad compite la India con el mundo entero. Debo advertirte que se venden muy caras y que te piden por ellas el cu'adruplo de su valor; as'i como que hay que ser muy experto para no tomar gato por liebre, pues son m'as las piedras falsas que las verdaderas que se ponen en circulaci'on. Solo de ese modo se explica que yo adquiriese ocho grandes rub'ies, tres enormes zafiros y un topacio en cambio de tres levitas, dos pantalones y cuatro chalecos fuera de uso. Fue un cambalache de cristal por pa~no, muy admitido entre los joyeros falsos cingaleses. Desembarquemos; pero no me preguntes lo que es Punta de Gales; no lo s'e. All'i no hay calles; son bosques inmensos en los que, diseminados, encuentras templos, casas, chozas, hoteles, agencias, joyer'ias; coches que se cruzan con carretas tiradas por bueyes peque~nos, que trotan como caballos, bayaderas que bailan, magnetizadores de serpientes que las electrizan al son de la flauta, juglares que te asombran, titiriteros que te horripilan. Ya sabes que los indios del Malabar son los m'as h'abiles gimnastas que se conocen; estoy persuadido, sin embargo, de que van a maravillarte estos dos ejemplos de acrobacia y prestidigitaci'on de que he sido testigo en uno de aquellos jardines que llaman plazas. Un hombre coloca tres venablos o chuzos atados en forma de tr'ipode y con los hierros hacia abajo, sobre el pu~no de un sable; apoya la punta de este sobre una lanza, y acost'andose en el suelo, tiene todo aquel armatoste en equilibrio sobre su frente, hasta que d'andole una sacudida, despide la lanza por un lado, el sable por otro y los venablos vienen a clavarse en el suelo entre las rodillas y los sobacos del titiritero. Otro individuo puso sobre una mesa, sin tapete, una canasta de mimbre, en la que, encogi'endose mucho, se arrebu~n'o un muchachuelo; cubri'o el cesto con su tapa, y blandiendo un enorme cris, se entretuvo en dar de pu~naladas al continente y al contenido. Oy'eronse los ayes m'as desgarradores, la sangre corr'ia por la mesa... -!Basta! !Basta! -gritamos todos, no dando cr'edito a nuestros ojos. El juglar destap'o entonces el canasto; el canasto estaba vac'io y el rapazuelo entraba en el corro pidiendo con su platillo unas monedas de cobre por aquel inconcebible espect'aculo al aire libre. Una de las imprescindibles excursiones que hay que hacer en Punta de Gales es a Wackwella (pronuncia Guacuela). Un c'omodo y bien acondicionado coche te lleva, mediante tres rupias (treinta reales), y durante cuatro horas, a visitar el bosque de los caneleros; y por un camino imposible de describir, en el que abundan los 'arboles m'as raros, las aves m'as trinadoras y pintadas que puede so~nar la fantas'ia, y por el que constantemente te sigue una turba de rapaces ofreci'endote, ya un mangust'an rojo como la grana y blanco como la nieve, ya un coco con que aplacar la sed, ya una rama de canela con que perfumarte, llegas a la plataforma en cuesti'on, desde la que, saboreando un refresco del pa'is, divisas un extenso horizonte, cuajado de islas de cocoteros y de colinas de cafetales, por las que serpentea lo que al pronto parece un ancho y caudaloso r'io de muchas leguas, y que resulta ser una interminable y consecutiva serie de plantaciones de arroz. En el fondo se destaca el pico de Ad'an, monte situado al N. de la isla, detr'as del que existe el puente de Eva, que une la isla de Ceyl'an al continente 'Indico, separados por el estrecho de Palk. Porque, debo advertirte, que los cingaleses pretenden, y creo que con raz'on, que el Para'iso terrenal estaba en su casa; as'i es que se encuentran all'i todos los nombres de nuestras Sagradas Escrituras, y hasta se rinde culto a la Virgen Mar'ia. Oye c'omo la teogon'ia de los bramines cierra el cap'itulo de su G'enesis: <> Suenan las once de la ma~nana del d'ia 4 y no tenemos tiempo que perder. Despid'amonos de los pasajeros para Pondichery, Madras, Calcuta y Bengala en el E. de la India, y de los que se dirijan a Bombay por el ferrocarril del continente. Volvamos al Tigris y zarpemos. En cuatro d'ias cruzamos el golfo de Bengala. El 8 se aparece Penang, el portero ingl'es de los Estrechos, con su artiller'ia correspondiente, formando pendant con la punta de Achem, de la isla de Sumatra, en la Ocean'ia. Al amanecer del 9 conclu'imos de pasar el estrecho de Malaca y atracamos junto al muelle de Singapore. Estamos sobre el Ecuador; un grado m'as y cortamos la l'inea. La entrada a esta posesi'on inglesa es uno de los espect'aculos m'as bonitos que puede so~narse y comparte justamente la admiraci'on del viajero con el B'osforo, el Rhin, el Danubio, la bah'ia de R'io de Janeiro y el golfo de N'apoles. Imag'inate que Singapore es un gigante cuyos enormes pies, que son las costas, est'an ba~nados por el agua. El vapor se desliza por la punta de sus dedos; pero cada vez que cruza una de sus bifurcaciones, viene a sorprenderte un panorama pintoresco y variado, que te lleva de sorpresa en sorpresa. Entre una vegetaci'on, si no tan exuberante, por lo menos tan coqueta como la de Ceyl'an, ves aparecer en la cumbre los bungalows, o casas de campo inglesas, con sus galer'ias corridas bajo una serie de arcadas, mientras por abajo, en los repliegues de los dedos, pueblos enteros de chozas plantadas sobre estacas, se reflejan en las ondas, de las que brotan 'arboles copudos y en que se ba~nan las aves dom'esticas. Cada una de aquellas ensenadas parece un Nacimiento. Aqu'i la raza es ya amarilla, con ese tinte enfermizo que caracteriza al malayo. Elegantes y ventilados cochecillos llamados palanquines, tirados por caballitos malabares, de la alzada de un borriquillo moruno y guiados por un cochero indio, con quien generalmente se cierra el ajuste a bofetadas, te transportan por un largu'isimo camino poblado de tenduchos, en su mayor'ia chinos, a la city o barrio comercial. Este es sombr'io, sucio; pero importante y lleno de animaci'on. Singapore es el punto de escala de los que van y de los que vienen, y el almac'en de dep'osito de todas las mercanc'ias imaginables. As'i es que, relacionado con el resto del mundo, pululan en su seno todas las razas que vimos en Ad'en, enriquecidas con el concurso de los siameses y anamitas, los chinos del N. y S. del Celeste Imperio, los tagalos del Septentri'on, los visayas del Centro y los moros del Mediod'ia del archipi'elago Filipino, los javaneses y los ind'igenas, en fin, de las Molucas, las C'elebes, la Ocean'ia y Australia. All'i no tienes que preguntar al europeo el derrotero que sigue; su rostro te lo indica; el que llega tiene color, est'a rozagante, r'ie, charla, nace. El que regresa se lleva el sello del pa'is, amarillea, calla, se queja, muere. En Singapore el traje se simplifica; el sarrong se reduce a un taparrabos, el desnudo impera y empiezan a verse los shalakos, enormes discos de junco de infinitas formas, para cubrirse aquellas cabezas afeitadas o aderezadas con tufos de pelo, que ya brotan en el principio del occipucio, ya se corren hacia la nuca o se inclinan caprichosamente sobre una de ambas orejas. En la City vi el tipo que m'as ha excitado mi hilaridad. Era a la puerta de una toneler'ia; y sobre una pipa un hombre totalmente desnudo, con la cabeza afeitada, ostentando sobre sus narices unos anteojos chinos, cada uno de cuyos cristales tienen, sin exageraci'on, el di'ametro de una copa para agua, y su montura en concha medio dedo de ancho, le'ia puesto en cuclillas, a la usanza asi'atica, el Times de Londres. Por un magn'ifico puente colgante, se atraviesa el r'io y se penetra en la ciudad propiamente dicha. All'i est'an las casas habitables, el palacio del gobierno, el City hall o casa municipal, las iglesias, colegios, congregaciones, paseos, espect'aculos; todo en medio de 'arboles y de flores; pero con car'acter europeo adaptado a las condiciones locales. Poca sociabilidad, trato ingl'es, formalidad, mucho comfort; pero expansi'on, cero. Ilustraci'on El 10 salimos de Singapore y empezamos a subir hacia el N. el mar de la China, cruzando el golfo de Siam. El 12 recalamos en el cabo de San Jaime, mole imponente erizada de bosque virgen, en cuya cumbre se levanta el sem'aforo, visitado constantemente por fieras, contra las que tienen que vivir apercibidos los vig'ias condenados a aquel peligroso servicio. Siguiendo la costa, aparece de repente, bajo la pesadumbre de aquella monta~na, un fondeadero llamado la Bah'ia de los cocoteros; pintoresco y ameno lugar donde se halla establecida la estaci'on telegr'afica del cable submarino, por la que, pocos d'ias despu'es, recib'ia mi familia la noticia de mi feliz llegada, a las siete horas de mi desembarco en Hong-Kong, mediante la m'odica suma de once pesetas por palabra. Remontamos con la luna el Dona'i, ancho y profundo r'io, lleno de zig-zag con mon'otonos, pero verdes ribazos, en los que duermen algunos cocodrilos; y antes de que alborease el d'ia 13, atrac'abamos delante de la Agencia de las Mensajer'ias en Saigon, capital de la Cochinchina francesa. Situado al lado opuesto del r'io, hay que atravesar este en una lancha para llegar a la ciudad. Sin querer exclama uno: <> En efecto, los hijos de San Luis tienen tres necesidades, que no pueden dejar de satisfacer, y que imprimen el sello hasta a sus colonias menos importantes: Caf'es, restaurants y demi-monde. Saigon est'a alumbrada por gas, como todas las posesiones inglesas del Asia; pero como en estas los establecimientos de diversi'on p'ublica no existen, resultan oscuros, mientras que en la metr'opoli de la Cochinchina la luz incita al paseante a recorrer su muelle, y la gente vive de noche, sin cuidarse de la hora del apaga-fuegos. Otro distintivo peculiar de la buena administraci'on francesa es que el barquero o el cochero no te exigen nunca m'as dinero del que t'u les das por su trabajo. Las calles, nacientes a'un, est'an edificadas sobre bosques y jardines; pero estos, ni tienen el aspecto virgen de Ceyl'an, ni el ondulante y caprichoso de Singapore. El rect'angulo impera; han obligado a los 'arboles a aprender t'actica, y todos se han tenido que alinear, para producir anchos boulevares sujetos a escuadra. El palacio del gobernador es un magn'ifico y suntuoso monumento, los jardines recuerdan el parque Monceau de Par'is. Dentro de algunos a~nos aquello no se diferenciar'a en nada de una capital de provincia francesa, aparte de las chozas de los naturales. La arteria principal de Saigon se llama calle de Espa~na. Es el 'unico testimonio y el solo provecho que hemos sacado de la campa~na de Cochinchina, en la que las armas espa~nolas han regalado a sus vecinos de allende el Pirineo la hegemon'ia sobre el imperio de Annam, la costa del golfo de Tonk'in y el reino de Camboya. Solo falta Siam para tener el protectorado sobre toda la India Transgang'etica. A rumbosos no nos gana nadie. Amanece el d'ia 14, levamos ancla, y Norte arriba del mar de la China, bordeamos la isla de Hai Nam, enfilada al canal de Formosa, y fondeamos el 17 a las nueve de la noche, en la rada de Hong-Kong, colonia inglesa del Celeste Imperio. Y terminados aqu'i los treinta y ocho d'ias de navegaci'on, en que a escape hemos visitado lo que nos sal'ia al encuentro, hagamos alto y empecemos a tratar detenidamente de los usos, costumbres, ceremonias y fisonom'ia del pueblo chino, as'i como del aspecto de las principales poblaciones del pa'is de Confucio. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 19 de abril de 1879. Mi querido amigo: Cuando desde Europa se le ocurre a uno pensar en China, se la representa en su imaginaci'on como una inmensa tela de esos abanicos que llegan all'i del Celeste Imperio. Por lo menos as'i me la forjaba yo. Por todas partes verdes praderas como la esmeralda, salpicadas de flores rojas y azules; en medio de aquellas limpias s'abanas de verdura, casitas con su agalerada techumbre, flanqueadas de kioskos en forma de parasoles superpuestos, con su campanilla correspondiente al extremo de cada radio; el arqueado puente como la joroba de un camello tendido sobre un riachuelo transparente que refleja los viv'isimos colores del junco al deslizarse por su superficie; a la puerta, en forma de una O, de la casa, ataviadas damas con sus bordados trajes de seda y diminuto pie departiendo tranquilamente con gallardos mancebos envueltos en talares t'unicas de recamo de oro, y saboreando una taza de t'e; en el fondo ni~nos remontando cometas sobre una terraza, y ancianos venerables de luenga barba blanca viendo volar pintados pajarillos. Todos ellos, por supuesto, con caras de marfil, aguzadas y nacaradas u~nas y ojos oblicuos. En resumen, la China del europeo es el progreso material del siglo XIX combinado con las patriarcales costumbres de los tiempos b'iblicos; de la tela del abanico se desprenden para 'el estas tres condiciones distintivas de la raza mong'olica: lujo, limpieza y silencio. Cerremos el abanico y abramos la puerta del hoy imperio t'artaro. Vas a ver el desenga~no que nos espera. Una griter'ia, comparable tan solo a una ri~na de verduleras, es lo primero que te llama la atenci'on al despedirte de la gente de a bordo y disponerte a tomar una embarcaci'on que, desde la inmensa y hermosa bah'ia de Hong-Kong, te conduzca a tierra. Son los barqueros pugnando por atracar sus champanes al Tigris, ofreci'endote sus servicios o diciendo buenos d'ias simplemente a un camarada, pues para todo se alborota aqu'i. Y palpitando de emoci'on bajas las escaleras con los ojos cerrados para abrirlos de repente y gozar del espect'aculo de aquella China so~nada. Lo primero que ves es el champan o bote para conducci'on de pasajeros y mercanc'ias, tosca embarcaci'on parecida a una barcaza muy tripuda, con un toldo de bamb'u en la popa, chorreando mugre por todas partes y exhalando una fetidez insoportable, a la que concluyes por habituarte, pues la forma un conjunto de circunstancias inherentes a la raza ind'igena, que constituye el perfume local, conocido por el europeo con el nombre gen'erico de <> La tripulaci'on est'a compuesta de varias mujeres de distintas edades, pero de fealdad id'entica; algunas veces hay tambi'en un hombre; pero como este viste el mismo traje que aquellas, carece en absoluto de barba y todos poseen los mismos rasgos fison'omicos, resulta que para el viajero inexperto el chino es el ser que bajo una misma terminaci'on y art'iculo comprende los dos sexos, masculino y femenino, y que la gram'atica coloca en el g'enero epiceno. Ojo peque~no y algo oblicuo, encerrado en un p'arpado carnoso, sin casi ceja, frente no muy deprimida, nariz aplastada, p'omulos salientes, labio superior con honores de hocico, dientes un poco m'as peque~nos que teclas de piano, color mejor que ict'erico, amarillo de vicio, pelo negro de sart'en con la aspereza exacta de la crin; lampi~no el hombre, rechoncha la mujer, pero ambos escrofulosos y llenos de pupas y asquerosidades, son los componentes de una cabeza china de la clase humilde, que comprenderemos en la denominaci'on de culi, como aqu'i se llama al bracero, mozo de cuerda y todo el que ejerce un oficio bajo. Un calz'on ancho hasta el tobillo, de una tela que debi'o ser percal negro o azul y que, perdido el aderezo de goma, ha degenerado en tejido de grasa, y una blusa de lo mismo abrochada por el costado, pendiente hasta el muslo, con mangas perdidas y largas hasta rebasar un palmo las manos, que quedan ocultas en ellas, constituyen el traje com'un de dos. No hay camisa ni cosa que lo valga. El pie desnudo; alguno que otro lleva una suela sujeta con cordeles al tobillo; pero es raro. Como ves, nada m'as parecido al disfraz del pierrot franc'es, salvo el color y la limpieza. La mujer lleva la cabeza cubierta con un pa~nuelo de algod'on, colocado lo mismo que nuestra gente del pueblo; el hombre la ostenta casi siempre desnuda. Usa, sin embargo, en verano un shalak'o o sombrero de bamb'u, en forma de un disco desmesurado, con un pingorote en el centro, como la tapadera de una taza, y en invierno una montera de fieltro oscuro, menos alta, pero id'entica en la forma al sombrero del pierrot. Tanto el macho como la hembra se abrigan con un saco hasta la cintura, sin mangas y guatado, que visten sobre el traje descrito, y llamado patchama. Los ni~nos emplean el mismo uniforme, pero de colores rabiosos, y les cubren la cabeza, ya con un simple aro, del que penden borlas y cordones, ya con una cosa parecida a las carteras en que los chicos de la escuela guardan los libros, colocada de modo que la cubierta penda sobre el cogote, y adornando los dos picos del remate de arriba con unas orejitas de gato hechas de algod'on en rama. Pasemos al peinado. Los parvulillos llevan sobre cualquiera de ambas orejas un plumerito, como la perilla de un hombre, atadito con una cinta de color; el resto afeitado; con lo cual se consigue que se fortalezca la parte de pelo que m'as tarde han de dejarse crecer, y que, como dejo dicho, toma la consistencia de la cerda. En efecto: en cuanto el ni~no llega a adulto, se le afeita tambi'en el tuferito y se le hace adoptar el invariable aderezo de la epidermis capilar masculina; porque debo advertirte que aqu'i nada cambia, todo es inmutable; no hay modas ni caprichos. El pasado se sabe por el presente, el ma~nana puede leerse por el hoy, la tradici'on impera; el estacionamiento es la base de su sistema. Hasta hace dos siglos el habitante del Celeste Imperio luc'ia larga cabellera y ostentaba el traje con que vemos representados en sus estampas a los 'idolos y los h'eroes de sus leyendas; pero al caer la dinast'ia china de los Ming y tener que soportar la dominaci'on t'artara de los manchures del N., la dinast'ia Tsing, que hoy subsiste, impuso a sus vasallos la dura ley del vencedor, y haci'endoles cambiar de traje, les oblig'o a afeitarse la cabeza y dejarse una cola de perro, en signo de servidumbre. Coloca sobre la cabeza un solideo; afeita todo lo que no est'e cubierto por 'el; deja crecer hasta donde quiera el pelo que aquel encubre; haz despu'es una trenza que, con el auxilio de cordones, casi siempre negros, pero alguna vez azules o encarnados, llegue hasta los tobillos, y tendr'as la idea exacta del peinado chino, desde el primer mandar'in hasta el 'ultimo culi, sin m'as diferencia que, mientras las clases acomodadas se afeitan semanalmente y llevan los cordones limpios, el pobre lo toma por semestres y cambia de cord'on cuando la miseria se ha comido el primero. Algunos fashionables dejan crecer alrededor de la mata una como aureola de pelos cortos, que flotan a merced del viento y que acaba de embellecerlos. Agrega a todo esto las rarezas de configuraci'on de aquellas cabezas, cuyos defectos nada hay que disimule; los chirlos, las protuberancias y las cicatrices de todo g'enero que las ornan, y calcula los purgantes que ha debido uno tomar hasta acostumbrar el est'omago y la vista. Ya que de pelos me ocupo, consignar'e que la barba en los chinos son diez o doce hebras de esparto, brotadas al azar, y que les est'a prohibido por sus leyes y costumbres llevar bigote hasta que han cumplido cuarenta y ocho a~nos, o tienen nietos, o bien a los veintiocho si son mandarines. Pasemos a las mujeres. La soltera se echa atr'as todo el cabello, rematado por una trenza larga, en cuyo tronco lleva liada una cinta de color, formando un anillo; saca de la sien izquierda un banda de pelo como de tres dedos de ancha, lo que consigue abri'endose una peque~na raya vertical, y se circuye lo alto de la frente con aquella faja, que va a mezclarse con el resto de la cabellera por el lado opuesto. Como ves, las hijas de Eva conservan toda su integridad capilar, si bien son tan lampi~nas como los chinos, pues las cejas y las pesta~nas hay que verlas con microscopio. El peinado de la casada es muy dif'icil de explicar: echado todo atr'as, sin raya alguna, salen de los lados dos enormes cocas, que sujetan con alambres por dentro; el topo se separa m'as de un palmo de la nuca, y le forma todo el pelo de la mata, saliendo como el espol'on de un buque de guerra, y el del cogote, subiendo a enlazarse con aquel: un cord'on de pelo retorcido baja desde la parte alta y posterior de la cabeza hasta el v'ertice de aquel 'angulo agudo, y multitud de broches y alfileres sujetan, con el auxilio de la goma, tan complicado aparato, al que dan el nombre de peinado del ave de la inmortalidad. Y esta denominaci'on me sugiere una explicaci'on m'as exacta del efecto que produce este tocado. C'ortale a una gallina el cuello y las patas, 'abrela por la pechuga, enc'ajasela en la cabeza a una china por esta abertura, 'abrele las alas en toda su extensi'on, que son las cocas, y adereza el topo de manera que quede formando la cola. Es id'entico hasta en sus proporciones. Por decreto de no s'e qu'e emperador, cierta gente de mar est'a proscrita de la tierra, y por consiguiente no puede habitar m'as que en sus embarcaciones. De modo que el champan es el estrado, la cocina, el dormitorio, la pagoda, la cuna y el lecho de muerte de sus moradores; all'i nacen, viven, rezan, se reproducen y mueren. Las madres, consagradas a sus tareas, no pueden atender muy asiduamente a sus hijos; as'i es que para trabajar desembarazadamente, se los echan a la espalda, sujet'andolos con un como pa~nuelo de lana, al que va sentado el rapaz y del que penden cuatro correas, que se ajustan como cintur'on y como tirantes en las caderas. Esto, si el infante es a'un mam'on; pues apenas anda, ya se bandea por su cuenta; y la 'unica precauci'on que se toma es atarle un cordel a la cintura para pescarle cada una de las veinte veces que al d'ia se cae al agua: algunos a~naden corchos o vejigas, para que flote el n'aufrago; pero no es de rigor, en atenci'on a que sin ellos aprende a nadar m'as pronto. Al cruzar la bah'ia, mi primer cuidado fue estudiar su aspecto; all'i te encuentras el pont'on para hospital militar, nav'io de tres puentes sin arboladura; el comodoro ingl'es, el almirante franc'es, corbetas rusas y alemanas, la Mala francesa que llega de Europa, la inglesa que sale para la India, vapores brit'anicos para Shang-hai y Emuy, espa~noles para Manila, la Mala americana del Pac'ifico, los anexos de las Mensajer'ias para el Jap'on; pero te preguntas: <> All'i la tienes representada por miles de champanes y centenares de lorchas para la pesca y el tr'afico costero, 'unica empresa de estos nautas con coleta. La lorcha es lo que vulgarmente llamamos junco; barco tripudo, m'as o menos grande, con una popa semi-esf'erica, anch'isima y desmesuradamente alta, tim'on descomunal calado en celos'ia, y dos palos, a los que van sujetas unas velas latinas despuntadas con una serie de travesa~nos horizontales de madera, a modo de entenas, para tomar los rizos. Muchas de ellas, aun las mercantes, llevan a bordo ca~nones de hierro, que ni el famoso de Barba-Azul. Como el champan, la lorcha es una casa de familia, cuyo desaseo est'a en proporci'on de su mayor capacidad. El d'ia se lo pasan tocando el gong, o tan-tan, o campana chinesca, que estos tres nombres tiene el disco en cuesti'on; y la noche quemando papelitos para ahuyentar a los esp'iritus mal'eficos. La media docena de lanchas ca~noneras que posee el gobierno, est'an mandadas por capitanes franceses, ingleses o americanos. Por fin, desembarcamos en el muelle; culis machos y hembras transportando mercanc'ias, pendientes a los extremos de un bamb'u, colocado sobre el hombro, culis de silla asalt'andote con las de mano o literas, 'unico medio de locomoci'on en estas regiones, agentes de polic'ia india con sus abultados turbantes encarnados, repartiendo bofetones y latigazos con que hacer entrar en orden a aquellas ac'emilas humanas del servicio p'ublico, y mucho europeo consagrado a sus tareas, constituyen el movimiento de la poblaci'on; pero aquello no es China; las casas que veo son las de mis latitudes, la gente con coleta que circula por las calles es la hez del pueblo uniformemente vestida, y yo necesito la tela del abanico, los colores, la luz, el recamo de oro, los bordados en seda, el Oriente, en fin, con sus mandarines, sus tropas, sus mujeres, su industria, sus diversiones, su vida peculiar. <> -escrib'ia a un amigo m'io residente en Hong-Kong otro suyo de Madrid-, y yo, aunque sin instintos de pirata callejero, deseaba conocer en toda su integridad la fisonom'ia del Celeste Imperio. Luego iremos al barrio chino; ahora recorramos la ciudad europea. Hong-Kong es una maravilla. Edificada en anfiteatro sobre una pe~na que hace cuarenta a~nos no ten'ia ni una planta, asombra el ver lo que los ingleses han hecho de ella en tan corto espacio. Calles paralelas y escalonadas, abiertas a lo largo de la isla, te ofrecen por doquiera la grata sombra de sus amenos, elegantes y caprichosos jardines; porque es de notar que, aprovechando los accidentes del terreno, han edificado sus avenidas de modo que las calles no parecen calles; al lado de un templo ves una esbelta escalinata que conduce a la casa contigua, levantada sobre un terrapl'en con 'arboles; junto al grader'io que te hizo subir, se abre una cuesta con art'istica ornamentaci'on, que te hace bajar al bungalow vecino; una tapia te oculta el cottage que se alza sobre el promontorio de una colina interior; de modo, que la vista va de sorpresa en sorpresa, descubriendo aquel sembrado de moradas espl'endidas entre una vegetaci'on artificial, y de fortificaci'on en fortificaci'on, de paseo en paseo, de la iglesia al club, del teatro al hospital, subes por magn'ificos caminos en zig-zag, hasta el pico Victoria, donde se halla el sem'aforo y desde el que abarcas todo el panorama de la rica colonia inglesa. El mando superior de la isla es conferido por la corona inglesa a un gobernador, con la categor'ia (aunque civil) de vicealmirante y comandante en jefe, que preside los dos Consejos, ejecutivo y legislativo. La administraci'on comprende la secretar'ia colonial, el tesoro, obras p'ublicas, registro y correos. La de justicia tiene tres jurisdicciones, la Suprema corte o audiencia, la corte de polic'ia o tribunal sumario y de primera instancia, y la corte de marina. La instituci'on del jurado existe para lo civil y lo criminal. Adem'as del pont'on destinado en la bah'ia a hospital militar, hay en la poblaci'on un hospital civil para europeos, otro para chinos, otro para variolosos y otro para la marina. Hay ocho o diez centros de ense~nanza p'ublica, la mayor parte encomendados a los misioneros. El material de incendios es una cosa admirable. En cada distrito estacionan varias bombas de vapor, que en pocos minutos se transportan al lugar del siniestro. Esto no quita para que el 25 de diciembre de 1878 se declarase un incendio a las once de la noche, y el 26, a las tres de la tarde, estuviesen convertidas en escombros seiscientas casas. Las libaciones de Navidad influyeron mucho en ello. Fue el espect'aculo m'as imponente que he presenciado. En cuanto se da la se~nal de fuego, todo individuo con tienda abierta tiene obligaci'on de mandar a los culis que est'an a su servicio, provistos de una linterna china de papel de colores, y vestidos con un saco de arpillera, en que consta la raz'on de la casa en grandes caracteres. Fig'urate, pues, toda la poblaci'on dominando las alturas de la ciudad, la gente de los barrios amenazados por el incendio salvando sus muebles, los culis transport'andolos a hombros en medio de la griter'ia m'as espantosa y de la confusi'on menos descriptible, toda la fuerza armada de la plaza y la de los buques surtos en la bah'ia prestando su concurso, el gas apagado, las calles convertidas en r'ios y en campamentos, la dinamita y el ca~n'on derribando manzanas enteras, y en el fondo aquella hoguera colosal, de la que, como chispas, se desprend'ian millares de linternas en todas direcciones, y que convert'ia el mar en un espejo de fuego: comprend'i a Ner'on. La vida en Hong-Kong, como pa'is comercial, tiene pocos atractivos. Algunas familias desperdigadas pasean por este o el otro vericueto, como medida higi'enica; pero sin un punto fijo de cita para el high-life. Hay alguna que otra reuni'on, y un teatro ingl'es, al que apenas asisten se~noras: verdad es que estas son escasas. En cambio el hombre se divierte mucho a la inglesa, es decir, haciendo excursiones campestres y desarrollando las fuerzas f'isicas en ejercicios g'imnicos. Como no hay caf'es p'ublicos, existen un club alem'an, otro portugu'es y otro parsi, pero ninguno puede compararse al brit'anico, que es un verdadero modelo. El ingreso cuesta treinta duros y cuatro la cuota mensual; el edificio, suntuoso, pertenece a la sociedad, que ya no sabe en qu'e invertir el dinero que le sobra; del seno del mismo club emanan multitud de sociedades de sport, tales como el club de regatas, el de carreras, el de declamaci'on, el de conciertos, el juego de pelota con variad'isimas manifestaciones, la lucha de la maroma, en la que dos bandos tiran de los extremos de una cuerda hasta atraerse el uno al otro; por supuesto que para cada cosa tienen su magn'ifico local ad hoc, no siendo el menos notable las praderas que les sirven de trinquete; el gobernador y los notables presiden muchas de estas fiestas, y a todas tiene derecho el miembro del club general. En este puede decirse que vive la parte europea masculina de Hong-Kong. Es su Bolsa. All'i escribe su correo en magn'ifico papel que, a granel, y con preciosos membretes, anda tirado por las mesas, y recibe la correspondencia que en un cuadro est'a a merced del que la quiera tomar, sin que se le ocurra hacerlo nunca mas que al interesado. En el sal'on de lectura hay todos los peri'odicos notables del mundo; de la biblioteca, rica en obras sobre la China, toma el socio los vol'umenes que le da la gana y se los lleva a su casa, dejando en cambio un recibo. Hay un bar-room, o sitio de bebidas, un lunch-room o puesto de fiambres para el tente-en-pie, y un diner-room o comedor, donde almuerza y come much'isima gente, teniendo sus platos huecos, que se llenan de agua caliente en el invierno, y su hielo, pancas y ventiladores para el verano. Existen trece dormitorios, con el objeto de que el socio que llegue de fuera est'e seguro de tener cuarto donde pasar la noche, aunque las fondas est'en atestadas. Y al efecto, cada uno que se sucede toma su turno; de modo que cuando arriba un d'ecimo-cuarto hu'esped, el n'umero uno se va con la m'usica a otra parte, pues se supone que ya ha debido tener tiempo de procurarse posada. Lo que se consume no se paga hasta fin de mes, a la presentaci'on del ticket, o boleta, que por cada cosa ha firmado el socio, as'i es que los dependientes, todos chinos, no pueden robar ni un c'entimo. Magn'ificos billares, tocadores espl'endidos y salones confortabil'isimos completan este prototipo de casinos, cuya administraci'on corre a cargo de un solo dependiente ingl'es con el t'itulo de secretario. La vida es cara en Hong-Kong. Una casa, no muy grande, cuesta ochenta duros al mes y ciento cincuenta el orificarle a uno cinco muelas. En las fondas se paga cuatro duros por d'ia, sin los vinos, y cinco reales en el Club por una copa de licor cualquiera. Pero dejemos ya todo lo que huela a Europa y corramos en busca de cosas celestes. En Queen's road, o sea en la arteria principal, alternan con establecimientos europeos, multitud de tiendas chinas, cuyo aspecto en nada difiere de las que vemos en nuestra casa, a excepci'on de las mercanc'ias que en ellas se expenden. Trabajos en marfil, filigranas de plata, vasos de porcelana, pendientes de jade (piedra verde de gran valor en estas regiones), juegos de ajedrez, abanicos de concha y de laca, muebles de maqu'e y otras industrias parecidas, yacen en anaqueler'ias y escaparates, relativamente limpios, pero sin agrupaci'on art'istica. Las muestras de los bazares son unas planchas de madera rojas o negras, colocadas en las puertas verticalmente y de canto como columnas, con caracteres chinos de relieve y dorados, que constituyen el mejor adorno posible, pues sabido es que la escritura china es un acabado modelo de elegancia en dibujo. En el fondo y detr'as del mostrador, uno o dos chinos macilentos aguardan su presa. El mueblaje es invariable, como el de todo el Celeste Imperio. Sillas o sitiales, en 'angulos rectos, de una madera oscura, casi negra, con m'as o menos tallado, seg'un su riqueza, y con asiento por lo com'un de piedra, con unas mesas peque~nas, rectangulares tambi'en, con su tapa de m'armol incrustada en el marco. Con estas tiendas alternan alg'un bazar japon'es, con sus elegantes productos de id'entica fisonom'ia, pero m'as art'isticos que los chinos, y mercaderes parsis e indostanes con sus cachemires, telas de la India y mantones de capuchas, hechos con retalitos del tama~no de dos reales, cosidos entre s'i, y que parecen remiendos, de los que no compr'e uno porque me pidieron por 'el m'as de mil pesos, y era usado. Por fin, a la terminaci'on de Queen's road, en el extremo occidental de la ciudad, empieza el barrio chino. !Horror! !Abominaci'on! ?Y para esto he empleado treinta y ocho d'ias y me he expuesto a las contingencias de un viaje de tres mil leguas? Fig'urate unas casuchas de ladrillo gris azulado, sin enlucido de yeso, ni por dentro ni por fuera, con una puerta y una ventana embutidas en dos pilares de mamposter'ia, porque es preciso que as'i sea, a fin de que no entren los esp'iritus mal'eficos. Unos gruesos barrotes de palo en sentido vertical hacen de cancela. En cada una de estas viviendas habitan treinta o cuarenta individuos, la mayor parte con el torso desnudo, destilando pringue, viviendo entre esti'ercol, en compa~n'ia del marrano y de las gallinas, ejerciendo su industria en colaboraci'on con otro artesano de 'indole distinta. As'i media tienda pertenece a un sastre y la otra media a un platero o pintor de retratos. Todo son abacer'ias, expendedur'ias de verduras, pescado salado y objetos de culto para las pagodas, tociner'ias, zapateros remendones, armeros y art'iculos de ferreter'ia oxidados por el moho y la incuria. En fin, el rastro de la grasa, de la fetidez y de la basura elevado al infinito. Ya hablaremos de ello al ocuparnos detenidamente de los usos y costumbres locales. Por hoy basta, pues al ver que en vano ser'ia buscar en Hong-Kong la tan deseada tela del abanico, me falta tiempo para abandonar este muladar ind'igena y hacer rumbo hacia Macao. