-------- PARTE II PUNTOS DE APOYO >"Sólo la innovación acelera un Estado". Montaigne Introducción Es necesario dar al gobierno un instrumento de poder, pero también incitar a quienes lo ejercen a adaptarse a su nuevo mercado. Este es el tema del capítulo 6, "Telecomunicaciones". El gobierno también debe ayudar a los demás jugadores en el juego del procesamiento de datos sin asumir sus posiciones; Este es el tema del capítulo 7. La informatización de la administración puede congelarla. Por el contrario, el procesamiento de datos puede ayudarle a hacer menos, pero mejor; Este es el tema del capítulo 8. Capítulo 6: TELECOMUNICACIONES Las telecomunicaciones son el paso obligado de los ordenadores siempre que se comunican entre sí. La implantación y gestión de sistemas determinará la mayor parte de los efectos económicos, industriales y sociales del nuevo procesamiento de datos. Su capilaridad puede facilitar la reorganización territorial. Sus tarifas arbitrarán los intereses respectivos de las empresas grandes y pequeñas; facilitarán o controlarán el acceso de los hogares a nuevos servicios y, por tanto, los beneficios que reciben. La política de los sistemas de red decidirá si la telemática sigue siendo actividad de unos pocos feudos poderosos o si se distribuye democráticamente. Pero las telecomunicaciones no son únicamente un vehículo neutral para la transmisión de mensajes; pueden servir como soporte para protocolos de transmisión. Dependiendo de cuán ambiciosa sea la política de estandarización, pueden “rodear” el procesamiento de datos, haciendo que sus equipos asociados parezcan algo común, liberando a los clientes cautivos, restaurando la libertad del consumidor e igualando la competencia entre los fabricantes. Iniciador de una estrategia concertada para una “internacional de las telecomunicaciones”, el polo francés debe convertirse en el instrumento de un diálogo menos sesgado con IBM sobre los problemas de soberanía. Esta política presupone un plan a largo plazo por parte del gobierno y una fuerte capacidad de negociación, pero también organizaciones ejecutivas dinámicas, flexibles y sensibles al mercado. Estos requisitos previos siguen hoy insatisfechos. El gobierno dispersa demasiado sus fuerzas y las deja sin coordinación. El éxito de Transpac muestra, a modo de ejemplo, la naturaleza de lo que está en juego inmediatamente y las reformas que implican. Esto último podría llegar incluso a la separación del servicio postal y de las telecomunicaciones y a la creación de un Ministerio de Comunicaciones que coordine la acción a largo plazo de todos los participantes. Ausencia de una estrategia unificada La situación actual permite que se establezcan rivalidades mal arbitradas sin una distinción clara entre poder regulatorio y funciones administrativas. Múltiples participantes en posiciones contradictorias A diferencia de la mayoría de los demás países donde las transmisiones dependen de una única autoridad, las telecomunicaciones tienen un monopolio general, que excluye por exención el sistema de radio y televisión gestionado por Télé-Diffusion de France (TDF). En los satélites participan además el Centro Nacional de Estudios Espaciales (Centre National d'Etudes Spatiales - CNES), encargado de su lanzamiento y construcción, y el Ministerio de Industria, que, preocupado por su exportación, está interesado en su modo de uso y por tanto en su carácter general. Apoyadas por departamentos inspirados por su entusiasmo tecnológico para participar en el lobby, agentes de los intereses de su personal técnico, estas organizaciones forman alianzas sutiles para objetivos competitivos o contradictorios. Poderosa en su poder (25 mil millones de francos de facturación, 130.000 asalariados) asegurada de su futuro inmediato gracias a un plan de inversiones de 100 mil millones de francos en cinco años, la Dirección General de Telecomunicaciones (DGT) ve en Télé-Diffusion de France una accidente histórico que debe circunscribir y finalmente sortear. Por el contrario, con sólo mil millones de facturación y 3.500 agentes, pero beneficiándose de las ventajas financieras que le confiere el monopolio de un mercado en crecimiento y un sistema de tarifas basado en