En bici al cole. Cuando entré en primer año me afanaron 2 veces. La primera un pendejo me sacó unos mangos cerca del colegio. La segunda fue un poco más complicada, porque el tipo cuando iba a la parada de colectivo, cruzando la estación de tren me abrazó y me apuntó con un supuesto "caño" que tenía en la campera. Le di todo lo que tenía (en esa época el celular no existía) y me volví a tomarme el colectivo de vuelta de mi casa, de lo nervioso que estaba. Y no era para menos, un chico de 13 años experimentando eso camino al colegio... no hay mucho para decir. Cuando volvía a la parada (la otra, me tenía que tomar 2 bondis para ir de mi casa al colegio), podés creer que me lo encontré al chorro dando vueltas por ahí. Era una cosa increíble. Impune. Me acerqué y con el poco valor que me quedaba, ya que era una parada de muchos bondis, es decir, bastante concurrida, le dije: "vos me afanaste, chorro hijo de puta", no a los gritos, con una voz entre temerosa y para adelante con miedo. El tipo reaccionó ráp ido, me dio una piña en las costillas y salió corriendo. Cuando llegué a mi casa y le dije a mi viejo, agarró el auto, caliente como estaba y fuimos para la estación a buscarlo. Obviamente sin resultados a la vista. De vuelta llamó al colegio enojadísimo atribuyéndole la responsabilidad. Un poco con razón, un poco con impotencia, un poco porque a veces en los colegios religiosos (como me pasa hoy con mi hijo) no cumplen lo que pregonan en su discurso. La cuestió es que quedé traumadito. Es por ello que el primer año lo pasé bastante perseguido en pos de los "posibles robos" en la calle, en el bondi, en las salidas con amigos. El peligro estaba latente en todos lados. Iba a colegio privado: era carne de cañón. Tenía que encontrar la solución a este brete. Y la hallé. A los 14 mi vieja estaba por tener a mi hermano, postrada en cama no podía salir, así que le llevé los papeles y la hice sacar un crédito para sacarme una bicicleta. Quería una bici nueva como símbolo de libertad. Y me saqué a fuerza de pericia (y deudas para mis viejos, claro) una todo terreno de 5 cambios. Toda una joya. Liviana, veloz, amarilla inmaculada. Empecé a recorrer los 4 kilómetros que me separaban del colegio cada vez más rápido. Volaba por las calles y las avenidas. Cuando el tránsito estaba complicado, me subía a la vereda. Cuando la vereda estaba atestada, esquivaba autos, colectivos, motos, todo. Bueno, puertas no. Una vez de vuelta a casa me abrío la puerta un camión estacionado y terminé estampado contra la calle. Algunos magullones pero nada grave, me levanté y me fui. Otra vez iba ensimismado y viste que la todo terreno te lleva a mirar para abajo, bueno, resulta que el viejo que iba cruzando la calle iba en la suya, yo en la mía y... ¡paf! Choque frontal con el viejo sentado de culo, y yo tirado en el cordón. Por suerte nada grave, un ¿está bien? y otro ¿estás bien? Me levanté y me fui. Después vino el ciclomotor, pero eso para otra historia. La bici terminó juntando polvo en el galpón al cabo de un año y pico de uso intensivo. Creo que se le había partido el manubrio y mi viejo se la terminó regalando a mi primo, pero ya pasados muchos años. No sé si la usó. Años después le pregunté: ¿Y la bici? "La vendí. Me dejó raro... extrañado. Pero no hasta que reflexiono en estas líneas que me doy cuenta lo maravillosa de esa época, libre, limpia de problemas personales de adulto y lleno de esperanzas, aventuras, amistades que también iban en bici, hacíamos salidas, rateadas en bici, todo en bici.