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 30 de abril de 1879. Querido amigo: Un elegante vapor de ruedas, estilo americano como los del Misisip'i, pintado de blanco y con la gran c'amara a proa sobre cubierta, te hace recorrer en tres horas y cuarto, y por la suma de 3 duros, las cuarenta millas que separan a Hong-Kong de Macao. Las segundas est'an en el trav'es del barco. Los chinos, cualquiera que sea su categor'ia, no son admitidos m'as que en la cala. Al ponerse en marcha el buque, lo primero que te llama la atenci'on es un guardi'an que, con un sable desnudo, vigila una escotilla de proa, que comunica con la cala, y que antes ha tenido cuidado de tapar con unos barrotes de hierro, a los que ha echado la llave. Otro centinela, igualmente armado, custodia la escalera que desciende al sollado. Por 'ultimo, en la c'amara hay dos panoplias con machetes, pu~nales, carabinas, rev'olveres y municiones de reserva, con un letrero que dice: loaded, es decir, cargados. Son precauciones tomadas, invitaciones hechas al viajero para el caso probable, y antes muy frecuentemente reproducido, de que los chinos se subleven al pasar por las Islas de los Ladrones y entreguen la tripulaci'on a los piratas que infestan estos mares y que no perdonan vidas ni haciendas. Por fin, llegamos a Macao, peque~na pen'insula que afecta la forma de una S, en cuya cabeza y tripa existen unas fortificaciones. La curva inferior es el puerto interior, en la desembocadura del r'io. La bah'ia, hu'erfana de todo buque que no sean las lorchas chinas y sin casi calado, la representa el semic'irculo entre el cuello y la cabeza, en cuyo muelle est'a situada la Praia Grande, la mejor o la 'unica calle de la ciudad. Las dem'as, abiertas paralelamente a esta sobre la colina, y las transversales, son callejones tristes, sombr'ios, conventuales, acusando pobreza, ruina y privaciones. El barrio chino, id'entico al de Hong-Kong, se extiende por la espalda de la S desde la embocadura del r'io hasta la nuca, de la que arranca un istmo, el que liga la isla al continente chinesco, largo de un kil'ometro y ancho lo suficiente para que un coche pase por 'el sin caerse al agua, si no se desv'ia del centro. Al cruzar la bah'ia, Macao, del que solo se ve la Praia Grande, parece un peque~no N'apoles; despu'es se cree uno en un pueblo de Arag'on o de Castilla en pleno siglo XVI. No voy a hacer historia, ni te ense~nar'ia nada dici'endote que esta es la primera factor'ia europea que el arrojo de los portugueses abri'o en los mares de China. Tampoco te importa saber que el mando de la isla est'e confiado a un gobernador, teniente de nav'io; que existen un juez de derecho, un procurador de asuntos s'inicos, una oficina de hacienda, encargados de obras p'ublicas, sanidad, capitan'ia de puerto, una guarnici'on al mando de un comandante, jefes de fortificaci'on, y media docena m'as de funcionarios portugueses, todos ellos amabil'isimos y de franco y abierto car'acter. Entre la colonia lusitana figura un se~nor don Lorenzo Marqu'es, due~no de una casa con un espacioso parque, en el que se encuentra la gruta de Camoens, compuesta de dos pe~nascos verticales y uno horizontal, apoy'andose en aquellos a semejanza de dolmen o altar druida, y en la cual el desterrado vate compuso la mayor parte de sus Lusiadas. Un templete con el busto de Camoens, y algunas estrofas de su poema esculpidas en m'armol, alternan con ditirambos de poetas modernos de todas las naciones, figurando en muy buen lugar una octava de don Jos'e Heriberto Garc'ia de Quevedo, ministro que fue de S. M. Cat'olica en China. Las se~noras europeas son nones y no llegan a tres, como canta el dicho. De la raza macaense no s'e qu'e decirte para darte una idea de su fealdad. Es imposible que nada en el mundo se parezca al cruzamiento de chino con portugu'es, ya de la metr'opoli, ya de sus posesiones de Goa en la India, Timor en Ocean'ia o Cabo Verde y dem'as establecimientos del 'Africa occidental. Imag'inate un bull-dog con vestimentas humanas, y te quedas atr'as. Por supuesto, no se tratan con ning'un europeo, ni se las ve a ellas en ninguna parte; deben estar enmohecidas. Por las tardes se colocan detr'as de las persianas (cierre ineludible de todo hueco de Macao), y desde all'i ven sin ser vistas. Los d'ias de fiesta van a misa, vestidas de negro, y cubiertas con un enorme manto de seda del mismo color, que pende hasta las rodillas, y en el que esconden la cara, en lo cual obran con gran prudencia; adem'as, las que pueden usan silla de mano, con puerta apersianada tambi'en; es su 'unico ventilador. Te aseguro que al contemplar aquellas recatadas damas, cruzando en sus literas las tortuosas y empinadas calles de la ciudad, alumbradas de noche por alg'un modesto reverbero de aceite, y empedradas de pedernal y guijarros en punta, le da a uno gana de calarse un chambergo con pluma, embozarse en un tabardo y ce~nir una espada de cazoleta, para no destruir la armon'ia de un cuadro digno de la 'epoca de Vel'azquez. Abolida en 1874 la emigraci'on de culis o trabajadores para Cuba y el Per'u, solo recurso, pero beneficioso, con que contaba Macao desde que la apertura del puerto de Hong-Kong le priv'o del gran tr'afico con la Europa y la Ocean'ia, esta m'isera colonia no cuenta con industria de ninguna clase, si no es la torrefacci'on del t'e, de la que est'an encargadas casas chinas. Se puede decir que los macaenses se hallan sumidos en la indigencia. Como puerto libre, el gobierno portugu'es no saca de ella m'as rendimientos que los que el juego p'ublico le procura; porque hay que notar que Macao es el M'onaco o el Baden-Baden del Celeste Imperio. El juego prohibido, perseguido y castigado severamente en todo el imperio, se ha refugiado en Macao, a la sombra de la bandera lusitana. El chino, que posee todos los vicios, no pod'ia dejar de ser jugador, y lo es, en efecto, en grado superlativo. Adem'as del ajedrez, las damas, el billar y el volante, para el que se sirve de los pies con suma destreza, tiene cartas m'as numerosas que las nuestras (128 naipes), pero en estrechas tiras, como los dedos de las manos, y con caracteres en vez de figuras; domin'o, con 32 fichas de madera, al que llama Pa'i; el atchen, o juego de tres dados, en que sobre un cart'on, en que figuran los seis n'umeros de uno de aquellos y las combinaciones de los tres, apunta el jugador, y al que por onomatopeya se le da el nombre de Kul'u-Kul'u, pues imita el ruido que producen los dados cuando el banquero los agita sobre un platillo cubierto de una peque~na taza de porcelana. Estos y otros muchos juegos se juegan en mitad de las calles del bazar chino por culis y arrapiezos que apenas pueden tenerse en pie, y es muy frecuente el ver a dos chinos comiendo naranjas y apostando sobre los gajos que tendr'an, o, a defecto de otra cosa, sobre las sillas que pasar'an en tal transcurso de tiempo por la esquina en que est'an sentados. Ya que de sentarse hablo, te dir'e que la manera que tienen de hacerlo los chinos y todos los pueblos del Asia es especial, e incomprensible que con ella hallen reposo. Abren las piernas, se dejan caer en cuclillas, sin tocar al suelo, y as'i se pasan horas enteras. Pru'ebalo y me contestar'as. Pero volvamos a los juegos y consignemos los tres m'as productivos para el gobierno portugu'es. El Pakopio es una especie de loter'ia antigua o primitiva, en la que, mediante una contribuci'on, un comerciante chino es banquero. Al efecto, distribuye en todas las tiendas del bazar unos papeles o billetes como cartones de loter'ia con cuarenta caracteres arriba, y otros cuarenta abajo. Llega el jugador, y con un pincel borra a su elecci'on cinco caracteres de la secci'on superior y otros cinco de la inferior, arriesgando en ellos el dinero que quiere. El banquero a su vez, y a una hora dada, antes de que empiece el juego en las tiendas expendedoras de billetes, ha borrado a su arbitrio otros cinco caracteres de cada secci'on, y depositado esta boleta en una caja, cuya llave tiene un delegado gubernativo. 'Abrese esta al medio d'ia, y los jugadores cuyas combinaciones son iguales a la que el banquero imagin'o, cobran el premio proporcional a la suma expuesta. La operaci'on vuelve a repetirse a las doce de la noche. !Dos extracciones diarias! !Oh moralidad! El segundo en jerarqu'ia superior es el Fantan. Doce son las casas, entre primera, segunda y tercera clase, que se consagran hasta media noche a tan plausible tarea, dejando al fisco un rendimiento de cuarenta y cuatro mil duros anuales en concepto de contribuci'on. Entras por una puerta adornada con calados dorados, como todas las casas lujosas de China, y alumbrada por linternas de papel de colores o de cola de pescado, con inscripciones. Un biombo de madera oscura, con los obligados calados, te oculta el lugar del suplicio. Tomas una escalerilla lateral, sucia y ennegrecida por el aceite de coco de las iluminaciones, y penetras en un cuartucho con un balc'on o galer'ia el'iptica en el centro, que deja ver la sala de abajo, donde est'a el tapete. Algunas casas tienen otra galer'ia en el segundo piso, tan falta de aseo como la del primero. All'i te sientas en un escabel de madera, forrado de grasa, en compa~n'ia de varios culis y europeos, que los s'abados, en particular, vienen de Hong-Kong, y otros puntos a probar fortuna. Unas canastillas, pendientes de unas cuerdas sujetas a la baranda de la galer'ia, te permiten hacer llegar a los de abajo el dinero que vas a exponer. Nada te digo de los perfumes que all'i se aspiran entre efluvios de tabaco, tufo de las l'amparas y eructaciones de los chinos, que consideran este desahogo como el m'as delicado refinamiento de cortes'ia, y en especial cuando uno est'a convidado en casa ajena para demostrar que la comida le ha sentado bien. Veamos ahora el sal'on. Un p'ublico tan numeroso y escogido como el de las galer'ias, rodea un mostrador, cubierto, a falta de tapete, con una esterilla fina de junco, en el centro del cual hay como un ladrillo de plomo, cada uno de cuyos 'angulos representa un n'umero del 1 al 4. Un culi, desnudo hasta la mism'isima regi'on umbilical, es el encargado de colocar las apuestas donde el p'ublico le marca, y de pagar a los gananciosos (con 7 por 100 de descuento, que se reserva la casa para la contribuci'on), o de cobrar 'integro de los perdularios. Otro caballero chino, en lucha anat'omica con el primero, se entretiene en un aditamento del mostrador en ordenar los billetes de banco, pesar los duros mejicanos, que por aqu'i son la moneda corriente, y envolver en papelitos los fragmentos de plata, escribiendo encima el valor efectivo para facilitar las transacciones. Conocidos el cobrador y el cajero, pasemos al croupier, o tenedor de la banca. Es este, por lo com'un, un se~nor carnoso y tranquilo, que no exhibe lo que sus vecinos, no porque deje de estar tan desnudo como ellos, sino por imped'irselo un pliegue abdominal que candorosamente descansa sobre la mesa. Tiene delante como quinientas o seiscientas sapecas. La sapeca es la moneda china de cobre en circulaci'on; su di'ametro es el de un cuarto de los nuestros, con un agujero cuadrado en el centro; cada ciento veinte forman dos reales. Las sapecas destinadas al Fantan son, sin embargo, ad hoc, m'as perfectas y sin inscripci'on como las otras. Toma un pu~nado como de doscientas pr'oximamente, y las coloca en el mostrador, cubriendo aquel promontorio con una peque~na tapa de lat'on para impedir que el p'ublico pueda contarlas con la vista, tapa que mientras est'a puesta, indica que puede hacerse juego. Por fin la quita, y esgrimiendo una varita afilada por el extremo inferior, empieza con una delicadeza exquisita a separar con ella sapecas de cuatro en cuatro, hasta dejar una 'ultima porci'on que, seg'un resulta ser de una, dos, tres o cuatro, da la ganancia a los que han jugado a estos n'umeros, am'en de las infinitas combinaciones a que da lugar el sistema. Por supuesto, que cuando a'un quedan por separar sesenta o m'as sapecas, hay jugador que ya sabe cu'al va a ser el residuo. D'icese tambi'en que no obstante la vigilancia del p'ublico y el esmero con que la operaci'on se practica, el banquero sabe sacar dos juntas cuando le conviene. De m'i he de decir que he estado tres veces para ense~nar este juego t'ipico a extranjeros, y ellos y yo hemos perdido siempre. Pero el que revela hasta d'onde llega la pasi'on del azar en los sectarios de Confucio y su inmoralidad en grado supino, es el juego del Vaisen o de los examinandos. Si las instituciones chinas y sus preceptos sociales y pol'iticos tuviesen en la pr'actica la observancia exigida por sus c'odigos, habr'ia que confesar que era la primera naci'on del mundo, y tendr'iamos a honra el imitarlos. Pero nada m'as falseado en el ejercicio que las sanas doctrinas de sus moralistas y legisladores. Hable el Vaisen. En China no hay otra aristocracia que la del talento. Honores, t'itulos, condecoraciones, cargos p'ublicos, todo, en fin, se le otorga al que m'as sabe, sin que el m'as oscuro y humilde del pa'is deje de poder optar a la dignidad suprema. Al efecto, todos los a~nos hay en Pek'in y en Cant'on, alternativamente, ex'amenes p'ublicos, para cuyos ejercicios existen espaciosos locales con cuatro, cinco mil o m'as celdas, en las que, tapiados como los cardenales en la elecci'on de Papa, ejecutan los examinandos sus composiciones; no creas que de ciencias exactas, naturales y f'isicas, no; toda la sabidur'ia de los celestes se reduce a conocer el mayor n'umero de signos de que se compone su escritura, las m'aximas de Confucio y Mencio, y la genealog'ia de sus monarcas con hechos notables de su historia. As'i obtienen el t'itulo de mandar'in, que comprende nueve grados y se distinguen por el color del bot'on que colocan sobre el sombrero oficial, como te explicar'e a su tiempo, con lo cual se hallan en aptitud para ejercer un destino p'ublico, el que, con una gran longevidad y un hijo var'on, completa los tres mayores beneficios que estos se~nores se desean entre s'i. Al terminar los ex'amenes de un a~no se reparten las listas de los examinandos para el siguiente, y aqu'i entra aquello. F'ormanse con estas listas millones de cuadernos en que figuran los nombres de los alumnos; estos cuadernos, que son otros tantos billetes de loter'ia, se venden a distintos precios a los jugadores, quienes marcan, como en el Pakopio, los nombres de los que juzgan que han de ser aprobados, ganando al terminar los ex'amenes en proporci'on de los nombres que acertaron y de la cantidad que representaba el cuaderno. !Qu'e sumas se jugar'an al Vaisen cuando el monopolizador de esta industria en Macao, 'unico punto donde se tolera, paga al gobierno portugu'es cuatrocientos cincuenta mil duros anuales! Excuso decirte que cuando se aproxima la 'epoca de los ejercicios, todo se vuelve recomendaciones a los catedr'aticos y ofertas pecuniarias para que desaprueben a fulano o a mengano, sobre el que se ha inclinado la balanza de las apuestas; o bien recurren al examinando mismo para que conteste mal a trueque de dinero. En fin, no hay g'enero de cohecho ni de prevaricaci'on que deje de ponerse en pr'actica, con lo que resulta una segunda loter'ia para alumnos y examinadores. Ahora, antes de empezar a tratar al chino, acabemos de conocerle. Ya te he descrito al culi macho y hembra, con su traje y su fisonom'ia; ambos son uno, salvo el que en la patchama de las mujeres las mangas perdidas solo llegan a la mitad del brazo, que adornan con una pulsera de jade, como la ajorca del tobillo y los aretes de las orejas. !Coquetuelas en todas partes! Subiendo un pelda~no en la escala femenina, tropezamos con la camarera o ama, como la llaman por aqu'i. Es la misma mujer culi, m'as limpia, con traje id'entico, si bien aseado, y con la patchama azul de lustrina ornada al canto con una faja negra de cuatro dedos. Usa zapatos con dos tacones, a proa y a popa, o de seda como el de los hombres, de forma agalerada, con una suela blanca de fieltro sumamente gruesa. Las hay que llevan medias de Europa; pero nunca se tapan la cabeza con shalak'o como las jornaleras; se preservan del sol con una sombrilla. Y ya se acabaron las hijas de Eva, puesto que la que ocupa una posici'on desahogada, la mujer de clase, si aqu'i puede llamarse de ese modo, no sale nunca de casa ni la ve, hasta despu'es de casado con ella, el hombre mismo que ha de ser su marido. Vamos a hablar ahora del famoso pie peque~no de las chinas. En todas las clases lo encuentras con profusi'on. He aqu'i c'omo se practica esta b'arbara costumbre. Al nacer la ni~na le descoyuntan hacia dentro, tritur'andoselos, todos los dedos, menos el mayor, le doblan el pie de modo que se apoye al andar sobre las falanjes, quedando el dedo gordo formando el empeine, y le maceran el tal'on, que desaparece por completo en el tobillo. Es decir, que el pie lo forma solo el dedo respetado; lo dem'as es un mu~n'on informe. Naturalmente el zapato, estrecho y muy puntiagudo, de vistosos colores y bordados, y sujeto a la canilla por una faja para que se sostenga, resulta de una peque~nez inconcebible y se da al pie la apariencia de una pata de cabra. El origen de esta aberraci'on nadie lo conoce, o mejor dicho, se le atribuyen varias causas. Pretenden unos escritores que fue por adulaci'on hacia una emperatriz que, por lo diminuto de su pie, mereci'o ser espa~nola; suponen otros que es signo de distinci'on para dar a entender con ello que no necesitan andar y pueden pagarse una camarera que las sirva de apoyo, pues hay muchas que, sin este requisito, no dan un paso. Algo de esto 'ultimo debe haber dado la inclinaci'on del chino a hacer ver que puede derrochar dinero, y sus aficiones a lo simb'olico y emblem'atico, como lo es tambi'en el dejarse crecer las u~nas, muy ribeteadas por lo com'un, para indicar que no se consagran a tareas manuales. Mujeres hay que las llevan cubiertas con dediles, y en Siam se ven individuos con treinta cent'imetros de u~nas, que concluyen por retorcerse en forma de tirabuz'on. Volviendo al pie peque~no, y respetando las opiniones de los que saben m'as que yo, opino, sin embargo, que hay otra raz'on para este martirio. Con la trituraci'on desaparece por completo la pantorrilla; desde el tobillo a la r'otula, la pierna no es m'as que una canilla; pero en compensaci'on los muslos y las caderas adquieren un desarrollo fenomenal y muy en armon'ia con los gustos est'eticos de los chinitos. -?Por qu'e no suprimen ustedes esa costumbre? -pregunt'e a un celeste de quien me asesoro para mis apuntes. -Porque nos gusta -me respondi'o- ver cimbrearse al andar a la mujer, que teniendo cuello de cisne, debe tener piernas de fais'an. -Pero eso es b'arbaro -a~nad'i. -?No lo es m'as el cors'e europeo? -objet'o en son de demanda. -De ese modo condenan ustedes a la pobre mujer a no participar de ninguno de los goces de su sexo -prosegu'i eludiendo la pulla. -?Cu'ales? -El baile, verbi gracia. -!El baile! -me dijo soltando una carcajada-. Nosotros no bailamos nunca. Es una de las cosas que m'as nos llaman la atenci'on en ustedes; que se sofoquen y echen los h'igados para no gozar del espect'aculo. ?No ser'ia m'as natural y m'as noble dejar bailar a los criados, y que los amos los contemplasen? Es lo que nosotros hacemos con los m'usicos y los juglares; nosotros los pagamos y ellos nos divierten. -Tiene usted buenas ocurrencias. -No, se~nor, es que ustedes tienen cosas muy raras. -!Hombre! -S'i, se~nor, muy raras y muy in'utiles. As'i, por ejemplo, nosotros creemos que los botones est'an muy en raz'on en el traje cuando sirven para abrochar algo. -Y nosotros lo mismo -le arg"u'i. -Entonces ?por qu'e se ponen ustedes estos? -me dijo haci'endome dar media vuelta y se~nal'andome los dos tradicionales botones del talle de la levita. Ante tama~no argumento confieso que me qued'e mudo. Desde entonces cada vez que marcha delante de m'i un europeo, no puedo dejar de mirar aquellas dos obleas que me parecen los ojos del chino ri'endose de las modas de Par'is, y dici'endome: <>. En todas partes del mundo se nota diferencia en los rasgos fison'omicos entre un hombre de baja condici'on y otro educado. Hay en este 'ultimo m'as delicadeza en los trazos, m'as suavidad en los m'usculos, m'as distinci'on en general. Aqu'i no; todos son iguales. El pr'incipe Kung, regente del imperio, el virrey de Cant'on, el opulento empresario del opio, el mercader y el culi, son ejemplares del mismo clich'e. Una sola cosa los distingue, y es la mejor tela del traje. Todo el que no es culi usa patchama de la misma forma que la de aquel, pero de merino o de seda cruda, de delicados colores celeste, violeta o amarillo de hoja seca. Los pantalones, de igual forma que unos calzoncillos, no de punto, van atados al tobillo sobre unos calcetines de lienzo blanco, muy ajustados del pie y anchos de la canilla. En invierno a~naden unas pistoleras, o sea un segundo calz'on sin fondillos, que deja ver el de abajo por detr'as desde las corvas hasta arriba y un capot'on guatado y sin mangas como el de los culis, pero limpio relativamente. La blusa se convierte en ellos en t'unica talar llamada Kavalla, cuando se visten de gala, de igual forma y color que la patchama, pero descansando en los talones. La cabeza, en verano descubierta y garantizada por un paraguas, en los meses de fr'io se la tapan con una flanerita de seda negra del tama~no de un solideo y colocada como este. El boy o ayuda de c'amara es el 'unico chino de modales m'as desenvueltos y de rostro m'as simp'atico; yo creo que en ello influye su trato constante con europeos. Habla ingl'es o portugu'es, seg'un la colonia en que habita, franc'es los de los puntos en que hay concesi'on de terreno a aquella naci'on, algunos alem'an por an'aloga causa, y much'isimos espa~nol por haber permanecido en Manila o ido a Cuba en el per'iodo de la emigraci'on. El boy es el jefe de todos los criados de una casa; las mujeres no hacen otro servicio que el de camareras. Se necesitan los siguientes: Un cocinero con siete duros mensuales: 'el provee el menaje de cocina y se agencia el pinche o aprendiz. Dos culis de silla; algunos tienen de cuatro a seis duros; encargados de la limpieza de la casa y de servirle a uno de ac'emila enganchados a la litera. Un office coolie, para las comisiones, correo y mandados burocr'aticos, con igual salario, y por 'ultimo, el boy con ocho duros. Reservados, respetuosos, fieles, salvo las peque~nas sisas, serviciales, exactos, aunque rutinarios en el cumplimiento de su deber, los chinos son un verdadero modelo de criados. No viven m'as que para adivinar lo que a su amo puede hacerle falta. Hace pocas noches, con el de'an de la Catedral de Manila, que me hizo el honor de pasar dos d'ias conmigo, me fui al C'irculo; de all'i nos trasladamos a una casa de Fantan para que conociera este juego. A la salida, sobre media noche, advertimos que llov'ia; pero al trasponer la puerta, los culis de casa estaban all'i con la silla, sin que nadie los hubiera avisado y en un sitio al que jam'as concurro. Un diplom'atico, amigo m'io, asisti'o de uniforme a una comida oficial en Hong-Kong. Despu'es se fue a tomar el t'e en casa de unos amigos; sinti'endose algo indispuesto, le obligaron a pasar all'i la noche: al amanecer del d'ia siguiente estaba su boy personado en la casa con el traje de levantarse y otro de calle para cuando su amo se despertara. Te vas de paseo al campo, llega una carta para ti y el office coolie, como un podenco, se pone a olfatear tu rastro, sin que vuelva a casa hasta encontrarte y haberte dado la misiva. Con su salario se mantienen, se visten y economizan para dar la mitad lo menos a su padre, o sostener su casa si no son solteros. En cambio no les mandes nada que est'e fuera de sus deberes. Cada cual tiene los suyos y no sale de ellos. El office coolie no te encender'a una l'ampara ni tomar'a una escoba, el culi de silla no te sacar'a una camisa del armario, el boy no ir'a con un recado a casa de tu vecino. Ayer estaba en mi escritorio d'andole unas instrucciones al boy; de pronto una r'afaga se me lleva todos los papeles. -Cierra esa ventana -le digo. 'El gira sobre sus talones, y desde la puerta grita: -!Culi! Ventana. El culi, como si hubiera presentido la caricia de Eolo, estaba ya trasponiendo el dintel. -?Por qu'e no la has cerrado t'u? -le grito al boy indignado. Y 'el sin alterarse, me contesta: -Not my business, sir. No es de mi incumbencia. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 18 de noviembre de 1879. Mi querido amigo: Una representaci'on teatral china es sin disputa lo que m'as llama la atenci'on del europeo, acostumbrado a ver que entre los celestiales todo pasa al rev'es que entre nosotros. As'i, por ejemplo, estar con la cabeza descubierta delante de una visita, se considera como signo irrespetuoso y hasta insultante. El lado izquierdo es el preferente en toda ceremonia. Una sonora eructaci'on hacia el final de una comida, es la prueba m'as relevante de cortes'ia que puedes dar a tu anfitri'on, para hacerle entender con ello que sus manjares te han sentado bien. Cuando a uno le llamas viejo, le prodigas el elogio m'as cumplido, y es hasta f'ormula precisa preguntar a la persona a quien ves por la vez primera los a~nos que tiene, y responderle que aparenta m'as edad. Por supuesto, ya sabes que escriben de arriba a abajo y de derecha a izquierda; de modo que sus libros, impresos en pliegos como los del papel de cartas por un solo lado, y encuadernados de manera que el doblez haga las veces de canto, formando una sola p'agina lo que entre nosotros constituir'ia la primera y la cuarta, tienen el fin en el lugar en que en Europa se pone el principio. Pues bien, todo esto son tortas y pan pintado en comparaci'on de los templos en donde se rinde culto a Melp'omene y Tal'ia. Los chinos son id'olatras del teatro: es una verdadera pasi'on la que tienen por estos espect'aculos, en que se representan batallas y pasajes de su historia, alternados con entremeses, de autor siempre an'onimo, pues entre ellos es oficio vil el de dramaturgo, en lo que muy pronto creo que los vamos a imitar en Europa, si seguimos por donde andamos. Pero vayamos por partes. Las compa~n'ias, por lo menos las que yo he visto, est'an compuestas de hombres solos, y es notabil'isima por cierto la habilidad con que los encargados de los papeles de mujer las imitan en todo; llegando la perfecci'on hasta el punto de remedar el pie peque~no de las chinas, formado con un taruguito de madera que se colocan en la punta de los dedos, y con el que tienen que andar de puntillas. Su identificaci'on con la metamorfosis es tal, que hasta fuera de la escena se los toma por mujeres. Me han asegurado que hay compa~n'ias exclusivamente formadas por el bello sexo y otras mixtas; y verdad debe ser, por cuanto las leyes chinas niegan a las actrices el derecho de contraer matrimonio legal, releg'andolas a la condici'on de concubinas. Estas compa~n'ias, m'as o menos numerosas, se dividen en de 1.o, 2.o y 3.