El cazador Voy a tratar de rememorar el sueño que tuve anoche. No sé si fui cazador, lo soy o lo seré. Lo que sí sé es que cada vez que sueño algo de este estilo, me resulta inquietante, porque como buena parte de lo que me caracteriza, siempre estoy buscándole un significado a todo. Estaba en una nave, grande, de esos galpones que a veces ofician de garaje de camiones u otras veces de taller mecánico, a veces de boliche... Este no tenía el techo de chapa. Se lo veía llano, como lleno de bandejas por donde pasan los cables aéreos bien disimulados. Había una barra en el centro, de esas que se usan en los bares para servir tragos, tipo isla con la gente laburando en el centro. Era una barra rectangular, pero estaba vacía de cosas. Había dos o tres personas: una de ellas era Lucho, mi amigo fallecido hace unos años de cáncer. Me miraba con complicidad agradable, sonriéndome. Pasé de largo como quien tenía una obligación o como quien tenía que hacer una misión, una actividad o algo semejante. Aparecí en un lugar más oscuro, como si fuese otra habitación del mismo edificio, pero en el fondo. Digo “como si fuese” porque los lugares se difuminaban y no estaba bien claro si pasaba del mismo lugar al otro realmente o aparecí simplemente. En esta enorme habitación que menciono había una señora, rondando los 40, con dos nenas, supuse sus hijas. La primera, de unos cinco o seis años. La segunda de aproximadamente dos, visiblemente más pequeña. Ninguna sabía que estaban muertas. Necesitaban protección, sosiego o alguna calma para sobrellevar esta situación. Tomé a la mamá de la mano, con mi izquierda. Ésta a su vez tomó a su pequeña hija con la suya. Con mi derecha tomé a la niña restante. Sus manos empezaron a reflejar un fulgor blanco. En ese momento la señora preguntaba algo que no alcancé a distinguir, su voz se hizo ininteligible. Tenía los ojos claros, miraba con un dejo de tristeza y angustia. El pelo lo tenía recogido, castaño claro y ondulado, con algún rulo visible. Le pregunté por algo que debía decirme para enfrentar a las sombras que nos rodeaban y que empezaban a acercarse más, como fragmentos de humedad que crecían velozmente. Otras como una catarata negra que se escurría por las paredes. Le dije: soy cazador y vengo a destruirlos. Tampoco sabía de dónde salían mis palabras. Es decir, sí de mi boca , claro, pero no entendía mucho mi seguridad al decirlas, como si estuviera disociado. No teníamos mucho tiempo y se acercaban. En ese momento me desperté sudando... Supe quien era con las reminiscencias del sueño, esos escasos segundos donde todavía no traspasás completamente el umbral. Pero lo que no supe fue si pude salvarlas.