los costes, TDF pretende multiplicar sus servicios para diferenciarse de los DGT y así volverse indispensable. Busca alianzas que le impidan tener que enfrentarse cara a cara a su engorroso rival. Por tanto, ve en el CNES un aliado potencial para una política satelital ajena a los intereses de la DGT que sería también un medio para renovar su legitimidad. En cuanto al CNES, si bien sólo trata con el TDF y la DGT en una parte de sus actividades, el peso de cada uno de ellos le lleva a eludir el diálogo con la DGT más fuerte y establecer un acto de equilibrio apoyándose en el TDF. Es en términos de transmisión de datos –hoy por redes terrestres, mañana por satélites– donde la competencia será más viva entre el TDF y la DGT, de ahí la enconada lucha por el control de las plataformas espaciales. Las opciones que se decidan tendrán efectos a largo plazo y dependen de consideraciones muy técnicas”. A falta de argumentos competentes, estas difíciles cuestiones requerirán el arbitraje de la oficina del primer ministro, sin la intervención de todos los análisis críticos aptos para facilitar decisiones cuya lógica dictaría que se introduzcan como último recurso, no en primera instancia. Administración dispersa y confusión entre poderes regulatorios y función ejecutiva El lugar de las organizaciones de telecomunicaciones en la estructura administrativa fluctúa con el ritmo de la reorganización gubernamental. Mientras que la DGT sigue centrada en Correos y Telecomunicaciones, el TDF estuvo adscrito a la Oficina de Prensa del Gobierno y, tras su desaparición, directamente al despacho del Primer Ministro. Por su parte, el CNES depende del Ministerio de Industria. Esta dispersión administrativa hace que una política común sea difícil, incluso imposible. Las divergencias se mantienen silenciosas y ocultas, lo que permite a cada organización seguir su propia política. El arbitraje por parte de la oficina del primer ministro, cuando se lleva a cabo, se vuelve aún más difícil porque el TDF está directamente bajo su tutela. Estas diversas organizaciones, sin embargo, disfrutan de un poder muy concentrado: se ocupan simultáneamente de la regulación del servicio público y de su ejecución, desempeñando el papel de actor y guardián. Esta confusión destaca por su singularidad. Países como Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá y Japón entienden desde hace tiempo la distinción entre el poder de orientar y regular y la función ejecutiva”. Esta situación impide que el polo de telecomunicaciones se convierta en instrumento de una política. Daña tanto el poder de la autoridad pública para proporcionar orientación a largo plazo como la adaptabilidad industrial y comercial de las organizaciones. Imponer una dirección coherente a este sector en su conjunto requiere en particular disociar las tareas regulatorias de las ejecutivas y distinguir la función de transporte de la de servicio.* Transpac ilustra la necesidad de estas reformas. Ejemplo de tarea inmediata: hacer de Transpac un éxito El desarrollo de un sistema de transmisión de datos y la búsqueda de un alto grado de estandarización son, como hemos visto, la columna vertebral de una política de comunicaciones. Ésta es la ambiciosa tarea que las autoridades públicas han asignado a la DGT con la construcción de Transpac. Deberá entrar en funcionamiento en 1978 y extenderse gradualmente a todo el territorio: su objetivo es una mayor difusión del tratamiento de datos, un acceso fácil y económico y un aumento de los servicios prestados a los usuarios. Puede promover una estandarización más rápida. Su éxito es esencial. Sin embargo, considerando la naturaleza del mercado actual de transmisiones y su probable extensión futura, es obvio que el éxito de Transpac no será fácil ni suficiente. Supone una transformación profunda de las prácticas comerciales tradicionales de la DGT y un juego completamente nuevo con las empresas de servicios. Estas necesidades no son muy compatibles con las estructuras actuales. Además, Transpac es sólo una etapa, fugaz y limitada, en una estrategia de estandarización a largo plazo. Una operación de marketing para acompañar las actividades de servicio Una operación de marketing El