^er orden, y llevan una vida n'omada y errante, como la de nuestros antiguos faranduleros, trabajando all'i donde los ajustan, si bien su adquisici'on es siempre disputada. Rara vez son empresarios los actores. Lo que llamaremos temporada dura cinco d'ias consecutivos, y los artistas reciben por su trabajo una remuneraci'on que var'ia entre 600 y 1,500 duros. Generalmente los teatros se improvisan con bamb'u en los pueblos de poca importancia; pero donde las representaciones son frecuentes, hay edificios de planta, hechos de ladrillo y yeso, a cuya categor'ia pertenecen los dos que posee Macao. La sala es un rect'angulo. Dos 'ordenes de lunetas de madera oscura, separadas por un callej'on en el centro, componen, como en nuestros coliseos, el patio, al que concurre la gente acomodada. Estas lunetas est'an separadas de la pared por un ancho pasillo a cada lado, a los que de pie y gratis asiste el pueblo. En el primer piso hay dos galer'ias laterales para se~noras y caballeros preferentes. En el segundo y en el fondo, paralelamente a la escena, se levanta un grader'io para todos, como el para'iso del Real, cuyas delanteras, separadas del vulgo por una barrera y de los vecinos por un tabique, son los palcos para las autoridades de la Colonia. Los precios de las localidades var'ian desde un real hasta cinco. Las paredes, que en alg'un tiempo debieron estar enlucidas de yeso, no est'an ya m'as que relucientes de mugre, y jam'as hubo mano de pintura en ellas ni en el maderamen, negro por tan distintas y frecuentes fumigaciones. Alguna que otra l'ampara de aceite de coco, despabilada a intervalos por culis (coolies), vestidos lo estrictamente necesario para no poder decir que van desnudos, alumbran y asfixian al p'ublico. El traje del que no paga y el de la muchedumbre de a real, viene a ser como el del culi. Los de los caballeros y se~noras ya nos son conocidos. Pero hay otra clase de Evas, luciendo patchamas de la forma invariable china, si bien bordados en sedas de colores vistos'isimos, que por las flores de su peinado, los oropeles de su prendido y el blanco de magnesia y rojo de ladrillo con que embadurnan sus mejillas, para imitar a las grandes damas, acusan a la legua su triste condici'on de hetairas. Su misi'on se reduce a dar testimonio con su presencia de la prodigalidad del que las alquila. Y en efecto, el chino, ostentoso por naturaleza, no la lleva all'i con fin alguno ulterior: el oficio de aquella mujer termina con el espect'aculo. Aquel buen hombre necesita hacer ver que se ha gastado en tal circunstancia algo m'as que el precio del billete, y ha convidado a aquella criatura, para que est'e sentada junto a 'el, le abanique, le rasque y le prepare la pipa; pues se me olvidaba decir que todos, sin distinci'on de sexos, fuman durante la representaci'on, comen y beben y se dicen que les ha sentado bien. En los pasillos hay puestos donde se confecciona toda clase de alimentos, desde el pastel hasta la morcilla asada, que a'un humeante, sirven por la sala los dependientes de los abastecedores. Imag'inate el olor que all'i habr'a, si agregas a esto el que todos los descartes de la naturaleza se llevan a cabo donde al p'ublico le place. Aquello es un vasto jard'in. !Qui'en fuera alcalde de barrio de Sevilla para poder poner aquel c'elebre aviso: <> Se me pasaba por consignar un detalle. Las representaciones dan comienzo a las siete de la noche, contin'uan hasta las cuatro de la madrugada, se suspenden hasta las once, y terminan a las cinco de la tarde. El que tiene sue~no echa all'i su siestecita y ronca. Los ruidos alternan con los perfumes. Pasemos a la escena, poco elevada sobre el nivel del p'ublico. Fig'urate una decoraci'on de sala cerrada; pero que en vez de ser de tela y madera, sea de ladrillo y yeso, es decir, fija, invariable, sin m'as puertas que dos peque~nas en el fondo, y adornada con pinturas y hojarascas de talla dorada. De los muros penden grandes tarjetones encarnados o negros, donde con caracteres de oro se consignan el nombre de la compa~n'ia y sus t'itulos. Dos pasillos laterales interiores, prosecuci'on de los que en el p'ublico sirven para espacio gratuito, conducen al foro, donde en un solo recinto se hallan la guardarrop'ia, la sastrer'ia, el vestuario y todas las dependencias. En el centro del escenario est'a la orquesta destinada a acompa~nar a los ejecutantes. Su instrumental se compone de una especie de rabel o viol'in de una sola cuerda, una o dos guitarras chinas, desmesuradamente grandes, y con la caja en forma de concha, una como a modo de dulzaina, c'imbalos, gong o campana china, un tambor convexo de metal, como una cazuela peque~na, tocado con palillos, y unos cr'otalos que producen el sonido de nuestras casta~nuelas. Todo el proscenio est'a invadido por un centenar de culis, parte de ellos espectadores, otros guardarropas, despabiladores y dependientes, colocados, como los coros de las 'operas en los teatros de provincia, en fila a guisa de soldados de papel. Comprender'as, por lo dicho, que el espacio libre para representar se reduce a unas cuatro varas en cuadro. Las decoraciones, cualquiera que sea el sitio en que pase la acci'on, se reducen a una mesa tosca de madera con una silla de bamb'u a cada lado. Si el teatro representa una casa rica, revisten las sillas de un pa~no encarnado. Cuando se trata de un accesorio que juega alg'un papel en la obra, como por ejemplo, un 'arbol a cuyo pie debe sentarse un personaje, c'ubrese el asiento de un pa~no negro, al que se sujeta un cartel'on que dice: <<'Arbol.>> F'acilmente se ve hasta d'onde puede llegarse por este camino de la ideolog'ia. Algunas veces la mesa se convierte en cama, agreg'andose unos riqu'isimos cortinajes: es el 'unico lujo, pero preciso, que se permiten en la mise en sc`ene. Desterrados del teatro los trajes de la dinast'ia reinante de los Tsing, raza t'artara de la Manchuria, los artistas usan los de la 'epoca de los Ming, pura rama celestial o del imperio del Centro, que son lujos'isimos, raros hasta lo indescriptible, y de que solo puedo darte una ligera idea, record'andote los personajes de ciertos abanicos y de algunas porcelanas antiguas del pa'is. Carecen de consuetas y de traspuntes, y todo va fiado a la memoria; con la particularidad de que el p'ublico conoce casi siempre la obra tan bien o mejor que los actores, a quienes nunca aplaude, reduci'endose la manifestaci'on de su agrado a un murmullo de aprobaci'on. La m'imica es entre los chinos el fundamento de la declamaci'on; todo lo componen con gestos. Un personaje que escribe, otro que come, no se servir'an nunca del pincel (que es su pluma), ni de la taza o los palillos (que forman el plato y el cubierto); con las manos dan a entender como pueden lo que hacen; y sin duda para ellos debi'o escribir aquel libretista del baile El robo de las Sabinas, la c'elebre acotaci'on que dec'ia: <> Los chinos lo hubieran interpretado sin apurarse. Hay, sin embargo, algunos utensilios de que se sirven como s'imbolo: por ejemplo, el personaje que figura estar montado lleva como l'atigo una cola de caballo; el que navega blande un remo, porque es de notar que la acci'on no se interrumpe nunca ni se subsanan ciertas justificaciones con recursos de arte. Si alguien dice que se va de Cant'on a Pek'in, y la escena que sigue tiene ya lugar en el sitio de su destino, es preciso que emprenda el viaje, ejecutando todos los medios de locomoci'on de que ha de servirse, llegando a tal extremo la escrupulosidad de estos detalles, que no omite el de cerrar la puerta, bajar la escalera y golpear el aire con sus nudillos cuando figura que llama en otra casa. Pero lo m'as raro sin duda en este convencionalismo, es la manera de dar a entender que uno de los interlocutores no ha o'ido lo que los otros se han dicho aparte. Consiste el movimiento en volver la espalda al p'ublico. Siguiendo por la v'ia de los emblemas, no te sorprender'a el saber que, para demostrar un personaje que es hip'ocrita y de doble intenci'on en sus actos, se pinta las narices con una mancha blanca. Por supuesto que abundan las prosopopeyas o personificaciones de ideas, entre las cuales he visto a la inspiraci'on, vestida como de arlequ'in, penetrar en el cerebro de varios examinandos que concurr'ian a un certamen del grado de mandarines, dando brincos por encima de sus cabezas. Su literatura dram'atica no puedo yo apreciarla, aunque conozco algunas traducciones de obras antiguas. Sin embargo, s'e de ella lo bastante para consignar que los entremeses modernos son, en su mayor'ia, obscenos y repugnantes, pintura fiel y exacta de sus costumbres. En ellos ves t'itulos como este: El castigo de una mujer que no ha tenido hijos varones, circunstancia que entre los celestiales autoriza al marido a tomar concubina legal; como ver'as cuando te d'e a conocer al chino en familia. Son de larga duraci'on, sin estar divididos en actos, o constando de uno solo. Se representa y se canta en ellos, siendo de notar que, tanto los personajes masculinos como los femeninos, cantan en falsete con unas modulaciones imposibles de comprender, y llevando un comp'as muy parecido a un laberinto. A~nade el acompa~namiento de aquellas chicharras, y el ruido infernal del gong y los platillos, que aprietan sin compasi'on al final de cada pieza, y tendr'as una idea de c'omo se rinde aqu'i culto a Euterpe. Esto no obsta para que en Pek'in haya un ministerio que se llama de la m'usica. Yo he asistido a la representaci'on de una obra, que es la historia de un matrimonio, a cuyos contrayentes otorga el cielo, coram populo, el beneficio de un hijo en la forma de un mu~neco de cart'on, y a cuya paternidad legal puede el p'ublico servir de testigo de prueba. Por la contra, existen obras antiguas de un delicioso car'acter y de una intenci'on filos'ofico-social del mejor cu~no. Juzga por este relato. Ilustraci'on Tchuang-Tsen es un sabio y viejo confucista, casado con la hermosa Ti'an. Un d'ia que el marido se paseaba por el monte, observ'o junto a una tumba a una linda mujer aventando la tierra con su abanico. Pregunt'andole lo que aquello significaba, contest'ole ella que aquel sepulcro era el de su marido, que al morir le hab'ia impuesto la obligaci'on de no volverse a casar hasta que la tierra de su lecho de muerte estuviese completamente seca, y que trataba de ver si con sus esfuerzos lograr'ia lo que la naturaleza se empe~naba en negarle: secarla. El sabio, que al mismo tiempo tiene sus ribetes de hechicero, compadecido de la pobre viuda, hace que la humedad de la tumba desaparezca, lo que ella acoge con evidentes muestras de j'ubilo, llenando de caricias a Tchuang-Tsen, y concluyendo por regalarle su abanico. De regreso a su casa, entera a Ti'an de lo ocurrido, y esta, que demuestra ser mujer r'igida en sus principios e intransigente en cuanto con la decencia y la consideraci'on se relaciona, se desata en improperios y llena de dictados a aquella mujer, que tan pronto y sin recato alguno olvida el respeto debido a su difunto esposo. -Lo mismo har'ias t'u y todas -le contesta el sabio. -Nunca -replica Ti'an-. Eso es indecoroso e impropio de mujer que se estima. Finalmente, tras una larga discusi'on, cada uno se queda con su raz'on, sin avenirse. A los pocos d'ias, Tchuang-Tsen cae enfermo, y se muere. Ti'an se abandona al m'as vehemente y m'as ostensible dolor. Terminadas las ceremonias f'unebres, mete el cad'aver en la caja, y se dispone, seg'un la usanza china, a guardarle en la c'amara mortuoria los tres o cuatro meses de rigor entre la gente rica. En este intervalo, llega a la casa Wang-Sun, joven y apuesto mancebo, que ignorando la muerte de Tchuang-Tsen, ven'ia con una carta de recomendaci'on, desde lejanas tierras, a ser su disc'ipulo y compartir con 'el su hogar. La viuda le da alojamiento hasta que disponga su regreso, y ambos lloran al difunto, encomiando las excelencias de su car'acter y sus virtudes. Pero el diablo las carga, y de fil en aiguille, como dicen los franceses, Ti'an concluye por enamorarse de Wang-Sun, que, nuevo Jos'e, quiere buscar en la fuga amparo contra las tentaciones de la viuda del Putifar chino. La pasi'on de Ti'an se excita con su esquivez, y por fin... ambos se ablandan. Entonces 'oyense golpes en la caja; Wang-Sun, aterrado, echa a correr; Ti'an, con mano tr'emula, abre el f'eretro, y lo halla vac'io. Vuelve a la sala en busca de su amante, y se encuentra con su marido Tchuang-Tsen, que la recibe con una carcajada, y le explica que es 'el quien ha tomado la forma de Wang-Sun, concluyendo con esta frase: <> Los hechos hist'oricos que en el teatro se representan, son m'as bien escenas gimn'asticas, en las que los combatientes se entregan a saltos muy notables, luciendo trajes lujos'isimos y armas de una rareza ejemplar, cuya autenticidad es notoria, pues a'un se usan, y las describir'e a su tiempo cuando te hable de mi visita al virrey de Cant'on. Lo original de estas representaciones es el combate. Si la cr'onica refiere que el h'eroe de la leyenda mat'o a quinientos combatientes, no cesar'a el espect'aculo mientras los comparsas no hayan pasado otras tantas veces bajo el filo de su espada, que 'el blande de un modo muy art'istico, figurando que mata con ella a sus enemigos; hasta que al fin, para indicar que la lucha ha terminado, coge una cabeza de cart'on que est'a sobre la mesa, y hace como si la derribara de un tajo. Entonces retumban vivas y gritos de victoria, y cerc'andole de banderas, se lo llevan en triunfo; el p'ublico murmura, y si no cae el tel'on por no haberlo, sale uno a respirar el fresco ambiente de la tarde. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 26 de marzo de 1880. Mi querido amigo: Ya te he dicho que en vano busca uno colores en China; pues lo mismo sucede con los olores (salvo los malos, peculiares de este pa'is), los ruidos, los afectos y las pasiones. Todo aqu'i es vergonzante o rudimentario; no hay nada franco y decidido. Aspirando bien, llegas a encontrar a la flor alg'un perfume recatado y modesto; las frutas no son ni agrias ni dulces, pero s'i ins'ipidas; los instrumentos m'usicos carecen de sonoridad, su ruido es mate; chinos y chinas cantan en falsete, sin vibraciones en la voz y en el diapas'on de la confidencia; se dir'ia que hacen m'usica en secreto. No extra~nar'as, por lo tanto, el saber que en China no hay amor, con lo que probado queda que no hay nada: lo que no obsta para que los estadistas difieran en reconocerle de cuatrocientos a quinientos millones de poblaci'on, que es una apreciable diferencia. Esto indica que hay familia en el sentido de la multiplicaci'on. Veamos c'omo est'a organizada esta operaci'on aritm'etica. El nacimiento de una hembra es una desgracia en el hogar. La ley protege al marido cuya mujer no le ha dado hijos varones, y le autoriza a tomar concubina legal. La superstici'on, base de esta sociedad, va a'un m'as lejos, y madres hay que considerando como un castigo celeste el no tener sino hijas, las matan, por aplacar el enojo divino. Venderlas es cosa frecuente; por dos reales adquieres una ni~na de tres o cuatro a~nos. No hace muchos d'ias vino una madre a regalarnos la suya, en agradecimiento de unos juguetes que a su hijo le hab'ian dado los m'ios. Es tan inconcebible lo que voy a contarte y tan frecuente en los escritores el inventar por producir efecto, que, aunque te consta mi veracidad, creo de mi deber repetirte bajo palabra, para satisfacci'on de tus lectores, que estas correspondencias no tienen otro m'erito que el de la exactitud, reducidos sus detalles las m'as veces a las menores proporciones, pues cosas hay que no sabe uno c'omo decirlas, y que no obstante se deben dar a conocer. Entre muchas hermanas hay siempre una que es la predilecta de los padres, predilecci'on que debe trascender al p'ublico, lo que consiguen coloc'andole en un lado de la cabeza el tuferito de pelo que las dem'as ostentan en mitad del occipucio, hasta que ya adultas unas y otras, dejan crecer la parte afeitada y adoptan el peinado de soltera o el de casada, aun siendo c'elibes, si no quieren consagrarse al matrimonio. Por supuesto, no las ense~nan a leer ni a escribir, y su educaci'on se reduce a empezar a comprimirlas el pie desde que tienen cuatro a~nos, para destinarlas a esposas, que necesariamente han de ser de pie peque~no. Hablo de las clases acomodadas, pues los pobres, como en todas partes, hacen lo que pueden, y se casan sin miramiento a la base. Muchas de estas desgraciadas mujeres quedan relegadas a la condici'on de concubinas de alg'un chino acomodado, o pasan a ser mercanc'ia vil del transe'unte, porque sucede que, si joven a'un, cae enferma, in articulo mortis la madre la vende a una curandera, que se encarga de cerrarle los ojos y sufragar su entierro; pero si sana, la emp'irica, que a su profesi'on agrega el oficio de zurcidora de voluntades, queda due~na exclusiva de la infeliz, y la explota hasta que ella puede emanciparse mediante un rescate pecuniario. La elefant'iasis, esa terrible enfermedad hereditaria conocida vulgarmente con el nombre de l'azaro, hace en China estragos horrorosos; y la mujer que por desgracia cuenta alg'un lazarino en su abolengo, es llevada por su propia madre a esos centros de la higiene p'ublica, donde cubri'endose treinta y seis veces de oprobio, asegura la superstici'on que desaparece el germen del mal. Pero nace un hijo y la decoraci'on cambia; no creas que hay bautizo ni inscripci'on civil; toda la ceremonia se reduce a celebrar tan fausto suceso con una comilona, mucho m'as copiosa para el mayorazgo que para los dem'as hermanos varones que le sigan: derecho de gradaci'on que se refleja en todos los actos de la vida china, alcanzando hasta la herencia, de la que, excluidas las hembras, toca a cada hijo una parte tanto mayor cuanto aventaja en a~nos a sus hermanos menores. El padre pone un nombre a su antojo al chico, y este lo conserva hasta que se halla en disposici'on de empezar su instrucci'on primaria. Entonces lo cambia, operaci'on que verifica tambi'en al casarse y al desempe~nar un cargo p'ublico. Los emperadores mudan asimismo de nombre al subir al trono, al entrar en la mayor edad y al ser juzgados despu'es de su muerte por los censores, quienes le conceden el dictado con que han de ser conocidos en la historia. Empieza, pues, el muchacho por estudiar los caracteres de que se compone su lengua, y que se elevan a la enorme cifra de 85,000. Conocer la mayor cantidad posible de ellos constituye el desideratum de los chinos. Escritura ideol'ogica trazada con pincel de arriba abajo y de derecha a izquierda, cada signo de sus m'as de doscientas radicales corresponde a la representaci'on de un objeto, y combinados, producen esa multiplicidad de caracteres a cuya absoluta posesi'on no hay nadie que haya podido llegar todav'ia. Agrega a esto el que cada signo tiene una pronunciaci'on monos'ilaba y que cada monos'ilabo es susceptible de ser pronunciado de cuatro maneras diferentes, y tendr'as una idea, aunque remota, de las dificultades de la lengua. El idioma oficial es el mandar'in o pekin'es, existiendo adem'as much'isimos dialectos o puncti (lengua del pa'is), entre los cuales el m'as generalizado es el canton'es. El populacho y la gente de mar hablan una jerga conocida con el nombre de Aka. Como en China no hay universidades ni centros de ense~nanza oficial, el muchacho tiene que estudiar con maestros particulares, empezando por imponerse en moral seg'un las m'aximas de Confucio, ret'orica, historia la estrictamente necesaria para conocer la cronolog'ia de sus reyes, pues la de los dem'as pueblos maldito lo que les interesa; filosof'ia con las ampliaciones de Mencio a los preceptos de Confucio y comentaristas de este, y legislaci'on, la cosa menos parecida al derecho que puedas suponer. Y aqu'i se acab'o toda la ense~nanza. Lo importante es obtener un grado de mandar'in, 'unica aristocracia personal, no hereditaria, en China, a la que tiene opci'on el individuo cualquiera que sea su origen, y que si se otorgase exclusivamente al m'erito, en vez de adjudicarse al mejor postor, justificar'ia en los chinos el dictado de celestiales con que se adornan; pero ya te dije al hablar de los juegos c'omo se verifican estos ex'amenes. Nueve son los grados de mandar'in y se distinguen por el bot'on o bellota con que adornan su sombrero. Este es como una gorra de jockey, a la que se le a~nadiese, en lugar de visera, un ala o baranda como la de un sombrero cala~n'es ce~nida al casquete, es decir, sin vuelo y tan alta como este, teniendo por remate en el centro de la copa, su borla de fleco encarnada y el bot'on distintivo de la categor'ia. Su efecto es el de un cubo de ancha base, puesto por la boca sobre el cr'aneo. El bot'on rub'i o rojo transparente, es el signo de los mandarines de primera clase, la m'as elevada. Su n'umero es de veinticinco. Seis est'an en el ministerio, quince presiden los tribunales de provincia y cuatro tienen a sus 'ordenes al ej'ercito. Todos ellos han de ser letrados y forman el Consejo del emperador. El bot'on rojo coral opaco, lo usan los mandarines de segunda clase, en la que est'an comprendidos los magistrados y jefes militares, y los de los ramos de la administraci'on p'ublica, entre ellos los gobernadores de las provincias. El zafiro o azul transparente, corresponde a la tercera clase, o sea a los presidentes de los tribunales de segundo orden, en las provincias, estando comprendidos en la cuarta los individuos de estos mismos tribunales con derecho al uso del bot'on azul opaco. La quinta y sexta, relativas a cargos p'ublicos de menor importancia, se diferencian por el bot'on blanco transparente y blanco opaco; y la s'eptima, octava y novena, que abrazan los maestros de instrucci'on y los encargados de la vigilancia y conservaci'on del orden p'ublico, ostentan el bot'on dorado, ya liso, ya trabajado a cincel. Su n'umero total asciende a 25.000; de ellos, 15.000 pertenecientes a ramos civiles y 10.000 al ej'ercito, si bien estos pueden triplicarse en caso de guerra. Los cuatro grados principales son: el de siut-sai o bachiller, cuyos ex'amenes escritos, verificados por el sistema celular y juzgados por tres tribunales distintos a pliego cerrado y con lema, como en los concursos po'eticos, tiene lugar anualmente en las ciudades todas del imperio. El siut-sai se subdivide en ling-sen, que con sueldo del Estado, sirve a las 'ordenes de mandarines de alto rango; en seng-seng o agregado del ling-sen, con sueldo temporal, y en fu-hio, o sea una especie de alumno de la normal dedicado a la ense~nanza. El grado inmediato superior es el de Ku-jin o licenciado, el primero que da aptitud para aspirar a los cargos p'ublicos, y cuyos ex'amenes, verificados como todos, por el mismo sistema celular, tienen lugar en la capital de la provincia. El de Tsin o doctor, y el de Ham-ling profesor, han de pasarse en Pek'in. Todos los gastos en 'epoca de ex'amenes, son costeados por el emperador. Y ya en aptitud por raz'on de su categor'ia, lo mismo desempe~na el mandar'in un cargo en la magistratura que en la administraci'on, en el ej'ercito que en la marina. Lo compra y luego lo usufruct'ua como mejor le place, con arreglo a la tarifa de su capricho. Ya te he dicho que, una vez mandar'in, el chino puede y debe dejarse crecer el bigote. Llegada la 'epoca de casar al muchacho, lo que si es mandar'in no tendr'a efecto sino con hija de mandar'in precisamente, he aqu'i lo que ocurre. En primer lugar los novios no se conocen; uno y otro ignoran en absoluto con qui'en van a compartir la existencia. Una casamentera de oficio arregla con los padres de los contrayentes las condiciones del contrato, en las que para nada interviene el dote, pues no le hay. Basta saber que la novia es de pie peque~no y su familia de posici'on an'aloga a la del novio. Si es posible, se procura que los dos contrayentes hayan nacido en el mismo d'ia de la luna (los chinos computan por lunaciones), si bien en a~no diferente, en atenci'on a que ella debe ser m'as joven. Te dir'e de paso que, como para los celestiales el ser viejo es un t'itulo, todo chino cuenta adelantado, y desde que nace tiene un a~no: de modo que cuando realmente cumple uno, para 'el son dos. Unos d'ias antes del destinado para la ceremonia, recorren las calles multitud de culis, harapientos como siempre, cargados con los regalos de la novia, consistentes en provisiones de boca para un mes, y el ajuar; todo metido en cajas, sobre las que hay unos letreros expresando el contenido, que nunca es tan ostentoso como reza el cartel, dado el defecto de ostentaci'on de la raza. El d'ia de la boda, a las nueve o las diez de la noche, la novia se viste con lo peor que tiene; deshace su peinado de soltera, y a medio hacer el de casada, se despide de su madre. Es condici'on precisa que alborote la casa, fingiendo gran desesperaci'on; y as'i la bajan hasta el zagu'an, donde la espera la silla nupcial, palanqu'in cerrado por todas partes y adornado de vistosa talla, que se alquila ad hoc, y en el que la meten a pu~nados y como por violencia, al comp'as de sus berridos, ahogados por los golpes del gong, la dulzaina, el tamborete convexo de metal y los cohetes del s'equito, compuesto de culis provistos de linternas de papel de todos tama~nos y hechuras. Antes de salir del hogar paterno, la madre arroja sobre la silla unos pu~nados de arroz y unas gotas de vino, extra'ido de este grano, para que la abundancia acompa~ne a su hija, y puesto un velo rojo a modo de cortina sobre el palanqu'in, la comitiva se pone en marcha hacia la casa del novio, seguida de la casamentera y de un marrano abierto en canal y asado, con que la suegra tiene que obsequiar necesariamente al yerno. En cuanto este advierte la proximidad del cortejo, sale a la puerta y espera que depositen la preciosa carga. Su primer cuidado es descorrer el velo que cubre la litera y llamar a su esposa, que contin'ua lanzando ayes como si la desollaran viva. Si el novio acepta con gusto el matrimonio, lo demuestra llamando a su mujer merced a una patada que da contra la puerta del palanqu'in; si, por el contrario, la boda le viene cuesta arriba, se concreta a golpear la silla con los nudillos. Por fin, 'abrese el castillo encantado y la novia se presenta cubierto el rostro en se~nal de rubor. La casamentera la toma sobre sus espaldas, y como pudiera hacerlo con un fardo, la sube las escaleras y la deposita detr'as de la cama, sobre el duro suelo. S'iguela el marido, contempla a su c'onyuge, y si no es de su agrado, se presenta ante los circunstantes con el abanico metido en la babucha; pero si merece su aprobaci'on, se lo coloca entre el pescuezo y la cavalla o t'unica, cena con los circunstantes y remite a su suegra la cabeza y el rabo del cerdo, en testimonio de satisfacci'on absoluta. La noche se pasa devorando, bebiendo t'e, disparando cohetes y oyendo aquella m'usica infernal. A la ma~nana siguiente tiene lugar la recepci'on de los parientes y amigos, provistos de su correspondiente regalo. Una vez reunidos, colocan a la novia en el centro, y las mujeres que la rodean principian a decir todo g'enero de obscenidades y conceptos libres, que aquella debe escuchar con aparente rubor, pues el acto envuelve una especie de examen de su inocencia. Restituida al hogar paterno, y convencida la madre de que su hija ni ha sido impaciente ni ha faltado al recato, desc'osele las vestiduras que iban unidas entre s'i para que no pudiera ser despojada de ellas, l'avale la cabeza, la casamentera la adoba el peinado de casada, y con los aderezos propios de su condici'on, regresa definitivamente a casa de su marido, donde tiene sus habitaciones reservadas o su gineceo, inaccesible al sexo fuerte extra~no a la familia. La mujer, degradada y envilecida en el Celeste Imperio, no come jam'as con su marido, quien no titubea en sentarse a la mesa con los 'ultimos culis de su servidumbre; y mientras no tenga un hijo var'on, est'a en el deber de considerarse como la esclava de su suegra. El adulterio contra mujer leg'itima o primera, es decir, no concubina, es castigado de muerte sin substituci'on; pues en los dem'as casos de pena capital, el reo puede comprar substituto, y la ley se da por satisfecha con decapitar a un hombre que se avenga a purgar el delito ajeno. Los chinos, ostentosos por naturaleza, toman concubinas sin limitaci'on, como cuesti'on de lujo, aun cuando su mujer les haya dado hijos varones. Todas habitan bajo el mismo techo y en perfecta armon'ia; pero los hijos de las segundas mujeres no pueden llamar madre sino a la esposa legal (de quien son criadas las otras), si bien gozan de toda consideraci'on y derechos, incluso el de primogenitura, como hijos leg'itimos que son seg'un sus C'odigos. Uno de los cuidados m'as importantes del chino es hallarse rodeado de los suyos en el momento de la muerte; el hijo mayor es el encargado de dar a las cenizas de sus padres los honores m'as exagerados posibles, honores que a veces conducen hasta a la ruina. Vayamos por partes. Desde el instante en que principia la agon'ia de un celestial, todos los suyos rodean el lecho y prorrumpen en exclamaciones de dolor, que cesan en cuanto aquel espira, pues, rituales, m'as que espont'aneas, tienen por solo objeto dar al moribundo un postrer testimonio de consideraci'on; y muchas veces se alquilan llorones de oficio, si la familia no es bastante numerosa para armar todo el ruido de precepto. Con las ansias de la muerte se ponen a hacerle el tocado, incluso peinarle, operaci'on que en las mujeres invierte horas enteras; y acto continuo le revisten de todos los trajes que constituyen su ajuar, puestos unos sobre otros, a fin de que en la otra vida no carezca de abrigo. Ya en las postrimer'ias, le arrojan de la cama abajo, pues ning'un chino debe morir sino en el duro suelo, y cerrados los ojos, guardan el cad'aver durante tres d'ias, en los que los bonzos, con los invariables instrumentos de gong, chirim'ia o dulzaina y timbalillo de metal, se entregan en la casa mortuoria a sus oraciones f'unebres, acompa~nados de los parientes m'as cercanos, que se distinguen por una montera de tela blanca con que cubren la cabeza. El luto consiste en ponerse el cord'on de la coleta de color azul y revestir la casa con entrepa~nos de papel celeste, tambi'en con caracteres dorados, en los que se consignan el nombre del finado y las m'aximas sobre el respeto debido a los que ya no son. Transcurrido aquel plazo, meten el cuerpo en una caja cuadrilonga con una especie de medias ca~nas superpuestas en toda la longitud de sus lados, lo que, vistas por sus testeros, le da la apariencia de una flor de cuatro hojas, y en tal estado conservan el cad'aver en la casa dos, cuatro meses y hasta un a~no, seg'un los medios de que dispone la familia, pues en todo este intervalo contin'uan las preces, y por consiguiente los gastos. Llegado el d'ia del entierro, se reunen parientes, amigos, llorones, bonzos y m'usicos, y precedidos de dos con estandartes de madera, se dirigen al sitio de la inhumaci'on. Si el muerto es pobre, le dan sepultura en el cementerio general, que es el lomo de una colina sin tapia ni cercado, lleno de pilares de piedra, donde est'a inscrito el nombre del que debajo reposa. Si, por el contrario, se trata de un rico, el f'eretro es transportado a veces a centenares de leguas de distancia, a la tumba que, el finado en vida o el hijo a su muerte, ha adquirido en virtud de informaciones dadas por una especie de agoreros o adivinos, que viven de esta especulaci'on. Su misi'on es estudiar el terreno, siempre montuoso, en que el cad'aver hallar'a m'as dulce bienestar, y que mejor se adapte a sus condiciones de car'acter, seg'un las revelaciones atribuidas a sus sortilegios. In'util es decirte que los tales ar'uspices se ponen a menudo de acuerdo con el propietario de un yermo invendible; y que, abusando de la supersticiosa credulidad en que todo chino incurre, llega hasta a hacer pagar a su cliente cien mil duros por lo que no valdr'ia veinticinco en buena venta. La tumba china afecta invariablemente la forma de Omega, o para los que no sepan griego, de una corcheta, mucho m'as elevada por el centro de la curva que por los extremos, y con el espesor suficiente para contener un cuerpo humano entre el doble tabique de su l'inea. Su di'ametro alcanza catorce o m'as metros; el hueco central est'a esmaltado de flores, y una verja de caprichosa forma circuye, aunque no siempre, el todo. La comitiva enciende grandes teas de ramas secas, con las que a los cuatro vientos se ponen todos a dar golpes al aire para ahuyentar los malos esp'iritus, operaci'on muy frecuente en los actos de la vida china, concluido lo cual dan sepultura al muerto, gritan otro ratito, y depositando en la tumba comestibles y otras menudencias, se da por terminado el acto. La idea de que el esp'iritu del muerto anda errante, y puede carecer en la otra vida de los art'iculos m'as necesarios, incluso el dinero, hace que el chino est'e enviando constantemente remesas a sus deudos de todo g'enero de cosas; pero como el procedimiento saldr'ia muy caro, han inventado un expediente tan original como lucrativo para los que a tal industria se dedican. Consiste este en la fabricaci'on de enseres f'unebres de papel representando corp'oreamente sillas, mesas, barcos, literas, caballos, armas, camas, pagodas y hasta dinero (pedacitos cuadrados de talco pegados sobre una cuartilla de papel de estraza); todo lo cual se vende en multitud de almacenes especiales, para que los chinos lo quemen diariamente, y convertido en humo, lo hagan llegar a su destino. En fin, conduce a tal extremo la superstici'on de estas gentes sobre el particular, que, aunque algo en desuso, todav'ia se practica una b'arbara costumbre; al dar sepultura a un chino opulento, entierran vivos con 'el a dos o m'as muchachos para que desempe~nen con el muerto las funciones de criados... y otras. