Volando A contramano de lo que pensaba, las casi 12 horas de vuelo se pasaron rápido y no fueron tortuosas; quizás aquel mantra tantas veces repetido (un karateka soporta lo insoportable) realmente haya calado hondo en mi psiquis. Un poco creo que si y otro poco quizás tenga que ver con que realmente no fue tan tortuoso. Lo tortuoso fue lo previo, y lo tortuoso sigue estando ahí, porque todavía no llegué y el fantasma de las burocracias que fallan y las valijas que se pierden aun azotan mi herrumbrado cerebro, aunque ahora está tan quemado que apenas puede reaccionar ante cualquier emoción. Durante el vuelo pensé mucho, bastante, lo suficiente como para dormirme y lo justo como para despertarme cada tanto. A veces creo que soy un romántico de otra era; me pensaba contemplando el mapa en la pantalla que tenia en mi butaca, mirando como nos ibamos arrimando a África para luego llegar a Europa y eso me llenaba de emociones. Hay tanto por conocer y tan pocas oportunidades para hacerlo; la inmensidad de las posibles experiencias se nos escurren entre la vóragine de la vida capitalista que nos atrapa y nos empuja hacia un paredón contra el capital y la pared. Me hubiera gustado estar del otro lado de pasillo, en la otra fila de ventanas, para poder contemplar las costas de África y al menos decir "pude ver las milenarias playas donde los jinetes nubios cabalgaban milenios atrás". Igualmente lo diré. Pero lo que más me impactó durante el vuelo, aquello que me hizo rumiar y repensar fue el recuerdo de mi hermano que no veo hace dos años y medio. ¿Qué son dos años y medio en la vida de una persona? Nada, una fracción de tiempo, una mota de polvo en el tedio de la existencia. El tiempo es tan pequeño y escurridizo, que esa fracción que parece minuscula en realidad se transforma en una distancia insondable; distancia además que se mide en no se cuántos miles de kilometros que nos separan. Pensaba yo en estas cosas, pensaba en el momento que se sucederá dentro de unas horas y no podía evitar llorar. Llorar porque lo extraño, llorar porque quiero abrazarlo y decirle cuánto lo extrañé, algo que me hubiera parecido impensado hace 2 años y medio; pero ahora es imperioso, es necesario. Mi hermano ha sido un espejo durante muchos años de mi vida, ha sido el camino a seguir, un referente en el cual reflejarme y ahora esta tan lejos -bueno ahora no, porque mi ahora me encuentra en Europa- y esa lejanía no está tanto marcada por el oceano Atlántico como por la inestabilidad ecónomica y la malaria de la Argentina. Pero ya estoy en España, aguardando unas 13 horas hasta que salga mi vuelo y así reencontrarme con él, con Facundito, con Caro, abrazarnos y putearnos un rato, por qué no :)