recurso de los grandes usuarios a Transpac no será espontáneo: muchos de ellos mencionan la baja capacidad de las líneas, la sofisticación de los protocolos de acceso o los problemas de secreto para evitar tomar una decisión. El argumento es ambiguo. Las grandes organizaciones, que ya piensan en la hipótesis de futuras transmisiones por satélite, prefieren mantener sus líneas especializadas durante el período intermedio y evitar así las limitaciones de la conexión con el sistema público. Algunos, sin embargo, desean utilizarlo parcialmente para aprovechar sus sucursales en las zonas más alejadas. Esta opción dejaría la parte menos rentable del tráfico a Transpac (transmisiones con las sucursales bancarias más aisladas, por ejemplo; enlaces con talleres fabriles periféricos). En la práctica, esto convertiría a los grandes usuarios en el equivalente de los pequeños usuarios. Frente a estos grandes clientes –imprescindibles porque condicionan la rentabilidad de Transpac– la DGT debe adoptar un enfoque más comercial que técnico. Ese no es el caso hoy. Así, la Contaduría Pública lanzó estudios preliminares para la instalación de una red autónoma totalmente independiente de Transpac. En el Desde la perspectiva de una estrategia activa de transmisión de datos, habría sido un riesgo ver a un servicio público llevar a cabo una acción de francotirador. El gobierno habría perdido todos sus argumentos para convencer a otros de unirse a Transpac. El problema es aún más grave en el caso de los pequeños y medianos usuarios. Si la DGT no consigue atraerlos, la penetración del procesamiento de datos se verá peligrosamente ralentizada. Las tácticas de la DGT son delicadas: no pueden ser tan personalizadas como con las grandes empresas ni pueden utilizar como argumento los beneficios especiales que la DGT podría ofrecer. No está en condiciones de buscar una clientela cuyo único motivo para afiliarse sea tener acceso a determinados servicios (bancos de datos, posibilidades de tiempo compartido, capacidad de memoria adicional). No depende de mí t instalar tales sistemas: su tamaño y su peso lo hacen difícilmente capaz de tener la flexibilidad que requiere un mercado incierto y móvil. Al contrario, debe respaldar el desarrollo de estos servicios. En este punto, la DGT, para tener éxito, necesita formar alianzas con otros promotores. Una estrategia de servicios El desarrollo de la telemática irá acompañado de una multiplicación de posibilidades técnicas: correo electrónico, servicios de mensajes televisados, acceso a bancos de datos, periódicos domésticos, videoconferencias, etc. Durante los próximos años, el mercado tendrá en cuenta dispositivos de uso limitado y servicios importantes. Sin embargo, las autoridades públicas no están fuera de escena: los análisis de rentabilidad, los estudios de mercado y el recurso a paneles de usuarios podrán ayudarles a tomar decisiones. Así, estudios realizados a petición de la DGT muestran la creciente importancia del correo electrónico y el rápido paso del correo institucional, la correspondencia interna de administraciones y empresas, del servicio postal tradicional al servicio postal electrónico. Estas perspectivas son importantes porque afectan los mercados potenciales de la industria, permitiendo la producción en masa de dispositivos económicos, altamente estandarizados y, por lo tanto, aptos para la exportación. Flexibilidad por parte de la DGT, estudios de mercado persistentes, amplios servicios comerciales que sean a la vez móviles y descentralizados, la capacidad de depender de las empresas de servicios como intermediarios naturales para los pequeños usuarios: tales son los riesgos para la rápida y satisfactoria difusión de Transpac. Estos son los desafíos para los cuales una administración tradicional no está preparada. Responder no es competencia exclusiva de los técnicos, incluso los más cualificados, ni de los administradores, aunque sean destacados. En otras palabras, el éxito de Transpac, tomado como ejemplo de transformaciones en la red de comunicaciones, depende del cambio institucional interno. Pero ni siquiera esto sería suficiente. La inserción de la telemática en la administración pública y la promoción de