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Macao, 30 de enero de 1881. Mi querido amigo: Los chinos computan por lunaciones y por los a~nos de entronizamiento del pr'incipe reinante. Hoy, es, pues, primer d'ia de luna del a~no s'eptimo del emperador Kuang. La 'unica fiesta, propiamente hablando, que le est'a concedida al celestial, y cuya duraci'on es generalmente de treinta d'ias. Es condici'on indispensable que nadie entre en el a~no nuevo sin haber pagado todas las deudas contra'idas en el anterior; de ah'i el que a la espiraci'on de diciembre los art'iculos de lujo se vendan en las tiendas por la mitad del precio, la estad'istica de hurtos, nunca robos, aumente de una manera considerable, y los prestamistas no puedan dar abasto a los clientes. Quince d'ias antes del que hoy se conmemora, las transacciones se paralizan; el chino, comerciante con lonja abierta o propietario con casa cerrada -como lo est'an todas las que no son expendedur'ias, pues el prurito del celestial es que nadie inspeccione sus actos, y para ello fabrica su vivienda a cubierto del murall'on que adopta por fachada- todo confucista, budista o taotista, en fin, barre o manda barrer su hogar; operaci'on que no vuelve a repetir hasta el a~no siguiente, pues entre otras preocupaciones, tiene la de creer que quitar las inmundicias, es ahuyentar la fortuna. Tanto es as'i, que el mayor castigo que en su superstici'on puede d'arsele a un celestial, es condenarle a pobreza eterna, pas'andole una escoba por la cara. Y por mi nombre, que deben ser riqu'isimos, a juzgar por los ostensibles signos de econom'ia de que hacen alarde. Engal'ananse los almacenes con hojarasca de papel de oro y de colores, con flores de artificio, con macetas de plantas naturales, algunas de las cuales, por su rareza, alcanzan ciento o m'as duros de valor; ilum'inase todo con ara~nas, linternas y candelabros; disp'onese en el centro una mesita cubierta con riqu'isimo tapete de seda recamado de oro, sobre la cual el drag'on sagrado u otro 'idolo de su devoci'on recibe la ofrenda de las golosinas que los visitantes han de comerse despu'es, y da comienzo al disparo de millones de peque~nos cohetes, con que sin interrupci'on est'an saludando a la luna. Al principiar el a~no nuevo, o sea a las doce de la noche, pues nadie duerme para no entrar en 'el con malos sue~nos, todo el mundo -menos la mujer de condici'on que vive siempre reclusa- 'echase a la calle a contemplar las iluminaciones, aspirar el olor de la p'olvora, asistir a los espect'aculos teatrales y decir Kon-ji o sea <> al deudo, pariente o amigo. Amanece, y desde aquel punto las tiendas, cuyo cierre adem'as de la puerta ordinaria, consiste en gruesos barrotes verticales de madera al exterior, ingeniosamente atrancados por una traviesa que los sujeta todos por dentro, quedan cerradas, a excepci'on del postigo, para dar paso a las visitas. Estas las constituyen caballeros, que aquel d'ia no parecen millonarios por lo limpios que se ponen, que van a comer alguna golosina y a emborracharse jugando a la morra, o sea a acertar el n'umero de dedos que entre los jugadores presentan simult'aneamente. Al rev'es que entre nosotros, el que pierde es el que queda obligado a beber, y el que gana el que paga el vino de arroz, 'unico que ellos conocen y que liban en tazas microsc'opicas de porcelana. Aunque la embriaguez llega a su colmo en estas fiestas de Baco, ni hay que deplorar nunca una consecuencia triste, ni en esta ni en otra 'epoca del a~no se encuentra un chino beodo por la calle. La morigeraci'on de este pueblo, en lo que a costumbres p'ublicas se refiere, es ejemplar. ?Ser'a la civilizaci'on el germen de nuestros vicios? Creamos que no, y pasemos adelante. Por supuesto que en ese d'ia no puedes contar con ninguno de tus servidores; tienes que andar a pie, prescindir de recados y darte por muy feliz si, en gracia de los aguinaldos recibidos, alguno de ellos se digna hacerte la cama y darte de comer algo frito, para acabar pronto. Desde muy temprano vienen todos a prosternarse en tu presencia, y en seguida echan a correr al bazar a comprarse zapatos, de que hacen provisi'on para los doce meses restantes; pues nadie deja de estrenar algo en a~no nuevo; y hasta los pobres de solemnidad, a falta de otra cosa, renuevan el cord'on con que se trenzan la coleta. En cambio ellos te obsequian con toda clase de dulces, desde el de toronja o zamb'ua, hasta el de guisantes en vaina azucarados; y te regalan cohetes. Entre las clases acomodadas el ceremonial es el mismo, sin m'as diferencia que el hacerse a cencerros tapados. Se saludan por tarjetas, pedazos rectangulares de papel grana, de un palmo de largo, con tres o cuatro caracteres negros, del di'ametro de un napole'on; se env'ian presentes comestibles, y se visitan con el ritual que te explicar'e al hablarte de mis relaciones sociales con los hijos del cielo. Poco a poco el bullicio va perdiendo en intensidad, y quince d'ias despu'es todo torna a su natural estado. Los chinos celebran otras festividades; pero en ninguna de ellas se cierran los establecimientos ni se suspende la vida p'ublica. La conmemoraci'on de los difuntos, que tiene lugar durante la cuarta luna, se reduce a quemar objetos de uso dom'estico, simulados en papel, que por ese medio creen enviar a los errantes esp'iritus para que no carezcan en la otra vida de lo necesario. Lo m'as notable de este rito son las visitas a las pagodas que entonces se construyen a expensas de los consumidores, pues se sufragan con el producto de una especie de subsidio con que todo expendedor recarga sus ventas anuales y que religiosamente entrega a la comisi'on encargada de alquilar o adquirir los adornos y de dirigir los festejos. Estas construcciones, que ocupan un 'area como la plaza Mayor de Madrid y tienen una elevaci'on como la de la nave del Escorial, est'an hechas exclusivamente de bamb'u sin el auxilio de un clavo ni otra trabaz'on que la de sus muescas y nudos. De aquellas inmensas b'ovedas penden millares de l'amparas y objetos de adorno, cuyo peso maravilla que puedan resistir unos soportes tan d'ebiles en apariencia. Las lucernas, algunas de las cuales sustentan hasta cien globos de luz, tienen sus brazos y machones revestidos de diminutas plumas de un p'ajaro azul turqu'i que se confunden entre filamentos de oro con el m'as acabado esmalte de orfebrer'ia. El interior de las pagodas no puede describirse; es de un efecto maravilloso, hasta para los europeos acostumbrados a ver prodigios en los concursos universales de la industria. Sobre colosales armazones de sutil mimbre, vuelan por el espacio gigantescas mariposas, aves e insectos de flores naturales con todos los matices y perfumes de que es susceptible la naturaleza de la zona tropical. Alternando con estos ramilletes y encuadradas en magn'ificos marcos de talla, vense representaciones esculturales de tama~no natural y de movimiento, recordando pasajes de las mejores obras dram'aticas; cuyos personajes, luciendo los trajes de la pasada dinast'ia Ming, son un asombro de lujo, con tama~na profusi'on de seder'ia bordada, que nadie ha podido a'un igualar en perfecci'on ni en opulencia. M'as all'a los bronces del culto y suntuarios se mezclan con los vasos y discos del m'as puro caol'in, de los tiempos remotos, confundidos a su vez con los monstruosos bloques de verde jade o de sanguinolento m'armol de la Tartaria. Mientras la susurrante fuente humedece las espirales de humo perfumado que exhalan centenares de pebeteros, los 'idolos b'udicos, de quince codos de altura, resisten con sus atl'eticos brazos los arranques del entablamento, y las obras m'as acabadas del recamo de oro y plata sobre seda, cuelgan desde el friso hasta el pavimento como ramificaciones de un Pactolo a'ereo e inagotable. Es la primera vez que he visto realizado el esplendor de mi China so~nada. Desgraciadamente solo dura la ilusi'on ocho d'ias al a~no. Quince minutos han bastado muchas veces para que un incendio lo devorase todo y produjese innumerables v'ictimas; pero ?qui'en se resiste a visitar de noche aquel admirable conjunto, realzado con millares de luces y transparentes de tan delicado gusto como caprichosas formas? Desgraciadamente el encanto huye con solo fijarse en el sucio porte de la concurrencia. No hay compensaci'on. Contrastando con esta magn'ifica exposici'on, llega la fiesta del plenilunio de la octava luna; manifestaci'on modesta, pero imprescindible, del culto budista. En ella se conmemora el aniversario de la creaci'on por Dios del astro de la noche. Todo chino permanece en su casa, y aguarda con la ventana abierta y a oscuras a que la casta Selene haga su aparici'on en la rendija del firmamento que le permite ver su angosta calle; y, apenas la divisa, le alumbra candelillas, le quema pebetes, la saluda prostern'andose hasta el suelo y come en su honor un pedazo de pastel, confeccionado exprofeso con tocino y almendra para aquella solemnidad, cuya virtud no se me alcanza; pero te dir'e acerca de su consumo, que una sola pasteler'ia de Hong-Kong produce anualmente a cada uno de sus cinco socios, la enorme cifra de diez mil pesos fuertes. Verdad es que se trata de un pastelero m'as famoso que el mismo de Madrigal. Otro espect'aculo que realmente tiene importancia y novedad para el europeo es una procesi'on de linternas. Estas no se verifican en 'epocas determinadas; son expansiones accidentales que se permite sufragar, ya un vecino acomodado a quien un negocio le ha salido bien, ya un gremio que solemniza una circunstancia memorable, ya, en fin, un barrio que impetra el favor del cielo ante una enfermedad epid'emica. Porque, aunque retarde con una digresi'on su relato, debes saber que aqu'i la medicina no constituye facultad ni se aprende en colegio alguno. Todo es empirismo; no hay m'as que curanderos, cuyo m'erito est'a en proporci'on del n'umero de recetas que poseen. Su diagn'ostico es muy sencillo: para ellos las enfermedades se reducen a fuego o aire. Su terap'eutica a'un lo es m'as. El fuego lo apagan con jugos de vegetales, y el aire lo sacan con ventosas y con cauterios. De ah'i que no haya chino que no tenga el cuerpo, y en especial el cuello y la cabeza, lleno de cicatrices y quemaduras. El tifus, que en China se llama fiebre del cabello, consiste, a su juicio, en una como venita o hebra capilar que circula por el cuerpo llena de sangre corrompida y que hay que extraer. Para asesorarse de que el enfermo padece semejante dolencia, le dan a saborear un manjar amargo; y si lo halla dulce, es prueba inconcusa de que el mal existe. Entonces hay que buscar el sitio en que puede encontrarse el cabello, y si dan con 'el, lo extirpan vaci'andole la sangre inficionada. Poseen, sin embargo, algunos medicamentos de virtud reconocid'isima; y no puedo resistir a la tentaci'on de transcribirte el que para combatir el c'olera emplean en el Ton-Khin. Se lo debo a nuestro compatriota el Reverendo Padre monse~nor Colomer, natural de Reus, obispo y jefe de nuestras misiones en aquella regi'on de Annam; que siempre lo ha usado con resultados satisfactorios. Tu'estanse al horno unos cangrejos, mejor de r'io que de mar; mach'acanse bien con su c'ascara; se disuelve media cucharada de aquellos polvos en una copa peque~na de buen vino a~nejo y se le da a beber al paciente. Generalmente basta con la primera dosis; pero si el mal no cediera, se repite la operaci'on. Suele ocurrir que al desaparecer el c'olico, se paralizan tambi'en los descartes diur'eticos. Para provocarlos y combatir la irritaci'on que origina aquel estado, no hay sino machacar vivos, y por consiguiente crudos, dos o tres cangrejos; mezclarlos con igual cantidad de vino y de la misma clase que en el procedimiento anterior, y, colado su jugo, d'arselo a beber al enfermo. Volvamos ahora a la procesi'on de linternas, a la que concurren todos los vecinos del barrio con objetos de su exclusiva confecci'on o alquilados a industriales al efecto; pero de un modo o de otro, llevados a cabo con una perfecci'on asombrosa. El elemento principal de ellos, como de casi todos los adornos chinos, es el papel, y una pasta de arroz transparente como el cristal, y muy parecida, aunque m'as pura, a nuestra cola de pescado, que adaptan primorosamente a unos armazones de mimbre o bamb'u fin'isimo. En cuanto anochece, se re'une el cortejo en el lugar de la cita; y al estampido de algunos morteretes y de algunos millares de petardos, da comienzo el desfile por el orden siguiente: abren la marcha unas cuantas docenas de individuos, vestidos como todos los que componen la procesi'on con los pintorescos e indescriptibles trajes de la 'epoca de los Ming, llevando piras embreadas en recipientes de metal, que iluminan el espeso humo que van produciendo. S'iguense unas banderas m'as grandes, pero id'enticas en corte a las de los gremios valencianos, puestas sobre el hombro del porta-estandarte y en sentido horizontal. Y all'i principia un ascua de fuego producida por cuatro o cinco mil linternas de todos tama~nos, formas y colores, levantadas sobre unas perchas, cuyo r'io de luz corta de trecho en trecho, ya un grupo de m'usicos con c'imbalos, cr'otalos, dulzaina, timbales, discos convexos (sobre los que repican con una sola baqueta) y el obligado gong; ya unas pagodillas del tama~no de nuestras andas, llenas de molduras y rodeadas de pebetes; ora unas mangas y parasoles de espl'endido tis'u de oro, parecidas a las del culto cat'olico; luego los monstruosos 'idolos de la teogon'ia b'udica. No ha concluido a'un la sorpresa que te producen el insecto, el p'ajaro, el buque, el jarr'on, el kiosco y el templo montados con flores naturales y circuidos de puntos luminosos, cuando te arranca un nuevo grito de admiraci'on el ni~no que, simbolizando un guerrero mitol'ogico cabalga sobre un microsc'opico caballo de los confines del desierto de Gobi, enjaezado a la usanza mandarina y cubierto de gualdrapas dignas del tocado del imperial jinete; te encanta la imaginaci'on que han desarrollado en la gigantesca concha con todos los cambiantes de la madr'epora, en cuyo seno descansa una elegante china simulando una perla del r'io de Cant'on, o te seducen el alb'erchigo y la naranja que, abiertos en gajos, presentan a tus at'onitos ojos, humanas simientes en la cl'asica agrupaci'on del arte asi'atico. Pero donde est'a el m'erito sobresaliente de la procesi'on, es en la infinita variedad de aquella multitud de linternas, donde parece haberse agotado la fuerza imaginativa de la inspiraci'on del hombre. Sin detenerme a describir los faroles ordinarios, peque~nos unos y colosales otros, ostentando un car'acter chino, que ya por s'i constituye un adorno singular; pasando en silencio los tulipanes, girasoles, estrellas, globos y pir'amides; ?c'omo no llamar la atenci'on el racimo de uvas de luz, contrastando con el oro de su fruto el verde tono de sus p'ampanos; las dos medias sand'ias con la p'urpura de su seno salpicada de relucientes pepitas; la carpa, el salmonete y el at'un abriendo la boca y agitando sus aletas; los dos gallos combatiendo con la sa~na de la verdad; el pavo que se esponja ante la contemplaci'on del auditorio; la langosta que despide aletazos o contrae y dilata sus articulaciones; el fais'an de Shang-hai; los monstruos gesticulantes emblema de las pasiones humanas; y por 'ultimo, las monumentales pagodas con sus cubiertas agaleradas, sus frisos esculpidos y sus afiligranados detalles -m'as numerosos y sutiles que los de la arquitectura g'otica- dejando escapar por el mosaico de su policrom'ia torrentes de luz y de perfumes? Una guardia, provista de partesanas y lanzones dignos del l'apiz de Gustavo Dor'e, precede a un hombre con cabeza de le'on (animal fat'idico de esta fauna mitol'ogica), huyendo ante el drag'on sagrado, que lo persigue para ver si lo puede devorar. Es la lucha de la virtud con el vicio. Este drag'on, de formidables fauces y armado con anillos que le permiten plegarse a discreci'on de los doscientos hombres que lo llevan sobre puntales de bamb'u, est'a forrado de seda verde transparente, y va alumbrado por dentro. Tiene m'as de cien metros de longitud, y se considera como un favor celeste y un signo de felicidad el que incline la cabeza delante de la casa de uno. El favorecido le dispara entonces unos millares de cohetes en justo reconocimiento, y el reptil se libra a una graciosa y bien combinada serie de ondulaciones, contray'endose, dilat'andose y retorci'endose en espirales luminosas. Terminar'e mi cat'alogo de festejos con la descripci'on de los fuegos artificiales, a que son muy aficionados los chinos. Para el concurso del gran patchon (cohete), se exhiben con anterioridad en un barrac'on los premios consistentes en un espejito de mano, un transparente, un ramo de papel de talco, o cualquiera zarandaja por el estilo, que ellos en dar no son muy pr'odigos. Llegada la tarde de la lucha, col'ocase el pirot'ecnico sobre un tablado y empieza a disparar voladores. La muchedumbre, api~nada alrededor, observa la direcci'on de la ca~na; aguarda a que baje, y entonces hace prodigios de agilidad por apoderarse de ella; con lo cual y consecuente con la superstici'on que preside todos sus actos, no solo alcanza ventura para s'i y los suyos -mayor cuanto es m'as gordo el cohete- sino que obtiene una recompensa, quedando obligado a sufragar otra para la justa del a~no siguiente. Sus tan decantados fuegos artificiales, repetidos con frecuencia y siempre con igual monoton'ia, no tienen de particular m'as que la candidez. Div'idense en diez o doce actos, y cada uno de estos en tres transformaciones, lo que da lugar a que el espect'aculo termine a las cuatro de la ma~nana habiendo empezado apenas anochecido. All'a va un acto por cuyo patr'on est'an cortados todos los dem'as. Princ'ipiase por disparar en medio de la calle y sobre una mesita, una cantidad de voladores con poca o ninguna luz, muchas chispas, profusi'on de humo y largos compases de espera. Luego la escena se traslada a un catafalco, sobre el que se alza un andamiaje de bamb'u de la altura de una casa de cuatro pisos. 'Izanse en 'el tres como bombos, de cu'adruple di'ametro que el de los de una orquesta, en que van encerrados los fuegos. Se aplica una mecha al inferior, y despu'es de diez largos minutos, el armaz'on se abre y deja ver una maceta con una planta cuyas hojas van cambiando lentamente de colores. Llegado el turno del segundo tambor, aparece una rueda horizontal, en que dan vueltas unas figuras de movimiento que montan a caballo, se apean, ri~nen o se abrazan, pero todo tan diminuto, alumbrado por unas lucecitas de tan poca intensidad y tan envuelto en humo, que solo el espectador de primera fila puede apreciarlo. La 'ultima caja contiene el bouquet; y en honor de la verdad, algunos de ellos no dejan de llamar la atenci'on, pues fatigada la vista con tanto in'util esfuerzo, gusta de que la sorprendan con una masa luminosa; y lo consigue una gran torre transparente de forma oct'ogona, que se desprende desde lo alto del andamiaje hasta el suelo, llevando pendiente de cada 'angulo de su tejado una sarta de linternas encendidas, que ni sabe uno darse cuenta de c'omo se alumbran, ni se explica que puedan caber en tan estrecho recinto. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Fiestas de Hon-Kung en Macao Macao, 26 de septiembre de 1881. La primera parte la constituye la afluencia de cien mil forasteros a una ciudad de sesenta y ocho mil almas; se albergan donde pueden, duermen donde se albergan y comen en la alcoba: no he nombrado la calle porque se sobreentiende. Cuatro d'ias de fiesta: ni una borrachera, ni un robo, ni una disputa. ?Qui'en es Hon-Kung? No lo s'e, ni tengo tiempo de estudiarlo en este momento. Es, seg'un voz p'ublica, el primero, despu'es de Dios, de los santos de la corte celestial china. Se le invoca para que conceda paz a todo el imperio, le preserve de epidemias y le otorgue riquezas inn'umeras; participa, por consiguiente, del Jano de los paganos, del San Roque de los cat'olicos y de la loter'ia de los espa~noles. En el c'omputo chino, cada tres a~nos traen uno bisiesto, que se compone de una luna m'as de veintinueve o treinta d'ias en la lunaci'on s'eptima, 'epoca en que debe verificarse la fiesta del santo; pero como no siempre hay dinero disponible, red'ucese aquella a una modesta manifestaci'on, transcurriendo a veces catorce y m'as a~nos sin que tenga efecto una solemnidad como la que voy a describir, y que en la ocasi'on presente ha sobrepujado a cuanto se ha hecho hasta ahora en Macao, matriz, metr'opoli, casa solariega del festival en cuesti'on. ?C'omo se arbitran los fondos? Como no puede copiar ning'un pueblo que no tenga la buena fe, el patriotismo, el amor, en una palabra, del celestial a su enorme familia de cuatrocientos millones de individuos con coleta. Todo comerciante con tienda abierta est'a obligado a recargar cada objeto que vende en cinco sapecas (cada sapeca vale medio maraved'i), que entrega religiosamente a una comisi'on econ'omica, la cual se encarga de aumentar los productos con el inter'es que hace ganar al dinero y con los donativos espont'aneos de los particulares, cuyos nombres figuran despu'es inscritos en sendos papeles encarnados en el pabell'on central del barrio chino. Desde el a~no 1868 hasta hoy se han recaudado sesenta mil pesos fuertes, que son los que se han invertido en alquiler de los objetos de ornamentaci'on para la ceremonia: calc'ulese por ah'i el valor intr'inseco de este Pactolo de oro, seda y luces. Describamos, si podemos: Una cruz griega forma la parte engalanada del Bazar; son dos calles perpendiculares que se cortan casi por el centro y a cada una de las cuales puede que el kil'ometro le venga como a su medida. Unos armazones, o andamios de bamb'u, atados con hojas de la misma ca~na, y sin que en su sostenimiento entre un clavo, se elevan hasta por encima de las casas, produciendo en algunos sitios tres c'upulas superpuestas de una elevaci'on como el cimborio del Escorial. Todo aquel armaz'on se cubre con lo que ahora dir'e; y el vecino a quien le tapan una ventana, ni se queja al alcalde, ni habla mal del gobierno; come a oscuras, y se calla. Reviste el techo un lienzo de colores abigarrados con flores, hojarasca, animales y quimeras, del que penden tulipanes, peces, frutas e infinitas representaciones, que no son sino otras tantas linternas que le dan el aspecto de una b'oveda tachonada de puntos luminosos. Hasta poco m'as de la altura de dos hombres, caen, sujetos por gruesas maromas, millares de lucernas, ara~nas, girandolas y quinqu'es, cuya forma no hay medio de describir ni por su variedad ni por su complicaci'on. Voy a ver si, ci~n'endome a una sola, logro hacerme comprensible. Fig'urense los lectores la Catedral de Mil'an reproducida materialmente en madera, con siete metros de altura, y todo el resalte de filigrana de oro. El fondo para el profano es de esmalte azul; para el observador que lo toca y se convence de que la paciencia del hombre pueda llegar a tal l'imite, es de plumas microsc'opicas de alci'on o mart'in pescador, pegadas con cola. A~n'adansele centenares de estatuitas esculpidas en pir'amides o en racimos como los grupos de los juegos acrob'aticos; e ilumin'andola con doscientos globos de luz con colgantes o l'agrimas de cristal de todos los colores del prisma, se sabr'a lo que es una de estas l'amparas, como se sabe que el punto que asoma en la lontananza del mar es un vapor, porque se ve el humo con el catalejo. Sin que la b'oveda se venga abajo por el enorme peso que resiste, sustenta adem'as de todo lo que es luz, una asi'atica profusi'on de gigantescas mariposas, dragones colosales, caracteres chinos tit'anicos y un centenar m'as de variantes en ramos de flores; que no otra cosa son los tales monstruos sino la parte perfumada de la naturaleza, adornada con pedazos de espejo y cintas de seda y oro. Nosotros decimos que todo pende de Dios, pero los chinos deben creer que todo pende del bamb'u; porque despu'es de lo que dejo colgado, a'un faltan unos centenares de cajones con veinte o treinta figuras de medio tama~no natural en cada uno, reproduciendo escenas de los dramas y entremeses m'as notables de la dram'atica celeste. La encarnaci'on de los personajes es perfecta; el indumento riqu'isimo, y las armas, como el sable que le regal'e a un sobrino m'io en ciertas Navidades, y que, seg'un 'el, era de buena verdad... de carne. Las calles est'an cortadas a trechos por arcos de triunfo colgantes; pues son sin pies, no tienen m'as que un cornisamento y un gran friso, se estriban en las paredes y los sostiene el entablamento. Cada arco parece el puente de los Suspiros en Venecia. Todas las fachadas de las casas est'an literalmente cubiertas, desde el z'ocalo hasta el alero del tejado, de ricas obras de talla, altos y bajos relieves, cuadros de algunos metros con figurillas hacinadas del color del lapisl'azuli, hojarascas de ricas maderas arom'aticas, otras doradas, transparentes y adornos policr'omicos, mientras cada puerta (que lo es de una tienda) se halla convertida en una pagoda con su altar en el centro, su 'idolo, flores, pebetes y ofrendas de comestibles. A intervalos una m'usica deleita al transe'unte (si es chino) con sus chirriantes ecos, o un juglar luce sus habilidades sobre un estrado. Pero donde est'a la verdadera maravilla es en el pabell'on principal; vasto recinto, colosal nave formando la cabeza de la cruz, y en el que, lo que ya llevamos visto, est'a centuplicado en profusi'on y en riqueza. ?Qu'e hay all'i? Yo no s'e si podr'e explicarlo. Lucernas, cuadros, flores, relieves, esculturas, cincuenta mil nombres de contribuyentes o donantes, m'usicos, un teatro en el fondo con representaci'on permanente y quince mil espectadores, adem'as de otros dos coliseos que funcionan en las calles contiguas, y millares de macetas que parecen recept'aculos de plantas y son vasos de prodigios: