Volver a lo narrativo Hace tiempo que me insisto en que esta sociedad y su aceleración y materia productiva incansable no me cierra. Lucho no sin esfuerzo por tratar de vivir en forma sosegada y, confieso, me cuesta enormes cantidades de energía, si se me permite la contradicción, relajarme. La vuelta a lo narrativo que propone Byung Chul Han en su ensayo me encanta. Hay muchas de las cosas que dice en varios de sus textos que me hacen sentir identificado y no pensarme tan alienado. La inmediatez, el deseo de que todo sea casi instantáneo, pasar tantas horas frente a pantallas se hace a veces difícil para llevar a cabo tamaña empresa. Pero no es imposible. Como dice el tao, multiplicar lo poco. Es decir, o lo entiendo así, ir desponjándome de actividades innecesarias, en principio. Contar cosas intrascendentes en detrimento del consumo, acto seguido. Cuando era chico jugaba en el fondo de mi casa. Mis viejos tenían sus quilombos, como cualquier familia de clase media que en Argentina luchaban a fines de los 80 y 90 por sobrevivir a una etapa compleja, con grandes impactos de un emergente neoliberalismo (los peronistas dirán que ese no era peronista, je, pero esa es otra historia). Me gustaba jugar e inventarme historias, hacerme el deportista que intentaba perfeccionarse haciendo de arco las patas de una silla. Había logrado cierta destreza pateando en un playón donde había una parra un poco envejecida por la falta de cuidados. En otras ocasiones, con una influyente Gabriela Sabatini ganando US Open por Tv me hacía el tenísta. Como también la pared era bastante alta y del otro lado había un galpón donde guardaban camiones, podía darle rienda suelta a los golpazos contra ésta sin que nadie me cagase a pedos. Entonces ahí se pasaban mis tardes. ¿Disfrutaba? ¿O ya me estaba preparando para la sociedad de rendimiento y no lo sabía? Cuando lo veo a la distancia me doy cuenta de que era maravilloso, pero también hay alguna reminiscencia de perfeccionamiento que sigue latente en mí. Ahora, más grande, con un hijo y con ganas de rumbear para otro lado mentalmente (busco no exigirme tanto, pero es difícil), intento volver a esa parte oculta que también hacía, antes de los 12 creo: contar historias jugando en el fondo. Contaba historias para mí, contaba historias jugando, inventaba, jugaba con algunos muñecos de He-man, playmobils, rambo, chuck norris, dependiendo la época (ahora me doy cuenta que no me faltaba nada) pero también para escapar del mundo de los adultos, algo extraño, algo combativo, algo crudo, algo cruel algunas veces, no todas. Muchas de esas cosas que me acompañan e intento revertir han dejado de lado las buenas, que solo pueden aflorar en un espacio reflexivo y de tranbquilidad. La sociedad nos propone un ruido constante, un bombardeo de información incesante que no nos deja el espacio para hacer nada, pensar, reflexionar y volver a lo narrativo, juntarse con alguien no a programar cosas, no, solo a charlar sobre consas profundas, no cosas de mierda como el trabajo o qué marce de ropa o serie de streaming vas a consumir, algo más, historias supongo. Todo eso me ha llevado a alejarme de muchas personas por elección personal, a dejar de lado reuniones intrascendentes, personas superficiales, que lógico no tienen la culpa en parte, pero bueno... ¿no dicen que para ayudar a los demás primero tenés que ayudarte primero a vos mismo? Veremos. Mi vieja es un ser maravilloso. Trabajó toda su vida en el mismo lugar y nos dio todo con un esfuero que ahora que estoy grande empiezo a ver. Mi viejo se fue antes, lamentablemente y también hizo las cosas con la carga de sus sufrimientos propios de una vida plagada de pérdidas. Y lo hizo enormemente bien. Sus aciertos y sus errores fueron parte de su humanidad. Pero ninguno se borró y esa impronta la tengo marcada a fuego en mi vida, al igual que mis hermanos: soy alguien que no se borra. Capaz a veces me voy de mambo con la responsabilidad y ahora busco bajar un cambio, aunque sea uno.