servicios para los que la DGT sería sólo un apoyo exigen coordinación para armonizar políticas. Su objetivo sería elegir los servicios, sopesar los costes y los inconvenientes, y confiar a una organización u otra, al TDF o a la DGT, el control del proceso y la responsabilidad del desarrollo del proyecto. Este impulso es aún más necesario, cuanto que el período de rentabilidad de Transpac se cuenta en años, y porque sus efectos normalizadores serán en vano si no se conciben como una etapa transitoria. Una etapa inadecuada y transitoria de la política de normalización Beneficiándose de la capilaridad de la red telefónica, practicando la igualdad en el servicio público y mejorando el equilibrio entre las grandes entidades y los pequeños y medianos usuarios, Transpac puede ser la herramienta para una difusión lo más democrática posible del procesamiento de datos. Pero esto implica un alto nivel de estandarización. Por este motivo, para facilitar la conexión de los pequeños usuarios y, sobre todo, preservarles cierta libertad en la elección de los servicios, Transpac se apoya en protocolos polivalentes que permitirán un amplio acceso a sus redes. De este modo será posible que dos partes que utilicen sistemas informáticos de distintos fabricantes puedan comunicarse entre sí. En primer lugar, es necesario en los casos internacionales de la CEPT y el CCITT promover la adopción del protocolo de “equipos virtuales”. La batalla puede ser dura. Ampliaría los atributos del CCITT a expensas de la organización internacional de procesamiento de datos, la ISO, que es un vehículo para los principales fabricantes. Supondría la definición de reglas complejas. Se toparía con la oposición conjunta de algunos gobiernos y fabricantes. Incluso si estos obstáculos debilitan las posibilidades de un acuerdo internacional sobre un protocolo de equipos virtuales, una política activa dentro de la “internacional de las telecomunicaciones” sigue siendo no menos esencial; sus consecuencias inevitablemente conducirán a una mayor estandarización y protocolos más estrictos. Si esto no se puede lograr directamente, la DGT puede lograr establecer de facto un protocolo de equipos virtuales. Para ello será necesario desarrollar software que haga compatibles los sistemas, en colaboración con empresas de servicios competentes. Esta política, todavía embrionaria, cobraría nueva vida si contara con el apoyo de un poste de energía. Las telecomunicaciones pueden liderar esta acción: se benefician de la competencia técnica necesaria, de importantes medios financieros y de una posición central que hoy les confiere su monopolio. El eventual éxito de esta política deja abierto el futuro. No garantiza. Si esta acción sobre el sistema terrestre no prepara el escenario para el momento en que se puedan imponer protocolos del mismo tipo sobre la gestión de las transmisiones por satélite, Francia, como hemos visto, habría ganado una batalla pero habría perdido la guerra. Prosecución de una política de comunicación Si las autoridades públicas quieren hacerse con el control de co política de comunicaciones, la organización encargada de llevarla a cabo debe coordinar su actividad y desarrollarla con energía. Realización de la actividad de las organizaciones de telecomunicaciones. MásSin duda, la telemática representa sólo una dimensión de las telecomunicaciones. Medido por el número de abonados, el nivel de inversión y, a su vez, por la dinámica, parece marginal frente al enorme esfuerzo invertido en equipamiento telefónico. Sin embargo, la importancia de sus clientes, el peso de sus efectos económicos y el interés en la soberanía que representa lo convierten en un ámbito lo suficientemente importante como para servir como base legítima para ciertas cuestiones relativas a la gestión de las telecomunicaciones. Es cierto que la telemática es especialmente exigente. Gestionado en el marco de un monopolio, funciona en un marco que se asemeja a la competencia. Si un candidato al teléfono no obtiene satisfacción, no puede recurrir a otro proveedor; por el contrario, si las conexiones disponibles no le satisfacen, un posible abonado de Transpac puede encontrar una solución temporal y esperar las conexiones por satélite. El éxito de la DGT en equipamiento telefónico dependerá de su capacidad para llevar a cabo un programa basado en la productividad. Su éxito en telemática dependerá del sutil liderazgo que ejerza dentro de una red de alianzas y asociaciones. Una política así es inusual para un monopolio seguro de su legitimidad y preeminencia y requeriría varios ajustes. 