Si a algo me comprometí es a escribirte para que tu imagen no se borre. Los a- ños pasan, el tiempo se vuela, y tu recuerdo tarde o temprano se borrará de mi mente, y las imágenes que guardo de vos, que guardo de nosotros, los pocos re- cuerdos que tenemos, se irán como se fue de mi memoria la voz de mi nonno, la risa de mi tío Toto... Te veo en muchos lados. Veo esa cabellera cada vez que me enfrento a un maldi- to circulo, y te sorprendería saber la cantidad de circularidad que existe en nuestro cotidiano, je. Ayer fue domingo, el peor día del mundo. Los odio. Siempre los odié. Y más los cuando me levanto y lo primero que veo es un rulo en mi cama,un rulo que no es tuyo, un rulo que es mio, un reflejo de tu ausencia, un espejo de mis errores, una proyección que me reafirma mis malas acciones. A la noche después de no se cuántos meses (para mi cada vez son más largos, más tediosos, más horribles) te volví a ver. Y digo te y no nos, porque el nos ya no existe, si es que alguna vez existió. Quería charlarte, quería pedirte per- dón otra vez, rozar esos brazos, apretar esa cadera, unirme en un último abra- soñando que tal vez existiría otra chance, otra oportunidad. Pero el hombre es terco en sus acciones y estúpido en sus decisiones. ¿Cómo mierda iba a pensar que existiría una mínima, una lejana, una ínfima posibili- dad de un beso, de otra chance? Y sin embargo, te vi y estabas tan rulienta como siempre. Se me partió el al- ma, el corazón se me achicharró y la garganta se transformó en un nudo de are- na y concreto; desde las profundidades de las entrañas quería llorar, gritaba por llorar, y me contuve todo lo que pude. Algunas lágrimas estallaron en tími- dos sollozos; un karateka soporta lo insoportable, pero a veces lo insoportable se transforma en necesario y nadie puede pensar en soportar algo que debe reali- zar. Hablamos, o mejor dicho, hablaste más, porque a mi las palabras se me cruzan,si ni siquiera podía mirarte a los ojos sin pensar en abrazarte, en tirarme arriba tuyo a dormir una siesta eterna en medio de Independencia y Perú, no podía tole- rar que sea la última vez que te viera, que charlase, que pudiera rozar tu piel, olerte y sentirte. Lo pienso y las lágrimas se me atoran en la garganta... Me fui, llorando en bicicleta, escuchando punks melancólicos y pensando cómo ca- rajos me iba a dormir; y así fue, que no pude pegar un ojo, que dormí como el culo, que tuve varias parálisis del sueño, que te escribí dormido, que en sueños el celular me avisaba que me habías enviado un mensaje, que habías respondido a mi prosa lastimera, a mi tristeza estúpida. Y todo eso era un sueño, un maldito sueño que se esfumó cuando el despertador me levantó a las 7 de la mañana y yo,i- lusamente, miraba el télefono esperando un mensaje que jamás llegara, una notifi- cación que nunca se va a activar. En la escuela el día no pudo ser peor y la tristeza y amargura se trasladó a mi cara; por suerte los barbijos no permiten ver tanto las expresiones, aunque mis ojos seguramente algo decían. Yo quería abrazar a mis alumnos, decirles que los quiero un montón, que son ellos quienes me sacan de la depresión, pero no pude. No pude abrazarlos porque el COVID no lo permite, y no pude sincerarme, porque ellos no tienen porque saber las miserias de su mediocre docente. El día se pasó entre sueño, aburrimiento, melancolía y una sensación de amargu- ra que no se iba, que no daba tregua. Pero salí de la escuela a la tarde y mientras arrancaba en bici, veo unos ros- tros familiares: J y F, mis antiguos alumnos de séptimo grado, estaban en una esquina. Me reconocen, los reconozco, pego un volantazo con la bici para fre- nar, mientras ellos me gritan que no me vaya, que los espere. ¡Se desesperaron! Ellxs ya terminaron su primaria y arrancaron la secundaria. Verlos me llenó de alegría. A ellxs los abracé, les dije que los quería mucho y me alegraba muchí- simo de haberlos visto. J y F son dos alumnxs fantásticos. Hermosas personas que el destino, la vida o vaya a saber qué, pusieron en mi camino por dos años. Si existe algún Dios, le estoy eternamente agradecido por haberme cruzado con estos niñxs. Me hicieron muy feliz mientras fui su docente y hoy, que me los crucé tan solo unos minutos me terminaron alegrando el día y sacando la mufa que me cruzaba. Ojalá me los cruce más seguido, así me alegran más la vida con tan solo una sonrisa pasajera en una esquina cualquiera de Buenos Aires.