## Capítulo 1 Si Francia no responde eficazmente a los nuevos y graves desafíos que enfrenta, sus tensiones internas la privarán de la capacidad de controlar su destino. La creciente informatización de la sociedad es un tema clave en esta crisis y podría empeorarla o ayudar a resolverla. Dependiendo de la política a la que se incorpore, la informatización consagrará cambios para bien o para mal. No hay nada automático ni predeterminado en sus efectos, que dependerán de cómo se desarrollen las relaciones entre el gobierno y la sociedad francesa en los próximos años. Los problemas más claros y apremiantes se originan en el enorme y brutal aumento del precio del combustible importado, que afecta nuestra estabilidad económica y social. La tarea de los próximos años es resolver estos problemas. Sin embargo, las reacciones a este acontecimiento serían poco realistas si no tuvieran en cuenta una ruptura más profunda con el pasado, anterior a la guerra de Yom Kippur, que los bien intencionados han denominado Crisis de Civilización. Esta crisis es el resultado del conflicto entre los valores tradicionales y los trastornos causados ​​por la industrialización y la urbanización: se ha preparado el escenario para una larga lucha entre el elitismo y la democracia, que en última instancia es una lucha entre el CONOCIMIENTO y TRADICIÓN. La crisis de la civilización sobrevivirá a la crisis inmediata, pero las dos están estrechamente vinculadas y es inútil tratar de resolver la segunda por medios distintos de los que ayudarán a resolver la primera. A corto plazo, Francia debe abordar de manera coherente las amenazas a su estabilidad económica, el "consenso social" y la independencia nacional. En efecto, el bienestar y la soberanía de toda nación industrializada dependen de unas divisas estables, un nivel satisfactorio de empleo y la voluntad de sus ciudadanos de seguir las reglas del juego social. A estos tres objetivos los une un vínculo tradicional. Lo nuevo es que hoy se ha perdido su armonía natural. Lo que antes eran tres ambiciones complementarias se han convertido ahora en fuerzas divergentes que exigen cumplimiento simultáneo; sin embargo, la solución requerida para cada una por separado demanda un curso de acción que las opone a las otras dos. La política adecuada debe cumplir tres condiciones. En primer lugar, el aumento de la competitividad acompañado de una política industrial adaptada a la nueva división internacional del trabajo, debe generar un crecimiento de los mercados. El restablecimiento de la financiación exterior permitirá estimular una nueva demanda interna, aumentando así el empleo. La financiación podría entonces provenir del exceso de productividad. En segundo lugar, la organización general de la sociedad -relaciones entre la administración estatal y las empresas, entre la administración y el ciudadano, la competencia entre grandes y pequeñas empresas, métodos de gestión y organización del trabajo, etc.- debe ser tal que la tensión y la disciplina que acompañan la búsqueda del desarrollo se hagan aceptables. En tercer lugar, este cambio en la estructura económica y social sólo puede lograrse si Francia puede evitar una presión excesiva de gobiernos o grupos extranjeros cuyos objetivos puedan ser contrarios a los suyos. El éxito puede fortalecer la independencia nacional, pero no puede verse comprometido desde el principio para que funcione. La elección de los medios para resolver la crisis actual no puede ignorar el movimiento a largo plazo que afecta a la sociedad francesa, y que se traduce en dos aspiraciones fuertes y a menudo contradictorias: el deseo de emancipación y el hambre de igualdad, que exigen un reordenamiento de los sistemas de jerarquías tradicionales. Nada de esto puede darse por sentado en un país moldeado por siglos de centralización, criticado públicamente y ansiado en secreto. La sociedad no recuperará sus poderes exigiendo anárquicamente la solución de sus disputas. Tampoco sería realista pensar que sus poderes serán restablecidos simplemente por la voluntad del gobierno. Cada revolución tecnológica del pasado ha provocado una reorganización económica y social de gran alcance. Una revolución tecnológica puede crear simultáneamente una crisis y los medios para superarla, como fue el caso con la llegada de la máquina de vapor, los ferrocarriles y la electricidad. La "revolución informática" tendrá consecuencias más amplias. La computadora no es la única innovación tecnológica de los últimos años, pero sí constituye el factor común que acelera el desarrollo de todas las demás. Sobre todo, en la medida en que es responsable de un trastorno en el procesamiento y almacenamiento de datos, alterará todo el sistema nervioso de la organización social. Hasta hace poco, el procesamiento de datos era costoso, poco confiable y esotérico, restringido a un número limitado de negocios y operaciones. El procesamiento de datos era elitista, una prerrogativa de los grandes y poderosos. De ahora en adelante, la informatización masiva se afianzará y se volverá tan indispensable para la sociedad como la electricidad. Esta