1. La DGT deberá adoptar un enfoque empresarial. La política de un monopolio consiste muchas veces en distribuir un producto sin preocuparse previamente de las necesidades del cliente. Por el contrario, Transpac pide un estudio de mercado sobre su clientela, la oferta de servicios que puede justificar la conexión y, finalmente, la posibilidad de asociar a los grandes usuarios en un estudio de ramificación "a medida". 2. Por tanto, la DGT debe ampliar su contratación a directivos empresariales de alto nivel. Para integrarlos firmemente en su reserva de mano de obra, tendrá que ajustar sus índices salariales. Más allá de las condiciones de contratación, sin duda será necesario tiempo y esfuerzo antes de que los nuevos reclutas sean aceptados por ingenieros naturalmente inclinados a dar un estatus superior al trabajo técnico. 3. Si la DGT no tiene en cuenta los criterios comerciales del mercado y exige a Transpac vender productos desarrollados sin referencia a ellos, es probable que fracase. Por lo tanto, es necesario un ciclo que incluya “objetivos de mercado” y limitaciones técnicas. Si pretende entablar un diálogo entre iguales con IBM, la DGT debe desarrollar un enfoque que no esté completamente divorciado de su interlocutor. 4. Para aplicarlo será necesaria una modificación institucional: una mejor adaptación del personal y la posibilidad de redistribuir tareas sin toparse con estatutos difíciles de manejar. Esta dificultad tiene menos que ver con la existencia de una ley que con su mala adaptación. En la práctica, los agentes operan según las reglas generales del servicio gubernamental, de modo que constantemente se plantean problemas de paridad: entre agentes de telecomunicaciones y empleados de la Secretaría de Estado, entre funcionarios de este ministerio y los de otros departamentos. Estas dificultades se agudizan aún más porque no resulta fácil incluir los empleos técnicos en los índices salariales basados esencialmente en el trabajo administrativo. Debe tenerse en cuenta la naturaleza específica de las telecomunicaciones. 5. Dadas las “masas trabajadoras” de la DGT (130.000 agentes hoy), la centralización es incompatible con la flexibilidad ejecutiva. La descentralización de su actual administración, de una parte de su inversión y de su contratación es inevitable. A menos que esto suceda, difícilmente podrá esperar satisfacer a sus clientes: los planes de marketing no son órdenes de batalla, y un "ejército" no puede ejecutarlos según sus procedimientos habituales. Estos imperativos han sido analizados con respecto a Transpac. Pero, ¿es deseable buscar flexibilidad sólo para Transpac, o esta metamorfosis debería aplicarse a las telecomunicaciones en su conjunto? La reciente decisión de crear una empresa conjunta para Transpac muestra el comienzo de una toma de conciencia y puede constituir un paso en la dirección correcta. Pero no es realista imaginar un pequeño servicio con orientación comercial seguido de una inmensa administración burocrática. Los agentes de uno están comprometidos a convertirse algún día en agentes del otro; los procedimientos financieros se entrelazan; y el apoyo a la actividad comercial de Transpac será aportado mayoritariamente por la DGT. Además, Transpac no constituye una inversión aislada: es el teléfono el que garantiza su extensión en todo el territorio, justo cuando el creciente solapamiento entre tipos de transmisiones está borrando las marcadas distinciones entre la red de transporte de datos y otros sistemas. Por último, los problemas de la telemática tienen efectos que van más allá de Transpac. Suponen, como hemos visto, una coordinación entre la DGT y el TDF y una política de satélites. En estas circunstancias, no existe una solución para el sistema Transpac por sí solo. mi; lo que está en juego es la propia gestión de las telecomunicaciones. Esto