aquel arbolillo, que se tomar'ia por un juguete de Nuremberg, es un ejemplar liliputiense del corpulento 'ebano guardando todas las proporciones debidas en sus microsc'opicos detalles. Un arbusto que m'as all'a simula un le'on hecho con astas de venado, es una ra'iz que a fuerza de mutilaciones, injertos, paciencia y sabidur'ia, ha tomado aquella forma en un transcurso de doscientos a~nos tal vez, y con el concurso de seis o siete generaciones. Lo mismo digo del car'acter chino que est'a a su lado; con la apariencia de una rama de boj recortado recientemente para aquella circunstancia, es no obstante un tronco con sus brazos y hojas educados desde hace siglos para concluir por simular el nombre de una divinidad, de un emperador o de un simple individuo. Que hay planta de ellas que vale dos mil pesos, no hay para qu'e consignarlo. La calle termina por un inmenso altar a cada lado, defendido por dos gigantes de cart'on; cuya cabeza, como los telamones del orden atl'antico, sostiene el piso. En el pebetero que hay delante arde todo un tronco, de madera de s'andalo. Relicarios de filigrana de algunos metros de tama~no, cajas y linternas de orfebrer'ia, monstruos y quimeras de metal, apoyados en el suelo y enrosc'andose hasta la b'oveda, cascadas de pa~nos bordados de oro y sedas, vasos de jade y otras piedras preciosas; todo est'a all'i hacinado, como si la mano de un Pluto invisible hubiera removido las entra~nas del universo para hacer ante la humanidad el inventario de su riqueza. Hablemos ya de la procesi'on. Esta en algunos casos suele ir por dentro; pero en el presente va por todas partes, porque es de rigor que pase por la casa de cuantos a ella han contribuido. No se extra~nar'a por lo tanto que el desfile, que dura m'as de dos horas a paso de marcha, con raras detenciones de un minuto a lo m'as, empiece a las ocho de la ma~nana, termine a las seis de la tarde y tenga que reanudarse durante tres d'ias consecutivos. Relatar todo lo que va en ella y por su turno correspondiente, es tarea superior a mi asendereada memoria. El oro, la seda y los adornos que hemos visto en el bazar, constituyen su base. Pero asusta pensar que el traje m'as modesto de la comitiva no baja de doscientos pesos de valor, que pasan de tres mil los asistentes, y que no hay medio de contar las banderas monumentales de raso recamado de oro, los estandartes de sedas flojas, los parasoles de plumas de pavo real, los bronces suntuarios, vasos de jade, m'armoles sanguinolentos, maderas preciosas y tanto y tan infinito detalle de un exagerado precio, ya por su rareza como por su antig"uedad o m'erito art'istico. Aunque variados hasta la saciedad, he aqu'i el patr'on de los dos figurines, que dan la norma en esta especial indumentaria. Las congregaciones de chinos ricos llevan el tradicional zapato de galera bordado; media blanca con polainas de cintas de seda de colores hasta la rodilla; calz'on de sat'in blanco; blusa de lo, color de plomo claro; faja de gr'o muy ancha que forma como un delantal, y cuyos cabos bordados en seda y oro de relieves valen un dineral: cord'on de torzal grana en la coleta y esta enroscada sobre la frente; un sombrero t'artaro de paja, igual a los paveros de Espa~na, forrado de gr'o, y con caracteres y adornos de terciopelo y oro en la copa; y el inseparable abanico de plumas de cisne, ensartado en la cintura por detr'as, lo que les da el aspecto de una cola de palomo. Todos llevan su correspondiente culi o criado portador del banquillo para reposarse en las paradas. El otro traje yo no lo s'e explicar. Se compone de una t'unica y una sobret'unica bordadas; mejor dir'e, empedradas de oro y plata, comparables tan solo, aunque m'as ricas, a los vestidos de luces de nuestros toreros. Los sombreros, ya representando un enorme tulip'an con franjas de seda, ya un capacete o casco con aletas y plumas de fais'an, son de lo mismo, y el efecto general es el de un ej'ercito de astros. Con ellos alternan los mandarines modernos en traje de gala, con vestas y capacetes de seda del mismo color en cada individuo, y mil reproducciones del iris entre todos; los bonzos, de cabeza rasa, y los ejecutores de la justicia (s'equito de los grandes personajes), con sus hopalandas negras, uno como cencerro de mimbre oscuro en la cabeza, y portador cada cual de un instrumento de suplicio. A las banderas, grandes como las de los gremios valencianos, suceden ni~nos a caballo en traje de emperadores de la dinast'ia de los Ming. Detalle curioso; entre las cabalgaduras figuraba un pollino, especie rar'isima en estas regiones. A aquellos siguen timbaleros redoblando sus tamboretes de metal (porque aqu'i se puede repicar y andar en la procesi'on); andas con objetos raros, perfumes, pagodillas, m'usicas, angarillas con comestibles y bebidas para los que tengan necesidad de reconfortar sus fuerzas; armarios con trajes para reponer los desperfectos, cuadros de talla, lemas, parasoles de flores naturales, y multitud de centenares de representaciones humanas, simbolizando pasajes de su teogon'ia, cuya explicaci'on no es de este lugar, pero cuyo efecto sorprendente no puedo dejar de transmitir. Imag'inense los lectores un pescador y una tancalera colocados de pie sobre un torniquete giratorio; 'el echa las redes, ella rema; ambos dan vueltas como la tablilla de un barquillero, y ninguno se cae ni oscila, a pesar de ser p'arvulos como todos los actores de esta especie de autos religiosos. Otra de las andas es una mujer que se abanica mientras que un mandarinete se sostiene en equilibrio sobre el pa'is del abanico. Ya un anciano tao-ts'e ve brotar un guerrero de su dedo 'indice, ya una virgen se posa sobre la cabeza de una paloma viva, ora dos h'eroes cruzan sus partesanas y sostienen terrible lucha en el aire, o un Buda en fin apoya un pie en los p'etalos de un lotho mientras en su infantil mano se yergue su elegido, que vuela a la regi'on de los esp'iritus descartado de su envoltura material. No se ve ni un alambre, ni el menor asomo de mecanismo: aquello asombra. Precedido de un lujoso acompa~namiento y al son de atambores (algunos del tama~no y configuraci'on de una pipa de cien arrobas sobre la que pegan a quien m'as puede dos robustos mancebos), aparece el drag'on corn'upeto; monstruo de cart'on con escamas de oro y marabus en las articulaciones, con cincuenta metros de longitud, tres mil duros de coste, y admirable obra de atrezista canton'es. Es llevado por treinta hombres, que ejecutan con 'el variadas evoluciones, y el p'ublico le saluda con cohetes y petardos, que se confunden con los acordes de la m'usica que graciosamente y en honor del pueblo chino, ha dispuesto el se~nor gobernador de la colonia que toque a su paso por delante del palacio. El reptil, en cambio, recorre todo el vest'ibulo, pues sabido es que donde mete la cabeza el tal animal sagrado, entra la felicidad. Cierra la marcha la guardia de honor, ostentando armas blancas de una rareza que casi frisa en extravagante. Lanzones, partesanas, pinchos, medias lunas, harpones, horquillas, machetillos y adargas de mimbres son los objetos m'as salientes de aquella hoy ya inocente armer'ia. Y aqu'i da fin este desali~nado relato hecho a vuela pluma, para que no pierda su sello de oportunidad. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo Los chinos dentro de casa. Visita a una familia rica. - La habitaci'on. - El mobiliario. - El banquete. - Elaboraci'on del t'e. - Uso del opio. Macao, 10 de marzo de 1882. Mi querido amigo: El tiempo y el comercio se han encargado de destruir la preocupaci'on con que los celestiales miraban a los europeos. Hoy encuentran que sus dollars son excelente lazo de uni'on, y gracias a las transacciones mercantiles, las puertas de la casa china no est'an ya cerradas al diablo blanco, mote de todo occidental. El gineceo contin'ua siendo inaccesible; pues sabido es que las hijas de Eva no son aqu'i visitadas sino por los parientes 'intimos, ni salen a la calle m'as que para llenar deberes de cortes'ia, y aun eso en palanqu'in cerrado y con previo anuncio. Ello no obstante, como satisfacci'on de una curiosidad y con alguna influencia, consigue uno ingerirse hasta el santuario de las mujeres, acompa~nado, como es natural, del gallo del gallinero. Mi mujer y yo hemos tenido la dicha de ser recibidos por la familia de un miembro de la alta banca, y creo que ser'a grato conocer mis impresiones sobre el particular. Como en China el ir a ver a una se~nora no es aquello de <> como sucede en nuestros pa'ises, sino que el acto, sobre poco frecuente, reviste el car'acter de una solemnidad, es preciso tomar d'ia, pedir audiencia como si dij'eramos, y acompa~nar la solicitud con un regalito de tanta m'as monta, cuanto mayor es la categor'ia del visitante. [*]^*[*] Las viviendas ya tengo dicho que est'an a cubierto de la curiosidad p'ublica; as'i es que tienes que atravesar uno o m'as patios para encontrar la puerta de la casa, donde el due~no te est'a esperando, y en la que te recibe con las cortes'ias propias de su ceremonial. Consisten estas en juntar las manos sobre el pecho, como el oficiante cat'olico al dirigirse al ara, pero con los pu~nos cerrados, que agita repetidas veces al mismo tiempo que inclina la cabeza. Apenas transpuesto el umbral, se tropieza con un gran biombo o mampara, 'ultimo tapujo del interior, en que alineadas y puestas sobre pies derechos, se destacan unas planchas (a veces quince o veinte) pintadas de encarnado y con letras de oro acusando el nombre, t'itulos, cargo y dignidades del morador. El zagu'an, que en algunas partes es un patio cubierto alrededor con su impluvium en el centro, a la pompeyana, constituye el estrado del marido. All'i me recibi'o el banquero, mientras su primera esposa, acompa~nada de una hermanita suya, de sus hijas, y de su servidumbre (entre la que hay que colocar a las concubinas de su esposo), apareciendo en lo alto de una escalera, se llev'o a mi mujer y a la del se~nor que me serv'ia de int'erprete, a las habitaciones superiores. La disposici'on del mobiliario es igual en todas partes. Las sillas, grandes sitiales de tamarindo, de la forma de nuestros sillones de baqueta, pesados como el plomo y negros como el 'ebano, tienen el asiento y el respaldo de piedra cuyas vetas -simulando monta~nas y paisajes- les dan un valor fabuloso. Cuando el personaje es muy rico, los muebles est'an cubiertos de pa~nos color de grana, con bordados de oro y sedas. Arrimados a la pared, de la que nunca se separan, a cada dos sillones sucede una mesita alta, estrecha y con tres estantes, que sirve de pedestal a un jarr'on de flores, y de apoyo al t'e y los dulces con que el que visita es obsequiado apenas llega. Frutas escarchadas, entre las que figuraban guisantes en su vaina, cigarros y otras golosinas, nos fueron ofrecidos en una bandeja circular con radios que constitu'ian otros tantos casilicios. Mi anfitri'on se entretuvo mientras hablaba en roer unas pepitas secas de sand'ia, con cuyos desperdicios, expelidos ruidosamente de la boca, ensuci'o mi Hou-lon, rico cha, como aqu'i se llama al t'e, presentado en tazas sin asas, provistas de una cobertera que uno entreabre para beber con la misma mano con que la sostiene, y cuyo objeto es impedir el sorber las hojas que flotan en el l'iquido. El chino no usa el agua como bebida; el consumo, por lo tanto, de cha, es incalculable; no le ponen jam'as az'ucar, ni emplean m'as que el negro. Su precio var'ia, desde diez reales hasta treinta y dos duros la libra. Este es el mandar'in, que se vende en manojitos de la cantidad de cada toma, atados con cintas de colores. [*]^*[*] All'a va una sucinta rese~na sobre la elaboraci'on del t'e. Recibido en las f'abricas, todav'ia fresco, se escogen sus infinitas variedades; som'etesele a la acci'on del fuego en unas colosales cacerolas, como las perolas de hilar la seda, y agit'andolo constantemente, esp'erase a que las hojas queden contra'idas por la torrefacci'on. El que posee aroma propio no sufre nuevas operaciones; al inodoro se le perfuma despu'es con unas fumigaciones de azahar, de jazm'in y otras olorosas flores, y encerrado en cajas de plomo, recubiertas de otra de madera, se le exporta. El verde procede de unas hojas superios'isimas, que se tuestan muy poco; pero como la cosecha es escasa y el consumo en Europa grande, se le falsifica como los vinos de Lebrija, las Cabezas, Valencia y Catalu~na, que tomamos por Jerez y Burdeos. Los 'acidos son la base de aquella mistificaci'on, contra la que hay que ponerse en guardia. El esp'iritu de especulaci'on lleva tan lejos a los chinos, que los agentes de las casas europeas necesitan ojos de Argos para no caer en las mil y una a~nagazas que les tienden los celestiales. La prueba del t'e destinado a la exportaci'on, es muy curiosa. T'omanse unos pu~nados de diversas calidades extra'idos de cualquiera caja al azar; col'ocanlos en unas cubetas ba~nadas de luz zenital, que penetra por un enorme embudo de madera fijado en la ventana donde se apoya el mostrador. P'esase un tael (pr'oximamente una onza) de cada mont'on, y se deposita en tantas teteras como especies han de analizarse, y que, numeradas como las tazas que tienen delante, corresponden a las cubetas. Echase encima el agua hirviendo, y transcurridos los cinco minutos que marca un diminuto reloj de arena, vi'ertese el licor en los pocillos y los residuos pasan al mostrador junto con el pu~nado correspondiente. Entonces se escudri~na con minuciosidad la diferencia entre el cha en crudo y el poso de la infusi'on. El color acusa la frescura de la hoja. Si esta, al desrizarse queda entera, es prueba de que no se la ha hecho servir ya, porque en China, donde nada se desperdicia, recogen los detritus del t'e y lo venden a los fabricantes, para mezclarlo con el virgen. La sed de ganancia hace que tambi'en el europeo, cuando no hay abuso, pero s'i rebaja de precio, pase por esta mala fe, que no sospechan los consumidores de Occidente; pero en cambio son muy rigurosos con el peso, por lo que, provistos de un im'an muy potente, lo restriegan por los montones de las cubetas, y extraen de ese modo las limaduras de hierro con que se mezcla el art'iculo. Ahora bien; problema: Cuando un enfermo se propina en Espa~na una taza de Pei-K'o, ?qu'e es lo que cura, el t'e, la herradura o las babas de chino que por tercios entran en su composici'on? [*]^*[*] Reanudemos nuestra visita, en la que es de rigor permanecer cubiertos, porque ya sabes que aqu'i todo se hace al rev'es que entre nosotros. El primer cumplido que te espeta el due~no de la casa es decirte que pareces un viejo; la senectud es para el celestial la condici'on m'as respetable. Todo lo que es tuyo lo eleva a las nubes con hip'erboles extremadamente orientales, y lo que con 'el se relaciona lo pone a los pies de los caballos. Si le encomias la buena disposici'on de la casa, te contestar'a que vive en una pocilga, y si le alabas la hermosura de su mujer, te arg"uir'a que es una bruta (sic). Despu'es nos hizo pasar a sus oficinas de comercio, donde, con el cajero, tenedor de libros, dependientes y mozos de carga, nos congregamos alrededor de una mesa, abandon'andonos a un expansivo banquete de todo g'enero de sucia pasteler'ia. [*]^*[*] Como creo que ha de interesarte el relato de una comida a su usanza, voy a permitirme esta digresi'on. Las mujeres no asisten; la confusi'on de ambos sexos es degradante para el fuerte, que ve en la madre de sus hijos una esclava y no una compa~nera. Cada mesa no puede contener m'as de ocho personas; por consiguiente aquellas se multiplican en proporci'on del n'umero de convidados. Manteles no los hay; en cuanto a servilletas, cada uno va provisto de un pa~nuelo de seda que hace sus veces. Los manjares est'an ya servidos en grandes escudillas de porcelana, rodeadas de otras m'as peque~nas para las salsas y jugos con que han de adobarse, y que vierte el comensal con una cucharilla de loza, cuando no pringa en el l'iquido condimento el bocado que, por ser muy grande, ha tenido que llevar tres o cuatro veces a la boca. Una taza sin asas, para los comestibles, y otra microsc'opica para el 'unico vino que ellos beben, extra'ido del arroz y perfumado con una esencia, constituyen la vajilla. El cubierto son los c'elebres palillos, llamados fachi, que colocan uno en la bifurcaci'on del pulgar y el 'indice, y otro entre el 'indice y el anular, mientras el del coraz'on y el me~nique funcionan, a guisa de muelle, para abrirlos y cerrarlos como unas tenazas. Con este aparato cada cual toma de la vasija com'un el pedazo que m'as le apetece, y lo traslada a la suya parcial, despu'es de multitud de paseos y ba~nos por las diferentes salseras. El sitio preferente es el de la izquierda. He aqu'i ahora el orden del men'u: abren la marcha los dulces y las frutas. S'iguense a estos las cuatro entradas de manjares finos, entre los que figuran los deliciosos cangrejos con huevos, las no despreciables aletas de tibur'on, las ins'ipidas pechugas de codorniz y los repugnantes nidos de p'ajaro, que nosotros llamamos de golondrina. Este refinamiento culinario, que se paga a peso de oro, son verdaderos nidos de un pajarillo, que se encuentra en Java. Formado de tallos y yerbecillas, se los limpia de plumones y otras adherencias, y deshechos por la cocci'on, quedan reducidos a una sustancia gelatinosa, con la que mezclan almendras de varias frutas, y de la que, a pesar de sus condiciones pectorales, no he podido intentar una segunda prueba. Su nombre es ning-vo. A estas delicadezas suceden los platos fuertes. Manos de cerdo rellenas, chuletas azucaradas, patos salados y prensados, que saben a jam'on, faisanes que en Shang-hai valen a dos reales pieza, corzo y pescados ahumados. La salaz'on abunda en su cocina, lo que produce escr'ofulas y asquerosidades a que la pluma se resiste. Excuso decirte que, dado el cubierto, todo tiene que presentarse hecho pedacitos; y que si algo hay que trinchar, los dedos se encargan de la operaci'on. Aqu'i principian las libaciones, en las que son muy parcos. En seguida entra en tanda el arroz hervido simplemente y servido en cubos de madera, de los que cada convidado se propina dos o tres tazas, pues constituye la verdadera y diaria alimentaci'on del chino, que nunca prueba el pan. Amen'izanlo con langostinos, cerdo, aves, pescado y todo g'enero de chow-chow (chau-chau), como ellos llaman a las mezclas. La manera de devorarlo, pues no puede decirse que lo comen, es nauseabunda. Pizcan de la fuente general un trozo de chow-chow, lo trasladan a su escudilla y, coloc'andose esta debajo de la barba, como una bac'ia de afeitar, empujan precipitadamente con los fachis el arroz, ni m'as ni menos que si rellenasen de casquijo un agujero, y no lo mascan hasta que se les sale por la boca. [*]^*[*] Relatarte lo que come el indigente es tarea 'improba. Aqu'i no se desperdicia nada. La carne de perro y de gato se vende p'ublicamente; a la de rat'on y toda suerte de animales inmundos se le da caza en el propio domicilio. S'e que voy a extralimitarme poniendo a prueba el est'omago de tus lectores; pero la cosa es tan notable, que no puede pasarse en silencio. Para el chino pobre, peinarse es un banquete. De ese modo pretenden que recuperan la sangre que el insecto les ha chupado. Terminada la comida, es preciso colocar los fachi cruzados sobre la taza en signo de satisfacci'on y gratitud; el anfitri'on los va retirando y poniendo sobre la mesa como contestando: no hay de qu'e. Un par de eructaciones son del mejor tono para atestiguar que los manjares te han sentado bien. El t'e sin az'ucar y unas chupadas de p'esimo tabaco ponen fin a la fiesta. Las pipas en que fuman, indescriptibles y variadas hasta lo infinito, no contienen, por enormes que sean, m'as tabaco que el indispensable para una bocanada; por consiguiente, hay que cargarlas en cada aspiraci'on, vali'endose para encenderlas de unas mechas de papel retorcido (que tambi'en se usa como cordel) sobre las que soplan muy h'abilmente para que produzcan llama. [*]^*[*] Admitidos por fin en el gineceo, nos encontramos a las se~noras terminando su tiffin y en saz'on que la due~na de la casa, quit'andose un nivat de plata (horquilla) y pinchando con 'el un pastelillo, se lo ofrec'ia a mi mujer; que como puedes imaginarte, no ten'ia ya m'as apetito. En vista de lo cual la criada sirvi'o agua caliente, en la que remoj'o un pa~nuelo de espumilla de seda, con el que su ama se limpi'o las manos y la boca, pas'andolo despu'es a toda la reuni'on para que hiciera lo propio. Luego sacaron las pipas. Todo el sexo bello fuma. Acto continuo nos llevaron a visitar las habitaciones, id'enticamente amuebladas a las que ya he descrito. En el sal'on penden algunos retratos de familia, horriblemente pintados al 'oleo, cuadros inocentes como los pa'ises de los abanicos y entrepa~nos con m'aximas y caracteres. Las paredes no est'an enlucidas; ostentan el ladrillo vivo de color gris azulado y ennegrecido por el humo de los pebetes que a todas horas est'an ardiendo en nichos destinados a los dioses penates y porteros. En el oratorio 'alzase un altar con pebeteros y relicarios de metal blanco, flores artificiales, estatuitas de Lao-tse, el fundador de la metaf'isica, de Cug-~nan, la Virgen de la pureza, y de la multitud de 'idolos de las teogon'ias b'udica y de Brahma, que mezcladas con la moral de Confucio, forman las tres religiones dominantes en el pa'is. En los dormitorios, arcones de s'andalo y armarios de alcanfor alternan con las camas de tamarindo, confundi'endose la de la primera mujer con las de las concubinas, que el due~no comparte indistintamente. Duermen vestidos y sobre una esterilla que sustituye al colch'on, sin m'as s'abanas que un abrigo de lana, en que se arrebujan. La almohada es de loza del tama~no y forma de las almohadillas que antiguamente usaban las se~noras en Espa~na para coser; y no apoyan en ellas la cabeza sino el cuello, con lo que las mujeres consiguen no deshacerse el peinado que, por su complicaci'on, no restauran m'as que semanal o quincenalmente. En la cabecera hay colgados infinidad de amuletos, acusadores de la superstici'on que los domina. Un sobre de un despacho imperial trae fortuna; y, si se le hierve, su agua cura enfermedades epid'emicas. Unas monedas de cobre ensartadas evitan el mal de ojo. La infusi'on de una bolita de oro, otra de plata y una ramita de coral es eficac'isima contra los sustos. La nuez extra'ida de la garganta de un mono vivo no tiene rival para las fiebres. Y en la casa donde, como acontece en la m'ia que est'a apoyada sobre un monte, entran culebras, ya no hay m'as que pedir. [*]^*[*] El fumador de opio pertenece a lo reservado; los hay p'ublicos para los transe'untes, sin perjuicio de tener cada uno el suyo particular en el domicilio. Este horrible vicio, que embrutece al hombre y le acorta la vida, no ha podido ser desterrado, a pesar de los esfuerzos del gobierno imperial, que ha tenido que contentarse con infligirle un impuesto de diez pesetas por bola de cuatro libras, que es como se expende en crudo. En las colonias est'a monopolizado, mediante una suma, que en Macao asciende, con la inclusi'on de la peque~na isla de Taipa y Colowane, a cerca de cincuenta mil duros al a~no. Sus efectos son espantosos; el pobre compra el residuo del de la gente acomodada, y no gasta menos de un real diario. Yo conozco en Hong-Kong a un rico mandar'in que invierte m'as de peso y medio cada d'ia, y que, a consecuencia del abuso, tiene que trasladarse a Cant'on de dos en dos meses, para hacerse operar por la paralizaci'on absoluta de sus funciones digestivas. El opio, que cocido toma el nombre de anfi'on (a-pin hi en chino), se reduce por esta operaci'on a una pasta bastante dura. Para fumarlo, se necesita que la habitaci'on est'e cerrada, a fin de que el aroma no se evapore. En el centro del cuarto el'evase un entarimado cubierto con un boca-porto, m'as o menos lujoso, que imprime al conjunto el car'acter del escenario de un teatro, del tama~no de una cama de matrimonio. En 'el, provistos de dos almohadas, se acuestan los fumadores, separados por un banquillo, sobre el que arde una lamparilla de aceite. Cuando el chino no tiene un amigo que le acompa~ne, lo reemplaza por una concubina que, aunque no comparte su placer, le arrulla y le canta. La mujer propia jam'as se presta a lo que entre ellos es el colmo de la abyecci'on. La pipa es de las dimensiones y estructura de una flauta, con un agujero en el centro, al que se adapta el hornillo de barro, como un hongo o seta, provisto de un o'ido diminuto. Las sustancias de estos aparatos var'ian hasta lo infinito; y a veces su m'erito, por la saturaci'on del tubo o la riqueza del utensilio, es tal, que l'ampara, cilindro y horno cuestan tres mil duros, como los que yo he visto destinados al 'ultimo embajador de China en Rusia. El procedimiento es este: con un alambre se extrae del bote una part'icula de anfi'on como un guisante; se somete a la acci'on de la llama para fundirlo, y roz'andolo sobre el hornillo de la pipa, se le hace tomar, cilindr'andolo, el tama~no del o'ido, en el que se adapta, despu'es de repetidas manipulaciones. Apl'icasele a la luz, arde y se aspira. Su sabor es acre como su perfume; pero no tiene nada de repulsivo. Sus efectos son la atrofia y sus consecuencias, la imbecilidad. [*]^*[*] Una revista, pasada a las joyas y telas bordadas del ajuar de la se~nora, puso t'ermino a una visita en que invertimos m'as de tres horas de reloj, volviendo a casa cargados con multitud de golosinas, de que nos llenaron los bolsillos, como testimonio comestible de la honra que les acab'abamos de dispensar. Hasta la otra. __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CANT'ON I Macao, 8 de diciembre de 1882. Cant'on es para los chinos lo que Par'is para los europeos; la ciudad de los placeres, del lujo, de la industria, de la actividad y de la riqueza. Pek'in, con ser la capital del Imperio, no tiene para los celestiales otro aliciente que el de la vida p'ublica con su balumba oficial. Nacer en Suchau, que produce los hombres m'as hermosos; vivir en Cant'on, para'iso de los bienes terrenales, y morir en Lauchan, donde se fabrican las mejores cajas de muerto, son los tres dones m'as preciados que la naturaleza puede hacer a un hijo de Confucio. Las noventa y tantas millas que separan al emporio chino de la colonia de Hong-Kong, y de las cuales m'as de dos tercios son de navegaci'on fluvial, se recorren en unas siete horas en vapores de r'io, sistema americano, pertenecientes a compa~n'ias, ya ind'igenas, ya inglesas, con servicio cuotidiano de d'ia y de noche. Ni Cunard, ni las Mensajer'ias, ni la Mala del Pac'ifico, ni la Trasatl'antica, ni la Trinacria pueden compararse en lujo y comodidad con algunos de los buques de esta empresa brit'anica. Construidos para cortas traves'ias, sin riesgo de ninguna especie (pues al menor indicio de tif'on dejan de circular), estos steamers tienen en el centro de la cubierta la c'amara; vasto y elegante sal'on ventilado en verano por multitud de ventanas que permiten al viajero admirar las riberas sin moverse de su sitio, y abrigado en invierno por calor'iferos y estufas. Los camarotes son verdaderos gabinetes, con camas en vez de literas, l'amparas suspendidas e inmensos tocadores de m'armol provistos de irreprochables art'iculos de limpieza. El pasaje no cuesta m'as que tres duros, y uno y medio cada comida, que en cantidad satisfar'ia la intemperancia de L'uculo, y en calidad merecer'ia el aplauso de Brillat-Savarin; se la roc'ia con Burdeos, Jerez, Porter y Pale-ale, sin contar los licores que precipitan el Moka, y a~nadiendo un desayuno a elecci'on en los viajes de noche. Viajar por agua sin columpiarse, es el bello ideal de la locomoci'on: metido, pues, en un palacio que se desliza, avanza uno con vertiginosa rapidez embelleciendo con la feliz disposici'on del 'animo los detalles que le salen al encuentro. Para Boca Tigris, fortificaci'on que defiende la entrada del r'io, es la primera sonrisa del excursionista, que en cada mont'on de tierra que saca la cabeza del agua, reconoce siempre a un simp'atico amigo. Renuncio a juzgar si este mamel'on est'a bien o mal artillado, porque en punto a ca~nones, yo no he tenido trato m'as que con los de las plumas cuando se estilaban de ave. Lo 'unico que s'e, es que los chinos lo miran como un Gibraltar, y los europeos se r'ien de 'el. Sumando, pues, ambos t'erminos, y tomando la proporci'on media, deduzco que con unas leccioncitas de los oficiales del ramo ingleses y buena p'olvora de Albi'on, el ruido y las nueces andar'ian equilibrados. Remontando aquellas riberas amenizadas con las t'ipicas torres de cinco, seis o siete pisos, terminados por tejadillos en forma de ara~na y alfombradas de diversas plantaciones, ll'egase a Wampoa, avanzada de Cant'on, donde ya nos interceptan el paso los innumerables botes de la poblaci'on flotante, condenada a vivir y morir en sus esquifes, y cuyo n'umero excede a toda ponderaci'on. Los ingleses llaman a estas embarcaciones Slipper-boat (barco zapatilla) por la forma que afectan con su puntiaguda proa y sus toldos agalerados de bamb'u: el efecto real es el de un cerdo nadando. Al verlos hacinados a miles bajo los puentes de Cant'on y en los puntos m'as resguardados del r'io, se le ocurre a uno preguntar si la ciudad est'a abandonada, pues no parece sino que se ha trasladado a bordo el mill'on y medio de sus habitantes. Por fin se atraca: estamos en el emporio chino. Cerremos los ojos ante aquella especie de muladar que constituye el car'acter distintivo de los barrios celestiales, y apretemos el paso para hacer entrar a los sentidos en puertos de salvaci'on. Despu'es nos encenagaremos. Antes de rebasar la l'inea, nos sorprende un edificio severo y majestuoso con cara de persona decente y acomodada. Es el Custom house o aduana inglesa. Sabido es que cuando la poderosa Albi'on termin'o a ca~nonazos sus diferencias con el imperio del Medio, intervino las aduanas, como garant'ia del pago de la indemnizaci'on de guerra. Saldada que fue la operaci'on, observ'o el gobierno chino que los rendimientos durante la gesti'on administrativa de sus apaleadores, hab'ian sido mucho m'as ping"ues que en manos de sus funcionarios nacionales; y rog'o a aquellos