transformación se puede atribuir a dos avances tecnológicos. En el pasado, los únicos ordenadores que se encontraban eran gigantes. Hoy en día en el mercado existen multitud de máquinas pequeñas, potentes y económicas. Ya no están aisladas unas de otroa, sino más bien unidas en "redes". >Esta creciente interconexión entre computadoras y telecomunicaciones >(que llamaremos "telemática") abre horizontes radicalmente nuevos. Ciertamente, los medios de comunicación no han estructurado comunidades sólo en nuestros días. Las carreteras, los ferrocarriles y la electricidad son otras tantas etapas en el camino que dirige desde la familia hasta la organización local, nacional y multinacional. A diferencia de la electricidad, la "telemática" no transmitirá una corriente inerte, sino información, es decir, poder. La línea telefónica o el canal televisivo son los pilares de este cambio. Hoy en día se han combinado para formar transmisores polivalentes y están empezando a vincular ordenadores y bancos de datos. Los satélites pronto les proporcionarán una potente herramienta. La telemática no sólo será una red adicional sino también diferente, que combinará imágenes, sonidos y recuerdos y transformará nuestros patrones culturales. La telemática afectará todos los aspectos de largo y corto plazo de la crisis francesa en diversos grados. Alterará el equilibrio económico, modificará las relaciones de poder y aumentará los riesgos de soberanía. Aparejará consigo un aumento sustancial de la productividad, que al principio también aumentará el desempleo, particularmente en el sector de servicios públicos. Por otro lado, una vez canalizada adecuadamente esta productividad, mejorará nuestra capacidad para competir y abrir nuevos mercados. De esta manera facilitará el retorno a un equilibrio externo, que es la condición previa del crecimiento. La contradicción entre los peligros del desempleo inmediato y las probabilidades de las ofertas laborales posteriores sólo puede eliminarse con incentivos muy fuertes que estimulen nuevas demandas. Determinar la combinatoria y especialmente el momento de esta doble política, consolidando sectores hipercompetitivos y generando a través de transferencias un aumento de commodities y el consumo colectivo, es una cuestión complicada. Cualquier desliz o ventaja excesiva de uno sobre el otro tropezaría con los obstáculos tradicionales: déficits de comercio exterior o tasas de desempleo intolerables. Si bien la nueva informatización facilita la senda para un nuevo tipo de crecimiento, también presupone control sobre él. La telemática ofrece soluciones variadas que se pueden adaptar a todas las formas de control o regulación. Permite la descentralización o incluso la autonomía de unidades básicas. Mejor aún, facilita esta descentralización - al proporcionar a unidades periféricas o aisladas - datos de los que hasta ahora sólo podrían beneficiarse entidades grandes y centralizadas. Su tarea es simplificar las estructuras administrativas aumentando su eficacia y mejorando las relaciones con quienes están bajo su jurisdicción. También permite a los municipios locales más libertad. Refuerza la competitividad de las pequeñas y medianas empresas frente a las grandes empresas. La telemática se encuentra en el centro del juego de poder a través del movimiento que genera en las redes de información. Altera el equilibrio entre mercados rivales y entre municipios. Influye en determinadas profesiones trastocando su estatus social. Fomenta el contacto entre grupos sociales y la vulnerabilidad de las grandes organizaciones. Sin embargo, sería poco realista esperar que la informatización por sí sola derribe la estructura social y la jerarquía de poder que la gobierna. Las tradiciones y el modelo cultural que hemos heredado de nuestra historia favorecen la centralización y la proliferación administrativa, la rigidez jerárquica en las grandes empresas y el dominio de las pequeñas empresas por las grandes. Nuestras tradiciones obstaculizan la iniciativa y la adaptabilidad que requiere una sociedad basada en la comunicación y la participación. Sólo una política deliberada de cambio social puede resolver los problemas planteados por la telemática y aprovechar su potencial. Semejante política implica una estrategia basada en el equilibrio de poderes y contrapoderes y en la capacidad del gobierno para favorecer el desarrollo en lugar de imponerlo. La telemática puede facilitar la llegada de una nueva sociedad, pero no puede construirla por iniciativa propia. La telemática también cambia los intereses de la soberanía. Los primeros grandes ordenadores franceses fueron el resultado de un deseo de independencia militar. Buscando autonomía, los poderes públicos han seguido impulsando la industria informática. Este enfoque - si bien sigue estando parcialmente justificado - se ha tornado bastante inadecuado. Hoy en día, la partida ya no se juega exclusivamente en ese ámbito. Hay que tener en cuenta la renovación del desafío de IBM. IBM, antigua fabricante de máquinas y pronto administradora de telecomunicaciones, sigue una estrategia que le