plantea un viejo debate: el hecho de compartir un solo ministerio entre el servicio postal, que requiere mucha mano de obra, y las telecomunicaciones, una empresa altamente capitalista. El desarrollo tecnológico acentúa el dilema. Con el tiempo, las telecomunicaciones privarán al servicio postal de su actividad más rentable: el transporte de correo institucional a lo largo de las rutas más utilizadas. De ahora en adelante, los dos servicios no sólo serán diferentes sino que competirán. Uno experimentará problemas de estancamiento o incluso de regresión, mientras que el otro se beneficiará de un fuerte crecimiento. El servicio postal implica la preservación de un monopolio que apenas ha sido violado, la gestión de una gran fuerza de trabajo manual con baja productividad y la necesidad de prepararse para tiempos difíciles. Las telecomunicaciones implican el dominio de herramientas cada vez más sofisticadas, la tarea de enfrentarse a poderosos competidores privados, sobre todo IBM, y la obligación de actuar agresivamente en el mercado sin tregua. El servicio postal se verá obligado a sopesar el argumento de los costes de mano de obra, mientras que los avances de la productividad registrados por las telecomunicaciones le permitirían aplicar una política salarial más generosa, cuyo único obstáculo son las restricciones de paridad. Por tanto, la separación de las dos administraciones es prácticamente una certeza. Si los poderes públicos no la orientan continuamente, un día se convertirá en una situación plagada de tensiones y dificultades. El objetivo final es la creación de una empresa nacional de telecomunicaciones, pero su realización presupone una evolución progresiva. La presión de un líder político puede transformar una administración, pero una revolución no se puede imponer de la noche a la mañana. Son posibles muchas etapas: creación de dos presupuestos adjuntos, uno para los servicios postales y financieros y otro para las telecomunicaciones; establecimiento de estatutos del personal más acordes con los imperativos técnicos; y descentralización de la responsabilidad de las áreas programáticas más importantes. ¿Hacia un Ministerio de Comunicaciones? El alcance de la política a llevar a cabo, sus ramificaciones internacionales y la importancia de las organizaciones bajo tutela requieren una autoridad de alto nivel. ¿Cuál debería ser su jurisdicción y estructura? Contenido del Fideicomiso Deben evitarse dos malentendidos. En primer lugar, la tutela de los programas de radio y televisión debe estar fuera de la autoridad encargada de la política de comunicaciones. Reunir bajo una sola autoridad las redes de radiodifusión, el “contenedor”, las transmisiones y el “contenido” podría suscitar una preocupación legítima. En segundo lugar, coordinación no significa fusión. Una vez que se haya efectuado claramente el reparto de tareas, sería conveniente conceder a cada organización un derecho que garantice su propia expansión. Tan pronto como terminaran las guerras fronterizas, el fideicomiso debería utilizar el TDF para experimentar con técnicas punta y nuevos mercados, protegiéndolo de las presiones de su gran rival. Se trata de delimitar los asuntos de cada uno: la autoridad encargada de la política de comunicaciones debería ser responsable de desarrollar opciones políticas: elegir los medios y definir las tareas. Para ello necesita prerrogativas presupuestarias. A ello corresponde naturalmente el ejercicio del monopolio, la enunciación de una política industrial (estandarización de hardware y software) y la distribución general de la inversión. Le corresponde también definir, sin tener en cuenta el mercado, las principales aplicaciones, tomar las decisiones tarifarias imprescindibles y garantizar un diálogo político con los usuarios. A cambio, este fideicomiso debería renunciar a cualquier intromisión en la gestión de las organizaciones ejecutivas; su actividad podría estar dotada de personal mediante contratos de programa o planes de empresa, lo que les dejaría una gran autonomía. Los instrumentos de una visión de largo plazo La complejidad de las decisiones requiere que el fideicomiso cuente con un servicio económico bastante amplio para