que continuasen en su tarea por cuenta del Estado en lo que se refiriera a importaci'on o exportaci'on en buques extranjeros. Desde entonces radica en Pek'in un inteligent'isimo Director general, retribuido con un elevado tanto por ciento sobre el total de la recaudaci'on, a cuyo cargo, elecci'on y coste, est'an los funcionarios de las diferentes agencias fiscales del imperio. Sujetos a un escalaf'on riguroso y a reglamentos fijos, ex'igeseles a estos empleados el conocimiento perfecto del ingl'es, e ingresan en el cuerpo, despu'es de unos meses de prueba, con un haber m'inimo de ciento veinte pesos al mes y casa en com'un o independiente si son casados. Simultaneando con el ejercicio de sus funciones, aprenden la lengua mandarina y obtienen sus ascensos a medida de su aplicaci'on, hasta llegar a jefes de departamento con diez, doce y creo que hasta catorce mil duros anuales, y habitaci'on, criados, convites oficiales y otros gastos satisfechos. El personal se compone de ingleses, americanos, espa~noles, franceses, italianos; de todas las nacionalidades en fin. De ese modo el d'ia que el gobierno chino quisiera prescindir de la administraci'on inglesa, habr'ia una reclamaci'on universal de intereses lastimados, y tendr'ia que someterse a la dura ley de la fuerza. Esto es entenderlo y saber hacer duraderas las cosas. Lo mismo nos pasa a nosotros. No nos entristezcamos y pasemos adelante. Atravesando el puente de los se~nores, pues el otro que lo separa de la poblaci'on china est'a destinado a la servidumbre, nos encontramos en Shameen; islote no m'as grande que una manta de cama peque~na de matrimonio, cuyo terreno constituye la concesi'on o morada europea. Habitado por el cuerpo consular, los funcionarios de la aduana y los agentes de las casas de comercio extranjeras, Shameen encierra en junto treinta familias. Cada casa es un peque~no hotel con su galer'ia abierta sobre la fachada, respirando alegr'ia, riqueza y buen gusto. El arroyo es de c'esped y las calles andenes de jard'in. Hay una capilla protestante y hasta gente que se pasea a caballo y al trote. !Qu'e temeridad! Pero no vayan ustedes a figurarse que aqu'i se detienen las maravillas del peque~no Lilliput: es todo un Estado bajo la base del comunismo. Un c'onsul es administrador de correos con la responsabilidad y formalidades de un funcionario p'ublico. Todos los habitantes, excepto las se~noras (que me parece que son nones y no llegan a tres), est'an obligados a prestar servicio como bomberos. El de las armas es gratuito y obligatorio: al menor asomo de revuelta por parte de los chinos, como aconteci'o hace dos o tres a~nos, cada cual empu~na el 'util de guerra de que dispone, organ'izanse guardias y retenes, los vapores de la l'inea aprontan sus calderas; y, como fuera vano empe~no resistir, al primer tiro de alarma, todo el mundo a bordo: el ej'ercito de tierra se convierte en fuerzas de mar. Sobre ser tan peque~na la isla, a'un queda espacio para un elegante paseo sobre el malec'on; desde el cual, dirigiendo la vista del lado de la tierra, aperc'ibense hombres que se agitan en diversas direcciones, pelotas que describen giros parab'olicos y raquetas que muy a menudo resignan sus poderes en la cara de su due~no. Son praderas p'ublicas, trinquetes a la inglesa, sport verdadero, donde los moradores entretienen sus ocios con el ejercicio g'imnico del cricket. Teniendo ya lawn-tennis, no pierdo la esperanza de asistir a un handicap en el futuro hip'odromo de Shameen. ?Me preguntan ustedes qu'e ruido de billar es el que sale por las ventanas de ese magn'ifico edificio? Pues qu'e quieren ustedes que sea sino el del billar del club ingl'es; donde adem'as de todos los juegos l'icitos y de todas las bebidas y reconfortantes g'astricos apetecibles, encontrar'an ustedes una magn'ifica biblioteca, de cuyas obras se puede disponer a domicilio, y habitaci'on dispuesta para que pernocte el socio transe'unte. Esto sin contar los peri'odicos y el papel gratis para la correspondencia. Pero no nos detengamos aqu'i, que mejor que el club ingl'es es el alem'an, en el que, am'en de las mismas comodidades y atractivos, existe un teatro, un verdadero teatro com'un de dos; pues en 'el los pobladores de Shameen hacen de hombres y mujeres; de actores y p'ublico; de empresario y abono. ?Quieren ustedes m'as? Pues como no nos metamos en un houseboat (bote-casa), con su dormitorio, cocina y dem'as menesteres, para entrarnos r'io adentro y pasar ocho d'ias consagrados a la pesca o a la caza en domicilio flotante propio, de que nadie carece, la isla ya no da m'as de s'i. Ahora repasemos el puente; hagamos irrupci'on en la ciudad china y digamos como en los libretos de las comedias de magia: Mutaci'on. As'i como el comedor de la casa de aquel chusco era tan bajo de techo que no pod'ia comerse en 'el m'as que lenguados, as'i las calles de Cant'on son tan estrechas que no hay mortal que entre en su recinto si no es con calzador. Extendiendo los brazos, y hablo en serio, se tocan ambas paredes; y en todas las esquinas hay una tienda con una puerta en cada lado del 'angulo, a fin de que, al cruzarse dos palanquines, mientras el uno sigue por el arroyo, el otro tome por el almac'en y no se interrumpa la circulaci'on. De trecho en trecho un enorme port'on se atraviesa en el camino para limitar un barrio; abierto al tr'ansito de d'ia, ci'errase al ponerse el sol, y nadie pasa sin permiso del portero, lo que permite no solo localizar cualquier mot'in en un momento dado, sino saber qui'en trasnocha y por qu'e motivo. El que haya visto una poblaci'on china las conoce todas; su construcci'on es id'entica. Casas hechas con un ladrillo gris azulado, sin m'as presi'on que la de los pies del obrero, y que no enlucen jam'as ni en paredes ni en tabiques: vigas al aire; en el interior una zahurda; en la fachada una puerta con una ventana encima. Escalas de mano para el acceso: dos o tres industriales viviendo en comunidad, y toda clase de animales dom'esticos, desde el guarro hasta la chinche, compartiendo el hogar con los moradores racionales. El chino rico solo se diferencia del pobre en tener casa m'as grande y poseer m'as dinero. Pek'in es la 'unica ciudad que reviste otro car'acter. Sus calles anchas tienen en el centro a modo de un terrapl'en formado por la basura, que arrojan los vecinos y que el sol se encarga de secar y corromper. Sobre esta alfombra transita la gente, ya a caballo ya en carretas, en las que no cabe m'as que un individuo sentado en el fondo de la caja; porque asientos, Dios nos los d'e. El polvo es asfixiante y f'etido; pero la municipalidad ya lo tiene previsto todo: ha colocado de distancia en distancia unos recipientes de barro que hacen el oficio de columnas mingitorias; y a determinadas horas del d'ia la escuadra de la limpieza, provista de sendos cazos, riega la v'ia con aquel precioso licor. No hablemos m'as de Pek'in; en primer lugar porque no lo conozco y me alegro; y en segundo, porque mis lectores han de participar de mi alegr'ia. __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CANT'ON II Ya estamos dentro de Cant'on; ya estamos en medio de esta red de estrechas callejas, llenas en toda su extensi'on de tiendas y tiendecillas. ?En d'onde est'an los que consumen? se pregunta uno al ver aquella profusi'on de abastecedores. Porque en efecto, no hay una sola casa que no sea una tienda, a excepci'on del barrio t'artaro, erigido en una zona especial, cuyos moradores, de m'as bizarro continente que los chinos, y soldados por derecho de raza (pues pertenecen a la nacionalidad de la dinast'ia manch'u reinante) tienen viviendas de un solo piso, jalbegadas por el exterior, y si mucho menos aseadas, parecidas a las de algunas aldeas pobres espa~nolas. El fen'omeno se explica con recordar que Cant'on es a Asia lo que Par'is a Europa. Los cuatrocientos millones de habitantes del Celeste imperio se surten en 'el, no solo de los art'iculos de lujo, sino de los de boca de primera necesidad que, salados y secos, transportan a los 'ultimos confines en millares de lorchas o juncos de su temeraria cuanto rutinariamente diestra marina mercante. Dicho sea en honor de la verdad, hay algunos establecimientos que seducen, no por la suntuosidad de los edificios, que en poco o en nada difieren de los otros, sino por la riqueza de los objetos que en ellos se expenden. Los bordados de seda, las lacas, las porcelanas, los tejidos, las incrustaciones de n'acar sobre madera, peculiares del Tonk'in, las siller'ias de tamarindo (el 'ebano local), las tallas perfeccionadas de Ning-po con aplicaciones de marfil, las filigranas de plata y oro, y las antig"uedades, fascinan por su valor intr'inseco y por la novedad que producen a nuestros ojos; pero carecen de aquella variedad infinita, del gusto ejemplar de la industria europea, y sobre todo de su perfecci'on irreprochable. Aqu'i no hay nada bien concluido, y las m'as preciadas joyas concluyen por hastiar a fuerza de monoton'ia. Se fabrica sobre un tipo y solo var'ia la materia. El arte, como la existencia del chino, est'a sujeto a patr'on. As'i es que cuando se han aprendido ya de memoria las dos docenas de moldes en que se vac'ia su inteligencia industrial, los bazares suntuarios con sus preciosidades gemelas (o por lo menos con su aire incontestable de familia) y sus enormes muestras de planchas de charol con caracteres de oro que, pendientes del arquitrabe y rasando el suelo en sentido vertical, dan a la calle el aspecto de una columnata, quedan eclipsados por la asombrosa multiplicidad y el inagotable surtido de abacer'ias, bodegones, ropavejeros, confeccionadores de toscos objetos de papel para conmemoraci'on de los difuntos, y tantos y tan repugnantes comercios bajos que, ora detienen la marcha del transe'unte con un buey o un cerdo abierto en canal junto a la carcomida tabla anunciadora: ya le salpican el rostro con la sangre del pescado que cortan a rebanadas; o provocan sus n'auseas, en fin, con la exhibici'on de verduras en salmuera, salazones de especies desconocidas, gusanos de seda sacados de las perolas de las f'abricas de filatura para ser comidos con arroz, hierro enmohecido, festines de animales al aire libre, dentistas ambulantes revestidos de rosarios de muelas, barberos que sacuden sus navajas sobre los circunstantes, hombres desnudos que, con sus amarillentas manos provistas de largas y negras u~nas, sacan de las vasijas los manjares que aquel pueblo fam'elico devora con avidez; ciegos en filas de seis y ocho tocando campanillas para no ser atropellados por la muchedumbre, mendigos con 'ulceras y escr'ofulas que solo se creen vi'endolas, truhanes, agoreros, jugadores de dados y fumadores de opio. Este es el Cant'on t'ipico: miseria, basura, abyecci'on. Apenas anochece cesa el ruido; las puertas se cierran herm'eticamente. En las primeras horas arden unas candelillas, que cada familia enciende a sus dioses penates en hornacinas abiertas sobre el umbral. Cuando se apagan, todo queda en tinieblas. Entonces aparecen las rondas nocturnas, armadas de lanzones retorcidos, partesanas, escudos de mimbre, y precedidos de un gong o campana china, en el que dan sendos porrazos; con lo que consiguen dos objetos: despertar al que duerme y prevenir a los ladrones para que burlen su vigilancia. Una buena costumbre, que debe ser imitada en ciertos pa'ises donde la polic'ia deja mucho que desear, es la de hacer responsables a los inquilinos con tienda abierta de los des'ordenes que pueden ocurrir en la calle delante de su casa. De ese modo el temor de una multa, hace que en cuanto en el arroyo se origina una disputa, salga el tendero provisto de un garrote o de cualquier otro argumento de persuasi'on, y se lleve a los contendientes a la zona de su vecino, quien a su vez repite la operaci'on, y as'i sucesivamente hasta dar con la fuerza p'ublica, que termina en la c'arcel la partida de tente-tieso. Las pagodas, aunque en la parte consagrada al culto difieren poco entre s'i, tienen notables diferencias de aspecto como edificios. Cu'entanse a centenares, por lo que no nos detendremos mas que en las que ofrezcan alguna particularidad. La de los Quinientos 'idolos es sencillamente un museo de escultura encargado de perpetuar, en toscas figurillas de madera dorada de medio tama~no natural, la memoria de los que se han distinguido por cualquier concepto. Un padre que tuvo muchos hijos, un hombre que alcanz'o una gordura fenomenal (signo de favor celeste), un individuo virtuoso, un general valiente, est'an seguros de inmortalizarse en aquel totum revolutum de santos, h'eroes y monstruos de feria. No hablemos del m'erito art'istico de las estatuas. Hay all'i (y por cierto que es circunstancia singular) una reproducci'on del gran viajero del siglo XIII, del veneciano Marco Polo, con una chaquetilla de trajinero de la Mancha y un hongo pavero, que pedir m'as fuera goller'ia. La de la Campana es solo notable por el gigantesco tama~no de la que pende de una oscura y medio derruida linterna. Todos estos templos poseen la suya adem'as del gong y del bombo con parche de piel de vaca sin curtir; pues, seg'un la tradici'on, los primitivos bonzos eran criminales condenados al aislamiento; y deb'ian anunciar, con una campanada repetida cada quince minutos, que no hab'ian apelado a la fuga. La Torre de porcelana, mal comprendida entre las pagodas, es uno de esos pol'igonos de varios cuerpos que figuran en todas las telas de abanicos y cuyas tejas barnizadas relucen al sol con varios cambiantes. Sus relieves de buen gusto y su elegante forma la conquistan un primer lugar entre los monumentos de su especie. La Pagoda de los Cerdos, as'i llamada por una pocilga en la que pasan feliz existencia cinco o seis ejemplares sagrados de ellos, que se renuevan anualmente, encierra un culto simb'olico; pues parece ser que, seg'un la metempsicosis, el hombre que transmigra a aquel animal inmundo es de los menos pecaminosos; y tiene la seguridad de recobrar pronto su condici'on primitiva, visto que la vida del marrano no excede por lo com'un de doce meses. Constituye, en una palabra, una dosis de purgatorio a su manera, tanto m'as pronto redimido cuanto menos tardan en desarrollarse las mantecas del pecador. La de los Cinco pisos, desmantelada, no sirve ya mas que de mirador, en gracia de su altura, y fue cuartel general del ej'ercito de ocupaci'on. El ritual del culto de Buda, cuya religi'on tiene tantos puntos de contacto con el cristianismo, se parece bastante al ceremonial cat'olico. El oficiante junta las manos sobre el pecho, como nuestros sacerdotes, con ligeras alteraciones en la colocaci'on de los dedos; y hasta en sus cantos hay inflexiones que dir'ianse copiadas de nuestra liturgia. Jam'as olvidar'e la impresi'on que me produjo un servicio f'unebre a que asist'i en Macao con motivo del entierro m'as suntuoso que registran los fastos chinos. Invirti'eronse en 'el cerca de cuarenta mil duros; pues en los cien d'ias que se conserv'o el cad'aver en la casa y que, seg'un el budismo, es el tiempo que el alma anda errante hasta ocupar su puesto en la regi'on de los esp'iritus, cuantos parientes, deudos y amigos acudieron a rendir el 'ultimo tributo al finado, fueron mantenidos, incluso de opio, a expensas del hijo primog'enito. Sin detenerme a describir las maravillas de ornamentaci'on de la casa mortuoria, atestada de muebles excepcionales, de plantas en cuya cultura hab'ian intervenido tres o cuatro generaciones para ir conduciendo los tallos hasta formar con las robustas ramas caracteres, figuras y s'imbolos; de objetos de papel para quemar ante la tumba que se confund'ian con el marfil, el bronce y el cristal; omitiendo la narraci'on de los tres meses de ceremonias religiosas, en las que tomaron parte sesenta bonzos y dos obispos o jefes de comunidad, referir'e a la ligera la que tuvo efecto la v'ispera de la inhumaci'on. Una pagoda, aislada de la capilla ardiente, ocupaba dos habitaciones contiguas. En la interior y bajo unos arcos de ramaje de una transparencia cristalina, profusamente iluminados, doce bonzos y un superior vestidos de seda y oro y apoyados en una fauna simb'olica, se manten'ian en 'extasis. !Qu'e inmovilidad en aquellas dif'iciles posiciones! !Qu'e inercia y qu'e absorci'on en aquella actitud contemplativa! Era preciso detenerse media hora ante aquellas estatuas animadas, para sorprender una ligera oscilaci'on que acusase un soplo de vida en su marm'orea rigidez. As'i se mantuvieron desde las seis de la tarde hasta la una de la madrugada. En la pieza vecina, atestada de relicarios gigantescos de filigrana, revestida de pa~nos bordados, en que el oro entraba por arrobas, e iluminada profusamente, ve'ianse unas mesas dispuestas en trapecio, como en los festines de las 'operas. Ocupaban las de los lados los bonzos de orden menor, cubiertos de unas hopalandas oscuras y ce~nidos de unas fajas y bandas de diversos colores, seg'un la comunidad a que pertenec'ian. En las tres del fondo estaban los oficiantes. Sobre estos y en un trono de nubes pendiente del techo, yac'ia recostado un obispo en el mismo arrobamiento que sus otros compa~neros de reposo; si bien acompa~nado de dos harapientos culis, que con sendos abanicos, le refrescaban la atm'osfera delet'erea de aquella elevaci'on en que se acumulaban las emanaciones del aceite de las luminarias y la respiraci'on, a menudo ruidosa, de sus colegas y del auditorio celeste. Otros mancebos, con m'as o menos mugre, distribu'ian t'e a los religiosos. Preces, invocaciones, purificaci'on de la morada por el fuego y mucho golpe de gong acompa~nado de dulzaina, formaron la parte esencial de la ceremonia. Por fin, el oficiante principal se puso en pie detr'as de su mesa; y en medio de un silencio sepulcral, levant'o los ojos al cielo, blandi'o dos campanillas y se puso a comunicar con el muerto. Despu'es del Dies irae del catolicismo, no conozco nada m'as sublime que ese coloquio de la religi'on con el pecador. Ni una voz, ni un canto, ni una palabra; pero !cu'anto arte en las vibraciones del timbre que, ora simulan el terror del alma puesta al borde del abismo de las penas eternas; ora traducen la satisfacci'on y la gratitud del esp'iritu arrancado de repente a la condenaci'on, por las plegarias de los vivos; o bien, por 'ultimo, evapor'andose en una imperceptible noci'on del sonido, acusan el alejamiento del h'alito vital por las regiones et'ereas, para volar a fundirse en Dios, principio y germen de todo lo creado, de quien era part'icula y a cuyo todo se restituye! Es un pasmo de ejecuci'on y un torrente de sentimiento. Por desgracia, pronto descubren la oreja; pues el difunto, para quien aquel d'ia suele ser siempre nefasto, responde que su alma est'a sufriendo crueles torturas, que no cesar'an hasta que doten con una fuente en que naden peces de colores a tal convento, o hagan a cual otro los donativos que sus riquezas le permitan; de modo que el est'omago se apodera de la sublimidad de la concepci'on, y toda la grandeza del esp'iritu se desvanece entre la gente bonza, ante una soluci'on g'astrica de refectorio. Cerremos esta cr'onica religiosa con cuatro palabras sobre la Catedral erigida en el centro del barrio t'artaro. De orden g'otico, est'a tallada en duro granito y recuerda la de Amiens. Carece a'un de pavimento, de ornamentaci'on, de altares y de objetos de culto, y van invertidos en ella ocho millones de francos, producto de donaciones y limosnas. Su di'ocesis alcanzar'a a veinte personas; sin embargo, al verla ostentar su inmensa nave en medio de mill'on y medio de gentiles, dir'iase que ha sido construida en la previsi'on de que pueda servir para mill'on y medio de cat'olicos. Todo es de esperar de nuestras intr'epidas misiones. __________________________________________________________________ CANT'ON III En la parte opuesta del r'io, llamado Honam, hay unos jardines, que visitaremos, por no quedarnos sin verlo todo; pero no porque merezca la pena de perniquebrarse al pasar aquellos carcomidos puentes, ni de atrapar unas fiebres pal'udicas por intentar en vano reflejar nuestra imagen en el impuro seno de unas charcas cenagosas. La flora es rica, pero descuidada; y como esta excursi'on no es cient'ifica, suprimo por inoportuno lo que habla a la inteligencia y callo por inexistente lo que halaga los sentidos. No saldremos, sin embargo, de all'i sin entonar un himno de asombro a la camelia de Cant'on, rar'isima variedad, que solo florece de dos en dos a~nos y cuya forma es una verdadera maravilla. Red'ucese a una estrella de varias puntas, cada uno de cuyos radios est'a compuesto de p'etalos sobremontados, que disminuyen hacia las extremidades con una simetr'ia y proporci'on geom'etricas. Estos p'etalos, que son de color de rosa p'alida, doblan sus bordes hacia fuera, presentando una fimbria de matiz m'as fuerte, que dan a la flor, como dejo dicho, el aspecto de una estrella de escamas, con c'irculos conc'entricos festoneados de rojo. No salgamos del slipper boat, toda vez que nos hallamos en el r'io; y desafiando su impetuosa corriente, dirij'amonos de nuevo a las m'argenes de la ciudad china, en busca de los tan afamados botes de flores, donde los celestiales comparten los placeres nocturnos con los teatros y los culaus; bodegones sobre los que vale m'as callarse, y espect'aculos de que es preferible no volver a decir una palabra. Constituyen aquellas mansiones de la alegr'ia unas enormes barcazas flotantes, que en nada difieren entre s'i, a pesar de su n'umero. Vista una, vistas todas. Alegremente pintadas al exterior, ocupa el puente un sal'on alumbrado por linternas y amueblado con sitiales y mesillas. Unos canastillos de flores penden del techo: y all'i se come, se bebe y se fuma, mientras unas cuantas mujeres de jalbegado rostro, con los p'omulos y los p'arpados cubiertos de almazarr'on (aristocr'atico afeite del bello sexo), bien vestidas y mejor peinadas (pero nunca limpias), cantan, al parecer acompa~nadas de instrumentos m'usicos, muy semejantes para nosotros a los de tortura, preparan las pipas de los consumidores y les dan conversaci'on. Todo ello sin algazara expansiva, pac'ificamente y sin ulteriores consecuencias. Los hombres pagan y no ri~nen; y a las cantantes les dura el peinado intacto una semana, que es lo que tarda en volver la peinadora. No hay propinas. Se me olvidaba consignar que los europeos deben ir provistos de alg'un frasco de esencia con que preservar el olfato de ciertas emanaciones, porque adem'as de los perfumes urbanos, existen los fluviales, despedidos por unas g'ondolas que constantemente est'an cruzando el r'io cargadas con materias para el abono de sus f'ertiles tierras de labor, y a las que los habitantes de Shameen han bautizado con el nombre de tigres, no s'e si por el aliento que exhalan o por el terror que inspiran: lo cierto es que se las presiente y se las huye. Saltemos a tierra. ?Pero qu'e es esto? ?Tocan somat'en? ?Hay alg'un incendio? Toda la gente mira hacia arriba, y provistos de gongs, cacerolas, latas de petr'oleo o simples pedazos de bamb'u, grandes y chicos, j'ovenes y viejos, hombres y mujeres golpean y gritan a quien mete m'as ruido. !Ah! No hay que asustarse. Es que hay eclipse, y como seg'un la astronom'ia china, este fen'omeno tiene lugar porque la luna ri~ne con el sol, y en la contienda lleva la casta Selene la mejor parte, pues empieza ya a comerse al astro del d'ia, los moradores de la tierra la obligan por aquel medio a soltar el bocado, a fin de no quedarse sin luz y sin calor; lo que consiguen siempre, porque aqu'i no tiene el mismo significado que en Europa lo de ladrar a la luna. Verif'icanse en Pek'in y en Cant'on alternativamente los ex'amenes anuales para los diversos grados de mandar'in. Los ejercicios se hacen por el sistema celular; es decir, que cada examinando queda recluso y tabicado durante unos d'ias, con el objeto de escribir su tesis sin el auxilio de bibliotecas ni consultores; y a este fin se destina un edificio conocido con el nombre de las once mil celdas, que mas propiamente deber'ian llamarse chiqueros. No es, pues, una universidad, porque la ense~nanza es libre y a domicilio; y tampoco es una pocilga, porque son miles de ellas. Con saber las m'aximas de Confucio, los comentarios de Mencio, la cronolog'ia de los emperadores y contar hasta diez mil, sale de all'i un hombre con aptitud para general, almirante, presidente del Supremo, obispo, ministro de la m'usica (existe un ministerio ad hoc) o cualquier otro cargo en armon'ia con sus aficiones o al alcance de sus recursos, pues importa saber que en China la administraci'on del Estado se concede a la puja. Luego nos extenderemos sobre este particular. Recordemos antes a los lectores que lo hayan puesto en olvido, que existe una loter'ia llamada Vaiseng (desterrada del imperio y acogida al pabell'on portugu'es en Macao), reducida a jugar sobre el nombre de los examinandos que se presume que han de ganar el curso. Cu'al sea el n'umero de los jugadores ded'uzcase de lo que el monopolizador paga al gobierno del establecimiento lusitano, que en la 'ultima subasta trienal satisfizo la enorme suma de seiscientos cuarenta mil duros. As'i es que cuando la opini'on se inclina por tal o cual estudiante de reconocida aplicaci'on e incontestable inteligencia, el concesionario, ante la probabilidad de tener que satisfacer grandes premios, procura sobornar a los examinadores para que desahucien al candidato, o corromper a este con d'adivas para que abdique del 'exito. Volvamos a lo de la puja. Cant'on, capital de los dos Kuanes (Kuan-tung y Kuan-si) es la sede de un a modo de gobierno de provincia; con la sola diferencia de que el gobernador tiene el t'itulo de virrey y ejerce jurisdicci'on sobre cuarenta millones de habitantes en una extensi'on de 435,000 kil'ometros cuadrados. Pues bien; cuando el gabinete de la metr'opoli, o m'as propiamente hablando, el emperador -y en su defecto el regente, si como acontece ahora, el soberano est'a a'un en la menor edad- trata de proveer el cargo, elige un mandar'in de la m'as elevada categor'ia; pero siendo muchos los aspirantes, opta por aquel que ofrece mayor suma de rendimientos al Estado. Por supuesto que el monarca repite, como Luis XIV, el Estado soy yo. Una vez el agraciado en el ejercicio de sus funciones, saca sus cuentas y dice: <> Y en efecto; llama a los mandarines sufrag'aneos, y suma por aqu'i, multiplica por all'a, 'el se las arregla de modo que le salgan los cuatro. Pero ?qu'e acontece? Que, como las autoridades inferiores han escalado sus destinos por igual procedimiento, apelan a los mismos recursos econ'omicos; y p'idales lo que les pida el virrey, se lo dan, pues toda la operaci'on se reduce a aumentar la derrama entre sus administrados. No hay m'as ley que el capricho, y es in'util quejarse, porque al que protesta se le confiscan los bienes, y al que se resiste lo decapitan. Para muestra basta un bot'on. El general de las fuerzas militares de Cant'on, a quien tuve el gusto de conocer, y que entre varias cosas notables me pregunt'o si Espa~na estaba junto al Per'u, responde de un contingente de doscientos mil soldados, pues el efectivo apenas llega a la mitad; los restantes figuran solo nominalmente en los cuadros del ej'ercito, y el pre se cobra pero no se paga. El d'ia que hay una revista general, lo que ocurre de higos a brevas, se echa mano de los culis de los oficiales, de los cargadores, mozos de esquina, vagos y mendigos, y hasta la otra. Este espect'aculo, que tiene mucho de curioso (y no en la acepci'on de limpio), se divide en dos partes. Es la primera una parodia de t'actica al estilo europeo, en que las voces de mando son sustituidas por golpes de gong y las descargas dirigidas por los banderines de las secciones. Los movimientos resultan a discreci'on, sin duda para corresponder al calzado de la tropa, que es tambi'en discrecional. Unos llevan borcegu'ies viejos de se~nora con bigotera de charol, otros botas de hombre con la ca~na por fuera, algunos los usan de gendarme franc'es montado, y la generalidad caret utroque. En fusiles los hay desde el arcabuz hasta el de aguja, largos y cortos, y que apuntan y no tiran. La parte nacional comprende el tiro al blanco con arcos de un peso y de una tensi'on excepcionales; la esgrima de lanza, en la que agotan todos los recursos de la gesticulaci'on para hacerse miedo; y las maniobras h'ipicas con jinetes, que montan y desmontan a la carrera, se tienden sobre el caballo, que es poco mayor que una rata gorda, y ejecutan, en fin, todas las habilidades propias de los clowns. Ah'i van algunos datos curiosos. Seg'un la estad'istica de Behm y Wagner de 1874 a 76, las veinticinco provincias en que se divide el Imperio del medio, contando la China propiamente dicha y los pa'ises tributarios, miden una superficie de 10.466.655 kil'ometros cuadrados, y tienen una densidad de 434.446.514 habitantes. Pero vaya usted a saber la verdad en un pa'is donde no hay censo y en el que es preciso sacar las cuentas como las presupuestaba de las obras municipales aquel arquitecto de Soria, que, pregunt'andole lo que podr'ia costar un matadero, respond'ia: <> Los ingresos de la naci'on, seg'un los ingleses, que son los m'as versados en la contabilidad china, ascienden por el presupuesto de 1875 a 79.500.000 taels (cada tael valiendo peso y medio), y se descomponen as'i: Por territorial 18.000.000 Impuesto sobre mercanc'ias 20.000.000 Renta de aduanas 15.000.000 Sal 5.000.000 VENTA DE CATEGOR'IAS 7.000.000 Ingresos eventuales 1.000.000 Ganados, agricultura y dem'as productos naturales y en especie 13.100.000 Total 79.100.000 En 1874 emiti'o el gobierno chino el primer empr'estito exterior por 15.691.875 francos, dando en garant'ia la renta de aduanas. Careciendo de administraci'on civil, no es para extra~narse que tampoco la tenga militar. Verdad es que el mismo vac'io se nota en ingenieros y estado mayor; y aun me atrever'ia a decir en el ej'ercito en absoluto, si no vinieran a desmentirlo los siguientes datos de Klaprotz, de que 'el no sale garante, ni yo tampoco, pues est'an adquiridos en los cuadros mitol'ogicos del ya conocido contingente ideal. Infanter'ia regular 300.180 hombres. Caballer'ia regular 227.000 >> Artiller'ia 17.000 >> Reserva 30.000 >> Oficiales del ej'ercito regular 6.000 >> Infanter'ia irregular 400.000 >> Caballer'ia irregular 273.000 >> Oficiales del ej'ercito irregular 5.200 >> Marina 32.440 >> Total 1.290.820 hombres. Si yo fuera ministro de la Guerra en China, pondr'ia una nota al pie de mi presupuesto departamental, como la de los antiguos billetes de diligencia en las observaciones sobre los equipajes, diciendo: <> Como no lo soy, y me alegro, me limito a consignar que el efectivo del ej'ercito celeste depende del resultado de las cosechas generales. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo CANT'ON IV Seg'un hemos consignado al principio, la dinast'ia reinante no es china, propiamente hablando, sino t'artara manch'u; es decir, invasora, dominante por derecho de conquista, y mirada, por consiguiente, con prevenci'on por los oprimidos. De aqu'i nace el que, favorecidos por la gran desorganizaci'on del Estado, tengan estos formadas sociedades secretas, que funcionan en el misterio, y cuyo fin, como f'acilmente se colige, no es correr tras la libertad en busca del derecho pol'itico moderno, sino sencillamente cambiar de yugo. Dos siglos hace que trabajan con este objeto, sin lograrlo. Hay adem'as otro partido: el extranjerista, compuesto indistintamente de t'artaros y chinos, que reconociendo las ventajas de la civilizaci'on, pide tel'egrafos, ferrocarriles, reformas en las costumbres y progreso, en una palabra; pero sus sectarios se hallan en minor'ia, pues ni el espect'aculo del gas incita a la masa tradicional del pueblo a desprenderse de sus linternas, ni el esp'iritu revolucionario del movimiento en sentido de avance, se aviene con la rutinaria y perezosa marcha de estos seres mec'anicos. Ello vendr'a, no obstante, y acaso muy pronto, pues ya empiezan a observar que la actividad es un elemento de riqueza, y el chino es avaro. Tomando pretexto de cualquiera de estas razones pol'iticas, sucede a lo mejor que un mandar'in cuyas aspiraciones no han sido satisfechas, se levanta en armas, recluta ciento cincuenta mil hombres, y recorre con ellos las provincias, amenazando absorber el imperio. Pero como en Pek'in le ven las cartas, le env'ian un emisario para que ajuste la paz con 'el; le dan algo de lo mucho que pide y una ma~nana el rebelde no amanece en el campo, con lo cual se disuelve el ej'ercito; porque, lo mismo en sublevaciones que en batallas, en faltando el jefe se acab'o el cotarro. Algunas veces, pocas, pillan al descontento y le cortan la cabeza, como acaeci'o hace cuatros a~nos con el general Li, que se hab'ia ense~noreado del Tonk'in, y cuyo recuerdo me trae a la memoria una frase del virrey de Cant'on, que no debo pasar en silencio. Esto me da pie para relatar nuestra visita al yamen o palacio del feudal lugarteniente del emperador. Agregado en calidad de curioso a la misi'on diplom'atica que cerca de Li-u (nombre del virrey, que no hay que confundir con el del general rebelde) fue a desempe~nar por entonces nuestro malogrado ministro en China D. Carlos A. de Espa~na, vest'ime, como los dem'as se~nores del cortejo, de chaqu'e y sombrero gacho; y suprimidos con el frac los guantes como innecesario e incomprensible atributo de cortes'ia en las altas y bajas regiones celestes, encamin'amonos todos en sendas sillas mandarinas forradas de algo que fue pa~no verde, y con alamares, que a haber conservado su envoltura de seda, hubieran sido negros, al yamen del gobernador, precedidos del porta-tarjetas para anunciarnos. Forman el palacio en cuesti'on multitud de anchurosos patios con pabellones sueltos, que en nada difieren, como arquitectura y muebles, de las casas de los chinos ricos. En la puerta exterior unos harapientos culis disparan seis morteretes; y unos hombres vestidos de colorines, con la cabeza calzada de una especie de enorme cencerro colorado, del que sal'ia como cimera una tiesa, larga y 'unica pluma de fais'an, se pusieron en fila junto a unos figurones gigantescos y rid'iculos de cart'on, dioses porteros de la morada. En el 'ultimo patio, y acompa~nado de su s'equito, nos esperaba el virrey, que graciosamente nos salud'o a todos cerrando los pu~nos, junt'andolos por las falanges y agit'andolos a la altura del pecho, como si zarandease una sonajera. Li-u, que respecto a fisonom'ia y modales est'a cortado por el patr'on general de su raza, en la que no se nota nunca esta diferencia de cutis, de movimientos, de dicci'on y de forma que distinguen a nuestras clases privilegiadas del com'un de las gentes, vest'ia t'unica de riqu'isimo sat'in celeste con caballa o balandr'an azul tina, ostentando en el pecho, a modo de sacerdote b'iblico, una placa cuadrada con los emblemas de su magistratura bordados en seda y oro. Botas de raso negro con ancha suela de fieltro blanco cubr'ian sus piernas hasta la rodilla; y de sus hombros pend'ia una esclavina de lustrosa piel de nutria, sobre cuyo fondo destac'abase un profuso collar de cuentas de 'ambar. Cubr'ia su cabeza el sombrerete mandar'in de castor, con un bot'on de coral del tama~no de un huevo de paloma, y de la parte posterior del bonete sal'ia en sentido horizontal un plumero a modo de rabo de zorra, que se extend'ia hasta media espalda. Invitados a pasar al pabell'on de las recepciones, encontramos servida en 'el una mesa con dulces, vinos, tazas de t'e y cubiertos europeos. El virrey puso al ministro a su izquierda, lugar de honor seg'un los usos locales, y al int'erprete a su derecha. Los secretarios, la oficialidad del aviso Marqu'es del Duero, el vice-c'onsul de Espa~na en Cant'on, y el cronista, muy servidor de ustedes, nos acomodamos donde quisimos, permaneciendo con nuestros hongos encasquetados, para seguir el ceremonial de la etiqueta confucista. Los oficiales de Li-u, de pie detr'as de nosotros a manera de coperos, nos escanciaban el champagne, y colmaban los platos de sabrosos limoncillos en alm'ibar, jengibre en dulce, guisantes azucarados y otras golosinas, por las que previamente hab'ia pasado sus manos el virrey, atestiguando as'i que pod'iamos comerlas con entera confianza, seguros de que no conten'ian veneno. El gobernador, entre bocado y bocado, daba una chupada a la pipa, que cada vez le cargaba su secretario particular; pues sabido es que el recipiente de estos utensilios no admite tabaco m'as que para una sola aspiraci'on. Y all'i empezaron a tratarse los asuntos de Estado con la asistencia de nuestros culis de silla y de los barrenderos, apaga luces y encargados de las salvas en el yamen, que hicieron irrupci'on en la sala, en uso por lo visto de un leg'itimo derecho; pues nadie los estorb'o en su faena de interrumpir con sus animadas conversaciones y carcajadas a los conferenciantes. -?Qu'e noticias hay de la insurrecci'on de Li? -pregunt'o nuestro plenipotenciario. -Eso acabar'a pronto -contest'o el virrey. Y haciendo un gesto de contrariedad: -El caso es -a~nadi'o- que yo he tenido en la mano el evitar esta revuelta, porque d'ias antes de levantarse en armas, y cuando todav'ia nadie sospechaba de su lealtad, vino a visitarme, y en su conferencia conmigo not'e cierta vaguedad en su mirada que no me dio buena espina. Tanto, que tuve una corazonada, y determin'e mandarle cortar la cabeza; pero luego !SE ME OLVID'O! !Desventurado pa'is donde la vida de los ciudadanos est'a a merced de las corazonadas de un gobernador! A 'el deb'ian mandarse a todos los que en la vieja Europa se rebelan contra la tiran'ia imaginaria del cumplimiento de sus obligaciones, porque 'avidos de privilegios injustos, olvidan que sus ansiados derechos no son m'as que sus propios deberes ejercidos por otro. Li-u, quitando la cobertera a su taza de t'e, nos invit'o a apurar las nuestras; lo que significaba que la conferencia hab'ia dado fin. Al d'ia siguiente, embarcado en un bote de flores, remolcado por una lancha de vapor, fue a devolver la visita al ministro; sin que en ella ocurriera otro incidente digno de relato, que la s'uplica dirigida a don Guillermo Lob'e, comandante del Marqu'es del Duero, de no saludarle con los ca~nonazos de ordenanza, hasta encontrarse fuera del alcance de los tacos. Lo que se cumpli'o, esperando para hacer la salva a que tomase tierra, y metido en la silla que all'i le aguardaba, desapareciese entre la multitud precedido de soldados, tocando gongs y caracoles (que hacen las veces de trompetas). Yo quer'ia llevar a mis lectores a conocer la c'arcel, pero no me atrevo, porque, francamente, es un espect'aculo que con dificultad se resiste. Me limito, pues, a pasearlos por delante del establecimiento, sito en una plazoleta cerrada por un murall'on, sobre el que se ven pintados monstruos de una fauna sui generis. All'i, convenientemente custodiados, se solean centenares de presos con la coleta cortada, envueltos en andrajos, comidos por la miseria, y ostentando la importancia de su penalidad, quien con la cabeza metida en la canga, cual arrastr'andose con los pies en cepo; otro, en fin, con una cadena sujeta a la garganta, y de cuyo extremo inferior pende una piedra como un queso de bola, en la que estriba su libertad, pues solo puede recobrarla el d'ia en que, por efecto del uso, el adoqu'in se desprenda de la cadena. Los mandarines encargados de administrar la justicia, proceden tambi'en por corazonadas. Cuando hay un delito que castigar, echan mano del presunto reo; pero si este se fuga, lo substituyen con su pariente m'as pr'oximo, o en defecto de familia, con el vecino m'as inmediato. El interrogatorio da principio, suspendiendo al que va a servir para satisfacci'on de la vindicta p'ublica, a un como banquillo de cama puesto en sentido vertical, amarr'andole por los pulgares de manos y pies. Por no prolongar esta posici'on insostenible, el acusado reconoce las m'as veces una culpabilidad de que est'a inocente; y ya convicto, no hay m'as procedimientos ni apelaciones: se le mete en la c'arcel y se aguarda la llegada de la primavera, que es la 'epoca en que a granel se verifican las ejecuciones. Ya no consisten estas, como antiguamente, en aserrar en dos a lo largo a la v'ictima, ni en cortarle lentamente en miles de pedacitos, ni en quemar a fuego lento, ni en ninguno de tantos primores como a'un se admiran en efigie en la pagoda de los tormentos; pero se flagela hasta la muerte; se divide viva en setenta y cinco trozos a la mujer ad'ultera; se estrangula a los c'omplices at'andoles una soga al pescuezo y tirando un verdugo de cada uno de los cabos; se tritura liando al reo con una cuerda y oprimiendo el cable a merced de un torno; y se decapita, por 'ultimo, a gusto del consumidor; porque si es pobre, se arrodilla en el suelo con las manos sujetas a la espalda y recibe dos o tres sablazos, hasta dividirle la cabeza del tronco: si tiene con qu'e pagar la supresi'on del sufrimiento, elige un ejecutor afamado, que con solo apoyar en la nuca la hoja, le corta de un golpe las v'ertebras cervicales, ni m'as ni menos que como se descabella a un toro: y si es muy rico, compra quien lo reemplace en el cadalso; lo que se obtiene, tanto por la indiferencia con que mira la muerte el chino de precaria condici'on (que halla en este mercado manera de que sus hijos le hagan honras f'unebres de que carecer'ia de otra suerte), cuanto por la benevolencia de los tribunales, que se contentan con que al crimen suceda el castigo, sea quien fuere el que lo sufra: por 'ultimo, cuando se cuenta con influencias, se soborna a los jueces, y entonces la faena se lleva a efecto fuera de la 'epoca reglamentaria; pero en lugar de salir el reo de la c'arcel metido en un canasto con las piernas colgando coram populo y a la luz del d'ia, lo llevan por la noche al campo del suplicio, donde le aguarda una litera que lo conduce a otra provincia, y el p'ublico se da por satisfecho con creer que la cabeza del inocente que yace en el suelo es la del verdadero criminal. Despu'es de referir tantos horrores, quisiera concluir con una frase de consuelo. Ya d'i con ella: No hablemos m'as de Cant'on. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ La Metempsicosis __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo I Pues se~nor, era una vez un tal don Abundio Recogido con quien tan bien cuadraba el apellido por la morigeraci'on de sus costumbres, como contrastaba el nombre por la escasez de sus recursos. Ex-profesor de Historia de un instituto de provincia, viv'ia reducido a los estrechos l'imites de su jubilaci'on de catedr'atico de entrada, pues jam'as pudo conseguir el ascenso. Era sin embargo feliz, tan feliz como puede serlo un hombre que a los sesenta a~nos habita un piso cuarto en la calle de la Palma Alta de Madrid, posee una regular biblioteca, se hace servir por una maritornes alcarre~na el chocolate con bu~nuelos a las siete de la ma~nana, come a las dos su eterno cocido, y digo eterno por carecer de principio y de fin, y cena a las once su inevitable guisado con patatas, precedido en invierno de unas sopas de ajo y seguido en la 'epoca canicular del indigesto pero refrescante gazpacho con pepino. Por las tardes de tres a cinco o de cinco a siete, seg'un la estaci'on, se encaminaba pian pianino a la calle de la Victoria y, ya saboreando un vasito de caf'e con leche, ya paladeando un chico de horchata, repasaba la prensa del d'ia que el camarero le iba presentando, seguro de que los dos cuartos de propina no hab'ian de faltarle. Todos los parroquianos del caf'e de la Vizca'ina conoc'ian a don Abundio; pero ninguno le trataba. No ten'ia amigos, y desde diez a~nos atr'as se le hab'ia bautizado con el mote de Juan Palomo, por aquello de yo me lo guiso y yo me lo como que reza el refr'an. Los domingos amenizaba el Moka con una copita de ron o las chufas con una raci'on de bizcochos. El primero de mes se permit'ia el despilfarro de una peseta para asistir al para'iso del teatro Real, y el quince se deleitaba con lo que entonces era literatura dram'atica en el teatro Espa~nol, donde por cinco reales ocupaba un asiento de galer'ia alta. Practicaba las fiestas de precepto, nunca faltaban en su bolsillo los cuatro ochavos que destinaba diariamente a la limosna de un anciano, de una mujer, de un ni~no y de un lisiado, y as'i tranquilo, ordenado y solo, llevaba don Abundio su existencia calzada con chanclos, tanto para evitar el lodo del mundo como para pasar por 'el sin hacer ruido y evitar el molestar y que le molestasen. Hab'ia con todo una nube en su horizonte, y el g'enero de vida que se hab'ia impuesto era como una especie de expiaci'on de su pasado. Hagamos historia. All'a en sus mocedades, don Abundio hab'ia tenido por amigo fraternal a un don Serapio Benigno Prudencio Manso y Cordero, natural de Toro, propietario, viudo y padre de un ni~no llamado Le'on, de quien el catedr'atico de historia hab'ia sido padrino al mismo tiempo que albacea testamentario de la madre. El lazo que los un'ia era tan estrecho que no ten'ian pan partido como suele decirse; y en casa del propietario hab'ia el cuarto de don Abundio, el cubierto de don Abundio y hasta las zapatillas de don Abundio, pues all'i se descalzaba, com'ia a menudo y aun pernoctaba con frecuencia. Fragility, your name is woman: Fragilidad, tu nombre es mujer, ha dicho Shakespeare, y aun cuando yo no s'e lo que quiso dar a entender con ello el poeta de Stratford, aqu'i lo aplico por si viniera bien, pues la fragilidad de don Serapio le condujo a contraer segundas nupcias en cuanto hubo acabado de llorar los doce meses reglamentarios a su difunta esposa. Ocioso creo consignar que don Abundio fue padrino de la boda y que, si bien retir'o sus zapatillas del hogar conyugal, sigui'o compartiendo frecuentemente con sus amigos el cocido de la amistad sazonado con el chorizo de la abundancia. Non bis in idem, dice el proverbio latino, que cito para que vean ustedes que lo mismo manejo yo las lenguas muertas que las vivas, y tambi'en para probar que efectivamente no se debe reincidir en nada si es esto lo que aquella m'axima prescribe; pues as'i como le pudo salir bien a don Serapio la segunda edici'on de su esclavitud, le sali'o en la frente, como vulgarmente se dice, para dar a entender que algo le sale a uno mal. Y en efecto, do~na Remigia, pues as'i se llamaba la consorte, le sali'o rana; y no lo digo porque careciese de pelo, que mata era la de sus trenzas capaz de adornar la cimera del casco de un oficial de caballer'ia; lo que ya creo que hab'ia tenido lugar cuando estuvo en relaciones con un teniente de lanceros de Calatrava; y en cuanto a guapa, llam'abanla en su pueblo la hermosa Judit no solo por sus encantos personales sino porque hac'ia perder la cabeza a cuanto Holofernes se le pon'ia a tiro. Pero pagada de s'i misma, esclava de su belleza, manirrota y poco dada al trabajo, result'o madrastra del hijastro y cara mitad del esposo; cara, en lo que ten'ia de dispendiosa, y mitad en lo que divid'ia al entero. Alegre como unas casta~nuelas eso s'i; porque su cama podr'ia parecer un plantel de esp'arragos por los cuarenta dedos que ella y su marido dejaban asomar por los agujeros de las s'abanas, las calcetas asemejar a los desiertos africanos por no tener una planta, los baberos del ni~no competir en barbas con un alba~nil en s'abado; pero ni una noche faltar'ia en su casa la tertulia de hombres solos, en la que se entreten'ian en juegos inocentes, entre los cuales el escondite, siendo don Serapio el encargado de buscar siempre sin encontrar nunca, especialmente a su mujer y a un empleado en consumos que ten'ian una habilidad notable para esconderse. Hubo a la saz'on una de esas expansiones populares que, como lluvia tras sequ'ia, lo fecundan todo, y del chaparr'on aquel brot'o una milicia nacional. Don Serapio fue nombrado capit'an de la cuarta del primero y don Abundio su teniente. Con este motivo las visitas del catedr'atico se suced'ian sin interrupci'on, pues a los deberes de la amistad se agregaban las exigencias de la patria. Aunque don Abundio frisaba ya en los cuarenta a~nos, conservaba rasgos de esa belleza a lo Espartaco que tanto cautiva a ciertas Evas id'olatras de la forma. Adem'as en su calidad de catedr'atico de historia, relataba con frecuencia la de Espa~na a do~na Remigia que, a fuer de mujer, se encantaba aprendiendo vidas ajenas. Si a esto se a~nade el aliciente del uniforme y la veleidad de la dama, f'acilmente se deducir'a de todo junto que, nueva edici'on de la se~nora de Putifar, do~na Remigia trat'o de quedarse entre las manos m'as de una vez la capa de don Abundio. Fiel este al que, imitando los tiempos de la Edad Media, llamaba su hermano de armas, rechaz'o como pudo las obsesiones de aquel s'ucubo tentador en quien la virtud de la v'ictima no hac'ia sino aguijonear el deseo. Pero ce que femme veut, Dieu ou le diable le veut. !Cuidado si s'e yo lenguas! Vamos al decir que do~na Remigia se empe~n'o en que all'i fuera Troya, y Troya hubo con su Paris y su Menelao correspondientes. Un d'ia de parada, estando reunido el batall'on en el patio de un ex-convento de carmelitas, don Serapio se apercibi'o de que se hab'ia dejado olvidada en su casa la alocuci'on que deb'ia dirigir a su compa~n'ia en el convite que despu'es de la formaci'on hab'ia de darle, para agradecer el honor de haberle elegido capit'an. Don Abundio fue el encargado de ir en su busca. Al entrar en el domicilio de su jefe, lo primero que vio fue a do~na Remigia acabando de ataviarse para asistir a la parada. Estaba hecha un brazo de mar; pero si hemos de ser justos, 'el no la iba en zaga. Aquellos pantalones blancos y relucientes cuya posesi'on se disputaban por arriba dos tirantes con las hebillas corridas hasta los hombros y por debajo unas trabillas con las que parec'ia llevar los pies en cabestrillo, eran el summum de la marcialidad de afici'on. ?Pues d'onde me dejan ustedes la casaca de pa~no verde botella con vivos y golpes de color de canario, que amarillo era el distintivo de los fusileros, y botones de metal numerados a un lado y otro del p'eti cerradito en forma de pechuga de pich'on? No hab'ia medio de resistir a un hombre que sobre sus cinco pies y cinco pulgadas se pon'ia un morri'on de un palmo cumplido, con una visera como el pescante de un coche, una chapa hasta la imperial despidiendo rayos de lat'on y un par de carrilleras con escamas. Pues no digo nada cuando repicaban gordo y le a~nad'ian el 'ultimo piso al chac'o. El golpe maestro era aquella cuarta de plumero en forma de nabo arqueado hacia delante, utensilio de triple utilidad, pues no solo quitaba el sol, sino que aventaba las moscas y llenaba de cortes'ias a los transe'untes. En esta forma, m'as la espada en el biric'u y el corbat'in de suela, se present'o don Abundio ante la esposa de don Serapio; y si hoy estar'ia para pegarle un tiro, entonces no cabe duda que estaba seductor. Do~na Remigia al verle lanz'o una exclamaci'on de asombro que le hizo dar tres o cuatro vueltas al plumero. 'El se descubri'o, y arregl'andose el cucun'e le expuso el objeto de su visita. Busca por aqu'i, busca por all'a, ni sombra de alocuci'on en el pupitre de don Serapio. Con la confusi'on y las prisas debieron ponerse tan cerca uno del otro, que el fleco de la berta de do~na Remigia se enred'o en uno de los botones de la casaca del catedr'atico, y c'atenlos ustedes trabajando por desasirse. Primero todo fueron risas, despu'es ya empezaron como a ponerse formales, el fleco no se desprend'ia y los dedos se enredaban. En suma, cuando don Serapio que hab'ia encontrado el discurso en el fondo del morri'on, entr'o en la casa para decirle a su amigo que no se molestase en buscarlo, pues hab'ia dado con 'el donde menos lo presum'ia, es decir cerca de su cabeza, encontr'o al teniente ascendido, y, se~nal'andole la puerta, dimiti'o la capitan'ia y se retir'o con su mujer a Toro de donde ya he dicho que era natural. Los remordimientos, la verg"uenza y el desprecio de s'i mismo que le inspiraba su conducta, produjeron en don Abundio unas viruelas que le pusieron entre la vida y la muerte. Por fin se restableci'o; pero ya no volvi'o a ser ni sombra de lo pasado. Transcurrido el tiempo reglamentario pidi'o su jubilaci'on y retir'ose a Madrid donde le tenemos buscando por la paz del cuerpo la tranquilidad del esp'iritu. Pero nada hay duradero sobre la tierra, ha dicho el sabio (y no lo repito en griego no s'e por qu'e). Un d'ia recibi'o una carta que, si empez'o llam'andole la atenci'on por la rid'icula forma del sobre, le llen'o de alarma al abrirla y verla fechada en Toro. Dec'ia as'i; salvo la ortograf'ia: <>El ni~no est'a en mi casa, jugando a la pelota de luto, porque son criaturas que nada entienden de aflicciones, y el sastre que es el pregonero se lo ha cosido en dos trancos. >>Don Serapio ordena y manda que usted sea tutor y curador de Leoncito, y se lo remitiremos si usted no viene seg'un la disposici'on del difunto cuya vida Dios guarde muchos a~nos. Juan Artola - Alcalde. Por no saber firmar hace la se~nal de la cruz, +.>> Don Abundio llor'o al amigo, rez'o por la pecadora, comprendi'o que aquella disposici'on testamentaria era el castigo impuesto a su felon'ia, y quince d'ias despu'es entraba en Madrid con su pupilo Le'on. __________________________________________________________________ II El angelito acababa de cumplir los quince a~nos y ten'ia ya la cara llena de vello como melocot'on verde de Calatayud. Mal criado y voluntarioso como si fuera hijo de su madrastra, hab'ia que darle gusto en todo, so pena de que escandalizase el barrio a berridos. Insolente a fuer de rico ignorante, y desarrollado por las faenas agr'icolas de su pueblo, don Abundio no ten'ia sobre 'el dominio alguno f'isico ni moral. En vano trat'o de inculcarle algunas nociones de Historia; los resultados fueron nulos. Una vez al preguntarle qui'en era Col'on respondi'o que un hombre que hab'ia puesto un huevo de punta; y en Geograf'ia sosten'ia que la capital de Holanda era Bola, de donde tomaba su nombre el queso. ?Asistir a las academias? Perdone por Dios, hermano. De pedrea todos los d'ias, eso s'i, con los pilletes de la puerta de Santa B'arbara; y llenos andaban los encantes de sus libros de ense~nanza que malvend'ia para comprar un tendido de sol en los novillos, su pasi'on dominante. 'El era siempre el primero en saltar a la arena en cuanto tocaba el turno de los embolados para el p'ublico, y m'as de un revolc'on le costaba la aficioncilla. Su aula predilecta era el matadero, de donde siempre volv'ia con alg'un chirlo m'as y unas tajadas menos. Ilustraci'on En la casa todos eran sus v'ictimas. Tan pronto era el perro de aguas, compa~nero inseparable de don Abundio, el que atado por el rabo y sujeto a una escarpia de la pared, pasaba media hora boca abajo atronando la manzana con sus aullidos, como el minino el que, con un mazo de cohetes encendidos en la cola, sal'ia bufando por la calle como alma que lleva el diablo. El pobre tutor le hac'ia reflexiones amenizadas siempre con su poquito de Historia para ver si, por la misma puerta por donde trataba de inculcarle la morigeraci'on y el respeto, le entraba tambi'en la instrucci'on; pero, nada; era como lavarle la cara con jab'on a un burro negro. Un d'ia en que Le'on hab'ia atado mano con mano y pata con pata a los dos pobres bichos, unidos as'i de costado como los hermanos siameses, y los hab'ia lanzado a la calle con unas alcuzas en las extremidades posteriores, don Abundio, que atropellado por los fugitivos midi'o el suelo, habl'o as'i a su pupilo: -Tu conducta es salvaje, Le'on. El que hace da~no a los animales est'a en camino de hac'erselo a los hombres. Adem'as, si t'u no fueses un ignorant'on, sabr'ias que los egipcios cre'ian en la metempsicosis o transmigraci'on de las almas, por la cual el hombre que no hab'ia cumplido con todos sus deberes morales y sociales, en vida, pasaba al morir a la condici'on de bruto o bestia inmunda. Esta creencia, m'as generalizada de lo que algunos suponen, la profesan tambi'en los chinos, quienes consideran como un don celeste el transmigrar a un cerdo, porque de ese modo solo ha de durar un a~no la esclavitud de su esp'iritu en una envoltura irracional. Ahora bien; ?qui'en te asegura que semejante castigo no es una de las manifestaciones de nuestras penas eternas? ?Por qu'e no ha de formar parte eso del infierno o del purgatorio de los creyentes? Y si es as'i ?qui'en te dice que al martirizar a un pobre bruto no est'as lastimando a un amigo, a un pariente, acaso a los mismos que te dieron el ser? Yo no s'e el efecto que esta homil'ia produjo en el 'animo del adolescente; pero lo que s'i puedo atestiguar es, que algunos d'ias m'as tarde, la maritornes volvi'o de la plazuela trayendo una marranilla de leche que su padre (el de la criada, no el de la lechona) remit'ia a don Abundio, por v'ia de regalo, con el ordinario de su pueblo; y que Le'on, aprovechando un descuido, carg'o con ella y la vendi'o al primer transe'unte para, con su producto, asistir a la corrida de toros. El ex-profesor de Historia, enfurecido ante la p'erdida de aquel suculento manjar, raro en su mesa, repet'ia: -!Vender una marranilla de tres meses! -Esos hace que lloramos a do~na Remigia -contest'o el pupilo-. ?Querr'ia usted que me expusiera a comerme a mi madrastra? Y efectivamente, desde aquel d'ia, empez'o a dejar en paz a los animales; pero la emprendi'o con las personas; y as'i llenaba de recortes de ortiga la cama de su tutor, como conteniendo el aliento y de puntillas, se acercaba por detr'as a la alcarre~na mientras espumaba el puchero, de bruces sobre el fog'on, y metiendo una mano entre el zagalejo corto y sus piernas sin medias, le clavaba los dedos en la robusta pantorrilla al par que imitaba el ladrido de un perro; con lo que la pobre muchacha al principio se asustaba mucho; pero luego se fue acostumbrando. Las cosas iban llegando a tal punto que el infeliz don Abundio no gozaba momento de reposo. C'esar Cant'u, Lafuente, Mariana y multitud de histori'ografos hab'ian desaparecido de su biblioteca y tomado la forma de tendidos; el uniforme de teniente de nacionales yac'ia en una casa de pr'estamos de donde sali'o el dinero para una tienda de manzanilla. Finalmente una noche en que, a hora muy avanzada, Le'on se dirig'ia a oscuras desde su cuarto al de la alcarre~na con intenci'on de darle alg'un susto, tropez'o en las sombras con su tutor que, con los brazos abiertos, buscaba la manera de orientarse por el pasillo. -?Qu'e hace usted aqu'i? -le pregunt'o con severidad don Abundio. -?Y usted? -le replic'o el mozalbete. -Yo he sentido pasos; y temeroso de alguna trastada de las de usted, me he levantado a velar por el reposo de esa inocente criatura. -Pues yo he venido a preguntarle si hab'ia puesto a remojo los garbanzos. Y al d'ia siguiente, con el pretexto de dar un paseo matinal, tutor y pupilo se encaminaron a la calle de Sal si puedes, donde Leoncito qued'o como pensionista en el colegio de don Tranquilino Verdugo, bajo la advocaci'on de San Juan Capistrano. Ustedes habr'an o'ido decir, y por si no yo se lo digo, que no hay nada peor que un chico travieso a no ser dos chicos traviesos. Pues bien, en el colegio de don Tranquilino hab'ia treinta pensionistas, de los que pronto se hizo jefe nuestro h'eroe; y si antes Le'on val'ia por cuatro, concluy'o por hacerse insoportable con la emulaci'on de sus compa~neros. El desgraciado director, hombre entrado en edad y cuyas narices eran una bomba aspirante de rap'e, apel'o a todos los correctivos imaginables para meterlo en cintura; pero no alcanz'o mejor suerte que don Abundio. Ya era un bramante sujeto por un extremo a la mampara y prendido por el otro con un alfiler a su peluca el que dejaba al profesor con la calva al aire cada vez que abr'ian la puerta; ya una vejiga provista de un pito la que, al ir a sentarse en el sill'on, aplastaba con su cuerpo y le hac'ia saltar hasta las vigas creyendo, con el quejido que daba al deshincharse, que hab'ia despanzurrado a su gata de Angora. Por supuesto que no cej'o en su man'ia de asustar a las criadas; pero a la de don Tranquilino, que era del Escorial, le cay'o en gracia el chico, y lejos de incomodarse, engordaba, como suele decirse, con las travesuras de Le'on. Un domingo del mes de diciembre en que hab'ia novillos con mojiganga y dos toros estoqueados, el director tuvo la desgraciada ocurrencia de llevarse de paseo a sus alumnos por la calle de Alcal'a para que asistiesen al