permitirá crear una red de comunicaciones y controlarla. Cuando lo haga, invadirá una esfera tradicional del poder gubernamental: las comunicaciones. A falta de una política adecuada, se desarrollarán alianzas que involucrarán al administrador de la red y a los bancos de datos estadounidenses, a los que facilitará el acceso. >Sólo la acción de gobierno, la estandarización de las redes, el >lanzamiento de satélites de comunicación y la creación de bancos de >datos, pueden ofrecer un modelo original de sociedad con margen para el >desarrollo. Al ampliar sus ambiciones, la política de informatización debe empezar por fomentar sus puntos fuertes ahora, pero sobre todo debe diversificar su tratamiento. La política debe potenciar los efectos positivos de la electrónica sobre la productividad, y compensar sus efectos negativos sobre el empleo; debe obtener el máximo beneficio de las posibilidades recién creadas para reorganizar la administración, apoyar a las pequeñas y medianas empresas, reestructurar las grandes empresas y regular las condiciones de trabajo. Se debe tener cuidado para evitar que un sector cualquiera de la industria informática domine a otro, evitando que la industria en su conjunto domine a las empresas y a la ciudadanía. Sin embargo, el Estado no puede ser la única entidad que promueva tal política y no se le puede permitir que adopte una posición de todo o nada. En algunos casos, para mejorar la posición de Francia en una competencia con competidores que no están bajo su soberanía, las autoridades deben hacer uso ilimitado de su baza, que es decretar. En otros, cuando los participantes a escala nacional se enfrentan a la desigualdad de fuerzas, las autoridades deben apoyar a los sectores más débiles mediante la regulación. En otros - y estos son los casos más comunes - la necesidad es aumentar la autonomía y la responsabilidad de las fuerzas que, al tratar de afirmarse, topan con obstáculos (entre ellos el propio gobierno). Aquí las autoridades deben alentar la oposición y asumir la responsabilidad de retirarse. >Esta elección entre decreto, regulación y retirada no es arbitraria; >expresa una concepción global de la sociedad. El único "cártel" capaz de establecer un diálogo con IBM es el que podría formarse a partir de una alianza de agencias de telecomunicaciones. La tarea básica de las autoridades es, pues, reforzar el papel francés en esta asociación. Al actuar de esta manera como palanca, lograrán los objetivos y los medios para establecer una política nacional de comunicaciones. Esto requiere tanto una administración más concentrada como un conjunto de administradores más activo. Debe crearse un Ministerio de Comunicaciones para coordinar la DGT (Direction Générale des Télécommunications – Administración General de Telecomunicaciones), TDF (TéléDiffusion de France – Radiodifusión francesa) y CNES (Centre National des Etudes Spatiales – Centro Nacional de Estudios Espaciales). La propia DGT debe adaptarse a un mercado en expansión y adquirir mayor movilidad. Para ello será necesaria la separación de los servicios postales y de telecomunicaciones, y para este último, la creación de una empresa nacional que le permitiera el grado de flexibilidad requerido. Un papel más autónomo permitirá a estas agencias ejercer un mayor control. La política gubernamental hacia los demás participantes en el ámbito del cómputo debe ser a la vez ecléctica y pragmática, teniendo en cuenta las fortalezas y debilidades de cada uno. Debe apoyar a las empresas que brindan servicios relacionados con la informática, un sector dinámico pero fragmentado; debe permitir una fuerte intervención pública en el campo de la investigación, ofrecer incentivos vinculados a las actividades de los fabricantes para los componentes de la industria informática y, finalmente, una vez determinada su estrategia, debe asignar un papel adecuado al fabricante nacional de grandes ordenadores. En Francia, quizás más que en ningún otro lugar, la administración es una fuerza motriz y sirve de ejemplo. Sin que las autoridades lo sepan, el desarrollo de los sistemas de telecomunicaciones puede paralizar su organización durante décadas. Debe dotarse de los medios para predecirlo y controlarlo. Una Delegación General para la Reforma Administrativa bajo la dirección del primer ministro podría explorar posibles desarrollos y ofrecer directrices. Si se estableciera esta delegación, no sería un centro de poder en la jerarquía administrativa sino una herramienta de supervisión, planificación y promoción. Su objetivo sería utilizar la telemática para preparar racionalizaciones útiles a la industria y, sobre todo, acelerar la descentralización y el aligeramiento de la carga administrativa. Las autoridades desarrollarán herramientas para que sus políticas funcionen actuando con fuerza cuando las relaciones de poder dominen la escena, y restringiendo sus acciones y descentralizando cuando los cambios necesarios requieran que otros grupos tomen la iniciativa. Si el gobierno puede percibir y corregir a tiempo los desequilibrios que la informatización puede agravar y las