no depender exclusivamente de estudios realizados por los ejecutores. Esta unidad estratégica debería aclarar a los tomadores de decisiones las opciones disponibles para ellos. La administración fiduciaria podría contar con el apoyo de un instituto de investigación que estudie los efectos a largo plazo de las comunicaciones. Se deben analizar sus consecuencias económicas, sociológicas y culturales; hoy esto no se hace en ninguna parte. Algunos centros se ocupan de ello aquí y allá”. Ninguno de ellos, sin embargo, se siente responsable de estas cuestiones en su conjunto ni disfruta de apoyo administrativo formal; sobre todo, ninguno se sitúa dentro de la esfera de una autoridad encargada de tomar decisiones. Estructura del Patronato Un Ministerio de Comunicaciones no debe tomar la forma del actual departamento de Correos y Telecomunicaciones, rebautizado y reforzado por el fideicomiso del TDF y un fideicomiso parcial sobre el CNES. Demasiado monopolizado por el servicio postal y sobrecargado por el esfuerzo de equipar la red telefónica, no tendría ni la capacidad ni los medios para llevar a cabo nuestras t una política de comunicación. Se pueden presentar algunos esquemas para su consideración: a. La solución menos innovadora pasaría por mantener, junto con el Ministerio de Comunicaciones, un secretario de estado de correos y telecomunicaciones que preservaría todas las prerrogativas del departamento. Por lo tanto, asumiría directamente del ministerio únicamente las FDI y, para una parte de sus actividades, el CNES. Pero bajo esta hipótesis las relaciones con la DGT pasarían por un secretario de Estado, poderoso y monopolista: el debate entre un ministerio productor de ideas y una secretaría de Estado encargada de gestionar sería inevitablemente ambiguo y desequilibrado, fuente de desaceleraciones y desorden. b. Una alternativa más vigorosa presupone el nombramiento para el Ministerio de Comunicaciones de un secretario de Estado encargado de los servicios postales y financieros. De esta forma, la DGT dependería directamente del ministerio. Esta fórmula permitiría desarrollar una política de comunicación coordinada, ya que implicaría una tutela única. Transformar la DGT en una empresa nacional forma parte de este esquema. C. Si las autoridades públicas prefirieran la institución de una delegación general de comunicaciones adscrita al Primer Ministro, se encontrarían con varias dificultades. La delegación podría verse asignada a la tutela del TDF y parcialmente del CNES. En cambio, sus relaciones con la DGT serían equívocas. Si la DGT fuera objeto de una doble adscripción, del Secretario de Estado de Correos y Telecomunicaciones, por un lado, y del Delegado general de Comunicaciones, por otro, este último podría, en teoría, ejercer su prerrogativa de coordinación. De hecho, su superioridad jerárquica sobre el director general de telecomunicaciones sería incierta: dado que ambos serían nombrados miembros del Consejo de Ministros, estarían en niveles administrativos equivalentes. El delegado, aunque dotado de poder teórico, no tendría a su disposición servicios externos muy amplios; su subordinado, el director general de telecomunicaciones, continuaría como lo hace hoy dirigiendo un imperio industrial. Los conflictos serían seguros. Si la DGT permaneciera bajo el control exclusivo del Secretario de Estado de Correos y Telecomunicaciones, el delegado general sólo podría ejercer su función de coordinación afirmando la primacía de su arbitraje en nombre del Primer Ministro. Esta situación no es inconcebible, como lo demuestra el comportamiento de DATAR. Sin embargo, esto presupone el apoyo inquebrantable del Primer Ministro para evitar que el Secretario de Estado de Correos y Telecomunicaciones exija un arbitraje incesante al Jefe de Gobierno. La designación de un delegado corre el riesgo de dar un tono demasiado tecnocrático a la autoridad responsable de la política de comunicación. La magnitud de lo que está en juego y la importancia de sus socios internacionales, ya sean públicos o privados, requieren una autoridad política. Por lo tanto, la creación de un Ministerio de Comunicaciones es, en última instancia, preferible a una simple delegación.