espect'aculo de la ida de la gente a la plaza. Le'on, que formaba a la cola de la ruta, contemplaba con ojos de envidia aquel torrente humano que a pie, en berlina, en 'omnibus, en calesa y aun en tartana, se precipitaba desde la Puerta del Sol hasta la Cibeles como desbordando por un embudo invertido. La cara de satisfacci'on de los transe'untes, la idea de las emociones que iban a experimentar aquellos con quienes se codeaba al paso y de quienes tan lejos estar'ia dentro de poco, el humo de los cigarros, pues hasta los que no van a los toros fuman el d'ia de corrida para hacer creer a los que los ven que van; el ruido, el sol, el conjunto, en fin, trastornaron el juicio del hijastro de do~na Remigia, y unas se le iban y otras se le ven'ian sin coc'ersele el pan en el cuerpo. De repente la luz parece como que adquiri'o m'as intensidad y el ambiente un olor como de carne muerta y tripas rotas. Todas las miradas convergieron a un punto dado. Era la cuadrilla de chulos que en coches abiertos se dirig'ian al redondel luciendo colores, lentejuelas, mo~nas y pasamaner'ia. La sangre afluy'o al coraz'on del aficionado y un velo cubri'o su vista; pero no tan tupido que le impidiese percibir entre la comitiva a un picador que, caballero en una alima~na, llevaba a la grupa a uno de esos pilletes que les sirven de escuderos y que, bajo la 'egida de su protector, tienen entrada triunfal y gratuita en la plaza. Le'on no resisti'o m'as; ech'o a correr como deudor perseguido por acreedores y, agarrando de un tobillo al escudero, lo desmont'o de una sacudida y de un salto ocup'o su lugar. Aunque se sub'ia el embozo del capote para no ser conocido, sus camaradas de colegio le olfatearon y fueron con el soplo a don Tranquilino que, ahogado por la pena, y en la imposibilidad de darle alcance, volvi'o a casa con la ruta y particip'o a don Abundio lo ocurrido, consignando en la carta su irrevocable resoluci'on de despedir al mozalbete. El ex-catedr'atico de Historia, que le estaba poniendo a la alcarre~na unos pendientes de similor que le hab'ia regalado por su buen comportamiento, recibi'o la misiva como si fuera el casero, es decir, de mal humor, y se ech'o a la calle confeccionando un discurso con que ablandar a don Tranquilino y evitarse la irrupci'on del ahijado en su hogar, si bien meti'endose tres reales en el bolsillo del chaleco para, si no lograba convencer al se~nor Verdugo, comprar a su criada unas medias de estambre. En todo pensaba el bendito se~nor. Llegado que hubo al colegio de San Juan Capistrano, pudo convencerse de que la determinaci'on de don Tranquilino no ten'ia vuelta de hoja. Le ofreci'o aumentarle los honorarios, le habl'o de Cicer'on y de S'eneca prob'andole que sab'ia m'as que ellos. Nada, ni las d'adivas, ni la adulaci'on quebrantaron aquella naturaleza de diamante: <>. En estas estaban departiendo en el refectorio, pues ya hab'ia anochecido y los muchachos cenaban bajo la vigilancia del director que andaba viendo a quienes tocaba el turno del castigo para ahorrarse las diez raciones que diariamente suprim'ia bajo el pretexto de penas correccionales, cuando se present'o Le'on con la gorra encasquetada y embozado en un capote que, si no tan roto como el del lazarillo de Tormes, quien tiraba piedras sin desembozarse, estaba reducido al tercio de su peso espec'ifico en virtud de tanto agujero por donde se tamizaba su individuo. Verle llegar y caer sobre 'el una granizada de improperios de don Tranquilino y don Abundio acompa~nada de una rechifla de los imberbes fue cosa simult'anea. Le'on imp'avido se manten'ia de pie en un rinc'on. Restablecido el orden y penetrado el tutor de que no ten'ia m'as remedio que compartir el hogar con su ahijado, pronunci'o su discurso de despedida y exhort'o al reo a que pidiera perd'on a su v'ictima. Resisti'ose aquel, y como don Abundio se empe~nara en apelar a la violencia, el muchacho dej'o caer su capa en el suelo, blandi'o un par de banderillas que ocultas llevaba y, aprovechando la actitud de don Tranquilino que hab'ia dejado caer su pa~nuelo de yerbas y se dispon'ia a recogerlo, se las clav'o de frente en medio de las dos paletillas y emprendi'o la fuga entre la algazara de los alumnos, los berridos del director y las convulsiones de don Abundio que, con la boca a un lado y agitando pies y manos como si nadase, se revolcaba por los suelos. Media hora despu'es sucumb'ia el desgraciado a un ataque de apopleg'ia fulminante, y a don Tranquilino, de bruces en la cama, le hac'ian la primera cura. De este no volveremos a saber nada. De los dem'as nos ocuparemos en los cap'itulos siguientes. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo III Han transcurrido cinco a~nos desde los 'ultimos acontecimientos y nos hallamos donde Tajo a Jarama el nombre quita, o sea en la provincia de Aranjuez, como dec'ia un amigo m'io que se gast'o todo su patrimonio en que le eligieran diputado con el objeto de ser nombrado gobernador, lo que no pudo lograr ni siquiera del punto en que tiene lugar esta escena. Yo les describir'ia a ustedes Aranjuez; pero temo abusar, porque pocos ser'an mis lectores que no hayan estado all'i, y adem'as porque con la explicaci'on de los pa'ises pasa lo que con la de las personas en las novelas, que por m'as que los autores se empe~nen en pintarnos la forma de sus narices, el color de sus ojos y el timbre de su voz, los personajes pasar'ian impunemente al lado de uno sin cuidado de ser conocidos, a no haberlos visto antes, pues en la cara es donde se admira la fecundidad y la inventiva de la naturaleza: todas est'an compuestas de los mismos 'organos y ninguna se parece. As'i pues plantemos 'arboles, tracemos alamedas, hagamos brotar abundantes pastos, dejemos serpentear por all'i brazos de r'ios, y que cada cual se lo forme en su imaginaci'on como le parezca que ha de estar m'as bonito y m'as adecuado a un sitio real cantado por los poetas y atravesado por el ferrocarril. Solo les exijo a ustedes no dar al olvido que all'i hay dehesas en donde se cr'ian toros que, despu'es de corridos y martirizados en el espect'aculo m'as t'ipico y peculiar de nuestro pa'is, nos los comemos en estofado los espa~noles y las espa~nolas. La luna de octubre siete meses cubre, dice el proverbio; y, como la de aquel a~no hubiera sido esplendente y limpia, he aqu'i por qu'e en el mes de enero, en que empieza este relato, el sol brillaba en el cielo como el ojo de una muchacha bonita; que si a soles comparan los poetas los ojos, no hay raz'on para que a ojo no compare yo el sol, si es verdad aquello de que el orden de los factores no altera el producto. En fin, eran las dos y sereno de una tarde del mes de los gatos, y la yerbecilla, caldeada por los rayos de Febo, parec'ia cama de can'onigo atemperada por confortante calentador. Sobre aquella s'abana de esmeralda, rumiando los tallos tiernecitos, como quien despu'es de una comida abundante no desde~na el paladear una golosina, un enorme cabestro yac'ia muellemente tendido haciendo firmas con la cola sobre el suelo, como las hace cualquiera con el bast'on cuando est'a sentado pensando en las musara~nas. Un colosal cencerro pendiente de un collar'in de baqueta cortaba las l'ineas de su cuello, y era su pelo c'ardeno como espalda de azotado. Colmillos de elefante de Bankok eran sus astas, y por la redondez de su cuerpo parec'ia ir diciendo a todos: <> Y apuesto a que ya han reconocido ustedes en 'el al c'onyuge de do~na Remigia, al bueno de don Serapio que, despu'es de seis a~nos de transmigraci'on, estaba reducido a custodiar corn'upetos jarame~nos, del mismo modo que entre los seres racionales se cuida de las odaliscas en el harem. No olviden ustedes que, aunque transmigrado, don Serapio conservaba recuerdos de su vida anterior, porque de lo contrario ?d'onde estar'ian la gracia y el castigo de la metempsicosis? Sentado este precedente, asistamos a su soliloquio penetrando en sus reflexiones. <>Pues as'i y todo estuvo Remigia yendo diariamente por espacio de un a~no en busca de don Jos'e, hasta que se le pas'o aquello no s'e c'omo. La verdad es que yo proced'i muy cruelmente; llev'armela a Toro donde no ten'ia trato con nadie, ella, acostumbrada toda la vida a alternar con los unos y con los otros... Pues no digo nada, despedir de mi casa a Abundio, al amigo de toda la vida; porque de aquel incidente, como de ello me convenci'o mi mujer, solo era responsable la casualidad, el demonio que anda suelto y hace que se enrede un fleco en un bot'on, precisamente en el momento en que a m'i se me ocurre volver a mi casa; porque si yo me quedo con el batall'on en el convento, nada. ?Y c'omo estar'a mi hijo? !Qu'e adelantos habr'a hecho bajo la inspecci'on de Abundio para quien lo mismo eran griegos y romanos que paja y avena para m'i! ?Vivir'an? ?Ser'an infelices? ?D'onde estar'an?>> Y as'i pensando, y con la boca abierta se fue quedando dulcemente dormido, cay'endosele la baba de gusto. Pocos minutos hac'ia que se hallaba entregado al reposo, cuando un alboroto promovido en la torada vino a sacarle de su letargo. -?Qu'e ser'a ello? -se pregunt'o don Serapio levant'andose y dirigi'endose hacia el teatro de la lucha. En esto vio llegar una vaca que desalentada corr'ia hacia 'el gritando: -Se~nor Manteca, se~nor Manteca; venga usted pronto, que se matan. -Pero ?qu'e ocurre? -Un toro que han tra'ido de las dehesas del Norte, donde nadie le pod'ia dome~nar y que, dada la fama de usted, le ponen bajo su vigilancia. Apenas entr'o en el prado se empe~n'o en decirme chicoleos, y como mi Caramelo es tan celoso, se trabaron de palabras, de las palabras vinieron a las manos, sus amigos tomaron parte por 'el, y all'i los tiene usted a todos revueltos sin que zagales ni mansos los puedan hacer entrar en raz'on. Un silbido acompa~nado de un grito de Manteca lanzado por el mayoral, le hizo apretar el paso a don Serapio que, sonando el cencerro, se interpuso entre los combatientes. El intruso era un toro de cinco a~nos berrendo en negro, bonito de estampa y duro de cabeza; pero en cuanto don Serapio meti'o la suya en el corro, all'a fue rodando el otro como tente-tieso de mojiganga. -?Conque contigo no ha podido nadie? Pues a ver si yo te ense~no a tratar a las personas decentes. Y a darle se dispon'ia un nuevo revolc'on, cuando el vencido bajando la voz para no ser o'ido de nadie le dijo al cabestro: -Detente, Serapio. ?No me reconoces? -!Abundio! -murmur'o este con un ahogado gemido solo perceptible del catedr'atico. Y los dos quedaron mir'andose silenciosos. Los dem'as testigos de la escena fueron a comentar el triunfo de Manteca diseminados en corrillos por el prado, y cuando los dos estuvieron solos se hablaron de esta manera: -?T'u por aqu'i, Abundio? !Qu'e alegr'ia! Pero d'ejame que te mire. Te encuentro hasta buen mozo. Al pronto no te hab'ia reconocido. -Pues yo a ti, Serapio, al momento. No has cambiado nada; est'as lo mismo. -Cu'entame qu'e ha sido de ti. ?Te has casado? ?Y mi hijo? ?Vive? ?Es hombre de bien? ?Estudia mucho? Aqu'i el berrendo lanz'o un suspiro y, tomando sus precauciones para no dar a su amigo tan triste noticia de sopet'on, fue poco a poco y con rodeos detall'andole las proezas de Le'on hasta el paso de las banderillas, 'ultimo detalle de que hab'ia podido ser testigo el profesor de historia. Por supuesto que bien pudo ahorrarse ceremonias, porque don Serapio en vez de afligirse lanz'o una sonora carcajada y pareci'o divertirse mucho con el relato. -!Qu'e diablillo! !Qu'e diablillo! -dec'ia sin dejar de re'ir-. La misma afici'on de su madre, que est'e en gloria, que se mor'ia por los toreros. Y en cuanto a lo de asustar a las criadas, vamos, no lo ha robado de nadie, !que yo tambi'en cuando chico las daba cada susto! !Qu'e diantre! Todos hemos sido j'ovenes. ?Verdad, Abundio? Y diciendo as'i le daba con el cuerno en el hombro maliciosos golpecitos. -Serapio, tu grandeza de sentimientos me humilla y me degrada m'as y m'as a tus ojos. -?Qu'e quieres decir con eso? -Que no obstante mi conducta para contigo, me conservas tu amistad y... -?Vas a ponerte de mal humor por una ni~ner'ia que no vale un pito? Ya s'e yo que en el fondo ninguno de los dos ten'iais la culpa de aquello. !Ea! lo pasado, pasado y abrac'emonos. -Pero... -insist'ia el profesor titubeando. -Si no me abrazas para probarme que no me guardas rencor por haberte echado de mi casa, me incomodo. Y los dos amigos se confundieron en un estrecho abrazo. -Ahora vente conmigo y te ense~nar'e una praderita donde hay unos pastos con los que te vas a chupar los dedos, pero te encargo que delante de gente no me llames Serapio sino Manteca. Y t'u, ?qu'e nombre tienes? -A m'i me llaman Pendenciero. -Y lo eres, seg'un me han referido. -Chico, no es esto revolverme contra lo que ya no tiene remedio; pero encuentro que mi transmigraci'on no es justa. -Hombre, no le dan a uno a elegir. Yo tampoco merec'ia esta suerte; pero ?qu'e hacer? Hay que conformarse. Despu'es de todo, esto no es tan malo; y si en vez de mostrarte bravuc'on y gallito haces por aparecer reflexivo y prudente, llegar'as a verte como yo, y ya tienes tu vida asegurada. Y departiendo as'i, los dos amigos recorrieron la dehesa con gran contentamiento de los pastores, que en aquella uni'on no ve'ian sino el ascendiente de Manteca, cuya fama de cabestro n'umero uno qued'o asegurada para siempre. Y as'i transcurri'o como medio a~no, hasta que un domingo del mes de julio... Pero lo que sigue merece cap'itulo aparte. Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Ilustraci'on de cabecera de cap'itulo IV -?En d'onde estoy? -se dec'ia para s'i don Abundio dando vueltas y m'as vueltas en un peque~no espacio sin luz alguna cuyos l'imites med'ia con la cabeza y con la cola-. Vamos a ver, recojamos las ideas -se repet'ia-. Ayer por la tarde con cinco compa~neros m'as y acompa~nado de don Serapio y algunos otros cabestros, me metieron en una jaula de madera y me empaquetaron en un vag'on del ferrocarril; pero las portezuelas eran tan altas que no pude orientarme en todo el trayecto. Por la noche, que era oscura como boca de lobo, nos desembarcaron a todos juntos; custodiados por zagales, vinimos a un corral'on en donde sin pegar los ojos, la hemos pasado tratando in'utilmente de explorar el terreno y haciendo comentarios sobre lo que nos ocurr'ia. Esta ma~nana, oblig'andome a pasar por un corredor con puertas a los lados, una de las cuales estaba abierta, y con gente por arriba, a quien no he visto, si bien o'ia su algazara, han empezado a pincharme y a hacer conmigo tales cosas, que me met'i no s'e por d'onde y de repente me encontr'e encerrado en este cuchitril. Mi primer cuidado fue llamar a gritos a Manteca; pero en lugar de la suya, fueron las cinco voces de mis camaradas las que me contestaron cont'andome que tambi'en ellos se hallaban en id'entica situaci'on. Yo creo sin embargo que esto no ha de durar mucho, porque mis compa~neros han ido saliendo por turno, y al pasar por aqu'i delante dec'ian a los que qued'abamos: <> Y ya no he vuelto a o'irlos; lo que me prueba que han logrado evadirse. Hasta ahora van cuatro, de modo que solo gemimos presos el Carabinero y yo. As'i discurr'ia Pendenciero cuando de repente encontr'ose inundado en luz; la puerta de su mazmorra se hab'ia abierto de par en par como movida por un resorte, e in'util es decir que se ech'o fuera dando brincos de alegr'ia y gritando con toda la fuerza de sus pulmones: -!Carabinero, Carabinero! ya me han soltado, estoy libre. !Viva la libertad! !Viva Riego! -Ac'erquese usted por ac'a -le contestaba el otro- y ay'udeme usted a derribar esta maldita puerta a ver si podemos escaparnos juntos. Y don Abundio por una parte y Carabinero por la de dentro, pusieron a prueba sus testuces; pero aquello era m'as duro que pan de limosna. En esto el liberto sinti'o un agudo dolor entre las paletillas y not'o que le colgaban unas como cintas escaroladas por el lomo. -!Brutos! -exclam'o con un prolongado bramido. -?Qu'e es eso? -Una cerbatana que alg'un mal intencionado acaba de propinarme. !Y c'omo me pica! Carabinero, comp'ongaselas usted como pueda que yo no aguanto m'as. Aqu'i hay una salida y por ella me escurro. Hasta m'as ver. Y col'ose en efecto por una como boca de antro que, apenas lo recibi'o en su seno, cerr'ose herm'eticamente dej'andolo tan a oscuras como lo estuviera hasta entonces. -Pues, vaya, que esto es salir de M'alaga y entrar en Malag'on -dec'ia el pobre don Abundio frot'andose contra las paredes tanto para orientarse como para calmar el escozor de la espaldilla. Aplic'o el o'ido y percibi'o en confusa mezcla, aplausos, gritos y m'usica hacia la parte exterior. Un rayo de luz, que entraba por un agujero en forma de calabaza, hiri'o su vista, velada por el dolor y el enojo, y, colocando su cuerpo de modo que la armadura no le molestase, gui~n'o un ojo y aplic'o el abierto al de la cerradura. -!Horror! -grit'o retrocediendo y alcanzando toda la medida de su situaci'on-. !Estoy en una plaza de toros! !Soy el quinto; el predilecto de la corrida!... Y empez'o a revolverse con furia loca, embistiendo a todas partes y haciendo ariete de su cabeza con que producir brecha y escapar. Pero fue in'util. Una serie de puyazos dirigidos por una ventanilla que abrieron en el techo del toril, acabaron de hacerle perder el juicio: y, cuando al son de los clarines y timbales gir'o sobre sus goznes la ferrada puerta, sali'o a la plaza dispuesto a comerse al que se le pusiera delante. Del primer arranque despanzurr'o a dos jamelgos cuyos jinetes quedaron sepultados bajo las cabalgaduras. -!Caballos! !Caballos! -aullaba el p'ublico, o sea la fiera de los tendidos, entusiasmado con aquel pr'ologo que tan bello porvenir promet'ia. La gente de a pie apenas si ten'ia tiempo de saltar el olivo. -El toro de la tarde -dec'ian unos. -El de la temporada -argumentaban otros. -Sentarse -gritaban los de arriba, poni'endose de pie como los de abajo. Un picador de los de reserva, que quer'ia contraer m'eritos para asegurar su contrata, se acerc'o al 'angulo cinco, y echando al aire su sombrero, -Vaya por ustedes -dijo, y se encamin'o sobre su sardina en busca de don Abundio. -!Bravo! !bravo! -fue el grito general. Pero apenas se hab'ia puesto en suerte cuando caballo y caballero fueron rodando por la arena con gran peligro del segundo que, solo dando vueltas como una perinola, logr'o escapar de una muerte segura, llevando dos pisotones en la cabeza, un varetazo en el muslo y un susto en todo su cuerpo. -?Me har'ia usted el favor de repetir esa suerte, que estaba distra'ido y se me ha pasado? -le dijo un chusco; pero como en aquel momento se apercibiera el p'ublico de que, con el marronazo, el reserva hab'ia despaldillado al toro, se arm'o una de silbidos que ni en un teatro en noche de estreno infeliz. -!A la c'arcel! -dec'ia la sombra. -!Que lo ahorquen! -coreaba el sol, siempre partidario de los recursos extremos. Y las botellas y los proyectiles andaban por los aires como murci'elagos perseguidos, mientras los alguaciles agitando sus penachos y luciendo sus pantorrillas, se llevaban al reserva al palco presidencial e intimaban a los picadores la orden de salir a los medios. Restablecida la calma y normalizada la corrida, don Abundio empez'o a experimentar cansancio, y ya le era preciso traer a la memoria su desesperada suerte para que se decidiera a tomar varas. Un prolongado punto de clar'in despej'o de cuadr'upedos el redondel, no sin que el presidente se llevara una silba por no haber dejado al toro dar todo su juego, y don Abundio crey'o que todo hab'ia concluido. Pero como viese delante a un mozalbete que, con unos palitos en la mano, se entreten'ia en dar saltos, ya corriendo hacia delante ya hacia atr'as: -T'u vas a pagar por todos -dijo el berrendo, y fuese a 'el en derechura; pero el chulo, d'andole un gracioso quiebro como bolero en salida, le dej'o clavadas en el morrillo dos banderillas que le hicieron dar un bote y exclamar: -!Pobre don Tranquilino! !Qu'e rato pasar'ia usted!... Al segundo par sinti'o no haberse fingido cobarde como le aconsej'o don Serapio, cuya condici'on envidiaba; y al tercero se decidi'o a vender cara su vida y se entabler'o pegando la cola a la valla sin que los capotes de los chicos lograran hacerle arrancar. -Ande usted, que nos ha enga~nado -grit'o una voz femenina desde la barrera-. Sali'o usted m'as valiente que el Cid y se ha quedado usted m'as reflexivo que un catedr'atico de Historia. Al o'ir la alusi'on volvi'o don Abundio la cabeza y se encontr'o con una hermosa muchacha, vestida de manola, apoyada sobre la capa de paseo del matador puesta a guisa de colgadura en el antepecho. -!S'i, se~nor!, yo se lo digo a usted -prosegu'ia ella-, la moza de Pinturita que va a mandarle a usted de un volapi'e a la eternidad, en cuanto el se~nor presidente acabe de sonarse y pueda hacer se~na con el pa~nuelo. Don Abundio dio un bramido horroroso. ?Ustedes creen que de indignaci'on? Nada de eso; es que acababa de reconocer en aquella manola a la alcarre~na su criada. El pobre se~nor ya no tuvo momento de reposo; se fue al centro de la plaza y, tomando carrera, salt'o el olivo con tal empuje que a no haber maroma, se cuela en el tendido con 'animo de dar un abrazo a su antigua maritornes. Tres veces repiti'o la tentativa, y solo a duras penas, y despu'es de haberle clavado un rej'on en al anca, se logr'o que fuera a entablerarse al lado opuesto. Por fin, tocaron a matar; Pinturita tom'o los trastos, y despu'es del correspondiente brindis, se fue solo a la fiera, par'o los pies y se puso en facha. Tres pases al natural y dos de pecho forzados llevaba cumplidos el matador con gran contentamiento del p'ublico y absorta extra~neza de Pendenciero que no le quitaba ojo, cuando, liando el trapo y arm'andose para el volapi'e, ech'o atr'as la cabeza el diestro y dej'ole ver al toro un lunar como una pieza de dos reales que ten'ia junto a la nuez. Descubrir don Abundio aquel signo y echarse a correr por la plaza todo fue uno. -!Est'a huido! -vociferaban todos silbando al toro como pudieran hacerlo con un actor que no supiera su papel. Y sin embargo, el pobre corn'upeto llevaba la raz'on en su fuga; quer'ia evitar una horrorosa cat'astrofe. Hab'ia reconocido en Pinturita a su ahijado Le'on. En vano fue que este cambiara de muleta y apelara a todos los recursos para traer al toro a jurisdicci'on; don Abundio, transido de pena, esquivaba la lucha. Lo que pas'o por su pupilo, nadie lo sabe. ?Tem'ia el fiasco? ?Recordaba lo que sobre la metempsicosis le hab'ia repetido tantas veces su tutor y, compulsando fechas, abrigaba alg'un temor sobre el caso presente? Lo ignoro; lo cierto es que se puso p'alido, y volviendo a la barrera deposit'o trapo y estoque y se sent'o en el estribo diciendo que 'el no pod'ia hacer m'as. -!Perros! !perros! -grit'o el p'ublico; porque se me olvidaba decir a ustedes que esto pasaba antes de que la media-luna se hubiera introducido en la lidia. Y, en efecto, la tra'illa sali'o a la arena con gran contentamiento de don Abundio que, no hallando motivos de consideraci'on para los canes, los fue despanzurrando por turno despu'es de llevarlos y traerlos como pelota en trinquete. La 'unica que se le resist'ia era una perra con cara de patrona de casa de hu'espedes sin principio, que siempre encontraba modo de escabull'irsele entre las patas. -Tambi'en llevar'as tu merecido -murmur'o el catedr'atico dando un derrote al aire. -?Yo? -le contest'o la perra soltando una de esas carcajadas m'as insultantes que un bofet'on-. !Si no ha podido conmigo mi marido! Caro va usted a pagar el haberme puesto en el caso de ir a acabar mis d'ias en Toro con Serapio. -!Remigia! -pues la mastina no era otra- arg"u'ia Pendenciero falto de fuerzas para resistir a tanta tribulaci'on. Mira que yo no soy manso, y si me buscas camorra la encontrar'as. -Calle usted la boca, teniente de papel. Ni a usted ni a todo Jarama junto temo yo. Y el toro que sea hombre, que salga. Y daba brincos procurando hincar el diente donde pod'ia; hasta que convencida de la inutilidad de sus esfuerzos y oyendo al tendido pedir a voz en cuello que se llevaran al toro al corral, porque la noche se ven'ia encima, se dirigi'o resueltamente a donde Le'on estaba, y ladrando y ense~n'andole los dientes, le increp'o de esta manera: -Lo mismo que t'u, torero de invierno, ?as'i vuelves por la honra de tu familia? ?Por qu'e no le diste un golletazo? !Si me voy convenciendo de que eres hijo de tu padre!... Le'on no entend'ia; pero no quitaba los ojos de la perra y meditaba. Por fin soltaron a los cabestros y, en cuanto do~na Remigia reconoci'o a su marido, se le abalanz'o a una oreja dici'endole con transportes de fingido gozo: -!Serapito m'io! Esta vez s'i que no nos separaremos; yo quiero ir a donde tu vayas. Mira, aqu'i tienes a Leoncito que se har'a pastor, y reunidos pasaremos la existencia. Hasta si t'u quieres consentir'e en que nos acompa~ne don Abundio. Y don Serapio, inm'ovil, conmovido y con la cabeza inclinada por el peso de su esposa, cuyas virtudes admiraba, quiso hablar, pero solo tuvo fuerzas para decir: Muuu... Todo parec'ia augurar un feliz desenlace, cuando uno de los pastores, creyendo por la actitud de Manteca que la perra le martirizaba en vez de acariciarle, tomando por odio de raza lo que era expansi'on de familia, lleg'o con el garrote enarbolado a donde los c'onyuges estaban, y descarg'o con 'el tan tremendo como infortunado golpe sobre la cabeza de do~na Remigia, que esta, dando media vuelta, cay'o ex'anime a los pies de su marido. -!Pobrecita! !tan buena! -murmur'o Serapio. Y, dirigi'endose a donde el catedr'atico estaba: -La hemos perdido -exclam'o-. !Valor, amigo! Y ambos tomaron el camino del toril, lanzando al pasar junto a Le'on una mirada y un mugido que conmovieron al 'emulo de Costillares. Pero al llegar a la puerta, don Abundio dobl'o las rodillas y, sin proferir una queja, qued'o muerto de repente. En las rese~nas de los peri'odicos dijeron que le hab'ia ocasionado la muerte la despaldilladura del reserva. !As'i se escribe la Historia! En el matadero se vio que ten'ia el coraz'on deshecho. Hab'ia muerto de un aneurisma. Don Serapio sigui'o llevando el cencerro y acab'o por olvidar y ser feliz. Lo que pas'o por Le'on nadie lo sabe; pero es lo cierto que al d'ia siguiente se cort'o la coleta con asombro de sus admiradores; se volvi'o mis'antropo y concluy'o por fundar en Madrid la primera sociedad protectora de los animales. En cuanto a la alcarre~na, continu'o sirviendo. FIN __________________________________________________________________ 'INDICE __________________________________________________________________ P'aginas El Anacron'opete 7 Cap'itulo primero. En el que se prueba que ADELANTE no es la divisa del progreso. 7 Cap'itulo II. Una conferencia al alcance de todos. 15 Cap'itulo III. Teor'ia del tiempo: c'omo se forma: c'omo se descompone. 22 Cap'itulo IV. En el que se tratan asuntos de familia. 33 Cap'itulo V. Cupido y Marte. 47 Cap'itulo VI. El veh'iculo considerado como escuela de moral. 56 Cap'itulo VII. !Marchen! 64 Cap'itulo VIII. Efectos retroactivos. 71 Cap'itulo IX. Reducci'on gradual del ej'ercito hasta su supresi'on definitiva. 82 Cap'itulo X. En que tiene lugar un incidente que parece insignificante y es, sin embargo, de mucha importancia. 96 Cap'itulo XI. Un poco de erudici'on fastidiosa aunque necesaria. 105 Cap'itulo XII. Cuarenta y ocho horas en el Celeste Imperio. 114 Cap'itulo XIII. La Europa del siglo XIX ante la China del siglo III. 125 Cap'itulo XIV. Un hu'esped inesperado. 135 Cap'itulo XV. La resurrecci'on de los muertos antes del Juicio final. 144 Cap'itulo XVI. En que todo se explica complic'andose todo. 155 Cap'itulo XVII. Panem et circenses. 167 Cap'itulo XVIII. <> 186 Cap'itulo XIX. Los n'aufragos del aire. 197 Cap'itulo XX. El mejor, no porque sea el m'as bueno, sino por ser el 'ultimo. 207 Viaje a China - Cartas al director de <> 219 Macao, 26 de septiembre de 1878. 221 Macao, 8 de octubre de 1878. 227 Macao, 14 de marzo de 1879. 240 Macao, 19 de abril de 1879. 256 Macao, 30 de abril de 1879. 269 Macao, 18 de noviembre de 1879. 283 Macao, 26 de marzo de 1880. 293 Macao, 30 de enero de 1881. 305 Fiestas de Hon-Kung en Macao. Macao, 26 de septiembre de 1881. 316 Los chinos dentro de casa. Macao, 10 de marzo de 1882. 324 Cant'on I. Macao, 8 de diciembre de 1882. 335 Cant'on II. 342 Cant'on III. 349 Cant'on IV. 356 La Metempsicosis 363 I. 365 II. 371 III. 379 IV. 386 'Indice 395 Vi~neta ornamental __________________________________________________________________ Contracubierta del libro __________________________________________________________________ Nota de transcripci'on * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar. * Se ha modernizado la ortograf'ia del original impreso y se han espaciado las rayas. * Las p'aginas en blanco han sido eliminadas. * Algunas ilustraciones se han desplazado ligeramente para no interrumpir un p'arrafo. * Se ha expandido el 'Indice para detallar mejor el contenido del libro. __________________________________________________________________ End of the Project Gutenberg EBook of El anacron'opete; Viaje a China Metempsicosis, by Enrique Gaspar y Rimbau *** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK EL ANACRON'OPETE; VIAJE A *** ***** This file should be named 62359-h.htm or 62359-h.zip ***** This and all associated files of various formats will be found in: http://www.gutenberg.org/6/2/3/5/62359/ Produced by Ram'on Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (Text produced from images generously made available by The Internet Archive/American Libraries. Illustrations from Biblioteca Digital Hisp'anica/Biblioteca Nacional de Espa~na.) Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. Creating the works from public domain print editions means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part of this license, apply to copying and distributing Project Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark, and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive specific permission. If you do not charge anything for copies of this eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports, performances and research. 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