restricciones y limitaciones que puede generar, podrá realizar los cambios necesarios dentro de los próximos diez años sin desencadenar la secuencia "inflexibilidad/explosión" familiar a nuestro país. Lo que está en juego es vital, pero también limitado. Incluso si estas políticas tuvieran un éxito razonable, su único mérito será preparar el terreno para la verdadera agitación de la civilización de la que la revolución informática puede ser responsable a largo plazo. La ansiedad hace que la gente anhele un futuro racional y seguro. Aumenta cuando cambios profundos desarraigan los valores tradicionales. Desde hace cien años, las transformaciones más espectaculares de la sociedad tienen bases tecnológicas, lo que hace tentador predecir un futuro controlado por la propia tecnología. Actualmente esta visión está representada por la telemática y se expresa en ilusiones contradictorias. Los pesimistas enfatizan los riesgos involucrados: aumento del desempleo, rigidez social, vulgarización de la vida. Ven la informatización como una victoria contra la naturaleza impersonal y repetitiva de las tareas y la eliminación de puestos de trabajo. Consolidaría la inmanejable y la naturaleza jerárquica de las organizaciones, reforzando la omnisciencia de aquellos "que saben" mientras automatizaría a los demás. Lo único que quedaría serían los informatizadores y los informatizados, los usuarios y los usados. La máquina ya no sería un ordenador (ordinateur), una herramienta para calcular, recordar y comunicar, sino un ordenante misterioso y anónimo (ordonnateur). La sociedad se volvería opaca para sí misma y para sus miembros individuales, pero al mismo tiempo peligrosamente transparente, en detrimento de la libertad, para quienes poseen la tecnología demiúrgica y sus amos. Por otro lado, los optimistas creen que los milagros están al alcance de la mano, que la informatización significa información, la información significa cultura y la cultura significa emancipación y democracia. Todo lo que aumente el acceso a la información facilita el diálogo a un nivel más flexible y personal, fomenta una mayor participación y más responsabilidades individuales, y fortalece la capacidad de los débiles y del "pequeño hombre" para resistir las invasiones del Leviatán, los poderes económicos y sociales, o lo que sea. Esta dicotomía sueño-pesadilla comparten al menos las mismas preguntas. ¿Nos dirigimos - independientemente de las apariencias y coartadas - hacia una sociedad que utilizará esta nueva tecnología para reforzar los mecanismos de rigidez, autoridad y dominación? O, por el contrario, ¿sabremos mejorar la adaptabilidad, la libertad y la comunicación de tal manera que cada ciudadano y cada grupo pueda ser responsable de sí mismo? De hecho, ninguna tecnología - por innovadora que sea - tiene consecuencias fatales a largo plazo. El desarrollo de la sociedad determina sus efectos en lugar de verse limitado por ellos. Sucede que en los próximos años el principal desafío ya no será la capacidad de las sociedades humanas más avanzadas para controlar la naturaleza. Esto ya ha sido adquirido. El desafío, más bien, reside en la dificultad de construir el sistema de conexiones que permitirá que la información y la organización social progresen juntas. Bajo ciertas condiciones, la informatización puede facilitar este desarrollo. Por lo tanto, el vertiginoso efecto de la informatización no viene al caso, no porque sea efímero sino porque se está transformando en la cuestión del futuro de la sociedad misma: ¿una civilización basada en una alta productividad será tranquila y impasible o permanecerá en conflicto? ¿Los grupos en oposición estarán estructurados como lo están hoy por su papel en el proceso de producción y su capacidad de consumo, o veremos gradualmente un desmantelamiento de la tradición, con individuos identificándose con una multiplicidad de grupos que luchan por dominar elementos específicos de la sociedad? ¿El modelo cultural? Las herramientas tradicionales para interpretar la sociedad y pronosticar su futuro no serían de mucha ayuda en tal caso. Si ni siquiera pueden predecir con precisión el resultado de las luchas ligadas a la producción, ciertamente no pueden describir un mundo que escapa progresivamente de ella. El nuevo desafío es de incertidumbre: no puede haber pronósticos precisos, sólo buenas preguntas sobre los medios para avanzar hacia la meta deseada. El futuro ya no puede determinarse por la predicción, sino por la planificación y la capacidad de cada país de organizarse para lograrlo. Las autoridades ya no podrán recurrir a los viejos métodos y objetivos, que es casi seguro que fracasarán. La preparación para el futuro implica inculcar una libertad que hará perder su validez incluso a los hábitos e ideologías más arraigados. Esto requiere una sociedad adulta que pueda mejorar la espontaneidad, la movilidad y la imaginación al mismo tiempo que acepte las responsabilidades de una regulación total; también requiere un gobierno que, aunque ejerza abiertamente sus prerrogativas, reconozca que ya no puede ser la única estrella del drama social.